Los tipos de interés próximos a cero son
consecuencia, pues, de la política del Banco Central Europeo de comprar Deuda
(y no tanto de las particularidades socio-económicas de los países) con lo que,
al encontrarse de repente tanto dinero en circulación, se reduce el ahora
innecesario coste interbancario de la financiación y, para rentabilizar los
fondos está previsto que aumente el ritmo de financiación a particulares y
pymes. La clave está en que, al establecer tipos de interés a la baja, los
bancos obtienen menos euros por las cuotas que los clientes pagan por sus
créditos, y admitiendo el axioma económico de que Beneficio = Margen x
Rotación, en la medida que el margen disminuye, se precisa un mayor número de
operaciones para mantener el beneficio.
En la práctica, sin embargo, se dan algunos matices
a la teoría. Como premisa de trabajo, se ha de pensar que, ciertamente, si el
tipo de interés oficial de referencia llega a ser negativo, y, particularmente
en operaciones hipotecarias, habida cuenta de que las cláusulas suelo están
prohibidas (aunque al parecer, quienes se han de cuidar de modificar las leyes
al respecto aún tiene dudas), podrá darse la paradoja extrema de que el banco hubiera
de pagar al deudor hipotecario por esas cuotas a tipo de interés negativo[1],
especialmente en hipotecas firmadas con anterioridad al inicio de la crisis en
las que el diferencial sobre el Euribor era de 0,30, 0,20 y hasta 0,10 %.
Sin llegar a esos extremos, lo que sí se ha de
considerar es que, ante un escenario, previsiblemente prolongado en el tiempo
de intereses bajos, la banca busque cómo equilibrar e incrementar la cifra de beneficios.
Y sólo hay dos caminos: rebajar los costes y/o aumentar los ingresos.
Respecto del primer factor, sólo cabe aligerar costes de estructura (más despidos
de personal, en castizo) o ganando medida mediante fusiones (comporta también más
ingresos por la suma de clientes de los bancos fusionados a la vez que racionalización
de gastos centrales que no se duplican con la fusión). En cualquier caso, la reducción
de costes en ese sentido no tiene por qué repercutir en la operativa con los
clientes.
Si recordamos, de la primera parte de esta entrada,
el esquema de la esencia de la operativa bancaria:
· Captar
dinero (recursos) de sus clientes, por el que, en teoría, paga un precio
(rentabilidad para el cliente)
· Prestar
dinero (inversión) a sus clientes, por los que cobra un precio (coste para
el cliente)
· Cobrar
comisiones por los servicios que presta (cheques, recibos, transferencias,
etc.)
No es difícil deducir que el grueso de la intención de
las entidades está en aumentar los ingresos en estos capítulos y no es difícil
verificar que han empezado por el cobro de comisiones, si nos atenemos a la importancia
relativa de éstas en la vuelta a los beneficios de la banca hace un par de años.
Sólo hay que ver la proliferación de ofertas de cuentas “sin comisiones”, en un
declaración anticipada (para cuando llegue el momento) de que el no cobrarlas era
una excepción pasajera. Sí que se percibe esta voluntad en la evidencia de que
se ofrecen al cliente, con más frecuencia que antes, productos financieros que
incorporan comisiones, como los fondos de inversión o los planes de pensiones.
En cuanto al capítulo de ingresos por prestar
dinero, si alguien piensa que, en sus operaciones internas, la banca aplica la
tendencia a cero de los intereses hemos de decir que exhibe una ingenuidad
rayana en la patología. La banca española siempre se ha sentido cómoda en un
contexto de intereses elevados, en los que podía jugar con los diferenciales
entre inversión y recursos hasta el punto que hizo fortuna (y se usó como referencia
oficial en los primeros préstamos a interés variable) la expresión de “tipos de
interés preferenciales”, originados ciertamente cuando el interés oficial interbancario
estaba por las nubes pero mantenidos cuando las aguas ya se veían bajar cada vez
más controladas. Eran estos unos tipos de interés, en teoría más bajos que el
standard, pero que les permitían jugosos diferenciales y dejaban contento al
cliente, al que se trataba “como amigo”. En un tejido financiero como el
actual, sin embargo, le es más difícil mantener esas estrategias de diferenciales
amplios pese a que, sin llegar al umbral de la usura, los intereses de
préstamos o créditos distan mucho de registrar tendencia a cero. Por eso una de
las estrategias (legítima, por supuesto) es la de construir una tela de araña
de servicios alrededor del cliente para mejorar la rentabilidad: seguros,
medios de pago, etc.
Mención aparte, por el valor que ofrece como
indicador de que la táctica de la banca, en general, sólo contempla el corto
plazo, merece la política que se viene observando en el tratamiento de los
depósitos de clientes, en lo que a todas luces parece un grave error preludio
de lo que puede ser en el futuro una nueva crisis bancaria. Y no es exageración:
ya hace unos meses hemos podido comprobar que ha desaparecido la retribución
(modesta, en general, no lo olvidemos) de las cuentas en las que, repetimos, se
ceban con más asiduidad comisiones por todo, en una estrategia de identificar
mayor retribución de los depósitos con mayor riesgo para el cliente, olvidando
que encaminar los depósitos a operaciones fuera de balance va contra la línea
de flotación de la solvencia del banco.
Pero hay más; dice la teoría económica que, a mayor
oferta de ahorro, el interés ofertado será menor y, ante su escasez, para
atraer ahorradores la tasa de interés tendrá que elevarse. Este proceso se da
gracias a la interacción de millones de oferentes y demandantes en ese libre mercado
de tiempo, pero esa situación no es igual a la actual, en que el superávit de ahorro
en los bancos no es tal, sino desequilibrio con sus cifras de inversión en economías
domésticas tras la crisis. Los banqueros basan sus decisiones en información,
estadísticas y análisis macroeconómicos que
desdeñan el papel del individuo cliente y esta visión de la economía es
peligrosa, porque sus practicantes se creen capaces de comprender y abarcar de
manera agregada los millones de grados de preferencias temporales que tienen
cada una de las personas y, así, terminan decidiendo qué es lo más
“conveniente” para la entidad, según su juicio de valor particular, no por la
realidad de sus clientes. En definitiva, los tomadores de decisiones saben la
acción que ellos emprenderán, pero no tienen control alguno sobre la reacción
de los demás. Cada uno puede tener diversas reacciones al mismo
fenómeno, como responder distinto ante estímulos idénticos en diferentes
momentos.
Lo
que queremos decir es que se puede entender que una señal como la de abundancia
de ahorro, que provocaría la reducción de la tasa de interés, no es igual a la
decisión de recortar esos tipos por voluntad oficial.
Unos apuntes más para finalizar este acercamiento al
tema:
a)
Asombra que la hipótesis de trabajo de la banca para
tomar esas decisiones erróneas es precisamente asumir la imagen de que exista
realmente abundancia de ahorro y no crisis aún galopante en muchos sectores de
la sociedad. ¿Desconocen la realidad?
b)
Hemos de pensar que los banqueros saben que el tipo
de interés oficial del dinero que se publica es el del destinado a prestarse entre
entidades para atender a sus compromisos puntuales, y que en ningún caso entra
a formar parte del balance acreditativo de la solvencia de la entidad.
c)
El adquirir el hábito de encaminar al cliente que
busca rentabilidad en sus depósitos a operaciones fuera de balance (valores,
fondos, seguros de capital, etc.) es, llevado al extremo, poner una autopista a
la descapitalización del banco.
Por todo ello, ¿es o no un fiasco aprovechar la coyuntura
de los tipos de interés tendentes a cero para tomar iniciativas que, no solo
perjudican a la clientela sino que ponen en cuarentena el futuro de las
entidades?
Sólo faltaría tener que plantearse la necesidad, de
nuevo, de un rescate, o como se llame.
[1] Poca
broma. Es una eventualidad que la banca europea se toma muy en serio; muchos
bancos de la Eurozona están revisando documentos contractuales antiguo y ha
provocado que muchas entidades en particular y asociaciones de bancos en
general (de España, Italia, Portugal, Alemania, Francia, Holanda, etc. se
dirijan a sus Bancos Centrales en demanda de asesoramiento con diferente
resultado. En Italia y España, por ejemplo, la respuesta está
pendiente mientras que en Portugal, su Banco Central ya he respondido que, si
se diera el caso, las entidades habrían de pagar a sus clientes esos intereses
negativos.
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