domingo, 29 de noviembre de 2020

La felicidad está en el Camino.


Sería injusto y excesivo achacar sólo a los nefastos efectos sobre la salud física y mental de 
la situación de prolongada inactividad a la que obligan las restricciones para la prevención del 
contagio de este maldito virus Covid-19 que nos trae a maltraer a todos el hecho de que 
determinados proyectos, largamente acariciados, se hayan ido al garete. Uno de ellos, del que 
algo sé, pospuesto una y otra vez por variadas razones hasta que es de todo punto imposible 
realizarlo, es hacer íntegro el Camino de Santiago.

 
Curiosamente, es este el tipo de proyectos que se suele ver como ajeno, propio de creyentes 
religiosos recalcitrantes, turistas americanos desocupados (quizá atraídos por la película The 
way – El camino -, protagonizada por Martin Sheen y dirigida por su hijo Emilio Estévez) y, en 
general, casi místicos fanáticos… hasta que, por la razón que sea, te pica el gusanillo. En mi 
caso fue que, en épocas distintas, dos compañeros del trabajo del momento que no se 
conocían entre sí, lo hicieron. Y resultaba llamativo que sus positivos y elogiosos comentarios 
posteriores tuvieran rasgos comunes acerca de la bondad de la experiencia y sus secuelas 
psicológicas sobre actitudes, sobre todo, teniendo en cuenta que sus rutas fueron distintas 
dentro de las reconocidas (han de ser así, reconocidas, por aquello de, con los certificados de 
paso sellados, se deja constancia de que se ha hecho el Camino y se obtiene el “título” de  
Peregrino), distintas también las circunstancias meteorológicas que cada uno soportó, etc.; en 
lo único que coincidían era en que ambos hicieron el Camino voluntariamente sólos, sin 
ninguna compañía, poniendo en valor, al parecer, la vieja y conocida sentencia del Buda 
Lao-Tsé, de que “No hay un camino a la felicidad: la felicidad es el camino”, redondeado quizá 
con la máxima de Sócrates de que “El secreto de la felicidad no se encuentra en la búsqueda 
de más, sino en el desarrollo de la capacidad para disfrutar de menos”, aligerando con ello, 
entre otras cosas, no sólo el bagaje y la carga moral, sino también el peso y volumen de la 
impedimenta cotidiana.

 

De aquí, de escuchar los elogiosos comentarios (expresados ¡ojo, lo sé! no con voluntad de 
convencer de nada) a la proposición íntima de correr esta experiencia, un paso. Pero ¿cuándo 
hacerlo? y, pensando en lo absorbente de la actividad profesional de esos días, se decide que 
lo mejor es archivar la idea en la carpeta de “tareas pendientes” sin fecha, en espera de una 
casi conjunción astral que la permita. Que después se maleen las cosas por motivos 
médico/físicos no pasa de ser una anécdota, dolorosa, sí, porque concentra en ella todos los 
proyectos “de futuro” marcados sine die en la agenda mental de los que ya no se pueden 
cumplir, pero una anécdota. Porque el Camino sigue teniendo su aquel aparte del ejercicio 
físico que representa el hacerlo, aunque quede ahora fuera de cualquier posibilidad su 
realización, y lo confirma los comentarios de Francesc y de Juan Manuel (el caso de Manolo, 
“abonado” a hacerlo con frecuencia, es muy otro) en momentos diferentes. Repasemos.

 
La vieja cantinela de que el Camino te cambia la vida ha sido repetida hasta la saciedad, 
durante años, por peregrinos que, tras llegar a su destino, aseguraban sentirse personas 
completamente renovadas, y Francesc y Juan Manuel, en el fondo, no eran ajenos a ella. El 
sentimiento religioso si lo hay, la emoción de haber cumplido un objetivo tras días de esfuerzo 
continuado o la contemplación de la majestuosidad de la Catedral de Santiago eran, hasta 
ahora, los culpables de la motivación. Ahora, además, un estudio científico, que se encuadra 
dentro del Proyecto Ultreya en el que participa la Universidad Federal de São Paulo junto con 
profesionales de medio mundo, también españoles, demuestra que, efectivamente, hacer el 
Camino de Santiago, puede traer beneficios psicológicos para los peregrinos1 aunque no es 
descartable que los resultados obtenidos, en los que los peregrinos registran una mayor 
relajación, podrían deberse al hecho de estar como de vacaciones, o al contacto con la 
naturaleza y no a la benéfica influencia del Apóstol.

 

El Apóstol, sí, porque el Camino de Santiago, Camiño de Santiago, Camí de Sant Jaume2
Camin de Sant Jacme, Chemin de Saint Jacques,… es, en principio, de origen religioso, la 
ruta que recorren los peregrinos procedentes de España y de toda Europa para llegar a la 
catedral de Santiago de Compostela, donde se veneran las reliquias del apóstol Santiago, y 
es que, desde el hallazgo de su tumba3, comenzaron a diseñarse diversos Caminos para 
poder rendir pleitesía ante él, no únicamente, como decimos, en territorio peninsular sino que 
hubo numerosas peregrinaciones desde el resto de Europa. El culto al apóstol se extendió 
pronto entre los cristianos peninsulares y Santiago fue proclamado por Alfonso II como patrón 
del reino de Asturias, y surgió la costumbre entre los ejércitos de invocar su nombre antes de 
entrar en batalla. La jacobea (que así se llama la peregrinación) fue la última en aparecer 
dentro de las tres grandes peregrinaciones cristianas, tras la de Tierra Santa y la de Roma; un 
número creciente de personas la realizó durante la Edad Media por motivos de fe, al 
considerar que los restos del apóstol tenían una capacidad de intercesión ante Dios.

 
El Camino de Santiago no es una sola ruta, siguiendo también la estela del Todos los caminos 
conducen a Roma, sino una red de rutas. A lo largo de la Edad Media, como se ha apuntado, 
miles de peregrinos salieron de sus casas para hacer su peregrinaje a Santiago de 
Compostela. Esto dio lugar a la creación de muchas rutas dispares que convergen como 
ramas de un árbol para llegar desde todos los puntos cardinales a lo que hoy es una ciudad 
desarrollada alrededor de la Catedral de Santiago de Compostela. Una excepción a esta 
convergencia es el Camino de Finisterre (Camiño a Fisterra), que comienza, precisamente, en 
Santiago de Compostela y va hasta el Cabo Finisterre/Fisterra o el «Fin del Mundo» como era 
conocido en la antigua época romana.

 

El llamado Camino Francés, el que hizo Francesc, es la ruta más popular y se llama así porque 
comienza “oficialmente” en Saint-Jean-Pied-de-Port, en el lado francés de los Pirineos, donde 
muchos peregrinos franceses tradicionalmente habrían comenzado su camino. Esta ruta pasa 
por algunas de las partes más bellas del norte de España, incluyendo grandes ciudades como 
Pamplona, Burgos o León. Se dice que el más concurrido de todos los tramos del Camino es 
el de los últimos 100 km del Camino Francés porque recorrer esos últimos 100 km del Camino 
significa que un peregrino puede obtener el Certificado de Peregrino. 

 
La Vía de la Plata (toma su nombre de la calzada romana que iba de norte a sur desde 
Mérida - Emerita Augusta - hasta Astorga - Asturica Augusta - y que continuó hacia el sur 
hasta Sevilla, y hasta Gijón por el norte a través de la vía carisa. Ojo, eso sí, el nombre de 
esta ruta milenaria nada tiene que ver con la plata (me refiero al metal), sino más bien con la 
piedra, puesto que su nombre procede del árabe balat, “camino empedrado”) o Camino 
Mozárabe, elegida por Juan Manuel, comienza en Sevilla y viaja hacia el norte a través de 
Salamanca antes de desviarse a la izquierda en dirección oeste hacia Santiago por Ourense, 
ya en Galicia. Como esta ruta comienza en el sur, era conocida como la peregrinación 
mozárabe con peregrinos que viajaban desde la España controlada por los musulmanes 
durante la Edad Media o por mar desde otras partes del Mediterráneo y el norte de África. Es 
menos concurrida que la mayoría de las otras rutas, una alternativa más “pacífica” aunque 
con menos servicios al caminante. El último tramo se extiende hacia el norte a través de las 
típicas aldeas y caseríos gallegos no coincidentes con los que se encuentran en el Camino 
Francés y, aunque es más fácil en términos de terreno que éste, hay etapas de días más 
largos de caminata en la Vía de la Plata.


 
A la vista de esta disparidad en la experiencia junto a la coincidencia final de las impresiones, 
no parece arriesgado deducir que todos los peregrinos tienen uno o varios motivos para hacer 
el Camino de Santiago, sean religiosos o, simplemente, para encontrar a su "yo" interior, pero 
la verdad que todos ellos guardan en común, a juzgar por los puntos de coincidencia en los 
comentarios posteriores, que llegan a conocerse a sí mismos mucho mejor. El Camino parece 
ser un lugar perfecto para reflexionar sobre quién eres, la vida que realmente llevas y 
descubrir como reaccionas ante situaciones totalmente diferentes a las que te encuentras en 
tu rutina diaria, y recorrerlo implica un proceso de un profundo autoanálisis personal que 
consigue cambiar en muchos peregrinos la forma en la que se ve la vida y todo lo que la 
rodea porque en el Camino, que saca de la rutina diaria en la que se vive instalado y 
confortable, es donde tenemos que encontrar nuestras propias razones para seguir hacia 
adelante y aprender a convivir con un entorno totalmente diferente al de nuestro día a día.

 
Dicen que uno de los puntos más duros de hacer el Camino de Santiago no es afrontar 
físicamente la dureza de las etapas, sino encontrar la propia razón para seguir caminando 
cada jornada kilómetros y kilómetros sin razón objetiva aparente. Tras recorrer los primeros 
kilómetros, cada uno encuentra su propia razón para seguir adelante y se dará cuenta de que 
el Camino es un reflejo de la vida misma; cada paso te acerca más al final, cada paso suma 
para alcanzar tu meta, pero lo que de verdad importa no es llegar a Santiago de Compostela 
ni, desde luego, terminar los primeros. Lo que importa de verdad, recordando en este punto a 
Lao-Tsé, es cada paso que se da y lo que se vive mientras se camina: el Camino es el hoy, el 
ahora y no lo que será la llegada a destino, de una u otra forma, y enseña que por muchos 
planes que se hagan de cara al futuro, la vida sigue su paso sin detenerse y la decisión de 
exprimirla al cien por cien en cada instante es de cada uno.

 

Bien mirado, es como el esfuerzo para el sacrificio cotidiano sin fecha de caducidad 
(particularmente para que todo acabe bien) a que obliga la observancia de las incómodas 
restricciones para poner trabas al contagio de este virus que nos castiga, más alineada con el 
sentido de responsabilidad y convicción personales que con instrucciones oficiales, siempre 
molestas, desagradables y cuestionables. 
 
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1Albert Feliu, doctor en psicología y uno de los investigadores del Parc Sanitari Sant Joan de Déu, de Barcelona, es un partícipe del estudio y explica: “Durante muchos años he hecho el Camino y siempre, al terminar, he observado cambios. Al compartir esta apreciación con otros colegas que también han hecho la ruta, me confirmaban que ellos habían experimentado lo mismo que yo”. Los cuestionarios base del estudio pretenden evaluar el estado de los participantes antes de hacer la ruta, los días inmediatamente posteriores a su finalización y, por último, una evaluación final tres meses después de haber acabado el itinerario. “Hemos detectado un cambio a nivel de mejoría del estrés, depresión, ansiedad y mejorías en cuanto al afecto positivo, capacidad para poder vivir una vida satisfactoria, felicidad y, también, capacidad para poder vivir una vida más centrada en los propios valores”. Los investigadores también han detectado un aumento de las capacidades relacionadas con el estar atento a lo que hacemos, sin juzgar, apegarse, o rechazar en alguna forma la experiencia así como un incremento de las competencias para poder vivir una vida más desapegada, en especial respecto a los bienes materiales. “No solo queremos ver qué pasa cuando haces el Camino de Santiago, sino que también queremos averiguar por qué pasa”, explica el investigador. Otro dato curioso es que entre los peregrinos que aseguran haber tenido más vivencias de comunión o unión con el mundo exterior mientras hacían el Camino de Santiago se da una repercusión beneficiosa todavía mayor. “Aquellas personas que dicen tener más a menudo estas experiencias mejoran más, sobre todo en el afecto positivo, en satisfacción con la vida y en algunos aspectos muy interesantes, como la capacidad para no juzgar”. Uno de los aspectos terapéuticos del camino está relacionado con el hecho de retirarse a un entorno natural. Pero el psicólogo también destaca que puede haber otros aspectos involucrados, como el hecho de centrar la atención en caminar durante tantos días seguidos, que tiene algo de meditación, y otras variables, como la aceptación del dolor que inevitablemente acompaña a los peregrinos, que suelen acabar con los pies despellejados después de tantas horas de ruta.

2Ya puestos, y glosando la ruta que no se hará, el Camino Catalán del Camí de Sant Jaume, poco conocido, se introduce en España por los Pirineos a través del monasterio de San Pere de Rodes y la ciudad de El Port de la Selva, y requiere recorrer un mayor número de kilómetros hasta unirse a una ruta principal; cobra cierto protagonismo como entrada en la península por ser la primera a disposición de los peregrinos que han realizado su recorrido a través de la costa del sur de Francia, y aunque muchos deciden continuar por el interior de Francia hasta entrar directamente por el Camino Francés, otros se internan directamente a través de la localidad catalana. En su recorrido inicial sigue el original de la Vía Augusta que, aunque se encuentra sustituida por numerosas carreteras principales españolas, fue una de las vías más grandes del territorio español que comunicaban los Pirineos con el sur de España a través de toda la costa mediterránea. Esta ruta catalana continúa por otra ruta secundaria del Camino llamada Camino del Ebro, que comienza a orillas de la costa mediterránea y continua por el interior hasta unirse al Camino Francés en la localidad de Logroño.

3Descubierta sobre el año 820 entre los restos de un asentamiento romano abandonado, sobre ella se construyó un templo que fue ampliado en los siglos siguientes hasta convertirse en la actual catedral.

 

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