Como quien no quiere la cosa, casi no nos hemos dado cuenta y otro año volvemos a estar en
puertas de la Navidad, posiblemente la época del año con mayor carga emocional. La Navidad
se “vende” como una época de felicidad, buenismo” y alegría, pero en muchas personas se
desencadenan alteraciones del estado de ánimo que aportan todo lo contrario: tristeza
nostalgia, ansiedad… y en algún grupo incluso pueden acabar surgiendo conflictos indeseados.
Las emociones que genera la Navidad (y el cambio de año) son, pues, variadas y, muchas
veces, contradictorias. Sentimos desde ilusión y alegría hasta tristeza y añoranza. Son muchas
las reuniones sociales y familiares que nos pueden hacer tanto disfrutar al reencontrarnos con
seres queridos. Sin embargo, estas mismas reuniones nos llevan a cometer excesos
inconvenientes, y otras veces las reuniones nos traen al recuerdo de manera especial
personas que no están, ya sea porque viven lejos o porque han partido hacia un lugar del cuál
nunca regresarán, a las que tanto hemos echado de menos el resto del año. Es normal que
en estos días la rutina diaria se vea alterada y no es sensato renunciar a ello, pero debemos
tratar de seguir con nuestros hábitos y no dejarnos llevar demasiado por las tentaciones…
Todas estas intensas emociones tienen lugar en un periodo de tiempo de tan solo dos
semanas; aunque a muchas personas se les pueden hacer muy largas, para la mayoría las
Navidades pasan muy deprisa. Para los primeros puede resultar un alivio ver que ya han
terminado; mientras que para los segundos hubieran deseado que se prolongara otras dos
semanas más.
Una vez más, las personas afectadas por una enfermedad neurodegenerativa, sea cual sea la
velocidad de progresión de ésta, y aunque sólo sea por la estabilidad emocional del entorno
al que, no se olvide, no se puede/debe culpabilizar de nada en la situación, se ha de aceptar
la situación en la que uno se encuentra y sacarle el máximo partido (siempre se puede),
“soltando” el pasado, aceptando la situación como nueva etapa y analizando lo que se quiere
a partir justamente de ahora. Hay que relativizar los problemas, ser realistas y procurad
adquirir cierta perspectiva de los acontecimientos. Es importante aprender a disfrutar de los
pequeños momentos analizando lo positivo que tiene la vida, valorando y dando gracias por lo
que se tiene (familia, amigos, ilusiones,…), en lugar de lamentarse por lo que se tuvo y no se
tiene. Es conveniente intentar mantenerse en la normalidad y seguir con el día a día. Estas
fechas siempre tendrán la importancia que se les quiera dar; por eso, en estas fiestas y
siempre, hay que intentar aceptar a todos los demás pensando en sus cualidades y en lo que
se puede aprender y compartir de positivo con ellos. Carpe Diem también en Navidad, aunque
cueste (más).
Hay un cuentecillo medieval, al parecer de origen árabe, que narra cómo un sabio muy rico se
ha visto reducido a tal extremo de pobreza que debe sustentarse con bellotas, altramuces o
algún otro alimento igualmente humilde. El desdichado protagonista está lamentándose de su
suerte cuando descubre algo que le sirve de inmediato consuelo: otro sabio sigue sus pasos,
recogiendo las pieles de altramuz que él ha ido arrojando detrás de sí. Se conocen varias
versiones del cuento, entre otras la que figura en El conde Lucanor1,,y ya en el siglo XVII,
Calderón de la Barca2 le dio una preciosa formulación a esta historia dentro de su obra La vida
es sueño, en una décima que recita el personaje de Rosaura en contestación a Segismundo y
que comienza con los célebres versos: “Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero
estaba...” En esa revisión del tema, los personajes llegan al extremo de alimentarse de hierbas.
No olvidemos que el XVII es el siglo del esplendor artístico y la miseria social. Barroco puro.
Cuentan de un sabio que un día
tan pobre y mísero estaba,
que sólo se sustentaba
de unas hierbas que cogía.
¿Habrá otro, entre sí decía,
más pobre y triste que yo?;
y cuando el rostro volvió
halló la respuesta, viendo
que otro sabio iba cogiendo
las hierbas que él arrojó.
Quejoso de mi fortuna
yo en este mundo vivía,
y cuando entre mí decía:
¿habrá otra persona alguna
de suerte más importuna?
Piadoso me has respondido.
Pues, volviendo a mi sentido,
hallo que las penas mías,
para hacerlas tú alegrías,
las hubieras recogido.
¡Cuántas veces nos quejamos de nuestra situación, que sí, que es muy delicada, sin tener en
cuenta a otros que pueden pasar por peores momentos! Y no se trata de aquello de “mal de
muchos, consuelo de tontos”. Se trata, más bien, de no creernos el ombligo del mundo, como
si nuestros gozos (que también los hay) y nuestros males fueran los únicos o los más graves
del mundo a los que todos los demás, máxime nuestro entorno, que “está obligado”, deben
prestar una atención especial o única. Para acabar de arreglarlo, en este tiempo de crisis
prolongada y de pandemia, sin ver el final del túnel por el momento, estamos tentados de
pensar más en nosotros, en nuestra situación, en nuestro presente y nuestro futuro, sin pensar
en el futuro y presente de otras muchas gentes, cerca y lejos de nosotros, para los que la
situación, por diferentes razones, puede ser aún más angustiosa. No, no valen las palabras
que tantas veces se oyen cuando sale este tema complejo:”… y yo ¿qué puedo hacer?” El que
no sabe lo que tiene que hacer pensando en los demás en estos casos, es que tiene embotada
la conciencia, perdonadme que lo diga así, de pensar únicamente en él.
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1El conde Lucanor es una obra narrativa de la literatura castellana medieval del siglo XIV escrita por el Infante Don Juan Manuel (nieto del rey Fernando III “El Santo” de Castilla). El libro está compuesto por cinco partes, la más conocida de las cuales es una serie de 51 exempla o cuentos moralizantes tomados de varias fuentes, como Esopo y otros clásicos, así como de cuentos tradicionales árabes., japoneses o del ciclo hindú Pancha-tantra.
2Pedro Calderón de la Barca (1600 - 1681) fue un escritor español de la época barroca. Nació en Madrid, donde durante su juventud inició sus estudios en un colegio de los Jesuitas. Más tarde, durante su etapa universitaria, cursó los estudios de Cánones y Derecho en las Universidades de Alcalá de Henares primero y, después, la de Salamanca. Posteriormente, orientó su vida al servicio militar. Se convierte después en el dramaturgo de la corte de Felipe IV. Entonces, hacia el año 1623 ve la luz una de sus primeras comedias. Sin embargo, no es hasta el año 1642 que se implica en el mundo literario, una vez que se retira del servicio militar. Entre sus obras más importantes destacan La vida es sueño, La dama duende, El médico de su honra, El alcalde de Zalamea, El gran teatro del mundo, etc.
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