domingo, 7 de diciembre de 2014

Boletín nº 43 - "Podemos", más allá de la conjetura



Ricardo García Damborenea, madrileño y médico de profesión, hoy retirado de la actividad pública, fue un político controvertido. Ya en el partido político con el que estuvo más relacionado, el Partido Socialista Obrero Español, del que fue secretario general de Vizcaya, lideró una corriente crítica denominada "Democracia Socialista" que le llevó a duros enfrentamientos con sus propios compañeros, granjeándose por ello enemistades y también simpatías. El fondo de la pugna estaba en la radicalidad de su pensamiento hacia el nacionalismo[1], enfrentándose abiertamente a la corriente más proclive a llegar a pactos con el PNV, corriente ésta que finalmente venció en esa lucha interna, lo que precipitó su dimisión y alejamiento del partido, hasta el punto de que pocos años después se mostró públicamente partidario del PP de José María Aznar.

Sin embargo, más allá de su militancia política y los vaivenes inherentes a ella, García Damborenea es más conocido por su relación con los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), tras el escándalo del descubrimiento de la existencia de la "guerra sucia" contra ETA, siendo juzgado por ello e ingresando en prisión preventiva en 1995. Aunque inicialmente había negado cualquier relación con las acciones del GAL, terminó admitiendo los hechos y afirmó que no se arrepentía de lo que había hecho, declarando que, dado el contexto, la suya era la única forma de respuesta posible. Su posterior colaboración con la justicia hizo que saliera pronto de la cárcel, antes que otros implicados en la trama de los GAL.

Pero no es el García Damborenea político o activista el que vamos a rememorar en esta entrada.  Tampoco las enseñanzas que se pueden extraer de su tiempo político, que nos muestra que la historia oficial siempre es cuestionable y es un error considerarla inamovible, toda vez que es válido para unos u otros según quién la cuente y desde qué óptica. No, en esta ocasión vale la pena detenerse en una faceta poco conocida del personaje como es la de escritor. Y es que, efectivamente, en el año 2000, ya retirado de la política, sorprendió con la publicación de un ensayo divulgativo sobre el arte del razonamiento lógico que incluía un detallado diccionario de falacias lógicas. La obra, titulada Uso de razón[2] y dividida en tres partes, examina con rigor, sencillez y profusión de citas, los principales conceptos que intervienen en los razonamientos cotidianos, así como los errores lógicos en que se suele incurrir o los recursos que se suelen emplear en los paralogismos y falacias.

Dejando de lado que sea o no una obra de lectura recomendable (sobre gustos de lectura y sobre promociones comerciales de la edición, corramos un respetuoso velo), lo cierto es que su contenido es de permanente actualidad en la interpretación de algunos aspectos de nuestra política de cada día. Y para convencer al más firme incrédulo, analicemos someramente a la luz de la obra de García Damborenea las actuaciones que están descubriéndose en unos y otros a raíz de la eclosión del grupo (en vías de transformación a partido político) Podemos.

Vaya por delante que la intención de estas líneas no es analizar a Podemos ni posicionarse en su favor o en su contra, sino un mero ejercicio de observación de las reacciones (y alguno de sus posibles porqués) que su aparición ha provocado en los demás partidos y el clima de nerviosismo generalizado que crea todo lo que concierne a la organización o sus representantes.


Pequeña cronología previa

Aunque ya, por diferentes  razones, se evidenciaba un clima de descontento ciudadano en forma de avisos de desafección, de inconformidad, de protestas, aisladas o ceñidas a un solo territorio autonómico, desde finales del siglo XX y más claramente a principios del siglo XXI, la aparición en 2008 de una crisis económica que se acaba extendiendo a otros ámbitos, da lugar a una crisis global: de valores, política, social, institucional y territorial que los poderes públicos, tomados por sorpresa (en lamentables declaraciones, justifican su inacción en que “esos problemas no figuran en la agenda”), no saben cómo afrontar ni mucho menos gestionar.

En ese escenario, a finales de 2010, se publica ¡Indignaos!, del nonagenario francés Stéphane Hessel, escritor, diplomático y uno de los redactores en 1948 de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que plantea en la obra un alzamiento contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica. La edición española la presenta el eximio economista y escritor José Luis Sampedro, y la obra se convierte en un fenómeno mediático-editorial[3].

No puede echarse en saco roto la influencia que tuvo en la gestación de las movilizaciones el desencadenamiento de la llamada Primavera árabe y sus manifestaciones en prácticamente todos los paises del Mediterráneo sur a raíz de la inmolación a lo bonzo en Túnez de un joven en enero de 2011, debido a sus acuciantes problemas económicos y su percepción de que no hay futuro.

En ese año 2011, los hechos se precipitan sin que desde los poderes públicos se sepa muy bien cómo reaccionar, además de con la fuerza y la prohibición/imposición. Así en febrero nace Estado del Malestar y se crean varios grupos locales que animan a los ciudadanos a salir a la calle a protestar y pedir en un movimiento apartidista el fin del bipartidismo (PP – PSOE) y una democracia más participativa. Ese mismo mes se crea la Plataforma de coordinación de grupos pro-movilización ciudadana, formada por representantes de colectivos con el fin de convocar una manifestación masiva y la redacción de un manifiesto, que unas semanas después se transforma en la plataforma Democracia Real Ya,  con un manifiesto y propuestas políticas para España. A finales de marzo tiene lugar la primera protesta juvenil, una huelga general de estudiantes, con asistencia de miles de jóvenes en todo el país, contra el paro y la precariedad laboral, los recortes presupuestarios en la educación y el aumento de las tasas universitarias. Ya el mes de abril, la plataforma Juventud Sin Futuro, nacida en el entorno universitario, organiza en Madrid una marcha contra la crisis económica, criticando la "partitocracia" encabezada por las inamovibles siglas del PPSOE.

Finalmente, el Movimiento 15-M, también llamado movimiento de los indignados, se forma como movimiento ciudadano a raíz de la manifestación del 15 de mayo de 2011 (convocada por diversos colectivos), donde después de que 40 personas decidieran acampar en la puerta del Sol de Madrid esa noche de forma espontánea, se produjeron una serie de protestas pacíficas en toda España, con la intención de promover una democracia más participativa alejada del binomio PP-PSOE (denominado "PPSOE"3 ) y del dominio de bancos y corporaciones, así como una "auténtica división de poderes" y otras medidas con la intención de mejorar el sistema democrático. Tras el desalojo de la acampada en la Puerta del Sol al día siguiente de la manifestación por parte de las Fuerzas de seguridad, se reprodujeron centenares de acampadas en las plazas de la mayoría de las ciudades españolas, así como otras creadas por expatriados españoles en ciudades de todo el mundo.

Entre junio y octubre, la actividad se traslada a los barrios y pueblos, constituyéndose las asambleas populares que se celebran generalmente en plazas o parques y están estructuradas en diversas comisiones y grupos de trabajo (cultura, educación, política, economía, medio ambiente, trabajo social, feminismos, ciencia y tecnología, diálogo entre religiones, migración y movilidad, pensamiento). A partir de la manifestación global del 15 de octubre (15O), los activistas que formaban parte de las acampadas y asambleas, empezaron a crear colectivos temáticos y a partir de 2013, empezaron a formarse nuevos partidos políticos, como el Partido X en enero de 2013, o Podemos en 2014 que se presentaron a las elecciones europeas de 2014, obteniendo 5 eurodiputados el segundo[4].

La irrupción de Podemos y sus buenos resultados en las elecciones, llevaron a analistas políticos y medios de comunicación a tratar de comprender y definir las que serían señas de identidad ideológica del nuevo partido, lo que da lugar a un amplio abanico de ideas políticas que se le atribuyen a la formación, a saber, la lucha por la hegemonía de Gramsci, la mística del populismo, algo de Lenin y mucho de Carl Schmitt, intentando explicar rasgos de la ideología destacados por los analistas políticos: igualitarismo, defensa de la igualdad de oportunidades, reparto de la riqueza contra la desigualdades propias del capitalismo y la crisis, comunismo, democracia participativa, republicanismo, la restitución del decoro ético y social del Estado a través de un paquete de reformas legislativas, constitucionales, que reprima los desmanes y omisiones de partidos e instituciones y fuerce un cambio en el funcionamiento ordinario del poder político, populismo imitando a la Venezuela de Chaves (ataque recurrente desde diversos sectores) y al peronismo argentino que acabaría en una «dictadura cerrada» al primar la igualdad sobre la libertad[5] y un largo etcétera dominado, sobre todo, por la perplejidad.

Y así llegamos al momento en que los partidos “tradicionales”, despertados de golpe de su modorra con los resultados de las elecciones europeas, caen en la cuenta de que con el viejo argumento de que los problemas que se planteaban “no estaban en la agenda” no han sido capaces de asumir ni una sola de las reivindicaciones del movimiento, siguiendo con ello el conocido paradigma de los gestores incompetentes de recorrer puntualmente la secuencia ante lo desconocido o incontrolable que pasa por el desdén inicial, la burla, la preocupación, el temor y la amenaza final.

También entre las declaraciones de los líderes de los partidos con representación parlamentaria, cogidos con el paso cambiado, se puede coleccionar otro abanico de ideas sobre Podemos o sobre sus líderes: populista, demagogo, similar tanto a la ultraizquierda como a la ultraderecha, utópico, proetarra, etc. Sólo uno, que quizá conviene no identificar, afirmó que Podemos podría tener «efectos muy beneficiosos en términos de regeneración del sistema democrático español»

Es, pues, en la última fase de las citadas más arriba, a caballo entre el temor y la amenaza, y como reflejo de las declaraciones de unos y otros, donde cabe situar la referencia a la obra de García Damborenea en las acciones que se observan.

Debe repetirse, para evitar enojosos malentendidos, que no se trata de analizar en estas líneas el borrador de programa presentado por Podemos, ni su evolución respecto del que presentaron para las elecciones europeas, ni su viabilidad ni posible ejecución ya que todo eso debe estudiarse razonablemente por comparación con los programas de TODOS los partidos que, en su día se presenten a las elecciones junto con Podemos. Pensar otra cosa sería hacer una pseudo crítica sin mucho sentido., máxime cuando la experiencia nos indica que hasta ahora nadie ha hecho caso de los programas sino a la imagen del candidato de turno en los medios. No obstante bienvenida sea, si no se queda en Podemos, esa saludable  disección del programa de los partidos y ese escudriñamiento de la actitud y coherencia de sus líderes.


Falacias de libro

“Si no puedes responder al argumento de un adversario, no está todo perdido: puedes insultarle. (Elbert Hubbard)”

Hay dos factores que coinciden para intentar entender (que no justificar) la virulencia de las reacciones; por una parte el ya apuntado de que por inercia se presenta al electorado, no ya un programa sino el perfil de un candidato (valga decir en este sentido que desde hace unos años parece haberse instalado el clima de campaña perpetua con cansinos y recurrentes actos de partido a veces organizados con peregrinas excusas en los que el candidato, eso sí, “se hace familiar”). Por otro lado se observa que ciertas actitudes obedecen más a una rabieta que a una posición meditada, dado que los partidos tradicionales se dan cuenta de que si Podemos (y otras formaciones) existe es por su propia incapacidad de escuchar las demandas del ciudadano “porque no estaban en la agenda parlamentaria”. Sólo así se pueden entender las quejas de unos y otros de que los votos de la nueva formación son votos “robados” a ellos, lo que merece más atención de la que se le ha dispensado ya que expresarlo con esa contundencia (sin que nadie rectifique) es exhibir un preocupante desconocimiento de lo que es el servicio público y, por extensión, la democracia. En efecto, un votante no es (no debe ser) un “cliente cautivo” con voto obligado, sino un ciudadano que confía en ser escuchado y atendido por aquellos en quienes depositó su confianza en forma de voto, con el derecho de exigir cambios en aquello que se hace que sea diferente de lo que se prometió y, por supuesto, de depositar la confianza en quien decida que la merece.
Resulta patético, y todo un síntoma de falta de calidad democrática, acusar a otro en estos casos del “robo” de votos en lugar de proceder a una reflexión serena y profunda en busca de las razones internas de ese cambio en la confianza del votante. 

Deducido del hecho de que es más difícil la discusión técnica de programas y contenidos, la contienda política se transforma en ataque personal que, como dice Damborenea en su obra, desvía la atención del asunto que se discute hacia la persona del adversario o sus circunstancias ya que la difamación es tan frecuente en la vida pública porque los políticos comprenden instintivamente la necesidad de arruinar el crédito moral de sus adversarios. Hay dos argumentos falaces o pseudo argumentos que atacan directamente al adversario: la falacia ad hominem y la falacia del Muñeco de Paja. Son pseudo argumentos porque ninguno refuta las afirmaciones del contrincante. El primero se limita a descalificarlo como persona y el segundo forja un oponente imaginario fácil de tumbar

En el caso que estamos observando, ambos se solapan, si bien no en ese orden: primero (antes de las elecciones, cuando Podemos era poco más que un proyecto) se minimizó la importancia de su líder y después (de su éxito electoral) se inicia un visible proceso de descalificación personal, haciendo extensivo este proceso a su equipo más cercano, todo ello porque en un dirigente sin prestigio los argumentos parecerán argucias, las emociones farsa, y la sinceridad, hipocresía. De aquí procede un componente inevitable de la acción política: la batalla por la imagen propia y el desprestigio de la ajena.

Estas estrategias no son nuevas; basta recordar en España particularmente el “Váyase, señor González” de Aznar y los ataques personales (no en su faceta delabor política) que han ido recibiendo, curiosamente, casi siempre los representantes de un mismo segmento del arco parlamentario por los del otro extremo del arco o por sus medios de comunicación afines. Forma parte ya de los anales el editorial de ¡3 páginas! que un periódico que se edita en Madrid publicó cuando Rubalcaba fue nombrado secretario general del PSOE, y no precisamente hablando de su buena o mala gestión política.

Otro aspecto que destaca en el caso que estamos viendo, y que también recoge Damborenea como “pista falsa”, es distraer la atención del adversario y de los oyentes hacia un asunto colateral para disimular la debilidad de la propia posición. Y aquí se han oído campanas sobre Venezuela y Chaves, el castrismo, ETA, etc. pero ni palabra de la propuesta o el programa planteados. La pista falsa, dice Damborenea, debe ser colateral a la cuestión, porque ha de estar relacionada con ella aunque sea indirectamente. De otro modo el auditorio no aceptará la fuga y estaríamos ante una simple elusión del asunto. Además de colateral, es importante que el asunto despierte emociones. El público rara vez se involucra con los argumentos de un debate, pero lo hace siempre con las emociones. En términos coloquiales solemos llamar a esta maniobra “Cambio de agujas”, en clara imagen ferroviaria: hablamos de “desviar la cuestión”. Los británicos, amantes del deporte y del juego limpio, la llaman “Arenque ahumado”, porque antes de iniciar la caza del zorro se pasa un arenque sobre las pistas del animalito para confundir a los perros. Es una forma de eludir la cuestión principal; por ejemplo, quien no desea entrar en un debate sobre la licitud de un proyecto (que es lo que se discute), puede desviar la atención hacia la utilidad (que no discute nadie).

En resumen, con la irrupción de Podemos, lo que debería ser ante todo crítica de los defectos internos que han propiciado la aparición de nuevas fuerzas políticas y el examen sereno qnte la evidencia de su existencia y su atrasc tivo para el votante de qué pueden aportar éstas se ha convertido en una lucha plagada de descalificaciones en un poco edificante ejercicio de lo que un observador externo puede interpretar como una defensa a ultranza de privilegios y un rechazo instintivo a cualquier cambio en el status actual sin admitir que el planteamiento de ese cambio obedece, en parte, a miopía y sordera acerca de una realidad diferente a la que registran las agendas de la legislatura, suficientemente recordada por el ciudadano. Una lucha que, en lugar de refutar las afirmaciones de un adversario, intenta descalificarlo personalmente.

Consiste, por ejemplo, en negar la razón a una persona alegando que es fea. Al describir a un oponente como estúpido, poco fiable, lleno de contradicciones o de prejuicios, se pretende que guarde silencio o, por lo menos, que pierda su credibilidad.

Estamos ante un ataque dirigido hacia el hombre, no hacia sus razonamientos. Es una agresión, como la del jugador de fútbol que no logra alcanzar la pelota y da una patada a su adversario para derribarlo. Podemos distinguir dos variedades: el ataque directo y el indirecto.

a. Directo: Va derecho al bulto y suele ser insultante. Pone en duda la inteligencia, el carácter, la condición, o la buena fe del oponente.
A esta misma familia pertenecen las tradicionales descalificaciones ideológicas: es comunista, es de derechas... y todo cuanto, en este sentido, pueda ser considerado perverso o al menos reprobable para cierto punto de vista: es católico, ateo, anarquista, capitalista, jesuita, del Opus Dei... esto es, gente incapaz de articular ideas respetables.
Clase social, raza, religión, nacionalidad, antecedentes[6], o hábitos de vida son irrelevantes a la hora de juzgar las opiniones ajenas. Lo menos importante es si los términos del ataque son ciertos o falsos.
Hay quien emplea esta falacia antes de escuchar el argumento del contrario, en una maniobra que coloquialmente se llama envenenar el pozo. No se quiere dejar agua para cuando llegue el contrincante. Pretende negar que esté cualificado para dar una opinión: tal vez esté muy cualificado para opinar; tal vez sus consejos sean muy sensatos. Esta maniobra adelanta que nada de lo que diga se tomará en consideración. Con frecuencia se apela a las contradicciones entre lo que el adversario defiende hoy y lo que sostenía ayer. La gente cambia de opiniones y es un recurso al alcance de cualquier menguado descalificar a un oponente por defender hoy cosas que antaño combatía. Es un recurso falaz porque apela a contradicciones ajenas a la discusión y que, seguramente, no tienen nada que ver con lo bien fundado del punto que se sostiene hoy.

b. Indirecto o circunstancial: El ataque indirecto no se dirige abiertamente contra la persona sino contra las circunstancias en que se mueve: sus vínculos, sus relaciones, sus intereses, en una palabra, todo aquello que pueda poner de manifiesto los motivos que le empujan a sostener su punto de vista. Es la forma de ataque que sufre quien pertenece a un grupo (político, religioso, cultural, económico) no porque sus ideas sean despreciables, sino porque se supone que disfraza con argumentos los intereses de su grupo. La denuncia de supuestas conspiraciones de la oposición, que tanto gustan a algunos políticos, adoptan la forma de esta falacia y se da por sentado que, aunque el oponente sea una bellísima persona, sus circunstancias le aconsejan ver las cosas de una manera determinada que le impide ser objetivo. No importa que sus razones lo sean. Aquí se trata de eludir las razones para, en su lugar, insinuar que el adversario habla por interés, que es sospechoso de parcialidad e incluso de mala fe, y, en consecuencia, que no se debe malgastar el tiempo rebatiéndole.

Como acabamos de ver, tanto en el ataque a la persona directo como en el indirecto, se dejan a un lado los razonamientos para provocar una actitud de rechazo hacia el oponente y, en consecuencia, hacia sus palabras. Esta transferencia de la afirmación hecha por una persona a la persona misma resulta ser extremadamente atractiva para el público, de ahí el "éxito" de estas falacias. Nos inclinamos a contemplar un debate como si fuera una competición. No se trata de ver quién tiene razón, sino quién gana, es decir, quién zurra con más contundencia. Si una de las partes sabe alinearse con los sentimientos de la mayoría y caracterizar a la oposición como un enemigo común, su ventaja es indudable. No es fácil sustraerse a la tentación de utilizar la falacia personal. Nos invitan la pasión y la conveniencia. La pasión, porque aunque no lo manifestemos, con frecuencia nos inclinamos a pensar: aborrezco a este hombre, luego no tiene razón ni mérito, con lo que incurrimos en una falacia Ad Consequentiam. La conveniencia, porque siempre es más fácil golpear que razonar. En el terreno de la política no cabe duda de que las biografías personales son mucho más interesantes para el público que los argumentos, y pueden reemplazarlos con facilidad.

Por eso conviene señalar que este juego es peligroso. Los ataques personales descalifican también al atacante, ya que muestran su irracionalidad y su indigencia argumental. Con frecuencia, se vuelven contra quien los produce (contra producentem), porque repugnan a los sectores más sensibles del auditorio. No por eso se emplean menos. El caso es hablar para que no se note la carencia de razones. Abundan quienes consideran más grave callar que decir tonterías. Si alguna vez nos vemos impelidos a emplear un ataque personal hemos de procurar, en primer lugar, que culmine nuestro razonamiento (no que lo sustituya) y, en segundo lugar, revestirlo de formas corteses y, a ser posible, irónicas para mitigar sus efectos negativos.

Solamente se pueden admitir los ataques a la persona cuando es ella el objeto de discusión y no sus razonamientos. En muchas ocasiones se discute sobre una persona, por ejemplo para criticar una conducta o seleccionar un candidato. Si queremos demostrar que el presidente de una empresa pública es corrupto no queda otro camino que poner los hechos encima de la mesa.

Es igualmente legítima la crítica personal cuando se discute la cualificación o la solvencia de una presunta autoridad. ¿Cómo probar que alguien es incompetente si no se pueden dar ejemplos de su torpeza? Lo mismo ocurre cuando se conjetura sobre la participación de alguien en determinados hechos. Es imprescindible apelar a sus motivos o a sus intereses para probar lo que se pretende. De igual modo, a la hora de ponderar un testimonio, nadie protestará porque se cuestione la fiabilidad del testigo alegando que existen razones para dudar de su buena fe al tener interés en el asunto, o de su capacidad de observación por ser miope o distraído. Son ataques legítimos porque se limitan a dilucidar si las fuentes son imparciales y están bien informadas, pero, sobre todo, porque abordan el fondo de la cuestión (en este caso una persona), aportan datos relevantes y no pretenden eludir ningún razonamiento.


Conclusiones

Como espectador, es difícil llegar a conclusiones válidas, sobre todo porque la animadversión que se observa en círculos políticos y de analistas hacia el fenómeno de nuevas formaciones tiene mucho de irracional, de pavor ante algo que se sale de los cánones que hasta ahora se consideraban inamovibles hasta el punto de que los "sesudos estudios" que se ven sobre el tema, incluso en entrevistas con personas vinculadas a estas formaciones no aplican, ni de lejos, las mismas varas de medir a las que nos tenían acostumbrados.

Algunos ejemplos pueden respaldar esta teoría: 

-          Hasta el día de hoy se ha considerado normal que un partido divulgara (si lo hacía) diferentes programas según se estuviera ante elecciones europeas, generales o locales, admitiendo que los objetivos no tienen por qué ser los mismos en cada ámbito; sin embargo una de las críticas más feroces contra Podemos es que el programa que presenta actualmente no coincide con el de las europeas (cuando aún, recordemos, no era partido político, sino movimiento participativo).
-          Hasta el día de hoy, ningún periodista había exigido a un líder político saber cómo llevaría a cabo su programa, cosa que sí se le exige a Podemos.
-          Hasta el día de hoy se había mantenido (incluso en declaraciones parlamentarias solemnes) que el político ha de estar atento a la situación y/o peticiones del ciudadano, siendo esto por el contrario motivo de duras invectivas contra Podemos por haberlo hecho.
-            Hasta el día de hoy se ha alentado la existencia de una sola cabeza visible en cada partido, lo que es motivo de crítica en la nueva formación.
-          ….

La conclusión final no puede ser otra que la de dar por bienvenido el nuevo estilo de examen a los partidos y de exigencia de conocimiento y cumplimiento de programa... si se hace extensivo a todos. Así nos aseguraremos, entre otras cosas, que los partidos políticos tienen programa, que sus candidatos lo conocen y, lo que sería deseable, que también conozcan el de sus adversarios con el fin de que sepan (en un saludable y deseable ejercicio de sensatez y generosidad) qué puntos del programa propio son susceptibles de mejora. Otra conclusión necesaria es la de admitir que todavía no hay elementos de juicio para evaluar a la nueva formación más allá de la simpatía o rechazo que pueda provocar. Y la simpatía o rechazo, por sí solos, no son buenos “compañeros de fatigas” en el análisis objetivo.



[1] De estilo frecuentemente polémico y provocador, una de sus intervenciones más controvertida tuvo lugar en 1987 cuando acusó a los jueces del País Vasco de defender los derechos de los terroristas en perjuicio del resto del pueblo y de guardar silencio ante la terrible lacra del terrorismo, lo que provocó la protesta formal del Consejo General del Poder Judicial.
[2] Ricardo García Damborenea, Uso de razón. Diccionario de falacias. Madrid, Biblioteca Nueva, 2000
[3] La reflexión del autor es: “¿Cómo concluir esta llamada a la indignación? Diciendo todavía lo que, en ocasión del sexagésimo aniversario en 2004 del programa del Consejo Nacional de la Resistencia dijimos…: que ciertamente "El nazismo fue derrotado, gracias al sacrificio de nuestros hermanos y hermanas de la Resistencia y a las Naciones Unidas contra la barbarie fascista. Pero esta amenaza no ha desaparecido y nuestra ira contra la injusticia sigue intacta". No, esta amenaza no ha desaparecido por completo. Convoquemos una verdadera insurrección pacífica contra los medios de comunicación de masas que no propongan como horizonte para nuestra juventud otras cosas que no sean el consumo en masa, el desprecio hacia los más débiles y hacia la cultura, la amnesia generalizada y la competición excesiva de todos contra todos”.
[4] Sólo cuatro meses después de su formación como movimiento político (aún no era partido), Podemos, liderado por Pablo Iglesias, logra cinco escaños (de un total de 54) en la elecciones europeas con el 7,98 % de los votos, lo que lo convirtió en el cuarto partido más votado de España. En los primeros veinte días que permitió la inscripción en la formación, reunió más de 100 000 miembros, convirtiéndose en el tercer partido en número de afiliados y actualmente ostenta el segundo lugar, con más de 200 000. También aparece como el primer partido del país en intención directa de voto, según las últimas encuestas.
[5] Todas las opiniones de los analistas están tomadas literalmente de diferentes artículos publicados en prensa sobre el fenómeno Podemos.
[6] Uno de los más ridículos ataques lanzados contra Pablo Iglesias, de Podemos, no precisamente por sus ideas o propuestas, ha sido el de sugerir que debería cambiarse de nombre para que no coincidiera con el del histórico fundador del PSOE, también llamado, como se sabe, Pablo Iglesias.

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