jueves, 4 de junio de 2015

Es tiempo de acuerdos



Se viene repitiendo desde el día 25 de mayo, en el que ya se disponían de datos oficiales, que el resultado de la votación en la elecciones municipales y autonómicas (no de todas las Autonomías, como se sabe) celebradas en día anterior, día 24, ha representado un terremoto en el sentido de que han desparecido las mayorías absolutas que concedían a sus poseedores auténticas patentes de corso en sus actuaciones. Es sintomático en este sentido que prácticamente todos los que gobernaban con mayoría absoluta hayan anunciado su retirada de primera línea, declarando así tácitamente su desconocimiento de que la política es el arte del compromiso en el tratamiento de la “cosa pública” y no de las imposiciones por mayorías, huyendo da abstracciones ideológicas y yendo a la realidad social para conseguir la más estrecha responsabilidad individual y colectiva en este compromiso, sin perjudicar, obviamente, las minorías que cualquier sistema de gobierno democrático ha de proteger.

Hay dudas razonables de que últimamente, con un gobierno de mayoría absoluta, esto de atender a la realidad social haya sido así[1], pero, más allá de la interminable (y legítima) discusión sobre las teorías de si ha de gobernar la lista más votada o la suma de fuerzas que integren una mayoría parlamentaria, lo cierto es que el escenario actual se presenta dominado por la necesidad de negociaciones, pactos, acuerdos y promesas entre fuerzas políticas hasta lograr (¡ojalá!) el equilibrio político que permite gobernar para el ciudadano.

El repertorio que está trascendiendo de las, digamos, conversaciones previas  entre formaciones (incluyendo el caso de Andalucía, sin gobierno todavía, dos meses después de sus elecciones), ya muestra en algunos casos el mercadeo, la presión y hasta el chalaneo de quien no entiende una cesión en beneficio de la sociedad si no es a cambio de privilegios para el partido o la persona. Por eso parece conveniente recordar entre todos aquellos principios que en la teoría deberían tenerse en cuenta en procesos de coalición política[2].

En las democracias parlamentarias, después de unas elecciones, se concede al partido con más representantes la iniciativa para formar gobierno. Si cuenta con mayoría absoluta de escaños (conviene recordar nuevamente que eso no significa siempre mayoría absoluta de votos), su candidato será investido como jefe del gobierno y tendrá suficientes garantías para gobernar en solitario. Sin embargo, cuando una formación política no tiene mayoría suficiente para formar gobierno de acuerdo con las normas en vigor,
-         -  se ve obligada a pactar con otro/s grupo/s, normalmente de ideología afín, para formar un gobierno conjunto de coalición que contiene, habitualmente, miembros de todos los partidos que han llegado al acuerdo.
-         - intenta formar un gobierno en minoría negociando con otras fuerzas políticas para que voten a su favor en la investidura, y legislar después buscando apoyos parlamentarios puntuales en cada votación.

En ocasiones, el partido ganador de las elecciones, si no tiene mayoría absoluta, se puede ver superado por el resto de fuerzas políticas, si estas conforman un gobierno de coalición, de lo que hay numerosos ejemplos tanto dentro como fuera de nuestro país.

En la práctica de la negociación de los acuerdos o pactos para llegar a coaliciones, sea o no con el partido más votado, se producen algunas casuísticas curiosas, como por ejemplo:

a)      En el caso de que grupos de distinta ideología negocien un gobierno de coalición para impedir que un tercer partido acceda al poder, se dice que las formaciones coaligadas están haciendo un cordón sanitario contra el mencionado partido. No es inhabitual. Hay un ejemplo sintomático en el 2009 en España, en que los irreconciliables Partido Popular y Partido Socialista Obrero Español pactaron en Euskadi para arrebatar el gobierno de esa Autonomía al Partido Nacionalista Vasco. Y pactos de ese tipo, que cuando los realizan partidos de ideologías opuestas se conocen con la expresión de “contra natura”, son relativamente frecuentes a nivel de ayuntamientos.

b)      En estas situaciones suelen surgir como hongos los partidos-bisagra, formaciones para las que lo relevante, en general, no es la ideología o la validez del programa o forma de gobierno que apoyen, sino las compensaciones que obtienen para sí votando a favor de uno u otro partido en liza, representadas usualmente estas compensaciones por el número y calidad de carteras (o concejalías) que consiguen. 

c)       En casos extremos, se llega a negociar un gobierno de concentración, formado por partidos de ideología, no solo distinta, sino incluso opuesta,  que tiene sentido cuando los retos que debe afrontar el país son comunes a todos los ciudadanos, con independencia de su opción política[3]. Los casos más inteligibles son los de gobiernos constituidos tras un conflicto bélico o situación similar.


Sí que es cierto que, cuando se asiste a procesos de negociación de coaliciones, máxime en un marco como el español en que frecuentes y sucesivos gobiernos de mayorías absolutas hacen pensar que en España no hay cultura de pactos[4], hay una preocupación palpable en el ambiente y surgen preguntas relativas sobre todo a su estabilidad y a su posible sesgo político inducido.

Con respecto a la estabilidad, es verdad que los gobiernos más estables son los de mayoría absoluta, de un único partido con apoyos parlamentarios más que suficientes para agotar la legislatura. (Curiosamente este tipo de gobiernos en otros países en Europa duran algo menos porque el Ejecutivo suele hacer un adelanto estratégico de elecciones). Para analizar la estabilidad real de un gobierno, consideramos que cae si se da alguna de estas tres situaciones: 

1) que haya elecciones y por tanto se produce una muerte “natural” del ejecutivo;
2) que triunfe una moción de censura que haga caer al gobierno y lo reemplace por otro; o
3) que se incorporen o salgan partidos del ejecutivo. 

Con ello, y analizando el historial español, se comprueba que los gobiernos que menos duran son las coaliciones que no alcanzan la mayoría absoluta (casi siempre son casos de final de legislatura por la salida de algún miembro), y los gobiernos de coalición mayoritaria son los segundos más estables, con una duración media de más de tres años. Dicho de otra forma: si lo que preocupa es la inestabilidad en un entorno fragmentado, lo que debería alabarse son los multipartitos y criticarse los gobiernos de un solo partido en minoría.

En los días que corren, dado que los nuevos partidos que han eclosionado han decidido que no se van a implicar directamente en gobiernos (al menos de momento), es probable que se vea inestabilidad. Pero esto tiene que ver sobre todo con que en un entorno fragmentado se opte por gobiernos de minoría y no de coalición mayoritaria.

En lo referente a la idea de que las coaliciones nacen con un determinado sesgo ideológico, se piensa que es así y, concretamente, hacia la izquierda, En la teoría, nada más lejos de la realidad. Esto se debe a que como en España siempre ha habido un gran partido de derechas (al menos hasta hoy) esta idea ha tenido bastante difusión y aceptación. Es más, ciertos dirigentes han comentado estos días con cierto patetismo que en ocasiones se están haciendo “coaliciones de perdedores” para desalojarlos del poder y critican loa “pactos de los despachos” para ello. Aunque existe la evidencia práctica que apunta a que las coaliciones se forman en mayor medida con partidos de izquierdas (sin que deban excluirse las coaliciones de derechas), bajando al terreno de los datos estadísticos y citando sólo partidos que en el subconsciente común encarnan a la izquierda y la derecha, es verdad que el PSOE ha encabezado o se ha integrado en más gobiernos de coalición, pero lo cierto es que no se trata de una diferencia abrumadora. De hecho, el PP ha pactado regularmente con el PAR, Coalición Canaria, Unió Mallorquina o incluso, más atrás en el tiempo, con el CDS, Unió Valenciana o los Centristas de Galicia. Es más, se puede comprobar que, más allá de las retóricas nacionales, el PP también sabe pactar con partidos nacionalistas o regionalistas cuando hace falta.

Por lo tanto, asimilar coalición a gobiernos de izquierdas es, al menos, una imprecisión. Por otra parte, la propia existencia de coaliciones de izquierdas ha sido en parte debida a la fragmentación del voto de izquierda (más acusada que en el de derecha) y no a que las formaciones de derechas no hayan sido capaces de, si es preciso, pactar para gobernar.


[1] No son sólo opiniones. Analizando la situación actual, y basándonos en datos oficiales, en las Elecciones Generales de 2011, había 35.779.491 personas con derecho a voto de un total de población de 47.021.031 personas y el total de votantes para el Congreso fue de 24.666.441 (curiosamente, un número diferente de las votaciones al Senado, 24.411.187). El Partido Popular obtuvo 10.866.566 votos, lo que hizo que, en aplicación de la vigente Norma d’Hondt de tabulación de escaños, se le asignara mayoría absoluta PARLAMENTARIA y pudiera gobernar con esa mayoría, como es de dominio público, emitiendo leyes, normas y decretos son la única votación favorable de su grupo parlamentario. Hoy se alzan algunas voces de que actuar así representa un fraude de ley, toda vez que con esa mayoría PARLAMENTARIA se desprecia una mayoría SOCIAL, que debe respetarse y que no le votó. (En efecto, aritméticamente, los votos conseguidos sólo fueron del 30,3 % de ciudadanos con derecho a voto, mientras NO LES VOTÓ el 69,7 % restante de ciudadanos)

[2] Desarrollamos estas reflexiones haciendo mención de gobiernos, si bien, como es natural, también pueden aplicarse para Autonomías o Corporaciones Locales

[3] Queda en el aire la sensación de que nuestra clase política adolece (también) de cultura política. Puede entenderse en teoría un gobierno de concentración para luchar, por ejemplo, contra el flagelo del paro, compartido por ciudadanos de todos los colores políticos, pero es estúpido y denota ignorancia, proponerlo, como ha hecho Esperanza Aguirre, del PP de Madrid, como barrera contra Podemos.

[4] Parece que la actual fragmentación del sistema de partidos aboca a un escenario sin precedentes, pero eso es sólo media verdad. A nivel autonómico y local, los gobiernos de coalición y gobiernos en minoría -apoyados implícitamente por la cámara o con acuerdos más estables con terceros- no han sido ni mucho menos una excepción.

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