domingo, 26 de enero de 2014

¿Miedo al paso del tiempo?

Acaba de iniciarse un nuevo año (hace unas semanas en la cultura occidental, ahora en la cultura china..) y es inevitable que alguien piense con fatalidad eso de "¡un año más!", como si no fuera algo asbsolutamente normal, como lo es el cumplir años con o sin celebración, que eso ya es cosa de cada uno/a.

Creer ingenuamente que puede "controlarse" el paso del tiempo (y, posiblemente sus huellas físicas) sobre uno es sembrar en sí mismo la semilla de un estado de frustración difícilmente solucionable.Y, aunque ha habido una pléyade de pensadores y filósofos que lo han expuesto, es cierto que esa situación es definitoria del qué es la vida para cada persona, si apariencia o vivencia.

Y aquí, de esta dicotomía, nacen toda una serie de "soluciones" a cual más creativa para tranquilizar los ánimos del desasosegado. No vamos a detenernos en esta ocasión en quienes priorizan la vivencia pero fijándonos en quienes creen que lo importante es que la imagen no revele el inexorable paso del tiempo, la conclusión es que se ha creado una megaindustria vinculada a la belleza (?) eternamente juvenil en la que todo parece caber y en la que la credulidad necesitada de la persona que acude a ella obra milagros, aunque no, seguramente, en la dirección buscada.
Veamos, en cuanto al principal escollo que encuentra el varón, que es la calvicie (algo tiene que ver la Biblia en esa mala fama al relacionar la potencia de Sansón con su pelo), existe de antiguo el peluquìn, unido a los actuales injertos y no sé qué cosas más. Curiosamente, el resto de pilosidades del cuerpo no están igual de bien vistas y el proceso es precisamente el opuesto al del cuero cabelludo. Para el resto de "huellas del tiempo" como el declive muscular (infinidad de gimnasios donde poder  machacarse a conciencia en la seguridad de que un Carl Lewis de 50 años no tendrá problemas de batir sus propios records de 30 años atrás), la "barriguita cervecera" (motivo de insanos regímenes milagrosos), la canosidad y las arrugas, merecen atenciones solapadas con los casos similares en la mujer.


Y vamos con ella: hay que decir de entrada que el bombardeo comercial sujeto a la tiranía de la moda y sus perversos estándares provocan una insatisfacción permanente que a veces, por desgracia, raya en la patología. Esa insatisfacción conduce a creer y cuando menos, probar, esas soluciones de las que el sentido común aconseja huir inmediatamente, como los "remedios" que se van lanzando al mercado en forma de productos "antiedad" para ocultar, disimular o tapar arrugas, como si el paso del tiempo hubiera de evitarse. Lo asombroso es que se dé credibilidad a muchos de ellos, y no hablamos ya de la leche de burra o de camella que usaba Cleopatra, y, desde luego, no del invento de la condesa Báthory, aquella que dicen que se mantenía joven bañandose en la sangre se sus sirvientas asesinadas para tal fin, sino en prodigios que en el capítulo de la belleza certifica, por ejemplo, el uso de la resina, la baba de caracol, el veneno de serpiente y, últimamente la crema de diamantes (obviamente, carísima).
Dejando aparte aspectos como la flacidez muscular, el sobrepeso y algunas facetas con "soluciones" comunes a las comentadas para el hombre, lo que merece un punto y aparte es la intervención de la cirugía para aparentar lo que no se es, dando lugar a ridículos tales como que una madre aparente menos edad (pero sólo en la cara) que su hija treinta años más joven o ver unas manos totalmente apergaminadas apoyadas en un torso en el que, por no haber arrugas, no hay ni expresión. No hay que confundir, no obstante, la cirugía reparadora en caso de accidentes o la que se utiliza con tino y prudencia para ayudar a corregir determinadas pequeñeces que puden llegar a trumatizar (un labio leporino, una nariz de Cyrano, ...), pero ¿para ocultar el paso del tiempo? Mi tiempo soy yo, y no quiero ocultarlo.

Ni mi cara, ni mi cuerpo, ni mi fuerza... ni mi pensamiento ni sentimientos son iguales a los de ayer, y no aceptarlo es no aceptarme a mí mismo.
Claro, que si lo importante es llegar a ser "el más bonito del cementerio", hay que respetarlo.

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