jueves, 13 de junio de 2024

Humor y dictaduras.

 


Los regímenes autoritarios no entienden de humor. No obstante, muchos humoristas no renuncian a reírse de ellos: una forma de resistencia por la que colegas en otros países tienen mucho respeto. El auge de la ultraderecha es un hecho en toda Europa. Decía Federico Fellini que “la época del fascismo elevó la imbecilidad al rango de pensamiento político”. El prestigioso poeta y dramaturgo alemán Bertold Brecht afirmaba que no se debe combatir a los dictadores sino ridiculizarlos y así, el humor se convierte en un arma no sólo de resistencia sino también de construcción. “La risa, el humor y los chistes políticos suelen ser –en la acertada definición de George Orwell– pequeñas revoluciones y enemigos acérrimos del autoritarismo, las dictaduras y los totalitarismos”. Se dice que el humor es la mejor combinación de la tragedia con el tiempo. Esta máxima aumenta el mérito de tantos anónimos personajes que, desde su trinchera de ingenio y cuando fue necesario, combatieron la incidencia de la dictadura con su humor de combate. ¿Qué humor surgió en torno a los totalitarismos del siglo XX1? ¿Qué chistes se hacían en los campos de concentración? Un viejo chiste soviético decía: “Un juez sale de su juzgado partiéndose de risa. Otro juez se le acerca y le pregunta de qué se ríe tanto. ‘¡Acabo de oír el mejor chiste del mundo!’ ‘¡Pues cuéntamelo!’ dice el otro juez. ‘No puedo —dice el primero, aún secándose los ojos por las carcajadas—. ¡Acabo de sentenciar a un tío a diez años por contarlo!’”. ¿Se reían los italianos de Benito Mussolini? ¿Sabíais que Franco es el dictador sobre el que más humor se ha hecho? Se dice que el humor es la mejor combinación de la tragedia con el tiempo. Esta máxima aumenta el mérito de tantos anónimos personajes que, desde su trinchera de ingenio y cuando fue necesario, combatieron la incidencia de la dictadura con su humor de combate. Aquí no es nuevo: la Dictadura de Primo de Rivera es un periodo esencial para comprender los inicios de siglo XX en España. La Dictadura recoge a una población desilusionada con la política y termina creando un fuerte sentimiento republicano en ella, llegando incluso a terminar derrocando al rey. De igual forma, tras el colapso de los sistemas creados artificialmente por la Dictadura, el conservadurismo quedaría desmembrado y sin liderazgo. Este estado de “catatonia política” permitirá a las izquierdas llevar la iniciativa en la década siguiente. Una vía de crítica, en ese contexto de pérdida de libertades, era la crítica enmascarada con humor gráfico, donde la simbología y los juegos de palabras permitían la interpretación de los dobles mensajes y escapar a la censura. De esta forma, nos encontramos que uno de los principales canales para la disidencia, en un contexto de negación de la libertad de expresión, fue el del humor gráfico. Los chistes fueron una válvula de escape ante unas condiciones de vida con frecuencia insoportables. Se dice que incluso los mandatarios los contaban, porque eran plenamente conscientes de las contradicciones y limitaciones de un sistema que, sin embargo, defendían para mantenerse en el poder.


Hasta las sociedades democráticas necesitan los chistes,
quizá no tanto para mantener la moral, sino simplemente porque forman parte de la naturaleza humana y, reconozcámoslo, pocas cosas resultan instintivamente más agradables que reírse de un poderoso. Pero las democracias también necesitan lo contrario de los chistes: las discusiones agrias, el intercambio de argumentos encendidos y los enfrentamientos francos. En España, sin embargo, últimamente en lugar de amparar ambas cosas con normalidad, y con una cierta indiferencia cuando es necesario, se está intentando sofocarlas. Por un lado, los chistes: Willy Toledo por su Facebook, César Strawberry (condenado por hacer chistes en Twitter sobre el Rey o los Grapo), Cassandra Vera (condenada y luego absuelta, por bromear con Carrero Blanco),… y a psar de que en una democracia no se homenajea a dictadores y tiranos, aunque resulte extremadamente desagradable, uno de los rasgos que caracteriza a muchas democracias es, precisamente, que permiten homenajear a dictadores y tiranos. Las bromas de mal gusto pueden producir repulsa o sentimientos de ofensa, la exaltación de un dictador es un insulto deliberado a todas sus víctimas, pero deberíamos soportar esas cosas sin reprimirlas penalmente. Por supuesto, ningún Gobierno democrático afirmará jamás que quiere limitar la libertad de expresión e incluso los ciudadanos más libertarios reconocerán que la libertad de expresión está llena de zonas grises y es imposible que carezca de restricciones Lo difícil no es estar a favor de la libertad de expresión, sino decidir dónde poner la línea roja y esa línea roja hay que ponerla lo más lejos posible porque cuando prohíbes a los demás expresar sus opiniones, por desagradables o chuscas que sean, estás invitándoles a que hagan lo mismo con las tuyas cuando sean ellos quienes lleguen al poder. En otro chiste soviético, un fiel camarada le preguntaba a otro si, cuando por fin se alcanzara el verdadero comunismo tras el periodo de transición, sería necesario que siguiera existiendo la KGB, la temible policía secreta. El otro le respondía: “No, camarada. Cuando por fin lleguemos al verdadero comunismo ya no será necesaria la KGB porque la gente habrá aprendido a detenerse a sí misma”.


En un tiempo oscuro como fue la década de los cuarenta del siglo XX en España, la gente buscó ese momento grato que podían proporcionarle los medios de comunicación de masas, convertidos desde que se crearon en los transmisores de los distintos modos de expresión. Hoy sabemos que la oferta que nos ofrecen es enorme, pero entonces, en un país abatido por la pobreza, la incomunicación y la inexistencia de soportes que los difundiesen, fue muy difícil acceder a su disfrute para pasar un rato de asueto. Efectivamente, la televisión no existía, el cine no podía verse en todos los lugares y la radio estaba condicionada por la presencia de la electricidad. Otros difusores, como por ejemplo el fonógrafo, eran muy escasos. Por ello, en ese momento histórico, la historieta se convirtió en una de las primeras industrias dedicadas al entretenimiento, no en cuanto al dinero generado, pero, sí en lo concerniente a su difusión y popularidad entre la gente. Existe la idea entre los investigadores de la Historia Contemporánea de que la Guerra (in)Civil no acabó en 1939, sino que lo hizo en 1952, momento en que se dejan sin efecto las cartillas de racionamiento, un elemento inequívoco de la presencia de la escasez. Pese a ello, hay quien alarga aún más este periodo de tiempo de hambre y miseria, pero se cree que al producirse este evento se llegó a un momento suficientemente significativo como para pensar que por fin se terminó ese periodo de sufrimiento para la mayoría de la población. Sea como fuere, entre 1939 y 1952 se llegaron a editar algo más de mil colecciones diferentes de tebeos entre las que estaba todo el espectro posible que soporta este tipo de cultura de masas: cuadernos de pocas páginas y precio asequible, revistas infantiles y juveniles provistas de textos e historietas, suplementos dominicales de periódicos y revistas, publicaciones de humor, etc. O sea, que si el cómic, tebeo o historieta es un medio cuyo poder de comunicación es grande, usarlo para imbuir de unas ideas concretas a sus usuarios no es difícil. Por ello, en los primeros años de posguerra, con una población que tenía grandes carencias en cuanto a su grado de alfabetización y a la que los medios de comunicación de masas no llegaban con demasiada facilidad, el tebeo se constituyó en un elemento de primer orden para el adoctrinamiento político. A modo de ejemplo, en un tebeo de la época se insertó una historieta en la que al final un niño reflexionaba sobre «¿para qué tendré que estudiar si para matar rojos, que es lo que yo quiero, no se necesita?». La contienda determinó que los ideales políticos sin subterfugios entrasen de manera masiva en la historieta. Rataplán, Alegría Infantil, Camaradas, Calderilla o el Almanaque Pionero mostraron en sus páginas el adoctrinamiento y la lucha por el control ideológico del mundo infantil republicano, mientras que entre los tebeos de los insurrectos habría que destacar Flechas, Flecha, Pelayos y el que resultaría de la unión de estos últimos: Flechas y Pelayos.


Prácticamente, desde que el 1 de Octubre de 1936 se le concede a Franco la Jefatura del Estado en la Capitanía General de Burgos, los tebeos contienen esta ideología oficial del régimen. Hasta los nuevos editores estaban insuflados de fervor nacional. Hubo empresas surgidas en los primeros años de la dictadura que se llamaron Editorial Española, Editorial España, Editorial Iberia, Ediciones Patrióticas, etc. Por su parte, tampoco los títulos de las revistas no se quedaron atrás al respecto. Por ejemplo, los «capitanes», «sargentos», «tenientes» y otras graduaciones militares similares fueron algo muy corriente para añadir al nombre o al adjetivo del personaje principal de alguna colección. Además, hubo cabeceras que aludían también a su condición patriótica como Bravo Español, Centurias y las citadas Pelayos, Flecha y Flechas y Pelayos. Fray Justo Pérez de Urbel, el director de esta última, imprimiría un fuerte toque religioso-político-militar; Flechas y Pelayos fue el franquismo hecho tebeo. Diversión, sí, pero para acceder a ella había que permitir forzosamente la exposición manifiesta de los valores patrios, lógicamente, los que el régimen aquel consideraba como buenos, excluyendo los que a su juicio no lo eran; incluso las editoriales cuya sede social se hallaba en ciudades que habían quedado en la zona republicana debían pedir permiso de edición para cada número que fuesen a editar, aunque fuese la misma cabecera.


En ese contexto, en el que una publicación desaparecía por su ideología o, simplemente, por estar en el momento o lugar “equivocados”, la revista satírica valenciana La Traca no cayó en el olvido por casualidad, su pérdida fue provocada, una memoria mutilada; el régimen franquista acabó con una publicación cuyo acceso, incluso hoy en día, ha resultado una tarea casi imposible, pues la destrucción de muchos de sus números no ha evitado que, escondidos aquí y allá, quedarán algunos ejemplares que dieran cuenta de la que fue una de las revistas de más éxito del país, con una tirada en 1931 de medio millón de ejemplares, solo comparable a la que consiguió cincuenta años después Interviú. La huella que dejó, sin embargo, fue imborrable, en gran medida por su cruzada contra la Iglesia o el auge de los regímenes autoritarios. No en vano, sus dibujantes fueron los primeros y únicos en caricaturizar la figura del dictador Francisco Franco, a quien se retrataba vestido de mujer o enamorado de apuestos hombres marroquíes. El atrevimiento, sin embargo, tuvo sus consecuencias una vez llegó la dictadura, que silenció a sus impulsores a base de fusil ya que lo primero que hizo la vanguardia falangista cuando entró en València fue ir a los estudios de Radio Valencia a buscar al editor de la revista y algunos de sus compañeros para fusilarlos. El hecho ejemplifica hasta qué punto el editor de La Traca llegó a convertirse en enemigo personal de Franco (siempre afeminado) y Queipo de Llano (un alcohólico siempre borracho), quienes, después de la victoria fascista, hicieron todo lo posible para extirpar cualquier recuerdo de la revista y sus principales responsables. La represión fascista sería especialmente terrible para el editor Vicent Miguel Carceller y Bluff –pseudónimo con que firmaba Carlos Gómez–, que fueron detenidos y torturados para que revelaran la identidad de Tramús. Al editor le harían comerse un ejemplar de su revista. Pero el silencio que guardaron ambos salvaría la vida de Enric Pertegàs Ferrer, uno de los ilustradores valencianos más avanzados de su tiempo, famoso por sus desnudos femeninos, y que viviría hasta el 1962.


Fundada el 1884 en València, fue editada inicialmente en valenciano y pasó por diferentes épocas y cierres, muy a menudo por orden gubernativa, puesto que su humor salvaje e irreverente, especialmente ácido con la Iglesia, le comportó muchos problemas con la censura a lo largo de toda su existencia. El 1908 tomaba el timón de la editorial Vicent Miguel Carceller, periodista y escritor –autor de una docena de obras tanto en castellano como en valenciano– muy próximo a las ideas blasquistes. De hecho, el mismo Blasco Ibáñez colaboraría con La Traca, así como otros intelectuales y poetas de la época orden, como Carles Salvador o Maximilià Thous. La Traca forma parte de un género periodístico muy común a Europa y en los EE.UU. desde finales del siglo XIX hasta muy entrado el XX que a diferencia de los primeros diarios, ya no busca su público entre la gente acomodada, sino en la población más humilde. En todos los países, estas publicaciones tuvieron un gran éxito gracias a ser una prensa muy barata y defender los intereses de su público. Su tono satírico no escondía una toma de posición política radical y explicada de forma sencilla y directa. En el caso de La Traca se plasmaría en un profundo republicanismo, anticlericalismo y valencianismo. La extrema represión que sufrió La Traca y su equipo prácticamente la hicieron desaparecer de la memoria colectiva valenciana. Solo los últimos años se han acometido algunas iniciativas para recuperar la memoria de la fructífera tradición de ilustración satírica valenciana que se encontraba entre las más avanzadas de su tiempo, hasta que la dictadura la suprimió de golpe. “El citado semanario se dedicaba de la manera más baja, soez y grosera a insultar a las más altas personalidades representativas de la España Nacional, de la dignidad de la Iglesia y los principios informantes del Glorioso Movimiento Salvador de nuestra Patria, aprovechando la popularidad adquirida en años anteriores, en beneficio de la subversión marxista”, reza el documento que formalizaría el asesinato del editor y dibujante. De esta forma, el régimen acusaba a ambos de los delitos de adhesión a la rebelión militar, previsto y penado en el artículo 238 párrafo 2º del Código de Juticia Militar, una pena de muerte a la que sumaba otra de treinta años de reclusión mayor para el dibujante José Mª Carnicero Hernández.

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1En una dictadura, cuando uno se planta en medio de la plaza del pueblo y empieza a gritar que el tirano es un imbécil, le pueden detener por dos cosas: por escándalo público y por divulgar un secreto de Estado”. Josep Pernau (1930-2011) recoge en el libro Humor de combate: cómo sobrevivir a las dictaduras, de Roca Editorial, un sinfín de ocurrencias como ésta; historias que han servido de desahogo a multitud de personas en épocas de opresión. Desde un anonimato inevitable, la risa clandestina y mordaz se alza siempre como la mejor arma en tiempos difíciles.


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