Hoy, 15 de mayo, cumpliría años el cantante e icono latino, al menos en Estados Unidos, Trini López, si no fuera porque, hace casi dos años, unas complicaciones del Covid-19 por el que estaba hospitalizado en un centro de Palm Spring, en California, se lo llevaron por delante, como a muchos otros, anónimos o no. Casi desconocido para nosotros, Trini López es recordado con afecto indeleble por los nostálgicos, reconocido casi como un héroe por los latinos de Estados Unidos. En enero de 1964 podían leerse en los diarios de París titulares que hablaban con entusiasmo del éxito fenomenal que tenía allí un cantante latino estadounidense llamado Trini Lopez. y se preguntaban al mismo tiempo quiénes eran esos cuatro muchachos de flequillo que no paraban de mover las cabezas mientras cantaban.¡Los Beatles eran los teloneros de Lopez, la atracción principal de aquellos conciertos en el famoso Teatro Olympia de la Ciudad Luz!.Poco después llegó el histórico desembarco beatle en Estados Unidos, coronado en el show de Ed Sullivan. El imponente e inmediato éxito de los Cuatro Fantásticos de Liverpool desplazó a Lopez (y a todos los demás) a un segundo plano. Pero su popularidad ya era enorme por entonces. Y se acrecentó a lo largo de esos años. Su tema más popular, "If I Had a Hammer" ("Si yo tuviera un martillo"), tema de Pete Seeger, llegó a estar primero en las listas de los singles más vendidos al mismo tiempo en 25 países. Había nacido como Trinidad Lopez en un suburbio de Dallas (Texas), en el hogar de una familia de origen mexicano en la que nunca alcanzaba la comida, en un barrio pobre llamado Little Mexico, Empezó a tocar la guitarra a los 11 años. Cuando estaba en la escuela secundaria comenzó a recorrer los alrededores con un grupo que él mismo había formado actuando en un circuito de clubes de la costa oeste de los Estados Unidos y una noche fue visto por Frank Sinatra. Trini había conseguido salir de una situación que en el momento del lanzamiento de su carrera artística, a finales de los años 50, forzó la expulsión de dos millones de inmigrantes mexicanos llegados a Estados Unidos sin papeles. Su padre era uno de ellos. De no haber encontrado en su camino a La Voz, junto a una mezcla casi providencial de talento y azar, a Trini Lopez le hubiese tocado una vida muy parecida a la de miles de emigrantes mexicanos pobres que intentaban llegar a Estados Unidos como única alternativa a un futuro de pobreza y necesidad. Precisamente, otro factor que parece haberle dado un rasgo de autenticidad a López fue haber acentuado, a diferencia de otros artistas, su origen latino y mexicano en su manera de interpretar. "Estoy orgulloso de ser un mexicano", dijo a The Seattle Times, en 2017.
El sueño de Trini Lopez ya era una realidad. Triunfó en Las Vegas (donde se hizo gran amigo de Elvis Presley) y Nueva York. Grabó más de 40 álbumes. Recorrió el mundo (Holanda, España, Italia, Inglaterra, Canadá y hasta en Australia, Nueva Zelanda y... Beirut) con sus éxitos. Atrás habían quedado las frustraciones de que se negaran a grabarlo si no cambiaba su apellido por uno sajón, los maltratos en su ciudad que lo llevaron a contar en 2008 que por su condición de mexicano era tratado "peor que los negros", y los traspiés con varias grabaciones que no llegaron a buen puerto. Con una voz cristalina y una simpatía arrolladora, López se hizo ídolo de la mano de un repertorio en el que se fueron mezclando éxitos bailables del rock and roll con versiones de baladas y temas románticos en castellano. De la mano de Sinatra, fue dejando poco a poco los temas más encendidos para reinventarse como un intérprete dedicado sobre todo a las baladas románticas y los temas melódicos. Fue suya una de las versiones más populares de "La bamba", y también "Cuando calienta el sol", "Granada", "Cielito lindo" y muchos más. Su éxito musical fue aprovechado de manera fugaz en el cine con una aparición en la película Doce del patíbulo (1967), de Robert Aldrich, uno de los éxitos del cine bélico y de aventuras de esa década, junto a Lee Marvin, Ernest Borgnine, Donald Sutherland, Charles Bronson y Telly Savalas. La presencia de Lopez en la pantalla es mucho menor a la esperada en una estrella musical de repercusión inmensa como la que tenía en ese momento. Y ahí, a la película, queríamos llegar.
Dentro de la apasionante filmografía de Robert Aldrich, uno de los más aguerridos hombres de izquierdas de la posguerra en Estados Unidos (no en vano, dijo que estuvo a punto de hacerse comunista y de ganarse unos cuantos enemigos durante la Guerra Fría), hay sitio para muchos tipos de películas, algunos de los cuales le valieron no pocos ataques de los que proclamaron que se había traicionado a sí mismo, y había realizado proyectos que negaban sus ideales y su estilo de vida. Aldrich nunca fue un director muy dado a las concesiones. El responsable de ¿Qué fue de Baby Jane? es, sin lugar a dudas, uno de los más grandes de la historia del cine. Una leyenda forjada sobre una máxima: ni un paso atrás. No solo eso, sino que estamos ante uno creativo de esos que parecen haber nacido demasiado pronto. Algo que se ponía especialmente de manifiesto allá por 1967 con esa auténtica y salvaje maravilla titulada Doce del Patíbulo (‘The Dirty Dozen’), la película por la que recibió más ataques por parte de los más progresistas y también de los más conservadores (que le odiaban), que fue el gran éxito de su carrera, una película que, en sí misma, representa la cima y el resumen de cierta concepción del cine bélico norteamericano, que durante tres décadas había evolucionado contando las gestas del ejército norteamericano en la Segunda Guerra Mundial, con títulos más o menos interesantes, algunos más heroicos y otros más cínicos. Pero para cínica, Doce del patíbulo, que también posee una buena dosis de heroísmo, aunque sus héroes sean la panda de soldados más desastrosa, siniestra y contradictoria de la larga y magnífica historia del cine bélico. Basada en una novela de E.M. Nathanson, Doce del patíbulo propone una visión bastante sarcástica sobre la apestosa naturaleza de la guerra y el mamoneo que reina dentro de los estamentos militares.
“Disparen a todos los oficiales que vean allí”
“¿Nuestros o de ellos?”
“Empiecen por los de ellos, si no les importa”
Doce del patíbulo es una película en la que nada sobra y nada falta, en un continuo secuencial dentro del cual caben varias películas: una comedia bufa en la que la camaradería sustituye a la desconfianza inicial entre todos los miembros del grupo, una fuerte crítica a la institución militar, como si asistiéramos a una película-denuncia y una película bélica en la que prima el suspense a la acción, aunque acción hay a raudales y muy intensa. Aldrich filma mostrando la crudeza infernal de la guerra, pero también un muy afinado estudio de caracteres, pues define a la perfección incluso a los personajes más secundarios, valiéndose simplemente de gestos y réplicas, dibujando con muy pocos trazos unos rasgos de personalidad y creando un verdadero grupo de rufianes a cual más peligroso y sanguinario, pero sin exagerar los elementos más oscuros, dándoles a todos la oportunidad de encontrar la redención. Es decir, no juzga a unos personajes a menudo terribles, sino que en parte les compadece y les da una oportunidad, aunque no comparta muchos de sus puntos de vista. Al comandante Reisman (imperial Lee Marvin), un oficial grosero, maleducado e insubordinado. (su mayor virtud no es la disciplina, lo que le condiciona a no mantener buenas relaciones con los militares de alto rango, todos ellos demasiado conservadores), le encargan, como castigo (o quizá porque es la persona ideal), la demente misión de entrenar a una docena de militares convictos para llevar a cabo una infiltración tras las líneas enemigas, colarse en una fiesta nazi, y asesinar a todos los altos oficiales que se pueda. Muchos de esos convictos están condenados a muerte y, como es lógico, harían cualquier cosa para escapar del entrenamiento y alcanzar la libertad, pero todos ellos, hasta los no condenados a muerte, son gente de cuidado, con escaso aprecio por la disciplina, y ninguno por los superiores. En realidad, se trata del relato más crítico con la cadena de mando que imaginar quepa, pues para ganarse la confianza y el respeto de sus hombres, el comandante Reisman tendrá que bajar al nivel moral de sus doce sucios elegidos, casi doce apóstoles con barbas y mugre incluida, jugando a su juego, sorprendiéndoles continuamente, participando de sus chanzas y llegando a respetar a cada uno de ellos. En la la parte final de la película, presidida por un sentido del suspense absolutamente excepcional, que se mantiene sin fallas durante más de veinte minutos, y en el que realmente nos importa el destino de los personajes con los que tanto tiempo hemos convivido, y nos quedamos sin respiración por su brutalidad, lo impredecible que resulta, el horror de la guerra y la masacre entre seres humanos, la dignidad en la muerte y la falta de dignidad en el asesinato. Mi secuencia favorita: Reisman demostrando a Jiménez, el de la guitarra, (Trini López), a tiro limpio, que puede subir la cuerda.
Doce del patíbulo es una película de siempre gozoso visionado, que contagia un extraño optimismo (pese a que la mayoría de los protagonistas mueran) y que confirma que los nazis, siempre de actualidad, son los villanos más fotogénicos jamás ideados. La película se estudia en numerosas escuelas de negocio como un manual para la gestión de personas, pues, en ella, Reisman tiene que enseñar a sus hombres algo de lo que él carece, esa disciplina y respeto por los superiores, tan importante en el Ejército, y lo logra en cierta manera, haciendo que primero logren desprenderse todos de su individualismo, provocando que se unan en un mutuo odio contra él, para luego demostrarles que el Ejército Americano (representado por el odioso amante de la disciplina Coronel Breed, interpretado magistralmente por Robert Ryan) tampoco es plato de su gusto. Tanto si se ve por primera vez como si es un revisionado, la recomendación es observar más allá del mero argumento y acción de la película para intentar responder las cuestiones sobre management que suscita la postura de Reisman, que es lo que se estudia en las escuelas de negocio: ¿Cuándo y cómo usa el poder de forma coactiva? ¿Cuáles son sus fuentes de autoridad? ¿Cómo motiva a sus hombres? ¿Cómo los consigue integrar? ¿Cómo les da reconocimiento? ¿Les concede algún status? ¿Cómo los desarrolla? ¿Delega? ¿Cuál es su filosofía de mando? ¿Qué hace inicialmente para convertir el grupo en un equipo?…, y muchas más. Apasionante, ¿no? De visión obligada.
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