Juan Crisostomo Jacobo Antonio de Arriaga y Balzola (Bilbao 1806 – París 1826), un compositor cuya vida fue tan corta como largo su nombre, fue una de las grandes esperanzas frustradas de la música de principios del siglo XIX. Nacido en el que habría sido el quincuagésimo cumpleaños de Mozart, fue apodado «el Mozart español» (curiosamente, el nombre completo de Mozart era Johannes Chrysostomus Wolfgangus Theophilus Mozart) en base a su similar precocidad. Pero él estaba destinado a morir aún más joven, antes de que las compuertas de su inspiración se abriesen completamente. Pero si su producción fue mucho más escasa, la calidad fue selecta: una sinfonía, tres cuartetos de cuerda, una ópera seria en un acto y un poco de música sacra. Sin embargo, los logros de Arriaga, a su pequeño modo, fueron también algo especial. Animado (como Mozart) por su padre, que le promocionó como violinista, comenzó a componer a los sonce años. A los quince años se trasladó a París, porque en Bilbao ya no se encontraban los profesores que requería, donde se convirtió en un alumno de François Joseph Fétis, el distinguido pedagogo belga, y fue respaldado por Cherubini. La primera obra importante que escribe en París será una fuga a ocho voces llamada Et vitam venturi, obra de concurso que fue premiada y que se perdió tras la muerte de Arriaga. A ésta siguió una serie de Tres cuartetos acerca de los cuales afirmaba Fétis que “... es imposible imaginar nada más original, más elegante, ni escrito con mayor pureza que estos cuartetos...” Finalmente, en los últimos dos años de su vida, compondrá una obertura pastoral para su ópera Los esclavos felices, una Sinfonía grande orquesta en cuatro tiempos, una Misa en cuatro voces, un Salve Regina y un Stabat mater para coro y orquesta, además de varias arias, duos, cantatas y quintetos. Su sinfonía y sus cuartetos estaban llenos de promesa schubertiana, sus ideas eras abundantes, su estructura, potente, su técnica, pulida a la perfección. ¿Quién podría dejar de reconocerlas como obras de un genio precoz?. Pero a los diecinueve años, murió de tuberculosis. Su obertura de Los Esclavos Felices muestra inclinaciones rossinianas, con el encanto de una lenta introducción conduciendo al más ingenioso de los allegros, lleno del picante parloteo del viento y la madera e incluso, al final, un crescendo de Rossini, pero la música prologa una ópera tan seria en su intención como la descripción «ópera seria» hace suponer. La historia trata de un aristócrata español y su esposa que son capturados por los moros y amenazados de muerte antes de ser liberados por el magnánimo Rey de Argelia. Pero la obertura -al modo de las oberturas de Schubert en estilo italiano (que Arriaga nunca pudo conocer)- nos exhorta a no tomarnos la ópera demasiado en serio. Después de la potencial tragedia, según parece, puede seguir la comedia. Juan Crisóstomo de Arriaga es considerado como uno de los compositores más destacados en la historia de la música española, más allá de la inevitable simpatía romántica que despierta su temprana muerte. El inesperado y prematuro fallecimiento del compositor fue la causa de que la obra de Arriaga permaneciera desconocida hasta mediados de la década de los ochenta del siglo XIX, momento en el que un descendiente de la familia recupera algunas piezas, en especial cuartetos, que entrega a la sociedad de cuartetos de Bilbao, quien se hace eco de ellos representándolos en sus actuaciones en los distintos salones de la capital vasca. En numerosas ocasiones los críticos españoles han exagerado la falta de preparación académica de Arriaga para, de este modo, hacer hincapié en sus extraordinarias cualidades naturales; pero esta imagen en la actualidad tiende a matizarse resaltando la importancia de la formación musical recibida tanto en sus primeros años en España como en su posterior estancia en Francia. Si de alguna forma se ha de concluir esta breve biografía, no puede ser otra que señalando el hecho de que la temprana muerte y la posterior pérdida de los escritos del compositor, ocasionaron que la obra, pese a su importancia, no pudiese ejercer ninguna influencia en la música española de las décadas posteriores, circunstancia que contrasta grandemente con la valoración altamente positiva que a lo largo del siglo XX han realizado sobre la misma los críticos e historiadores musicales.
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