No, no se trata de un comentario a la obra literaria de Charles Dickens, llena de crítica social
hacia, por ejemplo, la pobreza y la estratificación social subsiguiente de la sociedad victoriana
de su tiempo, con empatía por el hombre común frente al escepticismo por la familia burguesa
(Oliver Twist, de 1839, ya ha llovido y...), “humanizando”, sin ir más lejos, a personajes como
el de la trágica prostituta, Nancy, cuando tales mujeres, para los lectores, eran apreciadas, en
el mejor de los casos, como desafortunadas, inmorales víctimas inherentes de la economía
del sistema victoriano. Tampoco se trata de rememorar a Edgar Allan Poe, reconocido
renovador de la llamada novela gótica, y recordado especialmente por sus cuentos de terror.
No, la reflexión de hoy viene originada por dolorosos hechos reales, hechos que atañen a ese
colectivo que no se ve (porque “son sucios e incívicos”, cuando la verdad es que sólo pueden
pensar así de ellos quienes lo tienen todo para una vida digna. Pero hay otras realidades,
“Podrías ser tú”. ¿Cómo estaría el lector de estas líneas si tuviera que hacer en la vía pública
todas las actividades –comer, asearse, realizar sus necesidades– que lleva a cabo en la
intimidad de su hogar?), que se conoce como las “personas sin techo” y que se refiere a las
personas que carecen de un lugar permanente para residir y que se ven obligadas a vivir a la
intemperie, ya sea en la calle, en los portales de viviendas o temporalmente en albergues,
normalmente a causa de una ruptura encadenada, brusca y traumática de sus lazos familiares
y sociales (luego, le puede pasar a cualquiera como prueba el dato de que sólo un 13% de las
personas sin hogar ejercen la mendicidad, porcentaje que coincide con el de personas sin
hogar que tienen estudios superiores), que suele ir acompañada de la carencia de un medio
económico de vida, todo ello, como se ve, consecuencia de un proceso en un sistema de
protección social a todas luces insuficiente para evitar la caída de personas que acumulan
varias vivencias traumáticas encadenadas que les hacen perder su estabilidad emocional, sus
habilidades sociales, sus recursos económicos, su red de apoyo y la capacidad de revertir su
situación. .
Representa el nivel máximo de exclusión social y marginación que realiza una sociedad
moderna. En los países occidentales, la amplia mayoría de las personas en situación de calle
son varones (75-80 %), particularmente solteros. Si hablamos de cifras, se calcula que sólo en
Catalunya hay (siendo optimista) 5.500 personas durmiendo al raso, la mitad de ellas fuera de
la capital, Barcelona. Y 5.500 más están hacinadas en habitaciones o espacios no habilitados.
Y en ese escenario, la tormenta Filomena (devastadora pese a su nombre de chiste) se
enseñorea de prácticamente todo el país, cubriéndolo de nieve en lugares donde habitualmente
no nieva y manteniendo durante días temperaturas gélidas, debidos todos estos episodios,
paradójicamente, al calentamiento global por el cambio climático. Y, en estos tiempos de
pandemia por el aún desconocido Covid-19, mientras se hacía público un estudio que daba fe
de que el 47 % de los agotados y estresados sanitarios veían deteriorada su salud mental, con
un preocupante 3 % que se plantea el suicidio, y las televisiones ofrecían imágenes casi
festivas de adultos inconscientes (que no comentaremos) que, obviando toda medida de
protección, y entre el jaleamiento anti-gobierno (??) desde las Redes Sociales por esa actitud,
disfrutaban de la nieve (sin prever, quizá, que en breve se convertirá en peligroso hielo)
equipados como en una estación de esquí, una cadena de televisión informaba del drama de
los sin techo por esta ola de frío y de los encomiables esfuerzos de unos puñados de
voluntarios por conseguir sacarlos de las calles y llevarlos a un albergue, al menos estos días.
Es lo que ocurre entonces lo que provoca estas reflexiones, que es la constatación de que, en
la mayoría de los casos, los si techo rechazan el ofrecimiento del albergue y optan por seguir
durmiendo a la intemperie a pesar, no sólo del frío extremo de estos días, sino también de la
evidencia de que las personas sin hogar sufren agresiones y padecen enfermedades que no
son atendidas o lo son de manera inadecuada o de que, marginados, pierden sus derechos
(no pueden empadronarse, votar, no tienen tarjeta sanitaria, ni intimidad ni propiedad privada,
no tienen su seguridad garantizada…) ¿Y rechazan un albergue?
Analicemos. Los recursos de que se dispone y que se ofrecen están enfocados a atender la
emergencia, no a la reintegración social (el 80% de esos recursos sociales son asistenciales y
eso significa que institucionalizan a la persona pero no consiguen su integración). No se trata
sólo de aumentar el número de plazas de albergue (que también y cada vez más) si esto no
va acompañado de otras medidas y si al final se les lleva a albergues masificados en la
periferia de las ciudades (es estadísticamente demostrable que comedores y centros de día
suelen estar en el centro y los albergues, ciertamente, en la periferia) que, además, suelen ser
como los Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE): puras cárceles, un lugar en el que,
cuando se entra, deben abandonarse todas las pobres pertenencias (mantas, colchones,…),
que habrán desaparecido cundo se salga, un cajón de sastre de gente de todo tipo metida
junta sin más, sin tener en cuenta situaciones complejas, mezclando a todos: a gente “sana”
con gente con problemas de alcohol, de drogadicción, psicológicos... con unas normas, no ya
estrictas, sino difíciles de llevar a la práctica, como que los albergues no admitan animales,
mascotas que en casi todos los casos son la única alegría para esa gente que lo ha perdido
todo: calor, compañía...y quitarles eso es quitarles lo último que realmente les queda, sin
olvidar que un albergue es un apaño temporal y que después se ha de volver a la calle… con
la posibilidad de que algún otro haya ocupado en ese tiempo el “confortable” lugar donde se
pasaba la noche antes del albergue. Y es muy duro. Ya decía Dickens que la marginalidad es
propiciada en gran medida por la migración del campo a la ciudad (atajémoslo), y que también
cabe destacar el papel del sistema policial y judicial, el cual no duda en castigar severamente
a los marginados a pesar de saber que no son delincuentes ni suelen ser agresivos.
Para acabar de arreglar esta situación endémica viene la pandemia y el confinamiento. Según
datos de la fundación Arrels1, se observa "un aumento en la frustración, ansiedad, estrés e
impotencia entre las personas que viven al raso a causa de la pandemia y sus consecuencias.
Cuando aún estábamos en confinamiento en estado de alarma hablamos con 367 personas
sin hogar y 8 de cada 10 nos contaron que, como consecuencia de la pandemia, su situación
empeoró o seguía igual” aparte de que, por razones meramente económicas, la cifra de
personas sin techo se ha incrementado en más de un 25 % desde el inicio de la pandemia.
Con todo ello, la noticia es que dos hombres de ese colectivo de “sin hogar” han muerto en las
últimas horas en Barcelona (18 todo el pasado año), muy posiblemente víctimas del episodio
de frío extremo, nieve y lluvia que ha agravado dramáticamente las condiciones de vida de los
sin techo. Tenían 38 y 32 años y pernoctaban al raso. El de 32 años no estaba sólo cuando lo
encontraron; los agentes de la policía que recibieron el aviso que alertaba de que una persona
sin hogar podría haber muerto en el recinto del parque de la Ciutadella, descubrieron al llegar
que junto al cadáver había un segundo sin techo (¡de 19 años!) que presentaba síntomas
compatibles con una hipotermia, un descenso severo de la temperatura corporal que puede
causar la muerte. Lo llamativo del caso es que esta persona fallecida había rechazado el
mismo día pernoctar en un albergue y el otro fallecido, de 38 años, ya había contactado con la
citada Fundació Arrels en el 2014 y había sido usuario de su centro abierto.
Como consecuencia, las entidades sociales consideran que la muerte de dos personas sin
techo en plena ola de frío en nuestra “civilizada sociedad opulenta” evidencia la urgente
necesidad de afrontar cambios radicales en la atención de este colectivo. El mensaje es claro:
menos tiritas, más remedios consistentes y con la mirada puesta en el largo plazo; la solución
no pasa por grandes instalaciones temporales a las que no quieren ir los ciudadanos sin hogar,
sino por infraestructuras pequeñas y sin normas insalvables donde poder abordar cada caso y
encarrilar salidas a la calle para lograr su autonomía, en los casos que sea posible.
Casualmente (o no), ayer, el mayor de los Mossos d’Esquadra, la policía de Catalunya, Josep
Lluís Trapero, difundió un comunicado interno pidiendo a los agentes una mayor implicación
para detectar las necesidades de las personas que estos días y noches, con temperaturas
gélidas, siguen a la intemperie, remarcando que cabe detectar estos casos tan vulnerables,
muy agravados por la severidad meteorológica, reforzar el vínculo con las instituciones
especializadas y traspasar la información a los servicios sociales. En definitiva, más empatía
con este colectivo. Y es que estamos inmersos en una dinámica en la que las administraciones
no responden a los problemas de raíz porque no disponen de medios (ni revisan determinadas
leyes), pero la sociedad también puede actuar. Y en eso estamos.
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1Entidad privada que atiende y orienta a las personas sin hogar que viven en las calles de Barcelona desde un centro inicial abierto en 1986 en el deprimido barrio de El Raval. Las acompañan para conseguirles una vida lo más autónoma posible cubriendo las necesidades básicas, proporcionando atención social y sanitaria y garantizando alojamiento a aquellas personas que se encuentran en una situación más vulnerable.
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