miércoles, 23 de diciembre de 2020

Navidad en febrero,… o en abril,… o…

 


Consumatum est.
 

Lo que hace algún tiempo se consideraba poco probable y casi imposible que pasara, que era que la pandemia por el Covid-19 que nos azota y, con ella, las (variadas) medidas tomadas por las autoridades para evitar en lo posible la propagación del virus, especialmente las restricciones a la movilidad, llegara hasta estas fechas, es algo que ha ocurrido. Con muy buena voluntad todas ellas, por supuesto, pero integrando una alta ceremonia de la confusión toda vez que, pese a que el ataque del virus no conoce fronteras, las medidas y su alcance aplicadas por Francia, Alemania, Italia,…, son diferentes, o la imagen ridícula del seguimiento diario de la primera ola de la pandemia presidido por mandos de las Fuerzas de Seguridad, como si se hubiera de combatir el virus a cañonazos y no con medidas sanitarias. Y todo nos ha dejado a todos en estado de shock., sobre todo ahora porque habremos de reinventar la Navidad… o posponerla (¿se puede?) Particularmente en estas condiciones, es imprescindible no perder la calma e intentar ver la situación “desde fuera”. Hay una conocida y repetida frase del poeta, filósofo y Premio Nobel de Literatura indio, Rabindranath Tagore, que es aquella de Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas. El meollo de la cuestión es poder saber dónde están las estrellas en este caso.

Uno de los efectos de la cultura como interpretación humana de la realidad es el universo simbólico que se configura en los mitos, en la religión, en el arte, en la literatura, y en la filosofía, con lo que el individuo se vincula con el todo intentando defender la validez de la existencia1, una tarea en la que ha destacado el universo simbólico religioso. Y la Navidad, aun despojada de su carácter religioso, es el símbolo más poderoso dentro de los pueblos educados en la tradición católica porque las celebraciones rituales religiosas han jugado en su función de integración y de cohesión social a través de un calendario acompañado de celebraciones, que pauta el correr del tiempo, manteniendo y reforzando creencias y valores, y los compromisos prácticos, y dentro del almanaque, la Navidad tiene como función ser una herramienta de cohesión social. Y en cualquier sociedad, la familia es la unidad grupal básica. Lo cierto es que la Navidad está tan incardinada en nuestra sociedad que, a pesar de la pérdida del cariz religioso de la fiesta para la mayoría, sigue siendo una fecha de paso ineludible, y pese también a que se ha promovido en ella una sociedad de consumo desenfrenado en la que la infinidad inagotable de posibilidades hace que impere lo efímero. Muestra de lo cual es que el 25,5% de los españoles, según el CIS, definen la Navidad como una época de carácter comercial.


Pero, ¿cual es la magia de la Navidad? ¿en qué consiste el espíritu navideño? Hay razones espirituales, sociales y materiales que hacen que las navidades sean unas fiestas tan especiales. El origen religioso entre nosotros de la Navidad es la celebración del nacimiento del Hijo de Dios (aunque está demostrado que no nació por estas fechas), Dios mismo en su persona humana, lo que hace que desde un punto de vista religioso y espiritual todos nos sentamos bien. Y ese pensamiento es el que nos hace ser más buenos: donamos, más, regalamos más, hay miles de campañas para la recogida de alimentos y juguetes para personas desfavorecidas, la solidaridad se multiplica, nos preocupamos de hacerle bien a los que tenemos al lado, las televisiones organizan maratones solidarios... Es como una especie de carrera por ver quién es más bueno, lo que ha hecho que la Navidad tenga un matiz místico, bondadoso, que aún en personas o sociedades no creyentes, se muestra en su esplendor. Leyendas, cuentos, magia, todo cabe, y eso es lo que conocemos como espíritu navideño.

Aunque es cierto que el peso religioso de la Navidad ha caído respecto a épocas anteriores, la Navidad sigue percibiéndose como una fiesta de congregación, particularmente con nuestros seres más cercanos. Según datos del CIS de diciembre de 2017, un año “normal”, anterior a esta pandemia, más del 57% de los españoles definen la Navidad como una fiesta familiar, por encima del carácter religioso, y el 67% considera que es una fiesta propicia para el acercamiento familiar


Aparentemente la Navidad, aunque sigue marcada en nuestro calendario, lo está ya no como un motivo espiritual, sino comercial, quizá porque ya no somos una sociedad creyente, pero sí somos una sociedad de consumo, y también una sociedad afectiva en la que tendemos a expresar nuestro afecto en forma de bien tangible: de regalos que, de alguna forma, simbolizan nuestros sentimientos o los provocan (los anuncios en torno a la Navidad cambian el estado anímico de mucha gente y es difícil negarlo cuando uno tiene en mente anuncios que invocan emociones como la de volver a casa por Navidad). Según el CIS, los principales sentimientos —al margen del acercamiento familiar ya señalado (67%)— que afloran en estas fiestas son añoranza de seres queridos (36,3%), alegría (21,4%) y buenos sentimientos o generosidad (18,5%) y sólo el 4,2% de los encuestados afirma que la Navidad le impulsa a comprar cosas. El mismo porcentaje, por cierto, que afirma que pone de relieve sus sentimientos religiosos. La Navidad puede ser entendida como un momento de fusión social, dejamos de lado las cosas más cotidianas y se vuelve al vínculo colectivo en torno a la familia y a los amigos, con lo que esa dinámica de priorizar a los seres queridos constituye una buena parte de lo que es el espíritu navideño que no se concentra en un día sino que también sucede con las campanadas y las uvas de Año Nuevo, una celebración que al margen de la Nochebuena, de índole más privada, puede generar un sentimiento de comunidad para muchas personas. Y también, por cierto, en el día de la Lotería de Navidad (qué sarcasmo este año con su popularización como “día de la salud”), una jornada que tiene una dimensión muy pública toda vez que buena parte de la sociedad está pendiente de lo mismo en el mismo momento.

Siendo positivos (no consumistas), las razones sociales y materiales de la Navidad están relacionadas por una idea común: la de compartir, y hacerlo es un elemento básico de la Navidad: compartimos regalos, compartimos comidas y cenas, compartimos el tiempo con las personas que queremos, nuestras familias, nuestros amigos, los compañeros de trabajo con los que por primera vez en el año pasamos tiempo fuera del trabajo, en las comidas y cenas de empresa. Nos deseamos felicidad unos a otros, tenemos buenos deseos para el año que entra. En definitiva: en la Navidad todo gira en torno a la Bondad, y eso hace que todo sean buenos sentimientos y deseos de compartir. Esa es la magia.

No obstante, la parte afectiva de la Navidad también puede ser negativa; el 18% de los españoles dice pasarla entre sentimientos de tristeza, melancolía o agobio pues la Navidad comporta un estado de ánimo difícil de discernir desde el momento en que, al estar pautada socialmente, te 'toca' tener unos determinados sentimientos, y hay personas que se rebelan contra eso. Que precisamente la Navidad y sus sentimientos asociados sean una tradición de reunión familiar antigua conlleva un posible choque inevitable porque el núcleo familiar está cambiando: el valor y concepto de la familia ha variado, con casos de padres separados, familias monoparentales, familias reconstituidas con hijos de anteriores parejas… en una tradición familiar que se generó en otra época, con otra casuística y sentimientos diferentes; es realmente complicado integrar el sentimiento tradicional de familia con la realidad que vivimos, pero eso no quiere decir que no sea una familia. Por otra parte, conviene recordar que ir contra lo “tradicional” nos pesa, porque en ese entorno tenemos menos capacidad de decidir o dar nuestra opinión al respecto. En una sociedad que nos impone la felicidad es contradictorio que haya un periodo que dé espacio a sentimientos opuestos a ese porque la Navidad impone, también para la aplicación del espíritu navideño, un cambio en el ritmo de vida: de la sociedad acelerada pasamos a una desaceleración que dura sólo unos días, luego es un momento de parón que tiene dos lecturas: vivir tiempos más tranquilos, retomar cosas que en la vida cotidiana que no pueden aflorar, cuestiones incluso existenciales sobre el sentido de la vida pero también aceleración respecto al consumo, al tener que quedar con todo el mundo: amigos, familiares, compañeros de trabajo…. En ese contexto de doble velocidad simultánea no es extraño que surjan sentimientos de agobio.


Pasadas las “fiestas”, volvemos al ritmo acelerado. La cuesta de enero no es solo económica, sino también emocional, pues dejamos atrás un acelerón, el de los días de compras, de preparativos, de reuniones familiares, que da paso a esa invocación al ritmo más lento, a la ausencia de urgencias. Y salimos de ellos estrepitosamente, como muy tarde la mañana del siete de enero, día siguiente al de la entrega de los regalos por los Reyes Magos. Y esa vuelta a la realidad es frustrante, aunque uno no sabe muy bien si la frustración es por volver al ritmo normal de las cosas o por dejar atrás la pausa. Y es fácil concluir entonces que la Navidad es una patraña y el espíritu navideño una estafa.

Quizá en la añorada hoy vuelta a la vida “normal” y para no perder el norte en nuestros actos, sea conveniente detenernos y hacernos algunas preguntas: si no fuera por esa Navidad calendarizada y sus impulsores, ya sean religiosos o comerciales, ¿pasaríamos ese tiempo en familia? ¿nos permitiríamos ser sensibles y sentimentales? ¿decidiríamos detenernos un día, unas horas, y volver a encontrarnos con las personas con las que compartimos raíces y ancestros? ¿querríamos volver a lo que somos y disfrutarlo, más allá de cuestionarnos lo que podríamos ser o compararnos con otros? ¿y no es esa pausa, precisamente, la razón final para la existencia de un espíritu navideño? ¿no es eso exactamente para lo que sirve? ¿y no es, en última instancia, esa alegría impuesta pero no impostada la razón por la que repetimos año tras año tras año?


Una vez que ya sabemos, en todo caso, por qué nos gusta (o no) la Navidad y por qué todos somos buenos, que es por el deseo de compartir, ¿podemos prolongar el espíritu navideño durante el resto del tiempo? ¿podemos convertirlo en parte de nuestra vida? Seguramente tendremos que analizarnos y, cuando termine todo ésto y volvamos a nuestra rutina, no debemos dejar que esta nos gane la partida y nos haga olvidar los buenos sentimientos que hemos albergado porque, en el fondo, la clave de la Navidad es válida para el resto del año, luego, ¿por qué no mantenerla en los meses siguientes? ¿por qué no seguir compartiendo con los demás como si fuera 25 de diciembre?


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1En este sentido, es importantísimo el influjo de que las actividades están ligadas SÓLO a una fecha que, no lo olvidemos, es usualmente no más que una indicación de tiempo orientada a definir un día único y se utiliza para señalar la existencia o el comienzo o la finalización de un determinado evento temporal o, dependiendo del contexto, un periodo de tiempo en el que transcurrió algo. Pero ésto no pasa de ser un convenio generalmente admitido y no otra cosa, ¿o no puede celebrarse un enamoramiento si no es el 14-02? ¿o no puede venerarse a una madre fuera de su Día?

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