Sic transit gloria mundi. He sabido estos días, por esas chiripas curiosas que pasan a veces
de comentarios aislados de unos y otros que nos llegan, que nos ha dejado un amigo de la
lejana infancia, de esos con los que divergen los caminos, a los que se pierde absolutamente
la pista con el tiempo, con los que nunca más se produce un reencuentro pero que, por una u
otra razón, queda un recuerdo vivo de ellos. En el caso de Rafael (así se llamaba), el
recuerdo de la persona va unido al de compartir la común inquietud adolescente por el futuro,
no por la idea de qué nos depararía materialmente sino, filosóficamente si me apuráis, por
darle vueltas a cómo sería la cotidianidad por venir y, en ese sentido, elucubrar acerca de los
cambios que se producirían con motivo del entonces lejanísimo año 2000.
Como homenaje respetuoso a su recuerdo, repasemos cómo ha evolucionado todo desde
entonces. En algún sitio he leído que esa confortable normalidad en la que vivimos no es, ni
más ni menos, que la plasmación de que el tiempo pasa tan pausadamente que no
advertimos (ni queremos, posiblemente, advertirlo) que todo está cambiando lentamente a
nuestro alrededor, como una forma del miedo al cambio, pese a saber que nada es eterno, y
no nos damos cuenta hasta que el cambio es radical y nos deja “fuera de juego” en nuestra
“normalidad” al constatar con curiosidad, asombro o estupor (según de lo que trate) que, o no
hemos sabido captar las señales o no hemos sabido/querido (quizá por comodidad)
interpretarlas. Parafraseando al politólogo Noam Chomsky, "Cuando un cambio se produce se
oculta interesadamente que tal cambio fue posible gracias al esfuerzo de las personas de
base y se entroniza un Gran Hombre (en este caso, una Fecha Señalada) como elemento
catalizador y líder del cambio...”
Y esta hipótesis es aplicable a todo; por ejemplo, hablando de asuntos muy delicados y no (o
sí) de la cotidianidad, se cumple cabalmente en política (uno de los paradigmas del miedo al
cambio) cuando alguien se extraña del hoy, asimilando la situación actual como si fuera de
generación espontánea, prescindiendo de examinar las señales del pasado, como puede ser
el aumento exponencial de las personas que hoy manifiestan querer la independencia de
Catalunya frente a las pocas lo hacían pocos años atrás sin tener en cuenta, entre otras
cosas, que ya en 1991 se lucían pancartas de “Catalunya is not Spain”, ¿nadie lo advirtió?,
que en 2010 se recortó el Estatut de Catalunya (sólo él, no otros textos legales similares de
otras Comunidades) a instancias de un recurso presentado por el Partido Popular y admitido
por el Tribunal Constitucional, con la subsiguiente eclosión popular al rebufo de la “estelada”,
muy minoritaria hasta entonces, ¿nadie se dio cuenta?, que se ha atacado día sí, día
también, el uso normal de la lengua propia con el argumento de “un país, una lengua” (sigue
en vigor el “Muera la inteligencia” y el "espíritu de conquista"), la absoluta inacción y
menosprecio de los últimos gobiernos del PP,… ¿A qué seguir? Señales de ebullición interna
y/o cambio ha habido, y muchas a lo largo del tiempo, pero, seguramente, la pretendida
“normalidad” las ha ocultado, pensando una y otra vez que no eran prioritarias en ese
momento. Y así en todo, política/convivencia y otras cosas.
Algo de eso ha reconocido también el jugador de baloncesto de Los Angeles Lakers, LeBron
James, cuando, al ser interpelado sobre la ceremonia de reinicio de la NBA que empezó con
todos, jugadores de ambos equipos, árbitros y técnicos, rodilla en tierra mientras sonaba el
himno de EEUU reivindicando el Black lives matter, recordó que quizá no se escuchó/atendió
la acción solitaria de Colin Kaepernick (jugador que deslumbró al mundo del fútbol americano
cuando guió a su equipo, los San Francisco 49ers, a la final de la Super Bowl de 2012 y hoy
está sin jugar al no ser contratado por ninguno de los 32 equipos de la Liga Nacional de
Fútbol Americano por arrodillarse antes de los partidos en señal de protesta, lo que mantuvo
hasta 2016). Pequeños avisos de evolución, pequeños detalles… que nadie parece ver.
Como rompen la “normalidad”...
Volviendo al tema central de estas reflexiones en torno a las novedades técnico-científicas
atribuibles al cambio de milenio y poniendo en valor el principio de la existencia de pequeños
cambios constantes que hacen que todo sea evolución y no, en general, fruto de nacimiento
“como hongos” de los avances, no puede echarse en saco roto que el siglo XX ya registró
avances tecnológicos y científicos importantes que, de una u otra forma, sentaron las bases
para hallazgos/inventos posteriores: la aviación, la teoría de la relatividad (pese a ser, en
principio, una mera teoría del campo de la física, sus predicciones fundamentales han sido
sometidas a comprobación en varias ocasiones y de diversas formas1), la televisión, la
energía nuclear, el láser, la computación, la biomedicina, la ingeniería genética, etc., pero, por
otro lado, es bien cierto que el advenimiento de un nuevo siglo que, además, inicia un nuevo
milenio (en nuestra cultura; en otras, no) hace que millones de personas piensen que celebrar
un año con tres ceros es algo que vale la pena, que merece anunciar “algún estreno” y que
los campos de la ciencia y la tecnología son los más indicados porque han tenido, tienen y
probablemente tendrán en el futuro cercano una influencia destacada sobre la cultura mundial,
la historia o la vida cotidiana.
Con estos mimbres, en los últimos años del siglo XX y los primeros del XXI se han visto
algunos de los avances tecnológicos más rápidamente desarrollados en la historia de la
humanidad, gracias a creaciones e inventos que nos han cambiado la vida, como Internet (o
"red mundial" como se la conoció por primera vez en sus inicios) y el teléfono móvil. Internet
redefinió nuestra manera de buscar y compartir información, rompiendo las barreras de
comunicación entre distintos países mientras que el teléfono móvil cambió nuestra forma de
relacionarnos con la tecnología y consumir información a nivel personal, transformándolo de
un artículo de lujo a una herramienta esencial en la vida cotidiana. Estos dos inventos han
ayudado a crear un mundo en el que la tecnología siempre está presente, y el siguiente gran
avance ha sido ponerla al alcance de todos.
Una prueba de que los cambios son muy lentos e inadvertidos hasta que son irreversibles y
hay que echar la vista atrás para calibrar su alcance la tenemos, como muestra característica,
en el teléfono. No hace ni el tiempo de un suspiro era (el fijo, que era el único que había, en
general, de color negro, con un dial redondo giratorio para marcar el número con el que se
deseaba comunicar, usualmente a través de esforzadas “señoritas telefonistas” - nada que
ver con los actuales servidores de los call centers -) un lujo al alcance de pocos y, en cierto
modo, un signo de distinción para quien podía tenerlo. Y sólo servían como teléfono, para
hablar, y con un timbre de aviso (un “riiing”) uniforme y monótono. Florecían así como un
servicio público necesario, pensando en la mayoría de no pudientes, las cabinas con los
teléfonos públicos en los que era bastante frecuente que cuando mas se necesitaban, o no
funcionaban o se habían llevado el auricular (ley de Murphy también aquí).
¡Que lejos quedan esos teléfonos públicos con imágenes de colas, particularmente en
ciudades de vacaciones! Las nuevas tecnologías, esas que ni barruntábamos ni, seguramente,
podíamos barruntar con Rafael, han acabado con casi todas las cabinas telefónicas de
nuestras calles; aunque gracias a ellas y a su evolución, ahora podemos comunicarnos con
rapidez, en cualquier momento y lugar. La telefonía móvil de última generación, ha
revolucionado nuestra vida de un modo inimaginable hace pocos años. Nos sirve para
nuestra vida privada y para el desarrollo de nuestras profesiones, también para tener en el
bolsillo un medio de gran utilidad ante posibles emergencias, es una herramienta que nos
permite hacer consultas, localizaciones o buscar inmediatamente cualquier cosa que
necesitemos2,... además nos permite ver en la pantalla imágenes estáticas o en movimiento y
hacer fotos o tomar vídeos en alta definición sin necesidad de acarrear además máquinas
fotográficas o de grabación… verificando su calidad al instante.
El uso del teléfono móvil ha tardado algún tiempo en llegar a equipararse al uso de un
ordenador, igualando su funcionalidad pero hoy se ha vuelto indispensable para muchos
profesionales de todo el mundo tener acceso con él a información importante como a los
mapas, documentos y correos electrónicos. Pero, indudablemente, obedece a pequeños
cambios que se convierten en grandes sólo cuando se mira hacia atrás, como suma, nunca
cuando se están produciendo. Qué duda cabe que nuestra vida cotidiana está afectada por
pequeños cambios que no advertimos… hasta que miramos hacia atrás: ya nadie tiene esas
voluminosas (y decorativas) enciclopedias temáticas de antaño cuando Internet, “que lo sabe
todo”, te ofrece la información actualizada sólo a un clic de distancia, nadie usa engorrosos
planos y mapas de carreteras cuando hay aplicaciones informáticas que, en general, los
mejoran al instante (pese a algunos fallos clamorosos) o ya se está perdiendo la costumbre
de leer un libro de papel sentado a la sombra de un pino ante el auge de los e-books, que,
además, “no ocupan sitio ni pesan”.
Y como eso, todo; posiblemente por deformación en la visión de lo pasado (la Historia oficial
es muy proclive a marcar fechas concretas, especialmente cuando se refieren a victorias en
acontecimientos bélicos), nos gusta asignar fecha a todo, a veces sin pararnos a calibrarlas.
Estamos hablando de inventos y descubrimientos, ¿no?; pues ¿cual es la fecha más
importante a asignar en, por ejemplo, la penicilina, ese descubrimiento fundamental para la
medicina del siglo XX? Habrá quien afirme que 1928, cuando Alexander Fleming encontró el
cultivo bacteriano enmohecido a la vuelta de unas vacaciones, los años 40, en que se usaba,
durante la Segunda Guerra Mundial, como panacea para todo, 1941, cuando se simplificó el
proceso para su obtención, 1947, cuando se catalogaron sus aplicaciones… o muchos años
antes, en sus precedentes médicos en la Grecia e India antiguas, en el Ceilán del siglo II o en
culturas tan distintas y distantes como Serbia, Rusia, China o la de los nativos de
Norteamérica por no hablar de los sofisticados médicos árabes (en general se solía recetar la
toma de alimentos florecidos – enmohecidos - o aplicar cataplasmas de tierra del suelo que
contuviera hongos a las heridas de guerra).
Por decir algo de algunos cambios técnicos que afectan a cómo se enfoca la vida cotidiana
ocurridos alrededor del cambio de milenio, no en una fecha concreta, sea el año 2000 u otro
cualquiera, podemos citar, en una clara vanguardia, Internet (formalmente, hacia 1990) y, a su
estela, el correo electrónico, los sistemas de posicionamiento global (GPS), el teléfono móvil y
sus aplicaciones (hoy ya, claramente, en un todo-en-uno a través de la evolución del 2G, 3G,
4G, 5G,...), la música con envidiable calidad de reproducción portable en MP3, las Redes
Sociales, los drones, pero no lo olvidemos, también la alarma climática, la bomba atómica,…
y, en el mundo científico, la clonación de organismos vivos (tema tenso donde los haya dentro
de la comunidad científica, pero los investigadores están explorando si la tecnología se puede
usar en el futuro para reproducir especies en peligro de extinción eludiendo sus aplicaciones
al género humano), el ADN humano o no, el Bosón de Higgs, la observación del cosmos con
los descubrimientos aparejados de nuevos planetas habitables y de la evolución del propio
sistema solar, hallazgo de nuevos materiales como el grafeno, la nanotecnología,…
En este siglo XXI, a pesar de que sólo hemos consumido cuatro lustros, la ciencia ya nos ha
dejado innumerables hallazgos; son tantos, que con ellos se podrían hacer infinidad de listas.
Hemos echado la vista atrás relativizando las fechas a una era llena de descubrimientos. En
los últimos años, científicos de todo el mundo han avanzado la comprensión del cuerpo
humano, de nuestro planeta y del cosmos que nos rodea. Es más, el conocimiento humano
ha dado un gran salto y la ciencia es más internacional y colaborativa que nunca (aspecto
positivo de eso de la globalización). En la actualidad, es más probable que los
descubrimientos vengan de grupos de 3000 científicos que de grupos de tres. Como la
vacuna del Covid-19.
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1A modo de ejemplo, en 1916, Albert Einstein propuso que cuando se aceleran objetos con masa suficiente, a veces pueden generar ondas que se desplazan por el tejido del espacio y el tiempo como las olas en la superficie de un estanque. Aunque más adelante Einstein dudó de su existencia, estos pliegues espacio-temporales —denominados ondas gravitacionales— son una predicción fundamental de la relatividad y su búsqueda ha cautivado a los investigadores durante décadas. En los años 70 aparecieron pistas sugerentes de la existencia de las ondas, pero nadie logró detectarlas de forma directa hasta 2015, cuando el observatorio LIGO (Laser Interferometer Gravitational-Wave Observatory ,en español, Observatorio de ondas Gravitatorias por Interferometría Láser) de Estados Unidos sintió el temblor de la colisión distante de dos agujeros negros. El descubrimiento, anunciado en 2016, abrió las puertas a una nueva forma de «escuchar» el cosmos.
2Otra cosa, que queda fuera de estas reflexiones, pero que no debe olvidarse, es que también tienen sus inconvenientes como el abuso de su utilización, vemos frecuentemente a jóvenes y menos jóvenes en cualquier lugar, manejando los nuevos artilugios que manipulan con mayor o menor destreza, sin preocuparse de amigos o familiares cuando los tienen al lado. Otros caminan por las calles abstraídos leyendo o escribiendo, sin percatarse de los peligros que les acechan. Y quizás lo mas grave, niños de diez o doce años manipulando estos aparatos, comunicándose en redes sociales o visitando páginas de todo tipo y contenido. Todos deberíamos aprender a manejar las nuevas tecnologías, pero no debemos olvidar que son un medio de ayuda, nunca para ser esclavos de esos aparatos.
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