lunes, 24 de junio de 2024

La más bella del baile.



El universo yeyé giró en torno a dos astros: Françoise Hardy, muy recientemente fallecida, y Sylvie Vartan. Complementarias más que contrapuestas, Françoise era etérea hasta la sublimación. Una y otra aún eran púberes cuando, entre ambas, fueron el Big Bang de ese universo yeyé. Alcanzaron la gloria antes que la juventud. Françoise rezumaba toda esa timidez de las chicas recién salidas de un colegio de monjas, en su caso un internado; Sylvie era una cosa radicalmente opuesta: la más bella del baile, tal rezaba el título de uno de sus grandes éxitos,
La plus belle pour aller dancer, que hoy recordamos, escrito por Charles Aznavour y George Garvarentz. ¡Sí que lo fue! Frente a los embriagadores pucheros de Françoise, al verse sola entre todos los chicos y chicas de su edad; Sylvie era la pícara. Interpretaron varias piezas juntas pero cuando cantaron Il y a 2 filles en moi, un tema de Sylvie del 66, aquel dueto supuso la máxima expresión del universo yeyé, última manifestación del París que fuera capital cultural del mundo entero. En mayo del 68, cuando sucumbió aquel pequeño cosmos de inocencia y juventud, la capital francesa dejó de inspirar al resto del planeta, lo que venía haciendo, como poco, desde la Belle Époque. Yeyés propiamente dicho sólo hubo en Italia, Francia y España, amén de los mods ingleses, y algún que otro filoyeyé que se vio en la Checoeslovaquia anterior a la invasión soviética según las películas de Milos Forman y algún otro realizador de la nueva ola checa. Pero Sylvie gustaba en todas partes, hubiera o no yeyés. En Japón, sin ir más lejos, desde 1965 contó con una comunidad de fanáticos que destacaba entre el resto de las de los músicos e intérpretes occidentales, si bien no deja de ser curioso que, en Estados Unidos, haya gustado tanto desde el primer momento. Máxime considerando que la mayor parte de su repertorio lo componían los éxitos del twist, el madison y el rock & roll estadounidenses cantados en francés. Su primer elepé, titulado con su nombre, se puso a la venta en 1962. En el 64, compartió durante varias semanas el escenario del Olympia de París con The Beatles y Trini López. A partir de ahí, siempre transcendiendo el universo yeyé, pese a que mientras existió siempre fue uno de sus astros, todo fue la gloria y los aplausos, hasta esas actuaciones, que la llevaron a los escenarios de Las Vegas en fechas aún recientes. Paradójicamente, la chica que habría de ser una de las más genuinas representantes del encanto de las francesas, la encarnación por excelencia de lo parisién en los 60, nació en Sofía (Bulgaria) en 1944, este año hace 90. Huyendo del comunismo que sojuzgaba su país, se instaló en la Ciudad de la luz junto a su familia en el 52. Y fue su hermano, Eddie, un amante del rock & roll empleado en la industria musical, quien la introdujo en la profesión como la réplica femenina de Johnny Hallyday (1943-2017), el rey del rock & roll francés, con quien se acabó casando en 1965. Johnny Hallyday y Sylvie Vartan fueron la «pareja de moda» de su generación en Francia, atrayendo constantemente la atención de la prensa rosa hasta que se divorciaron en 1980. En 2009, Johnny y Sylvie, al interpretar el Himno al amor, de Edith Piaf, a dúo, durante su última actuación juntos, pusieron a la audiencia del Olympia en pie. En 2018, tras la muerte de Hallyday, Sylvie Vartan editó un álbum-homenaje a su gran amor. En Francia sigue siendo la gran artista femenina de su generación. Pero la Sylvie que cuenta a este lado de los Pirineos es la mítica, la más bella del baile, la novia que le hubiera gustado tener a cualquier chico yeyé. Ni su historia con Johnny Hallyday hizo que los yeyés dejasen de suspirar por Sylvie. Su amor constituye uno de los capítulos más entrañables de la historia de la revolución yeyé, el rock & roll francés (tercero en el podio, tras el estadounidense y el inglés) y la cultura juvenil del pasado siglo.


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