domingo, 3 de enero de 2021

La maldición del 13 y martes.

 


Desde la implantación del calendario gregoriano, con su nombre en homenaje a su impulsor, el Papa Gregorio XIII, a partir de 1582 (1752 en Gran Bretaña y sus colonias), sustituyendo gradualmente al calendario juliano, que era el utilizado desde que Julio César lo instaurara en el año 46 a. C. (y en cuyo origen, del gregoriano, algo tuvieron que ver sendos estudios de científicos de la Universidad de Salamanca de 1515 y 1578), el año empieza el día 1 de enero, a pesar de que hayan años, como el pasado 2020, que parece haber empezado, y haberse mantenido, en martes y 13. Y, cuidado, porque el 2021 parece seguir la misma tendencia.

Mirando hacia atrás, 2020 será recordado por varias cosas, ninguna agradable, quizá como el año del coronavirus, o el del Covid-19, o el de la pandemia, o el del confinamiento, o el de la mascarilla, o el de… , o sea, en resumen, el de la mala suerte, se mire como se mire, lo que justifica su asimilación al martes y 13. ¿Y por qué 13, ya sea martes o viernes, según países, es la representación de la mala suerte? El número 13 siempre ha estado asociado con ella desde la última cena de Jesús, a la que asistieron 13 personas, hasta las leyendas nórdicas que mencionan 13 espíritus malignos. No obstante, la leyenda más popular es aquella que comienza el día 13 de octubre de 1307, cuando el rey Felipe IV de Francia comenzó una persecución contra la Orden de los Pobres Compañeros de Cristo y del Templo de Salomón u Orden del Temple (templarios), uno de los grupos más poderosos de Europa, ya que eran grandes guerreros y estrategas militares y poseían una gran fortuna, por lo que se hicieron prestamistas, lo que los convirtió en gestores del sistema bancario más importante de la época… y envidiados.


Felipe IV deseaba tal poder, y la solución fue acusarlos ante el Papa Clemente V de crímenes contra la cristiandad, imputándoles los cargos de sacrilegio, herejía, sodomía y adoración a demonios como Baphomet y Lucifer. La historia cuenta que debido a estos cargos, se le atribuyeron los malos augurios asociados al día 13. Además, Felipe IV buscó a alguien que se atreviera a hablar en contra de los templarios y se unió a Esquino Floriano, que aseguró haber sido de ellos y que, en su tiempo como uno de sus soldados, los demás miembros de la orden le confiaron a él sus vicios y fechorías. Muchos historiadores coinciden en que Esquino Floriano fue un miembro expulsado y que se convirtió en un delincuente habitual. La acusación y los testimonios causaron la detención o el asesinato de la mayoría de los miembros de la orden, y varios de los líderes fueron condenados a la hoguera. Catorce años después del primer señalamiento, el gran maestre de los Caballeros Templarios, Jacques de Molay, admitió los cargos bajo tortura y también fue condenado a morir castigado por las llamas de una hoguera.
 

Sin embargo, los templarios presentes en los reinos de la península ibérica (que también los había, principalmente porque la península ibérica era el único lugar civilizado, aparte de Tierra Santa, donde se podía luchar contra el infiel) apenas sufrieron castigo, a diferencia de sus hermanos franceses. Incluso se puede decir que, en general, salieron indemnes de la situación, pese a la firme hostilidad del papado hacia ellos y la inquina de la Corona francesa. Ello fue posible porque contaron con la protección de las monarquías locales, que supieron maniobrar ante Roma contra los deseos del rey de Francia, el gran instigador de la conjura contra la orden del Temple.

Los reinos, cristianos o moros, de la Península fueron tierra de promisión para los experimentos espirituales; los cristianos indígenas tuvieron su propia liturgia (la mozárabe), sus herejías tempranas (el priscilianismo1) y, más allá del caso de los templarios, cuando los cátaros ardían en Carcasonne, Beziers, l´Aude y Les Corbieres, o ayunaban hasta la muerte en sus madrigueras, los reinos de Aragón fueron sus refugios seguros, y Sant Mateu, en la comarca del Maestrat (Maestrazgo), el último de todos, aunque no sean episodios que recoja la historiografía oficial. Lo más extraordinario es que el camino de los cátaros más tardíos se cruza con el de los templarios liquidados; aunque liquidados sólo en Francia, «donde nadie duda que le quedó bastante cebo al Rey con los bienes muebles (de los templarios)», dice un divertido librito de 1813 cuyo autor no recuerdo, porque en el reino de Aragón los templarios seguían siendo los amos, aunque disimulados como de la Orden del Císter u otras para despistar al Santo Oficio, desobedeciendo así al Papa. Los bienes del Temple fueron a parar a una orden creada ex profeso: la de Montesa y como en Portugal, la Orden fue semillero de alucinaciones náuticas que los llevaron desde el Cabo de Buena Esperanza hasta el remoto Japón. Y en la olla del Temple mojaron todos; todos, menos quienes había dicho Roma: los Hospitalarios. El mismo Reino de Valencia fue un experimento templario y el Rey Jaume I, pupilo del Maestre. 

Por concatenación de ideas con la mala suerte, es llamativa la poca atención que la historiografía oficial ha prestado a episodios que forman parte de nuestra historia aunque se originen en otros territorios como son los templarios2 y sus primos hermanos los cátaros. Los primeros, aún así, están detalladamente estudiados; no así los segundos, de quien se sigue creyendo que es un exótico grupo del Languedoc francés, ajeno a nuestra historia, y suena que fueron exterminados en el asedio al castillo de Montségur. 


Los cátaros (o albigenses, referidos a la ciudad occitana de Albi), eran un movimiento religioso cristiano que se propagó por la Europa Occidental a mediados del siglo XI y logró arraigar hacia el siglo XII entre los habitantes de la región del Mediodía francés, especialmente en el Languedoc, donde contaban con la protección de algunos señores feudales vasallos de la corona de Aragón. Su teología era dualista radical, basada en la creencia de que el universo estaba compuesto por dos mundos en absoluto conflicto, uno espiritual creado por Dios y otro material forjado por Satán. Los cátaros creían que el mundo físico había sido creado por Satán, y el Reino de Dios no es de este mundo. Dios creó cielos y almas. El Diablo creó el mundo material, las guerras... y la Iglesia católica que, con su realidad terrena y la difusión de la fe en la Encarnación de Cristo, era según los cátaros una herramienta de corrupción. Los cátaros también creían en la reencarnación hasta que fuesen capaces de un autoconocimiento que les llevaría a la visión de la divinidad y así poder escapar del mundo material y elevarse al paraíso inmaterial. La forma de escapar del ciclo era vivir una vida ascética, sin ser corrompido por el mundo y los que seguían estas normas eran conocidos como Perfectos, herederos de los apóstoles, con facultades para anular los pecados y los vínculos con el mundo material de las personas. Negaban el bautismo por la implicación del agua, elemento material y por tanto impuro, y por ser institución de Juan Bautista y no de Cristo. Asimismo se oponían radicalmente al matrimonio con fines de procreación, ya que consideraban un error traer un alma pura al mundo material y aprisionarla en un cuerpo. Rechazaban comer alimentos procedentes de la generación, como los huevos, la carne y la leche (sí el pescado, ya que entonces era considerado un "fruto" espontáneo del mar).
 

Con estos mimbres, en 1147, el papa Eugenio III envió un legado a los distritos afectados para detener el progreso de los cátaros con pobres resultados. Ante lo inútil de los esfuerzos diplomáticos, el papa Inocencio III decretó en 1207 que toda la tierra poseída por los cátaros podía ser confiscada a voluntad y que todo aquel que combatiera durante cuarenta días contra los "herejes", sería liberado de sus pecados. La cruzada logró la adhesión de prácticamente toda la nobleza del norte de Francia. Por tanto, no es sorprendente que los nobles del norte viajaran en tropel al sur a luchar. El Papa Inocencio encomendó la dirección de la cruzada al rey Felipe II Augusto de Francia, el cual, aunque declina participar, sí permite a sus vasallos unirse a la expedición.

Para ir rápidos, la Inquisición, que se estableció en 1184 (casi tres siglos antes que en España) en concreto para extirpar totalmente la doctrina cátara, tuvo éxito en la erradicación del movimiento; desde mayo de 1243 hasta marzo de 1244, la ciudadela cátara de Montségur, último reducto, fue asediada por las tropas de la cruzada y el 16 de marzo de 1244 tuvo lugar un acto, en donde los líderes cátaros, así como más de doscientos seguidores, fueron arrojados a una enorme hoguera en el prat dels cremats (prado de los quemados) al pie del castillo. Más aún, el Papa decretó severos castigos contra todos los laicos sospechosos de simpatía con los cátaros. Hasta aquí lo que se conoce vulgarmente del movimiento cátaro, que, como se ha documentado, se combatió, no por su vertiente religiosa, sino por la económica, por su oposición a pagar impuestos al Papa. 

Montségur hoy

Tras la caída de Montségur, las cosas se pusieron mal, tanto por la acción de la cruzada anticátara como los espías que iban acosando a todo aquel sospechoso de ser cátaro, gracias a la gran labor de los “ pasadores ” que primero por dinero y después por humanidad iban guiando por los bosques del Pirineo, a todo aquel perseguido por su militancia cátara. Tan solo el rey Jaime I, y de una manera muy discreta, favorecía la presencia de los cátaros por motivos de repoblación al irse ganando territorios a los árabes, tras el avance de la Reconquista y así los cátaros huidos encontraron acomodo relativo en la fortaleza de Morella (Castelló) y la comarca del Matarranya (hay un cementerio medieval repleto de auténticas estelas cátaras en Fontdespatla), y en los pueblos y ciudades del Camí dels Bons Homes que va de Montségur a Berga, Catalunya (aún puede hacerse: es el GR-107). 

Los cátaros no dejaron un gran testimonio sobre su existencia y la principal fuente de documentación son las detalladas transcripciones de los procesos inquisitoriales, que les fueron tomadas en viva voz y que han sido guardadas en archivos del Vaticano, hasta que han sido desclasificados. La historia de aquellos cátaros resurgidos de las cenizas de la Inquisición, que se asentaron en la comarca del Maestrat (Maestrazgo), en las villas de Morella, Sant Mateu, Cinctorres, El Forcall, la Pobla de Benifassà, Peñíscola, Cervera del Maestre, Cálig, Atzeneta del Maestrat, Castelló y hasta Valencia que, entre otras, fueron refugio de los últimos cátaros de Europa, era desconocida hasta que algunos escritores les pusieron nombre y les dieron vida como a Guillem de Belibaste3, último Perfecto cátaro, que residió en la ciudad de Morella hasta 1321, este año hace, justo, 700 años. Huido de la prisión de Carcasonne, recorrió a pie y con otro nombre el camino hasta Morella, donde fue contratado como pastor de ganado; fue reconocido por un occitano que había llegado a la comarca, llevado con engaños a Tirvia, hoy ciudad de la comarca catalana del Alt Urgell, en aquellos tiempos bajo los designios del Condado de Foix, fieles a Papado de Aviñón, donde fue entregado a los soldados del Inquisidor y fue conducido a Villerouge-Termenés para, la mañana del 24 de octubre de 1321, ser atado al poste levantado en medio de los troncos dispuestos en forma de hoguera, desde donde lanzó su conocida “profecía”. 


Para quienes gustan de las profecías, tan difundidas por estos días de pandemia, incertidumbre, dolor y miedo de todo tipo (no sólo por el virus), la de Belibaste sostiene que en 700 años desde su muerte, es decir, en este 2021, resurgirá la esperanza de las personas desinteresadas del poder de dominación y creadoras de comunidad, como era el ideal que se exigían los cátaros en la región de Occitania. Es tiempo de cambiar, y ojalá, por muchas razones, reverdezca el laurel, aunque sólo fuera por lo del cambio climático. Depende de nosotros. ¿O nos quedamos con el 13 y martes?

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1El priscilianismo fue la doctrina cristiana ascética (que niega los placeres materiales) predicada por el obispo Prisciliano, se cree de la actual Galicia, en el siglo IV de nuestra Era y declarada como herejía en el Concilio de Braga. Además de instar a la Iglesia a abandonar la opulencia y las riquezas para volver a unirse con los pobres, condenaba la institución de la esclavitud y concedía una gran libertad e importancia a la mujer, abriendo las puertas de los templos a las féminas como participantes activas.

2Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona, alcanza un acuerdo con ellos para cooperar en la Reconquista, firmado en la Concordia de Girona en 1143. Inestimable fue su participación en la batalla de las Navas de Tolosa para expulsar a los árabes de tierras hispanas. Sin duda tanto en España como en Portugal podemos recrearnos como en ningún otro lugar del espíritu templario a través de los espacios en los que se desarrolló su historia. España en el siglo XII era un llamativo mosaico de culturas. Musulmanes, judíos y cristianos convivían en la Península Ibérica creyendo, cada religión, estar en posesión de la verdad. En palabras de la historiadora María Lara Martínez: “…había más judíos en Sefarad que en Palestina y, en definitiva, las tres culturas se creían dueñas del Jardín de las Hespérides”. Los templarios participaron activamente en las conquistas cristianas de -entre otras plazas- Valencia, Mallorca, Casp, Córdoba o Sevilla, así como en la defensa de Lisboa o la de Coimbra, en Portugal, por lo que recibieron vastos territorios, ciudades enteras, castillos y conventos como pago. En casi dos siglos de presencia de estos caballeros han dado lugar a un riquísimo patrimonio de iglesias y castillos que -en el caso de la Península Ibérica- se extienden por casi la totalidad del territorio.

El rey Fernando II de León donó la ciudad de Ponferrada a los Templarios en 1178, aunque fue Alfonso IX quien firmó al fin el acuerdo que les permitió disfrutar de la propiedad a partir de 1211. Incluso Alfonso I de Aragón llegó a legarles todo su reino en 1134, aunque no se acató por completo su voluntad. No es de extrañar, pues, que en todos estos reinos peninsulares se evitaran a partir de 1307 las persecuciones, torturas y ejecuciones de templarios que se vieron en Francia; ni que a pesar del edicto papal de 1311 declarando la suspensión del Temple sus caballeros fueran en gran medida respetados y en muchos casos transferidos a otras órdenes, como la Orden del Hospital, la Orden de Calatrava (creada en Castilla en fecha tan temprana como 1164), o la Orden de Montesa (Aragón) y la Orden de Cristo (Portugal), que heredaron muchas propiedades de estos monjes guerreros, tanto encomiendas como castillos. Es por esto que en Aragón y Portugal, donde los templarios se instalaron en torno a 1130 (Teresa de Portugal les donó el Castillo de Soure en 1128), y en Castilla y León, donde lo hicieron poco más tarde, pervivió -a diferencia de Francia- el legado templario, que ha llegado hasta nuestros días en muchos casos extraordinariamente conservado.

Los principales monumentos que protagonizaron encomiendas templarias siguen el propio trazado de la constelación jacobea, extendiéndose desde ella en todas direcciones como si de un haz de luz múltiple se tratara. Hoy componen un patrimonio histórico-artístico de primera magnitud. Entre las joyas más destacables se encuentran, además del castillo de Ponferrada, el castillo de Monzón en Huesca, el de Peñíscola en Castellón, el de Miravet en Tarragona, el de Caravaca en Murcia, la Ermita de San Bartolomé y la iglesia de San Polo en Soria o la iglesia de la Vera Cruz en Segovia.

3Guillaume Bélibaste, hijo y nieto de creyentes cátaros, nació en 1280 en el seno de una sencilla familia de campesinos y ganaderos de Cubières, un pueblo del Razès (Aude), tierra de ancestral tradición cátara que, a pesar de la cruzada albigense y los esfuerzos católicos por erradicar la herejía, había logrado mantenerse en la clandestinidad, gracias a las prédicas de los hermanos perfectos Autier. En este año –será el 24 de octubre de 2021- se cumplen los siete siglos establecidos por Bélibaste y su profecía: en el otoño de 1321 lanzó al viento una frase lapidaria que hizo temblar los cimientos de la Iglesia oficial: “Dentro de setecientos años, el laurel reverdecerá”. Instantes después, su cuerpo fue consumido en la hoguera. Sin embargo se cuenta que, a pesar del tremendo dolor, de los labios de Bélibaste no salió palabra alguna de arrepentimiento; al contrario, una entereza ejemplar que transmitió a sus verdugos, con los ojos bien abiertos. Finalmente, la salida al viento entre las llamas de una paloma blanca confirmaba la metempsicosis o transmigración del alma. Bélibaste fue la última víctima de la barbarie que acabó con el catarismo occitano.

Con Bélibaste desaparecía la iglesia cátara occitana; después de su muerte, y hasta mediados del siglo XIV, no se envió a la hoguera a ningún creyente. Detrás quedaba un reguero de sangre y ceniza, protagonizado por la cruzada papal, primero, y las ejecuciones ordenadas por el Santo Oficio, después. El escalofriante balance de un millón de muertos nos da una ligera idea del horrible holocausto que condenó a la que fuera la tierra más próspera y culta de Europa. Estas informaciones nos han llegado gracias, especialmente, a las canciones y escritos transmitidos por los trovadores, quienes, desde mediados del siglo XII, fueron los transmisores de la historia no oficial del mundo occidental. Muchos de ellos también caerían presos de la Inquisición y, tras terribles sesiones de tortura, serían asesinados sin piedad por orden de la Iglesia oficial, por apoyar o dfundir la herejía.


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