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El paisaje y el entorno de la mina hoy.
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Hoy, 5 de enero de 2021, festividad de Reyes, "la noche más esperada del año" según se
acostumbra a decir, con la mente focalizada aún casi en exclusiva en la pandemia del
Covid-19, las restricciones que comporta y sus efectos, y la confusión emocional de estos días
que antes eran claramente festivos, particularmente porque nosotros, que nos creíamos
invulnerables a todos los males, hemos descubierto que no tenemos “soluciones mágicas”
(pese a que esta sea la noche de los Reyes Magos) para ésto, se entiende que pase totalmente
desapercibido que hoy hace exactamente 100 años que se produjo la tragedia del incendio en
el Pozo número 7 de la mina “Virgen de Araceli”, del distrito minero de Linares-La Carolina, en
el municipio de Baños de la Encina, en la provincia de Jaén, con 23 víctimas mortales. En las
actuales ruinas de la mina aún se puede ver la "boca" del pozo, que resulta impresionante.
La minería es (y era peor entonces) una actividad especialmente dura, insana y peligrosa
pese a que proporcionaba salarios más elevados que en la agricultura y en algunas clases de
industria. A las inevitables enfermedades pulmonares causadas por la humedad y por los
continuos cambios de temperatura, a las documentadas anemias y a la pavorosa silicosis (de
lento desarrollo hasta los inicios del siglo XX y fulminante desde la aparición de la perforación
mecánica) habría que añadir la repetida accidentalidad que devenía obligada contribución al
trabajo en la mina y, con escandalosa frecuencia, llevaba a los hogares la tragedia y la
desolación. Y eso es lo que pasó en la mina “Araceli”.
La mina “Virgen de Araceli” estaba ubicada en un paraje de topografía accidentada a unos 15
kilómetros de La Carolina y 15 también de Baños de la Encina, municipio al que pertenecía,
en la llamada Dehesa de las Belmaras, de donde tomó el nombre para la construcción de la
barriada de casas que servirían de alojamiento de los mineros. Aún hoy, en una loma enfrente
de lo que era el pozo de la mina se pueden ver los restos, nada más que ruinas, del Poblado
de las Belmaras o de Araceli, que no debió ser muy distinto al de las cercanas minas de El
Guindo o incluso, en mucha menor escala, al de El Centenillo. La excavación en la mina se
realizaba con facilidad por la escasa dureza de la roca y el insignificante desagüe que se
producía en los trabajos. Por contra, las labores de entiba con maderas resultaban de suma
importancia debido, precisamente, a la escasa consistencia del terreno y era usual que
hubiera madera almacenada con estos fines.
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Impresiona la boca del pozo.
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Por la clase de construcción de la mina, el pozo número 7, por el que se canalizaba el
movimiento de entrada y salida del personal en jaulas de un solo piso, se convirtió en la
práctica en una gigantesca chimenea en la que se hacía necesario regular el exceso de tiro.
Con la intrincada labor y los accesos a las diferentes plantas, la poca consistencia de los
terrenos, la escasa humedad y la fuerte ventilación, la mina era una trampa mortal en
disposición de ser activada en cualquier momento por alguna fatal circunstancia. Y el día 5 de
enero de 1921 tuvo lugar el episodio que desencadenó la tragedia.
En el documentado estudio de Francisco Gutiérrez Guzmán El incendio de la mina “Virgen de
Araceli”, de 2001, editado por el Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos de Minas de Linares,
consta verificado que ese día (hoy sería “tradicionalmente” casi festivo), miércoles, había en
el interior de la mina 44 trabajadores de los que la mayoría, acabada a las 15:30 la jornada de
trabajo del primer turno, ya se hallaban esperando la jaula para volver a la superficie o se
dirigían a ella. En la planta 9ª, paralelamente, se estaban colocando unos barrenos en el túnel
cuya mecha de dinamita, por accidente, cayó sobre la muy reseca madera de pino preparada
para entibar provocando un incendio que se propagó en sentido vertical con extraordinaria
rapidez. Las llamas invadieron las plantas 8ª y 9ª, y el humo se desplazó a gran velocidad al
pozo 7, donde estaban los trabajadores esperando la jaula. Muy poco tiempo después, la
boca del pozo 7 era un penacho de humo con un fuerte olor a resina, indicativo de la
combustión de las maderas.
De los 44 trabajadores que había en la mina, 7 salieron a la superficie antes del incendio o al
captarse sus primeras señales, 10 consiguieron tomar la jaula al exterior (de los que 5 iban
dentro y 5 fuera, agarrados al techo), 4 quedaron detrás del fuego y consiguieron salir por
intricadas y laberínticas galerías y escaleras por el pozo 6, en dirección opuesta al avance de
las llamas, y los 23 restantes perecieron en el siniestro, alcanzados de lleno por el humo de la
combustión mientras esperaban la jaula o iban camino de ella. Tenían desde 19 años el más
joven a 48 el de mayor edad. La rápida quema de las maderas y la consecuente destrucción
del entibado produjo hundimientos en las galerías que dificultaron la corriente normal de
ventilación, que se derivó por otras galerías hasta su salida en tromba por el pozo 7.
Por la magnitud de la catástrofe y por la escasez y opacidad de la información publicada, se
desataron toda clase de rumores que desorientaron a la opinión pública e hicieron correr
versiones sobre el luctuoso suceso que no se ajustaban a la realidad hasta el punto de que
algunas operaciones de salvamento (eso sí, discutibles) quedaron oscurecidas por la
información oficial, claramente tergiversada, publicada. El día 11 de enero (6 días después de
la tragedia), el Consejo de Dirección de Reformas Sociales de la Dirección General de Trabajo
e Inspección nombra una Comisión compuesta por un funcionario de la propia Dirección
General, un vocal patrono y otro obrero, con el objetivo de que elabore un informe sobre la
catástrofe ocurrida en la mina, y el vocal obrero optó, de la forma oficialmente prevista, de
realizar un informe aparte, que a la postre resulta de un interés extraordinario puesto que es el
único que “rompe una lanza” en favor de los trabajadores (como no podía ser de otra forma)
en contraste con los otros informes, claramente contemporizadores con los responsables de la
mina a quienes eximían de responsabilidades por no tener, por ejemplo, extintores o no
disponer de servicios médicos.
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Edificio de entrada al Pozo nº 7 hoy.
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El considerable retraso en la extracción de los cadáveres (los dos primeros se rescataron el
día 8, tres días después del siniestro) prolongó la situación de angustia de las familias y el
malestar social en La Carolina, donde, en señal de duelo, se declararon en huelga todos los
mineros de la zona y se cerraron todos los comercios e industrias locales. Por las autoridades
se ordenó la concentración de la Guardia Civil en esa ciudad por temor a que se ocasionaran
alteraciones del orden público (que no se produjeron) durante el entierro de las victimas, aún
sin rescatar, todavía en el interior de la mina.
El día 18 de enero se extraen seis cadáveres de la planta 9ª y al día siguiente, los equipos de
salvamento, mediante la instalación de un ventilador para purificar el aire, pueden acceder sin
peligro al lugar donde dos días antes habían descubierto cuatro cuerpos y rescatarlos,
quedando ahora otros diez ilocalizados, en el interior de la mina. El día 20 por la mañana
encuentran cinco de ellos y por la tarde tres. El 8 de febrero es hallado, totalmente carbonizado
(único en ese estado), el penúltimo de los cuerpos y finalmente el día 10 de febrero, 36 días
después de la tragedia, fue descubierta y sacada al exterior la última víctima. La razón
principal de que el proceso fuera tan lento fue la de evitar nuevos accidentes que podían ser
graves a los equipos de rescate, habida cuenta de la situación precaria que había dejado el
propio incendio y los derrumbes subsiguientes.
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Hubo una vez un poblado vivo...
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La magnitud del drama humano es fácil de imaginar. Las atribuladas familias de los mineros
fallecidos, situadas en los alrededores de la mina (hasta donde la Guardia Civil los dejara
llegar), esperando los primeros días el milagro de verlos salir del pozo con vida y sumidas
después en la consternación ante la exasperante lentitud en la recuperación de los cadáveres,
debieron producir escenas sobrecogedoras. Hay que señalar, además, que las condiciones de
vida de la clase trabajadora, también en lo referido a previsión social, sin pensiones ni otros
beneficios económicos para los familiares de las víctimas, dejaban bastante que desear en
aquella época y al dolor por la muerte de un ser querido había que añadir la inmediata
desolación económica en que se veía sumida la familia, con lo que la habitual calificación de
“pérdida irreparable” quedaba desprovista de cualquier connotación romántica o literaria y se
reducía a su más crudo significado.
La mina siguió funcionando hasta su cierre definitivo, ocurrido durante nuestra guerra (in)civil,
pese a la creencia generalizada de que cesó sus actividades tras el incendio. Como la mina
estaba ubicada en el término municipal de Baños de la Encina y la mayoría de los fallecidos
vivían en el poblado de Las Belmaras, del mismo municipio, fue en ese Registro Civil donde
se hicieron las correspondientes inscripciones de defunción y era en su cementerio donde
correspondía también el enterramiento pero, sorprendentemente, el Gobernador Civil, de
acuerdo con el Juez Instructor, determinó que ese camposanto tenía poca capacidad y que
los cadáveres debían ser trasladados a La Carolina, ciudad en la que no residía ninguno de
los fallecidos.
A iniciativa de la Cruz Roja de La Carolina se erigió un mausoleo en el cementerio, aunque no
en lugar preferente del mismo, rehabilitado en 2013, con los nombres en una lápida de los 23
desventurados que perdieron su vida en el incendio de la mina “Virgen de Araceli” en fecha
señalada, el día de la Noche de Reyes de 1921. «Entre todos los sucesos de los últimos días
he ahí esos dos, terriblemente trágicos: el naufragio del Santa Isabel (vapor transatlántico "el
Titanic gallego", ocurrido el 2 de enero, con 213 víctimas) y el incendio en la mina Araceli
- escribió entonces en el ABC el escritor y periodista Wenceslao Fernández Flórez -. Los dos
son accidentes del trabajo humano. Los emigrantes que conducía el buque y que murieron en
lo profundo de las aguas y los mineros que encontraron la muerte en lo profundo de la tierra
eran humildes conquistadores del mendrugo de pan».
Curiosamente, una de las consecuencias indirectas que se conoce del incendio de “Virgen de
Araceli” fue que provocó la marcha de La Carolina, entre otros muchas personas anónimas,
del entonces jovencísimo Eulogio Muñoa Navarrete, luego gran y también poco reconocido
poeta (aunque tenga dedicada una calle con su nombre en el pueblo), cuyo padre trabajaba
en la mina siniestrada y él mismo realizaba tareas de ayuda en ella, en busca de un futuro
alejado del mundo minero y sus peligros. Lo que son las cosas, también nos dejó un 5 de
enero, ochenta y un años después de esta tragedia.
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Paisajes cargados de historia.
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P. S. - Es una tendencia de estos últimos tiempos de bondad económica, facilidades de viajes
y despreocupación generalizada (veremos lo que pasa con todo ello cuando acaben
- ¿cuándo? - los efectos en la sociedad de la actual pandemia), el aprovechar las estancias y
la evasión en lugares de lo que podríamos llamar ubicaciones geográficas y paisajísticas
privilegiadas buscando únicamente eso, el paisaje y el entorno, prescindiendo del
conocimiento cercano de las situaciones difíciles y duras que acontecieron a quienes
habitaban esos lugares cuando estaban vivos y no en ruinas, antes de que se convirtieran en
lo que se pretende hoy: urbanizaciones de alto standing para desocupados con todos los
adelantos técnicos y servicios, alejadas de los habituales circuitos turísticos pero con
inmejorables accesos. No es una critica (no me corresponde hacerla, en todo caso), sino la
constatación de un hecho reiterado y machacón.
El caso glosado por su centenario, el trágico incendio de la mina “Virgen de Araceli”, del que
hoy ya nadie guarda memoria, seguramente por coincidir la fecha con una costumbre festiva
como es la llegada de los Reyes Magos, entre otras razones, es excesivo, sin continuidad en
el presente y aislado, pero su olvido, consciente o inconsciente, es indicativo de la evidencia
de que muchos de los que se llenan la boca apelando al pasado son los primeros en
menospreciarlo, en una clara falta de respeto, cuando no coincide con la “Arcadia feliz” en la
que se escudan. Hace falta respeto por la historia de la mina “Araceli” y por muchas otras,
seguramente menores, que, las conozcamos o no, conforman un pasado que ha moldeado lo
que hoy somos.
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¡Enhorabuena Miguel!. Aún para los que somos de allí hay pasajes de historia cercana que han quedado si no olvidados si curiosamente ocultos o suavizados bajo capas y capas de barniz de años e informaciones sobrepuestas que nos hacen llegar a olvidar de donde venimos y que estamos aquí no precisamente por obra y gracia de nuestros mandatarios. Ningún derecho social se consiguió sin sangre y ningún derecho adquirido se mantiene sin ella. Salud Compañero y fuerza para seguir en la brecha.
ResponderEliminarGracias por difundir la historia que pretenden mantener oculta u olvidada.
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