domingo, 2 de junio de 2024

Musicando el despreocupado nazismo.



El término «cabaret» nos hace pensar en la película que
ya ha cumplido más de cincuenta años y en la actriz Liza Minnelli vestida de negro con liguero y una pierna apoyada en un silla. Sin embargo, el cabaret tiene un pasado mucho más profundo y filosófico de lo que pueda parecer. Desde los orígenes del cabaret parisino del Montmartre de la Belle Époque, pasando por los hedonistas de los años veinte o los existencialistas de los años cincuenta, estos espacios de ocio y reunión fueron testigos de movimientos intelectuales y artísticos fundamentales para la Historia. Los orígenes del cabaret parisino se remontan a la segunda mitad del siglo XIX como lugares de reunión, fusión creativa, desarrollo e intercambio artístico. En los años 20, se desarrolló en Berlín el cabaret que inspiró la película (basada en la novela de Christopher Isherwood Adiós a Berlín -Goodbye to Berlin- y en la obra teatral I Am a Camera, inspirada por dicho libro). Allí reinaba la libertad sexual, se hablaba sin reparos de política y se consumían alcohol y drogas. Los espectáculos de canción satírica, sketchs subversivos y coreografías provocativas con bailarinas semidesnudas conformaban este particular ambiente. Sin embargo, en 1937 se prohibió toda forma de expresión política, los cabarés cerraron y prácticamente todos los artistas desaparecieron; algunos se suicidaron y el resto murieron en campos de concentración. Aunque en nuestra retina quedará para siempre la magistral interpretación de Liza Minnelli, es importante no olvidar que el cabaret fue, sobre todo, un lugar clave para personajes ahora imprescindibles de la cultura europea: artistas e intelectuales de múltiples generaciones que hicieron resonar desde allí los ecos de las mentalidades y de la Historia. Las calles de París durante los años de Ocupación se llenaron de esvásticas y soldados alemanes que atemorizaban sólo con su presencia. Sin embargo, por expreso deseo del propio Hitler, la vida cultural y la noche parisina, incluidos los cabarés, estaban permitidos porque pensaba que si los franceses estaban distraídos, sería más fácil dominarlos. En la película Una cara con ángel la actriz Audrey Hepburn nos abre la puerta a la visión norteamericana de los cabarets parisinos Rive Gauche de la Liberación y a los años cincuenta, Fred Astaire interpreta a un fotógrafo que la contrata como modelo y ella acepta porque supone trabajar en París y así poder conocer en persona a su filósofo favorito, a quien sigue apasionadamente. Ciertamente, en los cabarés de posguerra a partir de 1945 se debatían las teorías existencialistas; no faltaban Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir, que compartían en las largas noches de tertulia densas humaredas de tabaco con cantantes como Juliette Gréco, considerada la musa de Saint-Germain-des-Près. Volviendo a la película Cabaret, aunque cueste creerlo, el director Bob Fosse no quiso que Liza Minnelli interpretara a Sally Bowles porque consideraba que no tenía demasiada experiencia en el ámbito artístico; ser hija de Vincent Minnelli y Judy Garland no le garantizaba el pasaporte al olimpo cinematográfico, por lo que ella buscó la manera para hacerse con el papel. Recurrió a su padre en busca del mejor consejo. Y se lo dio: bajo ningún concepto tenía que imitar a Marlene Dietrich, sino emular a la flapper Louise Brooks, la gran influencer del cine mudo por su corte de pelo creado por Antoine de París y una de las grandes figuras de la república de Weimar. Imitó sus gestos, se maquilló como ella y derrochó energía con su potente voz (inolvidables son los temas Money, money y Mein Herr), siendo contratada al momento. Aquel protagonismo que supuso su debut en la gran pantalla como cantante conllevó que ganara el Oscar a la mejor actriz principal. El filme estuvo nominado a 10 estatuillas, de las que ganó ocho, destronando a la obra maestra de Coppola, El padrino. Dicho sea de paso, para completar el reparto estelar se escogió a los atractivos Marisa Berenson y Michael York. Aunque menos explícita en comparación con otras películas de la década, Cabaret se ocupó de temas como la corrupción, la ambigüedad sexual, los sueños falsos y el nazismo. Más de cincuenta años después de su estreno, Cabaret está considerada entre los diez mejores musicales de la historia del cine.


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