Esto de los confinamientos totales, perimetrales o municipales, que al final uno no sabe bien
en cuál está, a que hace meses nos vemos obligados para prevenir el contagio, propio o ajeno,
del virus Covid-19, provocador de esa pandemia extraña que nos ha cogido a todos con el paso
cambiado, y la duración de meses de la sensación de confinamiento, ha producido, entre otras
cosas de mayor enjundia, una especie de embotamiento en el paso del tiempo y en las
agendas, un olvido de referencias temporales y, por consiguiente, un cierto lassez passer de
las efemérides menores.
Eso ha pasado con los ochenta años que hace en 2020, precisamente el año de la eclosión de
las revueltas por el Black lives matter (La vida de los negros importa), de la publicación del
poema que dio lugar a la composición del conocido bolero Angelitos negros. Ya sé que es una
efemérides menor, de esas – muchas – que no cuentan, y que hay cosas más importantes,
pero ya puestos… El poema, que forma parte de una obra titulada La Juanbimbada (Juan
Bimba es un personaje ficticio del folclore venezolano, prototipo del hombre humilde del
pueblo), muy bien podría considerarse como un himno en contra de la discriminación racial,
por desgracia de permanente actualidad aún, y es original del poeta venezolano Andrés Eloy
Blanco.
Este autor, Andrés Eloy Blanco Meaño (1896 – 1955) fue un poeta, abogado, humorista y
político que tuvo lazos con nuestro país (alguien debería investigar por qué la historiografía
oficial se cuida tan primorosamente de la relación cuando el personaje es un militar y, digamos,
con menor cuidado cuando es alguien de otro ámbito, especialmente el de la cultura) toda vez
que, ya como abogado en ejercicio, obtuvo en 1923 el primer premio en los Juegos Florales de
Santander con su poema "Canto a España", viajó a España para recibir el premio, y
permaneció aquí más de un año, familiarizándose con las vanguardias literarias. A su vuelta a
Venezuela, fue hecho prisionero tras el golpe de estado de Juan Vicente Gómez y confinado
en el castillo de la ciudad costera de Puerto Cabello, habilitado como penal para los presos
políticos, hasta 1932, cuando fue liberado por motivos de salud aunque al ser liberado se le
prohibió realizar cualquier tipo de manifestación pública, por lo que se dedicó nuevamente a
las letras.
Cuando muere el dictador Gómez funda el Partido Democrático Nacional, como diputado del
cual llegaría al Congreso Nacional venezolano, en 1946 fue elegido presidente de la Asamblea
Nacional Constituyente convocada para la reforma de la constitución, que instaura el sufragio
universal, directo y secreto y tras el Golpe militar que derroca al presidente Rómulo Gallegos
en 1948, se exilió en México, donde se dedicó a la poesía hasta su muerte.
Volviendo a la canción, en cuya adaptación al ritmo de bolero, se redujo la extensión de la
poesía quitándole el diálogo inicial y algunos venezolanismos, y modificando algunas estrofas
para hacerla más apropiada a la longitud y espíritu de la obra musical, se hizo muy conocida
en todos los países de lengua hispana, especialmente popular en España, con música del
actor y compositor mexicano Manuel Álvarez Rentería, conocido también con el apodo de
Maciste, e interpretada desde 1947 por el cantante cubano de color Antonio Machín.
Como curiosidad, la canción ha sido versionado por las cantantes estadounidenses Eartha Kitt,
Cat Power y Roberta Flack, y, del ámbito latino y europeo, por Pedro Infante, Agustín Lara,
Toña la Negra, Robertha, Los Olimareños, Conchita Piquer, Nana Mouskouri, Niña Pastori,
Celia Cruz, Lola Flores, Javier Solís, Manuel López Ochoa, Los Pasteles Verdes, Carlo Buti,
Claudio Villa, Fausto Leali, Los Ángeles Negros, Julia Zenko, Imelda Miller, Buddy Richard,
Emilio Solo y Chavela Vargas, entre muchos otros. ¡Casi nada!
El poema completo, para completar la efemérides, dice así:
¡Ah mundo! La Negra Juana,
¡la mano que le pasó!
Se le murió su negrito,
sí señor.
—Ay, compadrito del alma,
¡tan sano que estaba el negro!
Yo no le acataba el pliegue,
yo no le acataba el hueso;
como yo me enflaquecía,
lo medía con mi cuerpo,
se me iba poniendo flaco
como yo me iba poniendo.
Se me murió mi negrito;
Dios lo tendrá dispuesto;
ya lo tendrá colocao
como angelito del Cielo.
—Desengáñese, comadre,
que no hay angelitos negros.
Pintor de santos de alcoba,
pintor sin tierra en el pecho,
que cuando pintas tus santos
no te acuerdas de tu pueblo,
que cuando pintas tus Vírgenes
pintas angelitos bellos,
pero nunca te acordaste
de pintar un ángel negro.
Pintor nacido en mi tierra,
con el pincel extranjero,
pintor que sigues el rumbo
de tantos pintores viejos,
aunque la Virgen sea blanca,
píntame angelitos negros.
No hay pintor que pintara
angelitos de mi pueblo.
Yo quiero angelitos blancos
con angelitos morenos.
Ángel de buena familia
no basta para mi cielo.
Si queda un pintor de santos,
si queda un pintor de cielos,
que haga el cielo de mi tierra,
con los tonos de mi pueblo,
con su ángel de perla fina,
con su ángel de medio pelo,
con sus ángeles catires,
con sus ángeles morenos,
con sus angelitos blancos,
con sus angelitos indios,
con sus angelitos negros,
que vayan comiendo mango
por las barriadas del cielo.
Si al cielo voy algún día,
tengo que hallarte en el cielo,
angelitico del diablo,
serafín cucurusero.
Si sabes pintar tu tierra,
así has de pintar tu cielo,
con su sol que tuesta blancos,
con su sol que suda negros,
porque para eso lo tienes
calientito y de los buenos.
Aunque la Virgen sea blanca,
píntame angelitos negros.
No hay una iglesia de rumbo,
no hay una iglesia de pueblo,
donde hayan dejado entrar
al cuadro angelitos negros.
Y entonces, ¿adónde van,
angelitos de mi pueblo,
zamuritos de Guaribe,
torditos de Barlovento?
Pintor que pintas tu tierra,
si quieres pintar tu cielo,
cuando pintas angelitos
acuérdate de tu pueblo
y al lado del ángel rubio
y junto al ángel trigueño,
aunque la Virgen sea blanca,
píntame angelitos negros.
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