Ricardo García Damborenea,
madrileño y médico de profesión, hoy retirado de la actividad pública, fue un
político controvertido. Ya en el partido político con el que estuvo más
relacionado, el Partido Socialista Obrero Español, del que fue secretario
general de Vizcaya, lideró una corriente crítica denominada "Democracia
Socialista" que le llevó a duros enfrentamientos con sus propios
compañeros, granjeándose por ello enemistades y también simpatías. El fondo de
la pugna estaba en la radicalidad de su pensamiento hacia el nacionalismo[1],
enfrentándose abiertamente a la corriente más proclive a llegar a pactos con el
PNV, corriente ésta que finalmente venció en esa lucha interna, lo que
precipitó su dimisión y alejamiento del partido, hasta el punto de que pocos
años después se mostró públicamente partidario del PP de José María Aznar.
Sin embargo, más allá de su
militancia política y los vaivenes inherentes a ella, García Damborenea es más
conocido por su relación con los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL),
tras el escándalo del descubrimiento de la existencia de la "guerra
sucia" contra ETA, siendo juzgado por ello e ingresando en prisión
preventiva en 1995. Aunque inicialmente había negado cualquier relación con las
acciones del GAL, terminó admitiendo los hechos y afirmó que no se arrepentía
de lo que había hecho, declarando que, dado el contexto, la suya era la única
forma de respuesta posible. Su posterior colaboración con la justicia hizo que saliera
pronto de la cárcel, antes que otros implicados en la trama de los GAL.
Pero no es el García Damborenea político o activista
el que vamos a rememorar en esta entrada.
Tampoco las enseñanzas que se pueden extraer de su tiempo político, que
nos muestra que la historia oficial siempre es cuestionable y es un error
considerarla inamovible, toda vez que es válido para unos u otros según quién
la cuente y desde qué óptica. No, en esta ocasión vale la pena detenerse en una
faceta poco conocida del personaje como es la de escritor. Y es que,
efectivamente, en el año 2000, ya retirado de la política, sorprendió con la
publicación de un ensayo divulgativo sobre el arte del razonamiento lógico que
incluía un detallado diccionario de falacias lógicas. La obra, titulada Uso
de razón[2]
y dividida en tres partes, examina con rigor, sencillez y profusión de citas,
los principales conceptos que intervienen en los razonamientos cotidianos, así
como los errores lógicos en que se suele incurrir o los recursos que se suelen
emplear en los paralogismos y falacias.
Dejando de lado que sea o no una
obra de lectura recomendable (sobre gustos de lectura y sobre promociones
comerciales de la edición, corramos un respetuoso velo), lo cierto es que su
contenido es de permanente actualidad en la interpretación de algunos aspectos
de nuestra política de cada día. Y para convencer al más firme incrédulo,
analicemos someramente a la luz de la obra de García Damborenea las actuaciones
que están descubriéndose en unos y otros a raíz de la eclosión del grupo (en
vías de transformación a partido político) Podemos.
Vaya por delante que la intención
de estas líneas no es analizar a Podemos ni posicionarse en su favor o en su
contra, sino un mero ejercicio de observación de las reacciones (y alguno de
sus posibles porqués) que su aparición ha provocado en los demás partidos y el clima de nerviosismo generalizado que
crea todo lo que concierne a la organización o sus representantes.
Pequeña cronología previa
Aunque ya, por diferentes razones, se evidenciaba un clima de
descontento ciudadano en forma de avisos de desafección, de inconformidad, de
protestas, aisladas o ceñidas a un solo territorio autonómico, desde finales del siglo XX y más claramente a principios
del siglo XXI, la aparición en 2008 de una crisis económica que se acaba
extendiendo a otros ámbitos, da lugar a una crisis global: de valores,
política, social, institucional y territorial que los poderes públicos, tomados
por sorpresa (en lamentables declaraciones, justifican su inacción en que “esos
problemas no figuran en la agenda”), no saben cómo afrontar ni mucho menos
gestionar.
En ese escenario, a finales de
2010, se publica ¡Indignaos!, del
nonagenario francés Stéphane Hessel, escritor, diplomático y uno de los redactores en
1948 de la Declaración Universal de
Derechos Humanos, que plantea en la obra un alzamiento contra la
indiferencia y a favor de la insurrección pacífica. La edición española la presenta el eximio economista y escritor José
Luis Sampedro, y la obra se convierte en un fenómeno mediático-editorial[3].
No puede echarse en saco roto la
influencia que tuvo en la gestación de las movilizaciones el desencadenamiento
de la llamada Primavera árabe y sus manifestaciones en prácticamente todos los paises del Mediterráneo sur a raíz de la inmolación a
lo bonzo en Túnez de un joven en enero de 2011, debido a sus acuciantes problemas
económicos y su percepción de que no hay futuro.
En ese año 2011,
los hechos se precipitan sin que desde los poderes públicos se sepa muy bien
cómo reaccionar, además de con la fuerza y la prohibición/imposición. Así en febrero nace Estado del
Malestar y se crean varios
grupos locales que animan a los ciudadanos a salir a la calle a protestar y
pedir en un movimiento apartidista el fin del bipartidismo (PP – PSOE) y una
democracia más participativa. Ese mismo mes se crea la Plataforma de
coordinación de grupos pro-movilización ciudadana, formada por
representantes de colectivos con el fin de convocar una manifestación masiva y
la redacción de un manifiesto, que unas semanas después se transforma en la
plataforma Democracia Real Ya, con un manifiesto y propuestas políticas para
España. A finales de marzo tiene lugar la primera protesta juvenil, una huelga
general de estudiantes, con asistencia de miles de jóvenes en todo el país,
contra el paro y la precariedad laboral, los recortes presupuestarios en la
educación y el aumento de las tasas universitarias. Ya el mes de
abril, la plataforma Juventud Sin Futuro, nacida en el entorno
universitario, organiza en Madrid una marcha contra la crisis económica,
criticando la "partitocracia" encabezada por las inamovibles siglas del PPSOE.
Finalmente, el Movimiento 15-M, también llamado movimiento de los indignados, se forma como movimiento
ciudadano a raíz de la manifestación del 15 de mayo de 2011 (convocada por
diversos colectivos), donde después de que 40 personas decidieran acampar en la
puerta del Sol de Madrid esa noche de forma espontánea, se produjeron una serie
de protestas pacíficas en toda España, con la intención de promover una
democracia más participativa alejada del binomio PP-PSOE (denominado
"PPSOE"3 ) y del dominio de bancos y corporaciones, así como una
"auténtica división de poderes" y otras medidas con la intención de
mejorar el sistema democrático. Tras el desalojo de la acampada en la Puerta
del Sol al día siguiente de la manifestación por parte de las Fuerzas de
seguridad, se reprodujeron centenares de acampadas en las plazas de la mayoría
de las ciudades españolas, así como otras creadas por expatriados españoles en
ciudades de todo el mundo.
Entre junio y octubre, la actividad se
traslada a los barrios y pueblos, constituyéndose las asambleas populares que
se celebran generalmente en plazas o parques y están estructuradas en diversas
comisiones y grupos de trabajo (cultura, educación, política, economía, medio
ambiente, trabajo social, feminismos, ciencia y tecnología, diálogo entre
religiones, migración y movilidad, pensamiento). A partir de la manifestación
global del 15 de octubre (15O), los activistas que formaban parte de las
acampadas y asambleas, empezaron a crear colectivos temáticos y a partir de
2013, empezaron a formarse nuevos partidos políticos, como el Partido X
en enero de 2013, o Podemos en 2014 que se presentaron a las elecciones
europeas de 2014, obteniendo 5 eurodiputados el segundo[4].
La irrupción de Podemos y sus buenos
resultados en las elecciones, llevaron a analistas políticos y medios de
comunicación a tratar de comprender y definir las que serían señas de identidad
ideológica del nuevo partido, lo que da lugar a un amplio abanico de ideas
políticas que se le atribuyen a la formación, a saber, la lucha por la hegemonía de
Gramsci, la mística del populismo, algo de Lenin y mucho de Carl Schmitt, intentando
explicar rasgos de la ideología destacados por los analistas políticos:
igualitarismo, defensa de la igualdad de oportunidades, reparto de la riqueza
contra la desigualdades propias del capitalismo y la crisis, comunismo,
democracia participativa, republicanismo, la restitución del decoro ético y
social del Estado a través de un paquete de reformas legislativas,
constitucionales, que reprima los desmanes y omisiones de partidos e
instituciones y fuerce un cambio en el funcionamiento ordinario del poder
político, populismo imitando a la Venezuela de Chaves (ataque recurrente desde
diversos sectores) y al peronismo argentino que acabaría en una «dictadura
cerrada» al primar la igualdad sobre la libertad[5] y un
largo etcétera dominado, sobre todo, por la perplejidad.
Y así llegamos al momento en que los
partidos “tradicionales”, despertados de golpe de su modorra con los resultados
de las elecciones europeas, caen en la cuenta de que con el viejo argumento de
que los problemas que se planteaban “no estaban en la agenda” no han sido
capaces de asumir ni una sola de las reivindicaciones del movimiento, siguiendo
con ello el conocido paradigma de los gestores incompetentes de recorrer
puntualmente la secuencia ante lo desconocido o incontrolable que pasa por el
desdén inicial, la burla, la preocupación, el temor y la amenaza final.
También entre las declaraciones de los
líderes de los partidos con representación parlamentaria, cogidos con el paso cambiado, se puede coleccionar
otro abanico de ideas sobre Podemos o sobre sus líderes: populista, demagogo,
similar tanto a la ultraizquierda como a la ultraderecha, utópico, proetarra,
etc. Sólo uno, que quizá conviene no identificar, afirmó que Podemos
podría tener «efectos muy beneficiosos en términos de regeneración del sistema
democrático español»
Es, pues, en la última fase de las citadas
más arriba, a caballo entre el temor y la amenaza, y como reflejo de las
declaraciones de unos y otros, donde cabe situar la referencia a la obra de
García Damborenea en las acciones que se observan.
Debe repetirse, para evitar enojosos
malentendidos, que no se trata de analizar en estas líneas el borrador de
programa presentado por Podemos, ni su evolución respecto del que presentaron para las
elecciones europeas, ni su viabilidad ni posible ejecución ya que todo eso debe
estudiarse razonablemente por comparación con los programas de TODOS los
partidos que, en su día se presenten a las elecciones junto con Podemos. Pensar otra
cosa sería hacer una pseudo crítica sin mucho sentido., máxime cuando la
experiencia nos indica que hasta ahora nadie ha hecho caso de los programas
sino a la imagen del candidato de turno en los medios. No obstante bienvenida
sea, si no se queda en Podemos, esa saludable disección del programa de los partidos y ese
escudriñamiento de la actitud y coherencia de sus líderes.
Falacias
de libro
“Si no puedes
responder al argumento de un adversario, no está todo perdido: puedes
insultarle. (Elbert Hubbard)”
Hay dos factores que coinciden para intentar
entender (que no justificar) la virulencia de las reacciones; por una parte el
ya apuntado de que por inercia se presenta al electorado, no ya un programa sino
el perfil de un candidato (valga decir en este sentido que desde hace unos años
parece haberse instalado el clima de campaña perpetua con cansinos y
recurrentes actos de partido a veces organizados con peregrinas excusas en los que el
candidato, eso sí, “se hace familiar”). Por otro lado se observa que ciertas
actitudes obedecen más a una rabieta que a una posición meditada, dado que los
partidos tradicionales se dan cuenta de que si Podemos (y otras formaciones)
existe es por su propia incapacidad de escuchar las demandas del ciudadano
“porque no estaban en la agenda parlamentaria”. Sólo así se pueden entender las
quejas de unos y otros de que los votos de la nueva formación son votos
“robados” a ellos, lo que merece más atención de la que se le ha dispensado ya
que expresarlo con esa contundencia (sin que nadie rectifique) es exhibir un
preocupante desconocimiento de lo que es el servicio público y, por extensión,
la democracia. En efecto, un votante no es (no debe ser) un “cliente cautivo”
con voto obligado, sino un ciudadano que confía en ser escuchado y atendido por
aquellos en quienes depositó su confianza en forma de voto, con el derecho de
exigir cambios en aquello que se hace que sea diferente de lo que se prometió y, por
supuesto, de depositar la confianza en quien decida que la merece.
Resulta patético, y todo un síntoma de falta
de calidad democrática, acusar a otro en estos casos del “robo” de votos en
lugar de proceder a una reflexión serena y profunda en busca de las razones
internas de ese cambio en la confianza del votante.
Deducido del hecho de que es más difícil la
discusión técnica de programas y contenidos, la contienda política se
transforma en ataque personal que, como dice Damborenea en su obra, desvía
la atención del asunto que se discute hacia la persona del adversario o sus
circunstancias ya que la difamación es tan frecuente en la vida pública
porque los políticos comprenden instintivamente la necesidad de arruinar el
crédito moral de sus adversarios. Hay dos argumentos falaces o pseudo
argumentos que atacan directamente al adversario: la falacia ad hominem y la
falacia del Muñeco de Paja. Son pseudo argumentos porque ninguno refuta las
afirmaciones del contrincante. El primero se limita a descalificarlo como
persona y el segundo forja un oponente imaginario fácil de tumbar.
En el
caso que estamos observando, ambos se solapan, si bien no en ese orden: primero
(antes de las elecciones, cuando Podemos era poco más que un proyecto)
se minimizó la importancia de su líder y después (de su éxito electoral) se
inicia un visible proceso de descalificación personal, haciendo extensivo este
proceso a su equipo más cercano, todo ello porque en un dirigente sin
prestigio los argumentos parecerán argucias, las emociones farsa, y la
sinceridad, hipocresía. De aquí procede un componente inevitable de la acción
política: la batalla por la imagen propia y el desprestigio de la ajena.
Estas estrategias no son nuevas; basta
recordar en España particularmente el “Váyase, señor González” de Aznar y los
ataques personales (no en su faceta delabor política) que han ido recibiendo, curiosamente, casi siempre los
representantes de un mismo segmento del arco parlamentario por los del otro
extremo del arco o por sus medios de comunicación afines. Forma parte ya de los
anales el editorial de ¡3 páginas! que un periódico que se edita en Madrid publicó
cuando Rubalcaba fue nombrado secretario general del PSOE, y no precisamente
hablando de su buena o mala gestión política.
Otro aspecto que destaca en el caso que
estamos viendo, y que también recoge Damborenea como “pista falsa”, es distraer
la atención del adversario y de los oyentes hacia un asunto colateral para disimular
la debilidad de la propia posición. Y aquí se han oído campanas sobre
Venezuela y Chaves, el castrismo, ETA, etc. pero ni palabra de la propuesta o
el programa planteados. La pista falsa, dice Damborenea, debe ser colateral
a la cuestión, porque ha de estar relacionada con ella aunque sea
indirectamente. De otro modo el auditorio no aceptará la fuga y estaríamos ante
una simple elusión del asunto. Además de colateral, es importante que el asunto
despierte emociones. El público rara vez se involucra con los argumentos
de un debate, pero lo hace siempre con las emociones. En términos coloquiales
solemos llamar a esta maniobra “Cambio de agujas”, en clara imagen ferroviaria:
hablamos de “desviar la cuestión”. Los británicos, amantes del deporte y del
juego limpio, la llaman “Arenque ahumado”, porque antes de iniciar la caza del
zorro se pasa un arenque sobre las pistas del animalito para confundir a los
perros. Es una forma de eludir la cuestión principal; por ejemplo, quien
no desea entrar en un debate sobre la licitud de un proyecto (que es lo
que se discute), puede desviar la atención hacia la utilidad (que no
discute nadie).
En resumen, con la irrupción de Podemos, lo que debería ser ante todo
crítica de los defectos internos que han propiciado la aparición de nuevas fuerzas
políticas y el examen sereno qnte la evidencia de su existencia y su atrasc tivo para el votante de qué pueden aportar éstas se ha convertido en
una lucha plagada de descalificaciones en un poco edificante ejercicio de lo
que un observador externo puede interpretar como una defensa a ultranza de privilegios
y un rechazo instintivo a cualquier cambio en el status actual sin admitir que
el planteamiento de ese cambio obedece, en parte, a miopía y sordera acerca de
una realidad diferente a la que registran las agendas de la legislatura,
suficientemente recordada por el ciudadano. Una lucha que, en lugar de
refutar las afirmaciones de un adversario, intenta descalificarlo personalmente.
Consiste, por ejemplo, en negar la razón a
una persona alegando que es fea. Al describir a un oponente como estúpido, poco
fiable, lleno de contradicciones o de prejuicios, se pretende que guarde
silencio o, por lo menos, que pierda su credibilidad.
Estamos ante un ataque dirigido hacia el
hombre, no hacia sus razonamientos. Es una agresión, como la del jugador de
fútbol que no logra alcanzar la pelota y da una patada a su adversario para
derribarlo. Podemos distinguir dos variedades: el ataque directo y el
indirecto.
a. Directo: Va derecho al bulto y suele ser insultante. Pone en duda la
inteligencia, el carácter, la condición, o la buena fe del oponente.
A esta misma familia pertenecen las
tradicionales descalificaciones ideológicas: es comunista, es de derechas... y todo cuanto, en este sentido,
pueda ser considerado perverso o al menos reprobable para cierto punto de vista:
es católico, ateo, anarquista, capitalista, jesuita, del Opus Dei... esto es,
gente incapaz de articular ideas respetables.
Clase social, raza, religión, nacionalidad,
antecedentes[6],
o hábitos de vida son irrelevantes a la hora de juzgar las opiniones ajenas. Lo
menos importante es si los términos del ataque son ciertos o falsos.
Hay quien emplea esta falacia antes de
escuchar el argumento del contrario, en una maniobra que coloquialmente se
llama envenenar el pozo. No se quiere dejar agua para cuando llegue el
contrincante. Pretende negar que esté cualificado para dar una opinión: tal vez
esté muy cualificado para opinar; tal vez sus consejos sean muy sensatos. Esta maniobra
adelanta que nada de lo que diga se tomará en consideración. Con frecuencia se
apela a las contradicciones entre lo que el adversario defiende hoy y lo que
sostenía ayer. La gente cambia de opiniones y es un recurso al alcance de
cualquier menguado descalificar a un oponente por defender hoy cosas que antaño
combatía. Es un recurso falaz porque apela a contradicciones ajenas a la
discusión y que, seguramente, no tienen nada que ver con lo bien fundado del
punto que se sostiene hoy.
b. Indirecto o circunstancial: El ataque indirecto no se dirige
abiertamente contra la persona sino contra las circunstancias en que se mueve:
sus vínculos, sus relaciones, sus intereses, en una palabra, todo aquello que
pueda poner de manifiesto los motivos que le empujan a sostener su punto de
vista. Es la forma de ataque que sufre quien pertenece a un grupo (político,
religioso, cultural, económico) no porque sus ideas sean despreciables, sino
porque se supone que disfraza con argumentos los intereses de su grupo. La
denuncia de supuestas conspiraciones de la oposición, que tanto gustan a algunos
políticos, adoptan la forma de esta falacia y se da por sentado que, aunque el
oponente sea una bellísima persona, sus circunstancias le aconsejan ver las
cosas de una manera determinada que le impide ser objetivo. No importa que sus
razones lo sean. Aquí se trata de eludir las razones para, en su lugar,
insinuar que el adversario habla por interés, que es sospechoso de parcialidad
e incluso de mala fe, y, en consecuencia, que no se debe malgastar el tiempo
rebatiéndole.
Como acabamos de ver, tanto en el ataque a
la persona directo como en el indirecto, se dejan a un lado los razonamientos
para provocar una actitud de rechazo hacia el oponente y, en consecuencia,
hacia sus palabras. Esta transferencia de la afirmación hecha por una persona a
la persona misma resulta ser extremadamente atractiva para el público, de ahí
el "éxito" de estas falacias. Nos inclinamos a contemplar un debate
como si fuera una competición. No se trata de ver quién tiene razón, sino quién
gana, es decir, quién zurra con más contundencia. Si una de las partes sabe
alinearse con los sentimientos de la mayoría y caracterizar a la oposición como
un enemigo común, su ventaja es indudable. No es fácil sustraerse a la
tentación de utilizar la falacia personal. Nos invitan la pasión y la conveniencia.
La pasión, porque aunque no lo manifestemos, con frecuencia nos inclinamos a
pensar: aborrezco a este hombre, luego
no tiene razón ni mérito, con lo que incurrimos en una falacia Ad Consequentiam. La conveniencia,
porque siempre es más fácil golpear que razonar. En el terreno de la política
no cabe duda de que las biografías personales son mucho más interesantes para
el público que los argumentos, y pueden reemplazarlos con facilidad.
Por eso conviene señalar que este juego es
peligroso. Los ataques personales descalifican también al atacante, ya que
muestran su irracionalidad y su indigencia argumental. Con frecuencia, se
vuelven contra quien los produce (contra
producentem), porque repugnan a los sectores más sensibles del
auditorio. No por eso se emplean menos. El caso es hablar para que no se note
la carencia de razones. Abundan quienes consideran más grave callar que decir
tonterías. Si alguna vez nos vemos impelidos a emplear un ataque personal hemos
de procurar, en primer lugar, que culmine nuestro razonamiento (no que lo sustituya)
y, en segundo lugar, revestirlo de formas corteses y, a ser posible, irónicas
para mitigar sus efectos negativos.
Solamente se pueden admitir los ataques a la
persona cuando es ella el objeto de discusión y no sus razonamientos. En muchas
ocasiones se discute sobre una persona, por ejemplo para criticar una
conducta o seleccionar un candidato. Si queremos demostrar que el presidente
de una empresa pública es corrupto no queda otro camino que poner los hechos encima
de la mesa.
Es igualmente legítima la crítica personal
cuando se discute la cualificación o la solvencia de una presunta autoridad.
¿Cómo probar que alguien es incompetente si no se pueden dar ejemplos de su
torpeza? Lo mismo ocurre cuando se conjetura sobre la participación de alguien
en determinados hechos. Es imprescindible apelar a sus motivos o a sus
intereses para probar lo que se pretende. De igual modo, a la hora de ponderar
un testimonio, nadie protestará porque se cuestione la fiabilidad del
testigo alegando que existen razones para dudar de su buena fe al tener interés
en el asunto, o de su capacidad de observación por ser miope o distraído. Son
ataques legítimos porque se limitan a dilucidar si las fuentes son imparciales
y están bien informadas, pero, sobre todo, porque abordan el fondo de la cuestión
(en este caso una persona), aportan datos relevantes y no pretenden eludir
ningún razonamiento.
Conclusiones
Como espectador, es difícil
llegar a conclusiones válidas, sobre todo porque la animadversión que se
observa en círculos políticos y de analistas hacia el fenómeno de nuevas
formaciones tiene mucho de irracional, de pavor ante algo que se sale de los
cánones que hasta ahora se consideraban inamovibles hasta el punto de que los
"sesudos estudios" que se ven sobre el tema, incluso en entrevistas con personas
vinculadas a estas formaciones no aplican, ni de lejos, las mismas varas de
medir a las que nos tenían acostumbrados.
Algunos ejemplos pueden respaldar
esta teoría:
-
Hasta el día de hoy se ha considerado normal que
un partido divulgara (si lo hacía) diferentes programas según se estuviera ante
elecciones europeas, generales o locales, admitiendo que los objetivos no
tienen por qué ser los mismos en cada ámbito; sin embargo una de las críticas
más feroces contra Podemos es que el programa que presenta actualmente no
coincide con el de las europeas (cuando aún, recordemos, no era partido político,
sino movimiento participativo).
-
Hasta el día de hoy, ningún periodista había
exigido a un líder político saber cómo llevaría
a cabo su programa, cosa que sí se le exige a Podemos.
-
Hasta el día de hoy se había mantenido (incluso
en declaraciones parlamentarias solemnes) que el político ha de estar atento a
la situación y/o peticiones del ciudadano, siendo esto por el contrario motivo
de duras invectivas contra Podemos por haberlo hecho.
-
Hasta el día de hoy se ha alentado la existencia
de una sola cabeza visible en cada partido, lo que es motivo de crítica en la
nueva formación.
-
….
La conclusión final no puede ser
otra que la de dar por bienvenido el nuevo estilo de examen a los partidos y de
exigencia de conocimiento y cumplimiento de programa... si se hace extensivo a
todos. Así nos aseguraremos, entre otras cosas, que los partidos políticos tienen programa, que sus candidatos lo conocen y, lo que sería deseable, que también conozcan el de sus adversarios con el fin de que sepan (en un saludable y deseable ejercicio de sensatez y generosidad) qué puntos del programa propio son susceptibles de mejora. Otra conclusión necesaria es la de admitir que todavía no hay elementos
de juicio para evaluar a la nueva formación más allá de la simpatía o rechazo
que pueda provocar. Y la simpatía o rechazo, por sí solos, no son buenos
“compañeros de fatigas” en el análisis objetivo.
[1]
De estilo frecuentemente polémico y provocador, una de sus intervenciones más
controvertida tuvo lugar en 1987 cuando acusó a los jueces del País Vasco de
defender los derechos de los terroristas en perjuicio del resto del pueblo y de
guardar silencio ante la terrible lacra del terrorismo, lo que provocó la
protesta formal del Consejo General del Poder Judicial.
[2]
Ricardo García Damborenea, Uso de razón. Diccionario de falacias.
Madrid, Biblioteca Nueva, 2000
[3]
La reflexión del autor es: “¿Cómo concluir esta llamada a la indignación?
Diciendo todavía lo que, en ocasión del sexagésimo aniversario en 2004 del
programa del Consejo Nacional de la Resistencia dijimos…: que ciertamente
"El nazismo fue derrotado, gracias al sacrificio de nuestros hermanos y
hermanas de la Resistencia y a las Naciones Unidas contra la barbarie fascista.
Pero esta amenaza no ha desaparecido y nuestra ira contra la injusticia sigue
intacta". No, esta amenaza no ha desaparecido por completo.
Convoquemos una verdadera insurrección pacífica contra los medios de
comunicación de masas que no propongan como horizonte para nuestra juventud
otras cosas que no sean el consumo en masa, el desprecio hacia los más débiles y
hacia la cultura, la amnesia generalizada y la competición excesiva de todos
contra todos”.
[5]
Todas las opiniones de los analistas están tomadas literalmente de diferentes
artículos publicados en prensa sobre el fenómeno Podemos.
[6]
Uno de los más ridículos ataques lanzados contra Pablo Iglesias, de Podemos, no
precisamente por sus ideas o propuestas, ha sido el de sugerir que debería
cambiarse de nombre para que no coincidiera con el del histórico fundador del PSOE,
también llamado, como se sabe, Pablo Iglesias.
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