Proclamar a estas alturas que todo indica que nuestra próceres están empeñados en seguir dando palos de ciego en la forma de afrontar las posibles soluciones a la crisis no es ninguna novedad, por desgracia. Y, como las meigas en Galicia, de caminos para salir de la crisis, haberlos, haylos. El sentido común apunta en la dirección de que se ha de buscar la eficacia de las medidas en su validez futura, y no en su impacto coyuntural como hasta ahora se ha hecho, procediendo a recortar lo que se nos decía que eran gastos pero que realmente son inversiones necesarias para el hoy e imprescindibles para el mañana.
En ese sentido es particularmente lúcido y válido el artículo publicado recientemente en la prensa por un grupo de científicos de Granada, en el que, con claridad y sin acritud se hace ver el disparate de recortes en investigación ya que, sin ella, se cercena uno de los caminos: el que nos dice que es posible la recuperación, ligada con la creación de empleo en pequeñas empresas.
De lectura aconsejada, y yo diría que imprescindible para quienes pueden poner coto a ese aplastamiento de la ciencia y la investigación.
La Ciencia, motor de la
Economía GRANADA POR LA CIENCIA (*)
‘Malos tiempos
para la lírica’, decía una famosa canción de Golpes Bajos allá por los años 80.
Tristemente, treinta años después hay que reconocer que no sólo corren malos
tiempos para la lírica sino también para la ciencia en España. Es la cultura
considerada como un todo la que se encuentra en peligro frente al avance del
despotismo y la burocracia. Es una evidencia: la economía de casino nos ha
llevado a todos a la crisis. La pregunta que algunos nos hacemos es: ¿Puede la
ciencia y la investigación ayudarnos a salir de esta crisis? ¿Qué podemos hacer
los científicos para que el paro baje? ¿Es social y económicamente rentable
invertir en ciencia e investigación?
No existe
ningún país social y económicamente desarrollado que no disponga de un sistema
de ciencia e investigación capaz de dar respuesta a las necesidades de su
sociedad. Para ello, se precisan
investigadores en las ciencias básicas capaces de ampliar los horizontes
del conocimiento, de manejar las ‘artes del conocimiento’ pero también
investigadores capaces de hacerse entender con quienes diseñan, producen y/o
fabrican. Como hace miles de años afirmara Aristóteles, ‘la inteligencia
consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar
estos conocimientos en la práctica’.
En el año
2005, el profesor Nathan Rosenberg, de la Universidad de Stanford, declaraba en
una entrevista realizada en Madrid lo
siguiente: «La educación superior es lo más importante. Para que un país desarrolle tecnologías
complejas, necesita personas con capacidades complejas». Más aún: ese mismo
profesor afirmaba: «España va a sufrir mucho si no empieza a innovar». Pero ¿qué
significa innovar?. «Innovar es producir y poner en práctica con incidencia
social y/o económica nuevo conocimiento; por tanto, se trata de la capacidad para
generar y aplicar conocimiento que incremente la productividad, la eficiencia o
la efectividad de una comunidad u organización, permitiéndole alcanzar sus
objetivos o incrementar su bienestar». La importancia de la innovación resulta
aún más clara cuando constatamos que el 90% de los intentos innovadores son
fracasos, a pesar de lo cual el impacto del 10% restante
es tan grande que las empresas líderes continúan invirtiendo cantidades enormes
de recursos en innovación.
Si ahora nos
fijamos en organizaciones, en vez de en productos, en algunos portales
especializados en Pequeñas y Medianas Empresas (PYMES) se indica: «Las cifras
de fracaso de las PYMES son abrumadoras en cualquier país en que se analicen.
Las estadísticas indican que, en promedio, el 80% fracasa antes de los cinco
años y el 90% no llega a los diez años».
En los países
de la OCDE, entre el 70 y el 90% de los trabajadores en activo lo hace en PYMES.
Mejorar su capacidad científico-tecnológica es contribuir positivamente a bajar
el paro.
Hoy, hay PYMES
españolas que han hecho de la innovación su razón de ser y así ser viables en
un mundo donde la competencia es muy dura. Nuestro compromiso como
investigadores es hacer ciencia básica que amplíe los horizontes del
conocimiento, pero también establecer cauces de colaboración con esas PYMES con
objeto de que puedan existir en un mundo altamente competitivo. Es la única vía
de crear empleo. La destrucción del sistema de ciencia en España no sólo
supondrá paro para los investigadores sino que impedirá que las empresas tengan
más y mejores posibilidades científico-técnicas para competir en un mundo donde
la ciencia se ha convertido en el principal motor de la economía productiva y
el diseño y fabricación de las manufacturas implican procesos cada vez más
sofisticados. Se trata, en definitiva, de reconocer que el bienestar de la
sociedad no será posible si la brecha tecnológica entre nuestro país y el resto
del mundo económicamente desarrollado se acrecienta día a día.
Sin embargo,
hay que reconocer que, sin financiación pública, el sistema de ciencia en
España corre el riesgo de desaparecer. Todos los esfuerzos que durante 40 años
el contribuyente ha hecho para que aquí existiera un sistema de ciencia
homologable con los existentes en países de nuestro entorno pueden resultar
baldíos si en los próximos Presupuestos Generales del Estado no se contempla un
incremento significativo en las partidas dedicadas a la investigación, el desarrollo
y la innovación (I+D+i). Pero deberíamos ir más allá, el sistema de Ciencia en
España necesita un organismo autónomo de los Gobiernos de turno que le garantice
una financiación digna y estable para cumplir debidamente con sus muchas
obligaciones.
Algo que ya
tuvimos en 1907 con la creación de lo que se llamó ‘Junta para la Ampliación de
Estudios e Investigaciones Científicas’, más conocida como JAE. Su primer
Presidente fue Ramón y Cajal, que lo fue hasta su muerte en 1934.
Gracias a la
JAE, se abría paso, no sin la oposición de influyentes sectores con poder
económico, ideológico, religioso y universitario, la idea de que la docencia y
la investigación en la Universidad debían ir de la mano pues, en el fondo, eran
manifestaciones inseparables de una misma actividad. Cien años después
necesitamos una agencia estatal que recoja la experiencia de aquella Junta de
Ampliación de Estudios que tanto hizo por mejorar la salud pública de los
españoles, por ejemplo. La investigación no es un lujo del que pueda
prescindirse en momentos de crisis económica, sino por el contrario, el medio
para resolver los muchos retos que el futuro nos deparará. Somos conscientes de
que nuestro sistema de ciencia tiene muchos defectos y estamos dispuestos a
trabajar más y mejor para corregirlos, pero
la solución no es acabar con él mediante un proceso continuado de desinversión.
Siendo
únicamente un país de sol y playa no podremos bajar el paro. La ciencia y la
investigación son parte de la solución para un país social y económicamente
productivo. Como investigadores en campos de las Ciencias queremos reafirmar
nuestra voluntad de ser útiles a nuestra gente, a nuestro país y a la
construcción de un futuro posible. Por lo demás, nos gustaría haberles
convencido de que la investigación, junto con la innovación, es una tarea con
futuro y necesaria para que nuestro país mejore sus posibilidades
científico-técnicas.
El grupo ‘Granada por la Ciencia’ está compuesto por los siguientes profesores e investigadores de
la Universidad de Granada y del CSIC: Darío Acuña, Cristina Campoy, Fernando Cornet, Rafael Garrido,
Ángel Gil, Emilia Guadix, Francisco Herrera, Roque Hidalgo, Antonio Lallena, Miguel Losada,
Joaquín Marro, Pedro L. Mateo, Eduarda Molina, José Oliver, Antonio Osuna y Jesús Sánchez-Dehesa.
EL MUNDO. VIERNES 20 DE DICIEMBRE DE
2013
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