La reciente entrada en este blog sobre lo que fue y significó el Asilo Durán de Barcelona y su
derivación y generalización a lo que fueron los llamados Centros de Menores en toda España
en una época de ayer mismo, apoyándonos para ello en la obra gráfica Paracuellos, de Carlos
Giménez, podría hacer a alguien encorsetar a éste en ese tipo de historietas. Nada más lejos
de la realidad aunque sean innegables en su obra de trasfondo social sus firmes convicciones
ideológicas y, aprovechando que una buena amiga pasó su niñez precisamente en una casa
de La Floresta, un barrio aún sin urbanizar, casi en plena montaña, y lo recuerda con cierta
frecuencia, habitualmente ante una humeante taza de café, dedicaremos estas líneas,
seguramente abusando de vuestra paciencia, a glosar una parte, que ya es historia en todo el
mundo de la cultura, de la trayectoria profesional de Carlos Giménez: el Grupo de La Floresta.
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Una muestra de trabajo colectivo (Deta 99) del Grupo.
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Grupo de La Floresta es el nombre por el que se conoce a un grupo de 6 historietistas
españoles formado por Luis García Mozos, Carlos Giménez Giménez, Esteban Maroto
Torres, Jesús Manuel (Suso) Peña Rego, ya fallecido, Ramón Torrents y Adolfo Usero
Abellán, que trabajaron colectivamente a finales de los años 60. El nombre se le ocurrió al
editor y teórico del cómic Luis Gasca (en puridad, Luis María Francisco Gasca Burges, que
también dirigió el Festival Internacional de Cine de San Sebastián) por el nombre del barrio de
de la ciudad barcelonesa de San Cugat del Vallés en el que se hallaba el edificio donde
instalaron su estudio común, "una torre (chalet en Catalunya) con jardín y en medio del
bosque prácticamente". El hecho es que a mediados de los 60, varios historietistas (no sólo
los citados) se habían trasladado a Barcelona desde Madrid en busca de mejores
oportunidades profesionales, alojándose en pensiones, como la pensión Aneto, situada en una
travesía de las Ramblas, la calle del Carme, hoy transformada en hotel. Varios de ellos se
percataron de que si se reunían para trabajar en un mismo estudio podían pagar el alquiler de
un local más grande, por lo que eligieron un chalet del barrio de la Floresta en San Cugat del
Vallés próximo a donde residía Josep Toutain, editor de la agencia Selecciones Ilustradas
para la que trabajaban.
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5 x Infinito.
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En los años sesenta del siglo pasado, La Floresta sería abandonado por la burguesía como
lugar de veraneo y daría paso a la llegada de los hippies y la contracultura que transformarían
el barrio en un verdadero “paraíso”. Ante una España aún muy limitada por la postguerra, un
grupo de personas relacionadas con el mundo artístico y distintos puntos de vista se instalaría
en “un chalet con jardín en medio del bosque” al que llamarían “El Galeón”, y alrededor de
Josep Toutain y Josep Maria Berenguer, también editor y vecino de barrio, se formaría el
Grupo de La Floresta con nombres, hoy consagrados no sólo en el mundo del cómic, que
compartían una gran inquietud artística y su pasión por el cómic, la ilustración y la pintura. Una
nueva forma de hacer cómic había estallado; los dibujantes de cómics ya no eran simples
currantes, ahora eran autores y artistas que ofrecían una perspectiva del cómic adulto diferente
al conocido hasta ese momento dentro de España. Se iniciaba así una verdadera conciencia
de la autoría del cómic como ya había ocurrido en Francia, Italia y Estados Unidos. Pero este
estallido no se quedaría aquí, sino que traspasaría fronteras cosechando grandes éxitos:
primero por toda Europa y posteriormente en todo el mundo, incluido Estados Unidos. En
palabras del divulgador y teórico Manuel García Quintana, su estilo de vida "es anárquico,
informal, desenfadado, abierto a las nuevas corrientes, dispuesto a absorber todo cuanto la
vida ponía a su alcance," encontrando "tiempo para el trabajo, para la diversión y para charlas
apasionadas donde se cuestionan los valores de siempre, hasta entonces aceptados sin
ocasión de rechazo." Como muestra, consta que se intercambian, por ejemplo, libros de
poesía de León Felipe, Federico García Lorca o Miguel Hernández. Desde el punto de vista
técnico, en 1967 realizaron con guion de Manuel Yáñez, varios episodios de la serie Alex,
Khan y Khamar. A continuación, con guion de Jesús Flores Thies (militar, por cierto) primero y
del histórico y reconocido rojo Víctor Mora después, crean la serie Delta 99. A continuación
crean 5 x Infinito con guion de Maroto, distribuída en todo el mundo; para esta obra, el trabajo
se repartía así: Torrents y García hacían las figuras femeninas, Usero y Maroto las masculinas
y Peña las naves y los fondos. El cuarto episodio es sólo de Usero y Maroto y a partir del
siguiente Maroto se encarga en solitario de la obra. El Grupo de La Floresta estuvo activo hasta
principios de los años 70 y posteriormente tres de sus miembros, Usero, Giménez y García,
continuarían trabajando juntos formando el grupo “Premiá 3”, en un chalet alquilado en Premiá
de Mar (Barcelona), en 1973.
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·El Miserere, basado en una Leyenda de Gustavo Adolfo Bécquer
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Pero volvamos a Carlos Giménez y su relación con algo tan tétrico como el Asilo Durán.
Resulta difícil encontrar muchos temas comunes en una obra tan extensa y diversa como la
suya, que, entre otros temas, recorre la historia de España desde los abismos de la inacabable
posguerra hasta la actualidad, por no hablar de sus numerosas incursiones en la ciencia-
ficción. Sin embargo, sí se puede encontrar un hilo conductor, que es aquel que vale, tanto
para el Asilo Durán como para los Hogares de Auxilio Social: Carlos Giménez da voz a
aquellos que no la tienen. El historietista, el autor más importante de la historieta española de
los últimos treinta años, cronista de la transición desde su irrenunciable postura de izquierdas
(“Hay quienes, en una sospechosa pretensión de neutralidad, desean que trate con la misma
dignidad a los que desencadenaron la guerra y los que la sufrieron, igualando así al asesino
con la víctima, al que abusa con el que se defiende, al culpable con el inocente, en una
neutralidad con tufo fascistilla, y no, no soy, no puedo ser, neutral.”), con 80 lúcidos años ahora,
nació en Madrid (lo que no le impidió estar afiliado al PSUC, Partit Socialista Unificat de
Catalunya, los comunistas catalanes), la muerte de su padre y la enfermedad de su madre, que
tuvo que ser internada en un sanatorio, le llevaron a diferentes Auxilios Sociales, lugares
siniestros destinados a menores de edad sin recursos, que el autor describe como un
microcosmos de la brutalidad del franquismo. “Fui el primero en el mundo de los tebeos que
empezó a contar cosas de la época del franquismo. Tenía una colaboración semanal en una
revista, y no estaba seguro de que me fueran a aceptar esas historias. No me propuse hacer
ninguna serie, sino simplemente narrar las cosas que yo contaba a mis amigos, las anécdotas
de mi colegio. Me decían que era una pena que no pudiese llevar eso a mis historietas. Pensé
que no me lo publicaría nadie. En la revista en la que colaboraba, que se llamaba Mata Ratos,
me aceptaron la primera porque la llevé el último día a última hora cuando tenía que entrar en
máquinas. Pusieron una cara de extrañeza porque no entendían muy bien qué era aquello. Era
una revista de tetas y de risas, la clásica de la apertura de la Transición. La publicaron porque
no les quedaba más remedio. La segunda, cuando también se la llevé en el último momento,
me parece que también la publicaron, pero me pidieron que no hiciera más”, recuerda.¿La
censura, pues? “El sentido del humor es tan importante como que en la historia de la censura
las cosas que más se han prohibido han sido las cosas del humor, los chistes. Muy pocas
historietas de aventuras se han prohibido. Pero chistes se han prohibido muchos. Recuerdo un
libro pequeño que leí, que era un manual de la censura, de las cosas que se podían publicar
en las revistas juveniles: no podía existir por ejemplo un rey malo, un hijo nunca debía de
luchar contra su padre… Era la guía de lo que no se podía dibujar en los tebeos. Hasta con El
capitán Trueno, mi amigo Víctor Mora tuvo problemas con la censura. Su personaje era un
cruzado, pero le reprocharon que se hablaba poco de religión y poco de Dios. Le llamaron la
atención y le dijeron que tenía que hacer una historieta en la que estuviese presente la religión.
Entonces dibujó un tebeo que era una aventura alrededor de alguien que había robado una
obra de arte muy valiosa, un cáliz. Al ser un cáliz, ya era una cosa religiosa. La censura ha
estado presente en muchas cosas. Me acuerdo de historias del Oeste en las que no se podía
matar a nadie. Luego hubo una época en que le dio a Fraga por eliminar las armas. Me acuerdo
de un número de El guerrero del antifaz en que en la portada aparecían un montón de
personas lanzándose al ataque, de frente al lector, con las espadas en alto, amenazantes. La
censura obligó a quitar las espadas y quedó una cosa muy chocante porque lo que veías
avanzar hacia ti era un montón de gente con el puño levantado. Fue peor el remedio que la
enfermedad. Además de ridícula y absurda, la censura nunca ha servido para nada. A cambio
de eso, sí ha conseguido que algunas publicaciones ya no tuvieran razón de ser. Lo malo que
tiene el fascismo, la censura, es que esconde cosas, truca cosas, cambia, miente. Pero las
mentiras al final salen a la luz, porque lo que es, es lo que es y más pronto o más tarde te
enteras ”.
Reconocido con el Premio de la Crítica, el Nacional de Bellas Artes, el del Salón del Cómic de
Barcelona, entre muchos otros, jamás se ha apeado de sus principios: “La gente que podía
contar todo aquello con sinceridad o con conocimiento se está muriendo o se ha muerto. Ya
quedamos pocos. Los que lo hemos contado ha habido un momento en que se nos ha
acabado el rencor porque empiezas a ver las cosas como algo que forma parte del pasado.
Pero es bueno no olvidarlo, que quede escrito, que esos álbumes míos se hayan publicado y
estén impresos y queden ahí. Para los que no lo han vivido. Sería una pena que se olvidase:
la memoria histórica, que es una expresión que me gusta, está muy bien. Recordemos la
historia: ahora con todo este crecimiento del fascismo y del racismo es como si la gente se
hubiera olvidado de la Segunda Guerra Mundial, de todo lo que supuso el franquismo, el
fascismo. No olvidemos que era un lugar horrible para vivir, estos fascistas, profascistas o
enamorados de la dictadura, los de Vox, hablan así porque no vivieron en la época de Franco.
Si llegan a vivir el franquismo, no les votaban. Es que eso que estás diciendo, no lo podrías
decir; es que esta forma de vivir, no podrías tenerla. ¿Tú te has divorciado de tu mujer? ¿Has
tenido relaciones sexuales libres? ¿Eres homosexual? Eso en el fascismo, en el franquismo,
no se podía, te arriesgabas a la cárcel, a morir. Por ser homosexual en la dictadura ya eras un
delincuente”.
En cuanto a Paracuellos, como réplica al Asilo Durán, tal vez el tebeo (denominación
reivindicada por Giménez en lugar de cómic u otras) más importante de la historia del cómic
español, fue rechazado en principio por los editores de aquí pero su tremendo éxito en su
publicación por entregas en la revista francesa Fluide Glacial le hizo ganar su primer premio en
el prestigioso festival internacional de Angulema y entonces todos los editores españoles
comenzaron a disputárselo. Dos son los ejes que mueven los recuerdos de Giménez y sus
amigos: el hambre y la violencia; y estos dos temas son los motores absolutos que mueven
este libro de 600 páginas, y que de forma cruda retrata una época de nuestra historia reciente.
Todas las historias del libro empiezan y acaban igual: con unos muros -vistos desde fuera- que
enmarcan el espacio físico donde se va a desarrollar la historia que, ya de adulto, Carlos
Giménez obtiene cuando se reúne con compañeros de esos Hogares y al amparo de unas
cervezas o unas copas empiezan a hablar de sus recuerdos. Aparecen motes e historias que
se van grabando en cintas de casete, y de los recuerdos así registrados Giménez va
elaborando sus guiones y dibujos. Las primeras historietas son cortas, de 4 páginas;
seguramente Giménez se tenía que adaptar al espacio cedido por la revista en la que empezó
a publicar a finales de los 70, revista que sufrió algún atentado terrorista y colaboradores como
Giménez más de una amenaza de muerte por parte de la extrema derecha. Y Carlos Giménez
dice en su prólogo: no quiero dejar sólo testimonio de lo que ocurría en unos hogares
siniestros (donde también se ejercía la represión, puesto que muchos de estos niños son hijos
de rojos muertos o encarcelados) sino explicar que lo que ocurría en el Hogar era un reflejo de
lo que ocurría en todo el país: se pegaba en los colegios, en los trabajos, en las casas, en los
cuarteles… y en casi todos los sitios había hambre. Inolvidable el día de visita en el Hogar:
dos domingos de cada mes, los familiares de los niños los veían de 4 a 6 de la tarde. Los más
afortunados recibían visitas y paquetes con comida. Los que no recibían visitas vagaban entre
los otros, intentando dar lástima para ver si caía algo. Recibir paquetes con comida está
prohibido, pero el “instructor del Hogar” hace la vista gorda a cambio de algún dinero que le
entregan los familiares. Y recibir paquete ha conferido a ese niño un raro poder: los
desafortunados empezarán a rondarle, y el mundo de los adultos y sus códigos extraños se
trasladan al mundo de los niños: “Mira, si me das un higo te dejo que me des un puñetazo con
todas tus fuerzas” “¿En la cara?”, contesta ilusionado el otro niño. Hay niños que deciden
comerse todo su paquete de golpe para que no le roben la comida. “Algunos de estos, por la
noche, devolvían. Arrojaban toda la comida casi entera. Y llegamos a la viñeta final de esta
historieta: “…lo que permitía que otros, como el personaje del niño Pirradas, pudieran, a la
mañana siguiente, escarbar en los devueltos y reciclar todo lo aprovechable.” Y el niño en
cuclillas come del suelo y dice “Sabe un poco agrio…”. Los niños son reflejo del mundo de los
adultos, con sus peleas, sus robos, pero también se recogen en Paracuellos momentos de
ternura, de sonrisas y juegos, especialmente emocionantes sus las ensoñaciones, imaginando
su vida fuera del Hogar. El Carlos Giménez del presente todavía recuerda aquello porque el
hambre no se olvida. “El hambre nunca se termina de quitar del todo. Por ejemplo, tengo un
aprecio muy sobrevalorado de la comida. Yo no tiro nada de comida. Se me ha quedado un
trozo de filete y me dicen que lo tire. No. Lo guardo en la nevera, a lo mejor luego a la noche
me lo tomo como aperitivo. Ese trozo de comida, para mí, mientras no esté podrida, sigue
siendo comida válida. Mientras valga, soy incapaz de tirar comida. Si pierdo dinero, no sufro
tanto como si pierdo comida. La comida tiene para mí un valor por encima del dinero que
cuesta, es el valor de la persona que ha pasado hambre y que lo tiene grabado a fuego”.
Cosas de la guerra, de aquella guerra nuestra, interminable porque, en palabras del ya
desaparecido escritor vasco Ramiro Pinilla, aún no está acabada, con ese premeditado olvido
de muchas cosas, con una operación omertá sobre el sufrimiento de generaciones de
ciudadanos, con una necesidad de memoria porque la guerra sí que existió.
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