El beso es una de las trágicas Leyendas del gran Gustavo Adolfo Bécquer, ambientada en Toledo y relacionada con la rima LXXVI del mismo autor, que también escribió: «Por una mirada, un mundo; por una sonrisa, un cielo; por un beso... yo no sé qué te diera por un beso». Uno de los libros más bellos y poéticos de la Biblia, El Cantar de los Cantares. comienza diciendo: «Que me bese con los besos de su boca» y en los Evangelios se habla de un beso que es sinónimo de traición, uno de los besos más famosos de la historia, el beso de Judas. Pero hoy nos referiremos a otra leyenda. El término “zarzuela” nació en el siglo XVII con las obras musicales cortesanas concebidas para interpretarse en la residencia de caza real, el Palacio de la Zarzuela, en las afueras de Madrid; las primeras obras denominadas zarzuelas datan de 1657, obra del autor y dramaturgo madrileño Calderón de la Barca. Durante la primera mitad del XVIII la zarzuela se aproximó cada vez más a los estilos musicales de la ópera seria contemporánea, que rápidamente sustituyó a la zarzuela como el entretenimiento preferido de la corte. A partir de esa época las zarzuelas se encargaban fundamentalmente para los teatros públicos y las exigencias del público que acudía a los teatros pasaron a ser más importantes que el gusto real. Los decenios 1920-1940 señalan una etapa significativa en la historia del género lírico español que es el arranque de un nuevo concepto de la zarzuela grande a la que una nueva generación de compositores y escritores confiere un esplendor inesperado; lo que más destaca es la trilogía del famoso tándem Soutullo-Vert: La Leyenda del Beso, zarzuela en dos actos con libro de Enrique Reoyo, José Silva Aramburu y Antonio Paso (hijo), La del soto del Parral y El ultimo romántico. El gallego Reveriano Soutullo Otero (1880-1932) y el levantino Juan Vert Carbonell (1890-1931) forman la pareja más famosa de compositores del género lírico. Su producción en común, que dejó treinta y una zarzuelas, se inició en 1919 y firmaron títulos que marcaron la historia lírica en el siglo XX. La leyenda del beso, zarzuela que es casi una ópera (a la música, indudablemente de gran calidad, se la puede considerar como una ópera en sí, dado el tratamiento tan profundo de las voces y la riqueza orquestal, raramente contempladas en la zarzuela hasta la llegada de autores como Sorozábal, Guridi o Usandizaga, necesitando siempre de buenos cantantes y músicos), fue estrenada en 1924 y se hizo especialmente célebre su intermedio instrumental, una preciosidad, atenta no sólo a la tradición, sino con claros guiños y ciertas referencias de clima acústico, se aporta en ella una cuidada orquestación, una evidente habilidad en la integración de los solistas y del coro, así como un gran conocimiento de las voces y, sobre todo, una sobresaliente capacidad para la creación melódica y lírica. Muchos años después, en los ochenta, Juan Carlos Calderón arregló ese intermedio para que lo cantara el grupo Mocedades, todo terciopelo, con letra de Luis Gómez-Escolar, y fue un exitazo: Amor de hombre. ¿Y cuál es esa leyenda del beso? Como siempre, hay una maldición de por medio sobre una muchacha, Amapola, gitana a la sazón, y un enamorado aristócrata, Mario, que la pretende. La leyenda dice que quien la bese…morirá. Y, claro, el protagonista la besa y sucede … No quiero hacer un spoiler y conoceréis el sorprendente final escuchando una de las poquísimas grabaciones que hay de la obra completa. La Leyenda del beso alcanzó un éxito popular envidiable, muy particularmente el famoso intermedio que ha llegado a convertirse en pieza de repertorio de orquestas y bandas y que es una de las propinas habituales con que nuestras orquestas cierran los conciertos que ofrecen fuera de nuestras fronteras. Además de esta brillantísima página instrumental, la zarzuela contiene momentos muy interesantes. Música lírica, expresiva y dramática, que destaca por la excelencia de su instrumentación, aspecto muy cuidado por los compositores.
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