Las relaciones de los actores de cine y teatro con la
televisión han sido desde tormentosas a productivas, pasando por inexistentes
en algunos casos; hay tantos modelos de relación como actores, pero, por
término medio, dichas relaciones han sido fluidas y constantes desde los años
cincuenta. Algunos actores han usado la televisión como simple fuente de
ingresos o refugio para los malos tiempos, otros como lanzadera de sus
respectivas carreras y algunos incluso con profunda convicción artística. Y
otros, como Richard Harris, hizo durante toda su vida lo que le dio la real
gana, también en la televisión. Harris forma parte de la historia del medio,
tanto por las entrevistas que concedió, como por un par de momentos televisivos
especialmente relevantes, relacionados con su aptitud musical y su destreza
para las noches de mal beber. Los espectadores más jóvenes quizás sólo conocen
a Richard Harris como el mago Albus Dumbledore de la saga Harry Potter. En años
anteriores Harris había aparecido en títulos importantes como Los cañones de
Navarone o Rebelión a bordo. Luego le dio por trabajar con Antonioni en El
desierto rojo, fruta maravillosa para degustadores del posestructuralismo y la
teoría de los colores, para pasarse poco después a las películas de respetable
presupuesto y no menos ambición, como Un hombre llamado Caballo, tuvo gusto por
los textos clásicos y la sagrada historia del mundo y de Inglaterra, que para
algunos es lo mismo. El único problema era que la vida personal de Harris era
tan interesante, o disparatada, según se mire, que sus logros artísticos solían
quedar en segundo plano. En realidad, Harris era uno de los actores más dotados
de una generación de intérpretes de enorme talento para la escena y la bebida:
Richard Burton, Peter O’Toole, Laurence Harvey, Oliver Reed, Peter Finch,
Albert Finney... Harris era un animal de la interpretación del que nunca
podremos decir que habría llegado muy alto si hubiese bebido menos, porque
llegó a lo más alto y lo hizo con la copa en la mano. Pero el Harris artista
siempre se resistió a perderse definitivamente entre copas o drogas. Y el
hombre dotado para tantas artes como musas hay en el Olimpo se atrevió con la
música para darnos una de las más perfectas interpretaciones televisivas de una
canción que puedan recordarse. Porque Harris era un gran cantante, también. A
finales de 1967, Richard Harris y Jimmy Webb coinciden en una fiesta benéfica.
El primero viene de triunfar mundialmente con la película musical Camelot, uno
de los puntos más álgidos de su carrera, y es uno de los principales reclamos
de los anfitriones para lograr una mayor recaudación entre los donantes, mientras
que el segundo está encargado de amenizar musicalmente la velada, tocando el
piano. Nuestros dos protagonistas empiezan a hablar y ¡hala! el actor irlandés
traslada al compositor su interés en sacar un disco, algo que a priori no es
tomado demasiado en serio por Webb. Sin embargo, cuando algún tiempo más tarde
recibe un telegrama del primero, conminándole a trasladarse a Londres para
ponerse con ello, el compositor ve que la cosa no tiene nada de broma y le hace
llegar una selección de canciones. Y sí, efectivamente, después de escucharlas
de forma exhaustiva, Richard Harris selecciona «MacArthur Park» para debutar
como solista en el mundo de la música. Sorprendentemente, la pieza funcionó
mucho mejor de lo que cabría esperar: la grave voz de Harris, con ese aura
teatral que tantos réditos le había dado en su carrera como actor, se ajustaba
como un guante a una letra llena de imágenes metafóricas, versos ininteligibles
y supuestos mensajes ocultos. El resultado es ciertamente emotivo, y pese a lo
barroco de la composición, para el público del momento resultó difícil no
quedarse prendado de esa pequeña sinfonía llena de gravedad, melancolía y
misterio. No deja de ser una anécdota curiosa, pero el tema alcanzaría el
número uno, diez años después, a raíz de la versión grabada por la diva de
música disco Donna Summer. Y ahí va una segunda anécdota: años más tarde,
cuando el productor George Martin y Webb coincidieron en un evento, el hombre
detrás de The Beatles se atrevió a confesarle que sólo se había permitido
alargar «Hey Jude» por encima de los siete minutos después de ver lo que
«MacArthur Park» había conseguido…
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