jueves, 14 de mayo de 2015

Boletín nº 47/y 3.- El fiasco del interés oficial cero

La reacción de la banca


Los tipos de interés próximos a cero son consecuencia, pues, de la política del Banco Central Europeo de comprar Deuda (y no tanto de las particularidades socio-económicas de los países) con lo que, al encontrarse de repente tanto dinero en circulación, se reduce el ahora innecesario coste interbancario de la financiación y, para rentabilizar los fondos está previsto que aumente el ritmo de financiación a particulares y pymes. La clave está en que, al establecer tipos de interés a la baja, los bancos obtienen menos euros por las cuotas que los clientes pagan por sus créditos, y admitiendo el axioma económico de que Beneficio = Margen x Rotación, en la medida que el margen disminuye, se precisa un mayor número de operaciones para mantener el beneficio.

En la práctica, sin embargo, se dan algunos matices a la teoría. Como premisa de trabajo, se ha de pensar que, ciertamente, si el tipo de interés oficial de referencia llega a ser negativo, y, particularmente en operaciones hipotecarias, habida cuenta de que las cláusulas suelo están prohibidas (aunque al parecer, quienes se han de cuidar de modificar las leyes al respecto aún tiene dudas), podrá darse la paradoja extrema de que el banco hubiera de pagar al deudor hipotecario por esas cuotas a tipo de interés negativo[1], especialmente en hipotecas firmadas con anterioridad al inicio de la crisis en las que el diferencial sobre el Euribor era de 0,30, 0,20 y hasta 0,10 %.

Sin llegar a esos extremos, lo que sí se ha de considerar es que, ante un escenario, previsiblemente prolongado en el tiempo de intereses bajos, la banca busque cómo equilibrar e incrementar la cifra de beneficios. Y sólo hay dos caminos: rebajar los costes y/o aumentar los ingresos.

Respecto del primer factor, sólo  cabe aligerar costes de estructura (más despidos de personal, en castizo) o ganando medida mediante fusiones (comporta también más ingresos por la suma de clientes de los bancos fusionados a la vez que racionalización de gastos centrales que no se duplican con la fusión). En cualquier caso, la reducción de costes en ese sentido no tiene por qué repercutir en la operativa con los clientes.

Si recordamos, de la primera parte de esta entrada, el esquema de la esencia de la operativa bancaria:
·  Captar dinero (recursos) de sus clientes, por el que, en teoría, paga un precio (rentabilidad para el cliente)
·  Prestar dinero (inversión) a sus clientes, por los que cobra un precio (coste para el cliente)
·  Cobrar comisiones por los servicios que presta (cheques, recibos, transferencias, etc.)

No es difícil deducir que el grueso de la intención de las entidades está en aumentar los ingresos en estos capítulos y no es difícil verificar que han empezado por el cobro de comisiones, si nos atenemos a la importancia relativa de éstas en la vuelta a los beneficios de la banca hace un par de años. Sólo hay que ver la proliferación de ofertas de cuentas “sin comisiones”, en un declaración anticipada (para cuando llegue el momento) de que el no cobrarlas era una excepción pasajera. Sí que se percibe esta voluntad en la evidencia de que se ofrecen al cliente, con más frecuencia que antes, productos financieros que incorporan comisiones, como los fondos de inversión o los planes de pensiones.

En cuanto al capítulo de ingresos por prestar dinero, si alguien piensa que, en sus operaciones internas, la banca aplica la tendencia a cero de los intereses hemos de decir que exhibe una ingenuidad rayana en la patología. La banca española siempre se ha sentido cómoda en un contexto de intereses elevados, en los que podía jugar con los diferenciales entre inversión y recursos hasta el punto que hizo fortuna (y se usó como referencia oficial en los primeros préstamos a interés variable) la expresión de “tipos de interés preferenciales”, originados ciertamente cuando el interés oficial interbancario estaba por las nubes pero mantenidos cuando las aguas ya se veían bajar cada vez más controladas. Eran estos unos tipos de interés, en teoría más bajos que el standard, pero que les permitían jugosos diferenciales y dejaban contento al cliente, al que se trataba “como amigo”. En un tejido financiero como el actual, sin embargo, le es más difícil mantener esas estrategias de diferenciales amplios pese a que, sin llegar al umbral de la usura, los intereses de préstamos o créditos distan mucho de registrar tendencia a cero. Por eso una de las estrategias (legítima, por supuesto) es la de construir una tela de araña de servicios alrededor del cliente para mejorar la rentabilidad: seguros, medios de pago, etc.

Mención aparte, por el valor que ofrece como indicador de que la táctica de la banca, en general, sólo contempla el corto plazo, merece la política que se viene observando en el tratamiento de los depósitos de clientes, en lo que a todas luces parece un grave error preludio de lo que puede ser en el futuro una nueva crisis bancaria. Y no es exageración: ya hace unos meses hemos podido comprobar que ha desaparecido la retribución (modesta, en general, no lo olvidemos) de las cuentas en las que, repetimos, se ceban con más asiduidad comisiones por todo, en una estrategia de identificar mayor retribución de los depósitos con mayor riesgo para el cliente, olvidando que encaminar los depósitos a operaciones fuera de balance va contra la línea de flotación de la solvencia del banco.

Pero hay más; dice la teoría económica que, a mayor oferta de ahorro, el interés ofertado será menor y, ante su escasez, para atraer ahorradores la tasa de interés tendrá que elevarse. Este proceso se da gracias a la interacción de millones de oferentes y demandantes en ese libre mercado de tiempo, pero esa situación no es igual a la actual, en que el superávit de ahorro en los bancos no es tal, sino desequilibrio con sus cifras de inversión en economías domésticas tras la crisis. Los banqueros basan sus decisiones en información, estadísticas y análisis macroeconómicos que desdeñan el papel del individuo cliente y esta visión de la economía es peligrosa, porque sus practicantes se creen capaces de comprender y abarcar de manera agregada los millones de grados de preferencias temporales que tienen cada una de las personas y, así, terminan decidiendo qué es lo más “conveniente” para la entidad, según su juicio de valor particular, no por la realidad de sus clientes. En definitiva, los tomadores de decisiones saben la acción que ellos emprenderán, pero no tienen control alguno sobre la reacción de los demás. Cada uno puede tener diversas reacciones al mismo fenómeno, como responder distinto ante estímulos idénticos en diferentes momentos.

Lo que queremos decir es que se puede entender que una señal como la de abundancia de ahorro, que provocaría la reducción de la tasa de interés, no es igual a la decisión de recortar esos tipos por voluntad oficial.

Unos apuntes más para finalizar este acercamiento al tema:

a)         Asombra que la hipótesis de trabajo de la banca para tomar esas decisiones erróneas es precisamente asumir la imagen de que exista realmente abundancia de ahorro y no crisis aún galopante en muchos sectores de la sociedad. ¿Desconocen la realidad?
b)         Hemos de pensar que los banqueros saben que el tipo de interés oficial del dinero que se publica es el del destinado a prestarse entre entidades para atender a sus compromisos puntuales, y que en ningún caso entra a formar parte del balance acreditativo de la solvencia de la entidad.
c)       El adquirir el hábito de encaminar al cliente que busca rentabilidad en sus depósitos a operaciones fuera de balance (valores, fondos, seguros de capital, etc.) es, llevado al extremo, poner una autopista a la descapitalización del banco.

Por todo ello, ¿es o no un fiasco aprovechar la coyuntura de los tipos de interés tendentes a cero para tomar iniciativas que, no solo perjudican a la clientela sino que ponen en cuarentena el futuro de las entidades?

Sólo faltaría tener que plantearse la necesidad, de nuevo, de un rescate, o como se llame.


[1] Poca broma. Es una eventualidad que la banca europea se toma muy en serio; muchos bancos de la Eurozona están revisando documentos contractuales antiguo y ha provocado que muchas entidades en particular y asociaciones de bancos en general (de España, Italia, Portugal, Alemania, Francia, Holanda, etc. se dirijan a sus Bancos Centrales en demanda de asesoramiento con diferente resultado. En Italia y España, por ejemplo, la respuesta está pendiente mientras que en Portugal, su Banco Central ya he respondido que, si se diera el caso, las entidades habrían de pagar a sus clientes esos intereses negativos.

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