jueves, 9 de enero de 2014

"La ciencia, motor de la economía", del colectivo "Granada por la ciencia"



Proclamar a estas alturas que todo indica que nuestra próceres están empeñados en seguir dando palos de ciego en la forma de afrontar las posibles soluciones a la crisis no es ninguna novedad, por desgracia. Y, como las meigas en Galicia, de caminos para salir de la crisis, haberlos, haylos. El sentido común apunta en la dirección de que se ha de buscar la eficacia de las medidas en su validez futura, y no en su impacto coyuntural como hasta ahora se ha hecho, procediendo a recortar lo que se nos decía que eran gastos pero que realmente son inversiones necesarias para el hoy e imprescindibles para el mañana.
En ese sentido es particularmente lúcido y válido el artículo publicado recientemente en la prensa por un grupo de científicos de Granada, en el que, con claridad y sin acritud se hace ver el disparate de recortes en investigación ya que, sin ella, se cercena uno de los caminos: el que nos dice que es posible la recuperación, ligada con la creación de empleo en pequeñas empresas.
De lectura aconsejada, y yo diría que imprescindible para quienes pueden poner coto a ese aplastamiento de la ciencia y la investigación.

La Ciencia, motor de la Economía GRANADA POR LA CIENCIA (*)

‘Malos tiempos para la lírica’, decía una famosa canción de Golpes Bajos allá por los años 80. Tristemente, treinta años después hay que reconocer que no sólo corren malos tiempos para la lírica sino también para la ciencia en España. Es la cultura considerada como un todo la que se encuentra en peligro frente al avance del despotismo y la burocracia. Es una evidencia: la economía de casino nos ha llevado a todos a la crisis. La pregunta que algunos nos hacemos es: ¿Puede la ciencia y la investigación ayudarnos a salir de esta crisis? ¿Qué podemos hacer los científicos para que el paro baje? ¿Es social y económicamente rentable invertir en ciencia e investigación?
No existe ningún país social y económicamente desarrollado que no disponga de un sistema de ciencia e investigación capaz de dar respuesta a las necesidades de su sociedad. Para ello, se precisan  investigadores en las ciencias básicas capaces de ampliar los horizontes del conocimiento, de manejar las ‘artes del conocimiento’ pero también investigadores capaces de hacerse entender con quienes diseñan, producen y/o fabrican. Como hace miles de años afirmara Aristóteles, ‘la inteligencia consiste no sólo en el conocimiento, sino también en la destreza de aplicar estos conocimientos en la práctica’.
En el año 2005, el profesor Nathan Rosenberg, de la Universidad de Stanford, declaraba en una  entrevista realizada en Madrid lo siguiente: «La educación superior es lo más importante.  Para que un país desarrolle tecnologías complejas, necesita personas con capacidades complejas». Más aún: ese mismo profesor afirmaba: «España va a sufrir mucho si no empieza a innovar». Pero ¿qué significa innovar?. «Innovar es producir y poner en práctica con incidencia social y/o económica nuevo conocimiento; por tanto, se trata de la capacidad para generar y aplicar conocimiento que incremente la productividad, la eficiencia o la efectividad de una comunidad u organización, permitiéndole alcanzar sus objetivos o incrementar su bienestar». La importancia de la innovación resulta aún más clara cuando constatamos que el 90% de los intentos innovadores son fracasos, a pesar de lo cual el impacto del 10% restante es tan grande que las empresas líderes continúan invirtiendo cantidades enormes de recursos en innovación.
Si ahora nos fijamos en organizaciones, en vez de en productos, en algunos portales especializados en Pequeñas y Medianas Empresas (PYMES) se indica: «Las cifras de fracaso de las PYMES son abrumadoras en cualquier país en que se analicen. Las estadísticas indican que, en promedio, el 80% fracasa antes de los cinco años y el 90% no llega a los diez años».
En los países de la OCDE, entre el 70 y el 90% de los trabajadores en activo lo hace en PYMES. Mejorar su capacidad científico-tecnológica es contribuir positivamente a bajar el paro.
Hoy, hay PYMES españolas que han hecho de la innovación su razón de ser y así ser viables en un mundo donde la competencia es muy dura. Nuestro compromiso como investigadores es hacer ciencia básica que amplíe los horizontes del conocimiento, pero también establecer cauces de colaboración con esas PYMES con objeto de que puedan existir en un mundo altamente competitivo. Es la única vía de crear empleo. La destrucción del sistema de ciencia en España no sólo supondrá paro para los investigadores sino que impedirá que las empresas tengan más y mejores posibilidades científico-técnicas para competir en un mundo donde la ciencia se ha convertido en el principal motor de la economía productiva y el diseño y fabricación de las manufacturas implican procesos cada vez más sofisticados. Se trata, en definitiva, de reconocer que el bienestar de la sociedad no será posible si la brecha tecnológica entre nuestro país y el resto del mundo económicamente desarrollado se acrecienta día a día.



Sin embargo, hay que reconocer que, sin financiación pública, el sistema de ciencia en España corre el riesgo de desaparecer. Todos los esfuerzos que durante 40 años el contribuyente ha hecho para que aquí existiera un sistema de ciencia homologable con los existentes en países de nuestro entorno pueden resultar baldíos si en los próximos Presupuestos Generales del Estado no se contempla un incremento significativo en las partidas dedicadas a la investigación, el desarrollo y la innovación (I+D+i). Pero deberíamos ir más allá, el sistema de Ciencia en España necesita un organismo autónomo de los Gobiernos de turno que le garantice una financiación digna y estable para cumplir debidamente con sus muchas obligaciones.
Algo que ya tuvimos en 1907 con la creación de lo que se llamó ‘Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas’, más conocida como JAE. Su primer Presidente fue Ramón y Cajal, que lo fue hasta su muerte en 1934.
Gracias a la JAE, se abría paso, no sin la oposición de influyentes sectores con poder económico, ideológico, religioso y universitario, la idea de que la docencia y la investigación en la Universidad debían ir de la mano pues, en el fondo, eran manifestaciones inseparables de una misma actividad. Cien años después necesitamos una agencia estatal que recoja la experiencia de aquella Junta de Ampliación de Estudios que tanto hizo por mejorar la salud pública de los españoles, por ejemplo. La investigación no es un lujo del que pueda prescindirse en momentos de crisis económica, sino por el contrario, el medio para resolver los muchos retos que el futuro nos deparará. Somos conscientes de que nuestro sistema de ciencia tiene muchos defectos y estamos dispuestos a trabajar más y mejor para corregirlos,  pero la solución no es acabar con él mediante un proceso continuado de desinversión.
Siendo únicamente un país de sol y playa no podremos bajar el paro. La ciencia y la investigación son parte de la solución para un país social y económicamente productivo. Como investigadores en campos de las Ciencias queremos reafirmar nuestra voluntad de ser útiles a nuestra gente, a nuestro país y a la construcción de un futuro posible. Por lo demás, nos gustaría haberles convencido de que la investigación, junto con la innovación, es una tarea con futuro y necesaria para que nuestro país mejore sus posibilidades científico-técnicas.

El grupo ‘Granada por la Ciencia’ está compuesto por los siguientes profesores e investigadores de la Universidad de Granada y del CSIC: Darío Acuña, Cristina Campoy, Fernando Cornet, Rafael Garrido, Ángel Gil, Emilia Guadix, Francisco Herrera, Roque Hidalgo, Antonio Lallena, Miguel Losada, Joaquín Marro, Pedro L. Mateo, Eduarda Molina, José Oliver, Antonio Osuna y Jesús Sánchez-Dehesa.

EL MUNDO. VIERNES 20 DE DICIEMBRE DE 2013

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