domingo, 20 de diciembre de 2020

En una Navidad... diferente.


 Cuando, en los albores de este fatídico año 2020, estaba preparándose la parafernalia para la celebración, como cada año por esas fechas, del Mobile World Congress (el mayor escaparate mundial del progreso técnico de la telefonía móvil) en Barcelona y se empezaron a recibir en cascada cancelaciones de asistencia de participantes de todo el mundo para, al parecer, evitar el contagio de un desconocido y agresivo virus, que entonces se percibía como algo lejano y ajeno, una de las primeras reacciones fue la del gobierno de la comunidad de Madrid haciendo chanza del hecho e intentando “sacar tajada” política sin calibrar (como casi todos) su alcance. Y no es crítica, son hechos verificables. En muy pocos días, sin embargo, la Organización Mundial de la Salud, a la vista de la extensión incontrolable del virus y sus efectos, le puso el nombre de Covid-19 (abreviatura de COrona VIrus Disease del año 2019) y lo declaró causante de un trastorno con categoría de pandemia (propagación mundial de una enfermedad). 

A partir de aquí, el caos y la confusión se enseñorearon del mundo, con diferentes iniciativas en todos los países afectados (excepto los, en un primer momento y hasta que la dura realidad llamó a su puerta, negacionistas, aunque fuera por motivos esencialmente políticos) cargadas de buena voluntad hacia la ciudadanía, cada uno por su cuenta, pero que, en la práctica, no eran sino variaciones del método ensayo-error. Lo que sí se reveló efectivo en todas las latitudes fue el no contactar ni permanecer con otras personas con el fin de dificultar la inadvertida propagación del virus.

 Y así llegamos a la prohibición de viajar, por aquello de no llevar, sin saberlo, “el virus a cuestas”, y a la suspensión o traslado a fechas posteriores de eventos y actividades que representaban la confluencia en ellos de muchas personas (se fue bajando el listón numérico de las asistencias), se celebraban en lugares cerrados (escuelas, cines, teatros, gimnasios, bares, restaurantes… - extrañamente, los lugares de culto cerrados o los atiborrados transportes públicos quedaban excluidos, pues se ve que impedían per se la propagación del virus -, con todo el cataclismo socio-económico que eso produjo), etc., como los carnavales y, sucesivamente, las fallas (¡las fallas!), los Juegos Olímpicos, las procesiones de Semana Santa (¡la Semana Santa!), San Isidro, el Rocío (¡el Rocío!), los incontables festejos de verano en los pueblos, los sanfermines (¡los sanfermines!) y una larga retahíla de actos tradicionales que, en el fondo, formaban parte de la esencia íntima de cada cual, en un proceso en el que la posposición inicial se podía convertir en anulación (¿para 2021?). Para acabarlo de arreglar, en el plano personal, se dictaminó un confinamiento domiciliario que rápidamente se convirtió en arma arrojadiza política contra el gobierno que necesitaba formalmente ir pidiendo al Parlamento prórrogas temporales de tal medida. Pero eso ya es política y no entraremos. 


Lo que nadie contaba es que, sea por una segunda ola, por resaca de la primera mal desescalada, o por lo que sea, la Navidad, ya a final de año (y lo que te rondaré los próximos meses), se vería afectada por las medidas anti-pandemia en reuniones, horarios, celebraciones y esas cosas (han desaparecido las comidas de empresa, el “amigo invisible”, las reuniones familiares, las celebraciones de las uvas de fin de año, las Cabalgatas de Reyes,… ), por lo que, siendo elegante, esta Navidad de 2020 será atípica, diferente de esa a la que estamos habituados que, más allá de las tradiciones y la religión, se ha convertido en una fiesta celebrada en casi todos los países del mundo. Tradicionalmente, estos días sirven para reunir a toda la familia1 y como las distintas crisis económicas de todos los tiempos obligaron a muchas personas a emigrar de sus orígenes (aunque algunos lo nieguen), estas fechas son ideales para el reencuentro. Pero, como es diferente, hablemos de las diferencias históricas de la celebración, por hablar de alguna cosa.
 

De entrada, las personas somos animales sociales (recordando, como de costumbre, que unos más animales que otros): siempre hemos tenido la necesidad de relacionarnos con otras personas. Antes de que existieran la tecnología digital actual y las redes sociales, reunirnos en comunidad era la única forma de compartir y celebrar. Las celebraciones de la antigüedad estaban dedicadas a elementos del día a día; hoy disponemos de conocimientos y máquinas que nos hacen la vida mucho más fácil, pero hace unos miles de años nadie sabía de qué dependía una buena cosecha, si habría un temporal que arrasaría una región, cómo proteger a la familia de un desastre o de la guerra… Por aquel entonces todo dependía de la “voluntad de los dioses” (el dios del sol, el dios de la agricultura, el dios de la lluvia, el dios de la muerte… Era su manera de explicar aquello que no tenía explicación) y por eso era importante darles las gracias, hacerles ofrendas y sacrificios, celebrar el final del verano y desear lo mejor para el invierno como forma de conseguir su favor para que todo fuera bien.


 
La celebración de la Navidad el 25 de diciembre es la cristianización de las fiestas paganas que conmemoraban el solsticio de invierno en el hemisferio norte (el único culturalmente conocido entonces). Porque, efectivamente, el 25 de diciembre se celebra la natividad de Jesucristo, pero… ¿nació Jesús un 25 de diciembre, el año 1 de nuestra era? Todo parece apuntar a que no, y que la fijación del 25 de diciembre es una convención que no corresponde a ningún hecho histórico, la propia iglesia católica asume que dicha fecha es simbólica. Es en el primer Concilio de Nicea del año 325 donde se declara oficialmente la divinidad de Cristo ya que el Padre y el Hijo son lo mismo, fijándose el natalicio de Jesús durante el solsticio de invierno. El objetivo de crear una nueva festividad que coincidiera con una fiesta pagana era imponer la religión cristiana ante las tradiciones más antiguas de forma que el cristianismo ganaba terreno hasta hacer desaparecer otras religiones politeístas. 

El solsticio de invierno es el punto del año en el que las noches empiezan a ser más cortas y los días más largos en el hemisferio norte del planeta, proceso que se prolonga hasta que llega el solsticio de verano y la tendencia vuelve a invertirse. Hace 2.000 años, que la luz diurna comenzase a durar más era motivo de celebración y, además, coincidía con el fin de la siembra de cosechas que serían recolectadas en primavera y verano, de modo que era un buen momento para unas "vacaciones"; de hecho, este fenómeno solar es un hito que tiene una gran importancia en el calendario de otras religiones. El apego de la ciudadanía del imperio romano a esta fiesta, la llamada Saturnalia (celebración romana dedicada a Saturno, el dios de la agricultura y los frutos), que empezaba en torno al 17 de diciembre y se prolongaba hasta el 25 de diciembre, era demasiado intenso. El poeta Cátulo2 se refirió al arranque de esta fiesta como "el mejor de los días". A todos los rincones del imperio, que se extendía por toda Europa (incluida España), el norte de África y parte de Oriente Medio, llegaba esta macrofiesta: la gente se hacía regalos, se organizaban banquetes públicos, se bebía alcohol, los juegos de azar normalmente prohibidos se permitían, los esclavos eran liberados de sus obligaciones durante esos días… Poco a poco, sin embargo, la fiesta se fue desenfrenando y, como curiosidad, en nuestros días la palabra “saturnal” se aplica a orgías y fiestas sin control. 

En otras culturas también se celebraba algo similar por estas fechas: en Persia con el dios Mitra, en Grecia con Helios, en Egipto con Osiris,… pero es en el Norte, donde la oscuridad es aún mayor y el frío también, donde el solsticio de invierno significaba el triunfo de la vida sobre la muerte. Era un momento de celebración recogida, las familias y los amigos se reunían ante el fuego para celebrar que estaban vivos y para recordar a los que se habían quedado por el camino. Era el Yule vikingo, una celebración que podía durar varias semanas y en la que (antecedente del actual árbol de Navidad) se colocaba bajo techo un árbol que recordaba el Yggdrasil, el Gran Fresno de cuyas ramas penden los Nueve Mundos, incluyendo el de los hombres. Del Yule también nació Papa Noël. En los países escandinavos e incluso en Gran Bretaña se han conservado algunas tradiciones originales de Yule, como quemar un gran tronco, colgar una cabra de paja que simbolizaba el sacrificio de la cabra al dios Thor o el Wassailing o Yulesinging, que es lo que nosotros conocemos como “pedir el aguinaldo”. 


Algo que nos puede asombrar hoy es que la celebración de la Navidad tuvo sus más y sus menos, y es que, que en su origen estuviera asociada a ritos paganos con dioses, héroes y sus historias de nacimiento, muerte y resurrección, hizo que los creyentes más ortodoxos rechazaran estas celebraciones, unos por sus aspectos paganos y otros por sus aspectos católicos, aunque también estaban los simples aguafiestas: los puritanos ingleses que colonizaron la ciudad de Boston en 1630, llegaron a declarar ilegal la Navidad. En el mismo sentido, el parlamento inglés prohibió por decreto las navidades en 1644 por su carácter de “regodeo carnal”. Se llegaron a requisar banquetes “ilícitos” que, seguramente, iban destinados a aumentar la gula de las autoridades confiscadoras pero bajo la regencia de Carlos II, en 1660 se restauraron y, curiosamente, en ese mismo siglo y por espacio de dieciséis años, era una circunstancia agravante cometer un delito durante dichas fechas.
 

Hoy en día, no obstante, la celebración de la Navidad va más allá de la religión aunque, como fiesta de origen religioso, la celebración de Navidad va acompañada de una serie de tradiciones: montar el belén, asistir a la misa de Navidad, cantar villancicos, dar el aguinaldo,… pero, para algunos, la Navidad se ha convertido en las vacaciones de Navidad: los estudiantes celebran el parón de las clases y muchos trabajadores aprovechan sus últimos días de vacaciones para hacer un viaje invernal. Los señores del ambiente son los Centros Comerciales, donde se puede pasar todo el día curioseando, comiendo, asistiendo a espectáculos y, sobre todo, comprando, en una actitud que ya cantaba Queen en 1989: I want it all (Lo quiero todo). Y el tradicional y antiquísimo intercambio de regalos por el solsticio se ha convertido en todo un negocio: las tiendas aprovechan la campaña navideña para hacer ofertas sobre sus productos y fomentar el consumismo, sobre todo, aprovechando los avances tecnológicos, a través de las nuevas plataformas online que permiten comprar y devolver productos con un solo clic. Por Navidad también se dispara el consumo energético en las ciudades y en los hogares (lo que, no lo olvidemos, supone un aumento de la contaminación), los ayuntamientos instalan luces navideñas para decorar las calles y muchos comercios amplían los horarios de apertura.

 Con pandemia o sin ella, el espíritu navideño, ajeno ya a la religión, ojalá que extensivo a todo el año, según decimos, nos anima (hagamos abstracción del consumismo) a pasar buenos momentos con la gente que queremos: lo más importante no es qué o cómo o con cuántos, sino con quién compartimos la Navidad. Y, por descontado, feliz Navidad, aunque sea, como este año, rara, rara y con la convicción de que la "normalidad" (también la navideña) ya nunca será como la conocíamos

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1Decir “tradicionalmente”, en puridad, es impropio. Las “costumbres” que conocemos son un invento debido a la pluma de escritores estadounidenses como Washington Irving o, posteriormente, Charles Dickens, rápidamente asumidas por la sociedad como tal tradición. La realidad es que la Navidad se celebraba en las calles y los comerciantes, temerosos de que esas reuniones de gente derivaran en disturbios, promovieron, apelando a “costumbres europeas” la reunión en casa, en familia… y con regalos. Y caló. ¡Vaya si caló! Y se exportó como una tradición global. Y también funcionó.

2Cayo Valerio Cátulo fue un poeta latino, contemporáneo de Julio César, que vivió toda su vida en la actual Italia.

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