Josep Corbella es un periodista que, desde 1993, es el responsable de la información de
ciencia y salud que aparece en las páginas del diario La Vanguardia, de Barcelona. Tiene
también publicados libros sobre esas temáticas, en general en régimen de co-autoría (con
Ferran Adrià, Valentí Fuster, Eudald Carbonell, etc.) y sus artículos periodísticos sobre la
evolución de la pandemia del Covid-19, de él, que, como muchos otros, no supo ver al
principio el alcance y gravedad de la situación (llegó a publicar que “el virus es el miedo al
virus”) son muy valorados hoy por estar convenientemente documentados y aportar una
visión objetiva (dentro de lo que cabe).
En unos momentos de absoluta confusión y consecuente lógica aprensión como los de ahora,
en los que los rebrotes de los contagios por el virus, achacados en gran medida a la ligereza
e irresponsabilidad de mucha gente (“yo creía que aparecerían en otoño, no tan pronto”,
suele oírse, como si nos encontráramos ante una ecuación matemática sujeta a reglas
inmutables y/o previsible), parecen descontrolados y la vuelta a fases de confinamiento que
ya se creían más que superadas está a la orden del día, la lectura de los análisis de Corbella,
más allá de la critica (más que merecida, por otra parte) a las malas actitudes individuales
resulta muy ilustrativa. En este sentido, nos atrevemos a hacernos eco en estas líneas del
contenido de una de sus últimas columnas, proponiendo leer también “España” donde el
autor escribe “Catalunya”: Catalunya lo va a pasar mal en los próximos meses. No tiene el liderazgo ni la unidad
necesarios para contener con éxito el coronavirus. Tampoco la capacidad técnica para
controlar los brotes cada vez más grandes y numerosos que están surgiendo. El panorama
es negro. Estamos empezando a ver la oscuridad al principio del túnel. Unidad. El coronavirus, lo hemos visto desde el inicio de la epidemia, no distingue entre
ideologías ni clases sociales. Donde mejor se le ha frenado es allí donde ha habido una
respuesta coordinada y coherente de toda la sociedad. Allí donde se ha entendido que el
enemigo común es el virus y no el vecino, o el socio de gobierno, que tiene opiniones e
intereses distintos a los nuestros. Y donde cada miembro de la comunidad ha asumido su
parte de responsabilidad en la epidemia, desde el estudiante que se pone mascarilla para
proteger a los demás hasta el gobernante que lidera la respuesta de un país a la epidemia.
Lo repitió una vez más el director general de la OMS, Tedros Adhanom, en la rueda de
prensa del viernes: “Nuestra mejor arma es trabajar juntos con unidad nacional y solidaridad
global”.
Liderazgo. La unidad solo puede mantenerse si aparecen personas que lideren la respuesta
ante la epidemia. El liderazgo, cabe recordarlo, no consiste en ordenar a los demás lo que
tienen que hacer –esto solo es autoridad–, sino en ser reconocido como la persona a la que
se sigue. Para que los gobernantes sean reconocidos como líderes en esta epidemia deben renunciar
a sus intereses cortoplacistas y sus tentaciones oportunistas. Solo así conseguirán que sus
indicaciones sean aceptadas por todos. Si creen que esto es una utopía en una democracia
como la nuestra, miren a su alrededor. Angela Merkel en Alemania, Mette Frederiksen en
Dinamarca, Jacinda Ardern en Nueva Zelanda… Las tres, curiosamente todas mujeres, han
ejercido un papel clave en el control de la epidemia en sus países transmitiendo un mensaje
de unidad que ha calado en la población. No lo han conseguido quienes han fomentado la división como Donald Trump en EE.UU.,
Boris Johnson en el Reino Unido o Jair Bolsonaro en Brasil. Tampoco los gobernantes de
Catalunya ni de la Comunidad de Madrid. Dirección técnica. Pero los políticos no son especialistas en epidemiología ni en salud
pública. Para que su liderazgo ayude realmente a contener la epidemia, deben dejarse guiar
por técnicos que tengan la competencia y los recursos suficientes para evaluar la situación
en cada momento y hacer las recomendaciones oportunas. En Alemania este papel lo han realizado con éxito el Instituto Robert Koch y el virólogo
Christian Drosten. En España, el Centro de Control de Alertas y Emergencias Sanitarias
dirigido por Fernando Simón. ¿Quién lidera la respuesta técnica ante la epidemia en
Catalunya? Aparentemente nadie. Catalunya necesita un Fernando Simón. Una figura
independiente con la autoridad y la capacidad de guiar a los gobernantes y dar explicaciones
convincentes a los ciudadanos. Recursos. Aun así, de nada servirá tener a un Fernando Simón si no dispone de los
recursos necesarios para monitorizar la evolución de la epidemia y hacer el seguimiento
epidemiológico de los casos. De todas las malas noticias de este fin de semana en Catalunya, la más inquietante ha sido
que la alcaldesa de l’Hospitalet, Núria Marín, tuvo conocimiento del brote en su municipio el
viernes, el mismo día en que lo había publicado La Vanguardia . Fue la alcaldesa quien tuvo
que llamar al Departament de Salut para pedir información. Hubiera debido ser Salut quien
ías antes, cuando el brote se hubiera podido controlar más fácilmente, contactara a la
alcaldesa y la informara de la situación: “Señora Marín, tenemos una emergencia en su
municipio”. O bien Salut no fue capaz de detectar el brote o bien lo detectó y no hizo nada.
Ambas posibilidades son igualmente graves. L’Hospitalet ha tenido 184 nuevos diagnósticos por PCR en la última semana. Hace falta por
lo menos un rastreador por cada nuevo caso diario, ya que cada caso tiene una media de
unos diez contactos a los que hay que encontrar y entrevistar. No hay rastreadores
suficientes para contener el brote de l’Hospitalet.
Humildad. Los confinamientos domiciliarios que se han impuesto esta primavera en gran
parte de Europa han reducido la epidemia hasta un nivel que se podía controlar cualquier
rebrote. Catalunya, a diferencia de otros países, no ha aprovechado este tiempo para
prepararse. Como en la fábula de los tres cerditos, se ha quedado con una casa de paja
mientras otros han reforzado la suya con ladrillos. Catalunya no tiene ahora la capacidad de contener todos los casos que están apareciendo.
La epidemia está fuera de control en Lleida. L’Hospitalet es una bomba epidemiológica de
relojería y se está agotando el tiempo para desactivarla. Barcelona no quedará al margen de
lo que pase en l’Hospitalet y tiene sus propios rebrotes que controlar. La situación es grave y va a peor. Es momento de pedir ayuda. O por lo menos de aceptarla.
El Ministerio de Sanidad la ha ofrecido en repetidas ocasiones desde el 5 de junio. Hasta
hoy la Generalitat la ha rechazado. Pero, volviendo a las responsabilidades personales, los gobernantes realmente ya no saben
qué hacer para que la ciudadanía las asuma por convencimiento y no por miedo a la sanción
correspondiente y deje de verlas como un incordio relativo a algo lejano y ajeno y, en este
sentido, son numerosas las iniciativas de todo tipo, en general “quitando hierro” a la
problemática, encaminadas a conseguir la concienciación necesaria. Una de ellas, en
Argentina, es la de un grupo de ilustradores entre los que se encuentra "Quino", el creador
de Mafalda, que cedieron a sus personajes más célebres para difundir hábitos de prevención
del coronavirus SARS-CoV-2 o Covid-19, con viñetas que publicaron el mismo día todos los
diarios del país. Detengámonos en la conocida Mafalda; aunque fue creada por el dibujante
Joaquín Salvador Lavado, “Quino” en 1962, no como personaje principal ,sino como la
hermana del niño protagonista de una tira cómica que haría publicidad de la marca de
electrodomésticos Mansfield, y no fue sino hasta el 29 de septiembre de 1964 que, sin la
carga de formar parte de una acción comercial (finalmente cancelada), se comenzaron a
publicar en la prensa las tiras del personaje, dándose con ello su verdadero nacimiento. Han
transcurrido 55 años y desde entonces ha cultivado una extensa legión de admiradores a los
que hace reír, pero sobre todo pensar, reflexionar sobre los problemas de nuestro tiempo y
las fragilidades de la condición humana.
En un principio, los únicos protagonistas de las historias serían la propia Mafalda y sus
padres, a quienes hacía preguntas que los dejaban mudos y temblorosos, pero
paulatinamente se integraron los entrañables personajes que acompañarían a la simpática y
contestataria niñita que ama a Los Beatles y al Pájaro Loco tanto como aborrece la sopa:
Miguelito, Felipe, Manolito, Libertad y Susanita, así como su hermanito Guille, apasionado
por Brigitte Bardot, contando cada uno con una personalidad muy propia, lo que enriqueció
sobradamente la tira. Las críticas y reflexiones de Mafalda conservan una asombrosa
vigencia; los personajes de la tira ofrecen una mirada crítica pero también conmovedora de
su tiempo, que es el nuestro, porque los problemas que plantean están lejos de ser resueltos,
entre ellos la justicia social, los prejuicios, la condición de la mujer, el consumismo y el
deterioro ecológico. Desde el punto de vista técnico, quizás la estadounidense Peanuts,de Charles Schulz, pudo
ser su influencia más próxima, sobre todo al tratarse de tiras protagonizadas por niños con
pensamientos y reflexiones de adulto; sin embargo, en Mafalda se se retrató a la perfección
la clase media latinoamericana de los años 60 y 70, a través de los ojos de la niña y de sus
amiguitos, de una manera directa, pero divertida. Así, la pequeña Mafalda se convirtió en uno
de los personajes latinoamericanos más conocidos del mundo1 (personajes de relevante
influencia como el escritor y filósofo italiano Umberto Eco, premio Princesa de Asturias,
como también lo fue “Quino”, fueron responsables de su expansión en Europa), y uno de los
pocos que han sido llevados a la animación cinematográfica. Curiosamente, España,
además de Bolivia, Chile y Brasil fue un país en el que Mafalda tuvo que enfrentarse a uno
de sus peores enemigos, la censura.
Primera tira |
Mafalda habla hoy 20 idiomas y da vueltas por el planeta impresa en papel, pero también en
camisetas, tazas, libretas y todo tipo de merchandising. Su creador tomó la decisión de
terminar con ella y, el 25 de junio de 1973, hace 47 años, Mafalda se despidió de sus
numerosos lectores, aunque el adiós de la tira no significó la desaparición de sus personajes.
La inconformista Mafalda, el soñador Felipe, el materialista pero bondadoso Manolito, la
chismosa Susanita, el egocéntrico Miguelito, la incisiva Libertad, el inocente Guille, los
ciudadanos de clase media representados por sus padres, todos ellos conservan su encanto
en el gusto de sus viejos y nuevos lectores. Desde su “muerte”, el autor argentino ha “resucitado” ocasionalmente su personaje, que ha
aparecido en campañas humanitarias, solidarias o educativas, para Unicef, la Cruz Roja
Española, en 1987 para protestar frente al fallido golpe de Estado en Argentina contra Raúl
Alfonsín (y lo hizo con palabras que ella bien sabía2: “¡Sí a la democracia! ¡Sí a la justicia!
¡Sí a la libertad!”), o para defender a las mujeres de Silvio Berlusconi, primer ministro de
Italia (la niña bonaerense grita enfadada al primer ministro en un dibujo a toda plana en el
diario La Reppublica en 2009 “No soy una mujer a su disposición"). O ahora con la pandemia del Covid-19. -----------------------------------------
1El
escritor Julio Cortázar llegó a escribir: “No tiene importancia
lo que yo pienso de Mafalda. Lo importante es lo que Mafalda piensa
de mí”.
2A
pesar de la clara posición progresista del personaje -y del autor
en el resto de sus obras- a Mafalda se la ha utilizado en ocasiones
para proclamar principios totalmente opuestos. Hijo de republicanos
españoles exiliados en Argentina, el dibujante tuvo que hacer
público su rechazo a la utilización de sus dibujos con fines
políticos cuando en 1985 aparecieron en Madrid pegatinas de Mafalda
y sus amigos con iconografía franquista, apareciendo, por ejemplo,
ilustraciones de Guille (el hermano de Mafalda) portando la bandera
de la dictadura con el aguilucho. Siendo de padres malagueños y
familia republicana, al dibujante le costaba dar crédito de
aquello. "No entiendo cómo han cogido a mis personajes, tan
distintos de su ideología", criticaba. Una ideología, la
franquista que, como recoge la BBC, obligó a los editores a colocar
una franja en la portada de Mafalda etiquetándola como obra "para
adultos" cuando sus historietas llegaron a nuestro país.
Cuenta el propio Quino que había visto estas pegatinas a la venta
incluso en el propio ministerio de Cultura, una afirmación que
posteriormente corroboró un periodista de El País colándose en la
institución. "Subí a la cuarta planta, donde había un
ventanal en el que vendían tabaco y cuatro cosas más para los
funcionarios. Entonces me acerqué y allí estaban las pegatinas. Es
más, las compré", rememora Quino entre risas.
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