miércoles, 19 de junio de 2024

La vida fuera de registro.



El ser humano, tan inteligente para algunas cosas, demuestra una aparente memoria de pez para otras; llevamos años hablando (y sólo hablando) de lo perjudicial que es la especie humana para el planeta, y eso nos lleva a recorda Koyaanisqatsi, pelicula documental excelente para mostrar como la humanidad "eclipsó" o modificó la naturaleza a su gusto, destruyendo gran parte de su esencia, construyendo grandes ciudades habitadas por millones de personas que se transportan de una ciudad a otra, y al final, como estas, segun una profecía judeocristiana, todas seran destruidas a fuego y hechas cenizas (similar al castigo a la Babilonia). Toda estas escenas junto a la musica hipnotizadora del genio Philip Glass, quien con sus composiciones nos guiara en cada escena. Pelicula totalmente realizada entre los años 1975 y 1982 y producida por Francis Ford Coppola, es la primera parte de lo que sería luego una trilogía formada por la propia Koyaanisqatsi, la que ha "calado" más, Powaqqatsi (la vida en transformación) y Naqoyqatsi (la vida en guerra), singular documental que refleja la colisión entre dos mundos obligados a convivir: por un lado la vida de los hombres en la sociedad moderna, la vida urbana y occidental, llena de tecnología, ciencia y consumismo. Por otro la naturaleza y el medio ambiente del planeta Tierra. Sin voz humana, tan sólo con el poder de las imágenes y la banda sonora minimalista de Philip Glass, Godfrey Reggio, su director, presentó este documental ante 5000 personas el 4 de Octubre de 1982 en el Radio City Hall de Nueva York, convirtiéndose al instante en un documental de culto (¡hace más de cuarenta años!).


Koyaanisqatsi, difícil de pronunciar al primer intento, es un viejo vocablo de los indios Hopi1 para expresar la idea de “vida fuera del equilibrio”. Se inspira en las profecías Hopi que “excavar las riquezas de la tierra es cortejar el desastre”, que “al acercarse el día de la purificación se tejerán telas de araña de un extremo al otro del planeta” y finalmente que “podría ser que algún día sea arrojado del cielo un receptáculo de cenizas que queme la tierra y evapore los océanos”. Con estas tres ideas la película trama un escenario narrativo que se apoya en una técnica cinematográfica singular, la de acelerar las imágenes hasta crear un verdadero efecto de vértigo al espectador. Aunque quizás no será la Abuela Araña la que teja los hilos, sino el hombre moderno, que levantará sus torres, sus arañas de hierro, tendiendo cables entre torre y torre. El viaje fílmico está lleno de grandiosidad. Parajes como el Gran Cañon del Colorado con sus inhóspitos y escarpados relieves se convierten en el vientre de la Madre Tierra, que como las vellosidades de nuestro estómago, permiten por su fondo diluir los líquidos vitales que vierte el cielo. Un cielo con interminables ejércitos de nubes que lo atraviesan sin detenerse a la velocidad de vértigo. Y sin embargo, uno tiene la sensación de volar sin más. Pero el verdadero corazón de esta película lo constituyen las incesantes riadas humanas deambulando por las calles, con rostros perdidos en el infinito, subiendo escaleras mecánicas como si la tierra nos vomitara. Miradas esquizofrénicas entre basura y miseria, entre máquinas de guerra y aviones que parecen mezclarse con las inacabables procesiones de coches en autopistas anchas como campos de fútbol. Edificios que desafían al cielo, donde sus cristales reflejan un cielo ajeno a sus moradores. Conteos de billetes por máquinas automáticas. Cadenas de montaje de máquinas de alimentos, todo circulando como si nunca nada se detuviera. Circuitos que se funden con la vista de pájaro de la trama urbana. Gente que camina apresurada, personas esclavas en oficinas que no apagan nunca sus luces jamás, brazos robot y gente adicta a los videojuegos que sujetan a sus bebés en brazos, gente tomando el sol en la playa con el fondo de una central nuclear. Estamos ante una película provocadora, arte en bruto que reclama nuestra atención, imágenes a las que la audiencia le entran de forma violenta como sacudidas por un terremoto, aunque también nos aporta relajo, espacios para respirar y de esta forma podamos simplemente gritar: ¡basta!. Pero para entonces, todo nuestro mundo se dinamita y bloques de viviendas enteras se vienen abajo como si de la coreografía de un ballet clásico se tratara para finalmente alcanzar la clímax con la conquista del espacio exterior. Una metáfora bestial para advertir que de nada nos sirve salir al exterior pues nuestra mirada sigue en tierra, rodeada de desequilibrio y con una naturaleza que todavía nos ama aunque nosotros la despreciemos. La música que acompaña como la luz al alba es cristalina y fluye como los reflejos de una aurora boreal. Las transiciones entre los temas parecen no tener ni principio ni fin. La instrumentación permite apreciar a cada elemento muscial con claridad, con su color y registro, las cuerdas y el viento con cada son particular. Si uno toma tan sólo la banda sonora le permitirá revivir cada escena. Para los seguidores de Philip Glass, en Koyaanisqatsi tenemos una obra deliciosa, una de las mejores del autor; el estilo musical personal de Philip Glass, que trabajó durante más de tres años para la película, calificado de modular se distingue por su estructura repetitiva pero con una lograda musicalidad que se adapta perfectamente a la narración. Uno no sabe si las imágenes siguen a la música o al revés.


Ésta es una película que rompe con todos los esquemas tradicionales, sin diálogos ni estructura narrativa, pone lo que tradicionalmente se consideran elementos de trasfondo tales como paisajes, ciudades y multitudes al frente con el fin de producir una intenso viaje a través de nuestro planeta en lo que se considera un poema visual extraordinario. Un magnífico trabajo que invita a reflexionar sobre el impacto de la huella que está dejando el hombre sobre la Tierra y sus consecuencias. La Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos consideró a Koyaanisqatsi "culturalmente significativa" y ahora se conserva en el Registro Nacional de Cine.

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1Hopi, forma abreviada de Hopituh Shi-nu-mu ("pueblo pacífico"), tradicionalmente ocuparon el área de "Cuatro Esquinas" (Confluencia de los actuales estados de Arizona, Utah, Colorado y Nuevo México en Estados Unidos). En la actualidad viven en pequeños grupos de poblados autónomos ubicados en tres mesetas en el noreste de Arizona. Las tribus hopi son descendientes directos de los Anasazi, profundamente espirituales, con conceptos morales y éticos muy arraigados que implican respeto por todos los seres vivos y la naturaleza en su conjunto, para ellos la vida es sagrada. Fueron cazadores-recolectores organizados en pequeñas bandas hasta cuando iniciaron la explotación agrícola y las bandas comenzaron a unirse para establecerse en aldeas. En el siglo XVI, la cultura Hopi estaba altamente desarrollada con un elaborado ciclo ceremonial, una organización social compleja y un sistema agrícola avanzado. Participaban de la red comercial que se extendía por el suroeste americano y México. La sociedad hopi era matrilineal, las mujeres determinaban la herencia y la pertenencia a los clanes y los matrimonios no pueden realizarse entre miembros del mismo clan, los hijos de la relación son miembros del clan de la esposa. Después que el niño es presentado al Sol, las mujeres del clan paterno se reúnen y nombran al niño en honor al clan del padre. Los niños pueden recibir más de cuarenta nombres. Los miembros del pueblo deciden el nombre común.

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