No
hay cuidado: ya puede ser el año dedicado a fomentar la lectura, el centenario
del Quijote o el aniversario de la publicación de La Divina Comedia. Siempre
hay en el mundo seres superiores que persisten en despreciar el rigor en la escritura
enmascarando su ignorancia con el velo del desdén a “poner las comas”, como si
eso no fuera suficiente motivo de respeto. Llama la atención que algun@s de los más "insignes" representantes de este movimiento se dediquen al mundo de la comunicación sin caer el el pequeño detalle de que han de procurar que aquello que escriben se parezca algo a lo que quieren decir (corramos, eso sí, un pudoroso velo sobre la calidad moral de los contenidos, en numerosas ocasiones)
Desde ese punto de vista, que
la correcta puntuación de la frase es determinante en la interpretación cabal de lo que se
lee, está fuera de duda. Y si no, que se lo pregunten a Néstor Luján, si
viviera aún, naturalmente, cuando un error de posición en una coma lo hizo
pasar como sádico apologista de la violencia revolucionaria. Resulta que en
1984 escribió para La Vanguardia, a propósito de las consecuencias de la
Revolución Francesa:
Pero los famosos duendes de las tipografías hicieron que se publicara:
"En una zona de la Vendée, tan sólo el 40 por 100 de la población fue asesinada y el 52 por 100 de la riqueza se destruyó".
...que no es lo mismo precisamente. Y
no es el único caso. En la obra de nuestro Nobel de literatura Jacinto Benavente “Los intereses creados” podemos
leer:
DOCTOR.— Mi previsión se anticipa a todo. Bastará con puntuar debidamente algún concepto... Ved aquí: donde dice... «Y resultando que si no declaró...» Basta una coma y dice: «Y resultando que sí, no declaró...» Y aquí: «Y resultando que no, debe condenársele...», fuera la coma y dice: «Y resultando que no debe condenársele...»
CRISPÍN.— ¡Oh, admirable coma! ¡Maravillosa coma! ¡Genio de la Justicia! ¡Oráculo de la Ley! ¡Monstruo de la Jurisprudencia!"
Y para acabar este muy somero repaso a la cuestión de la coma, es de sobras conocida la anécdota atribuida a Carlos V, a quien se le presentó a la firma una sentencia que decía así:
"Perdón imposible, que cumpla su condena."
Al monarca le ganó su magnanimidad y antes de firmarla movió la coma de sitio:
"Perdón, imposible que cumpla su condena".
Y de ese modo, una coma cambió la suerte de algún desgraciado...
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