Una de las consecuencias, seguramente menor si se compara con otras, de las restricciones
obligadas por la pandemia del Covid-19 es la que le ha tocado a nuestro oscarizado director
de cine Fernando Trueba con su película El olvido que seremos, que no la ha podido estrenar,
(como tenía previsto) en 2020 pese a estar incluida dentro de la selección oficial del Festival
de Cannes, festival aplazado debido a la pandemia, haber clausurado, fuera de concurso, el
Festival de San Sebastián, haber sido ganadora del premio al mejor filme del Festival
CineHorizontes en Marsella (Francia) en enero de 2021 y galardonada con un Premio Goya en
la categoría de mejor película iberoamericana (en teoría es colombiana, aunque su director
sea Trueba y su principal protagonista Javier Cámara) en marzo de 2021. La película está
basada en la novela homónima del escritor y periodista colombiano Héctor Abad Faciolince
publicada en 2005.
En ella, el autor narra el asesinato por los paramilitares de su padre, Héctor Abad Gómez en
Medellín en 1987 y cuenta el inmenso vacío que dejó en él y en toda su familia la pérdida de
este hombre, médico de profesión, que dedicó su vida a luchar por los derechos humanos y
mejorar la vida de los más desfavorecidos1. Describe de forma muy emotiva la relación de
profundo amor que los unía desde que era un niño, la admiración que sentía hacia él, un
hombre cariñoso, alegre, que educó a sus hijos desde la tolerancia y el respeto; que quiso
abrir sus mentes a los libros, a los grandes escritores, a la cultura y que luchó casi
obsesivamente por cambiar las cosas en la Colombia convulsa de los años 80. Una época
devastadora, en la que todos aquellos que “molestaban”, eran apuntados en listas negras y
asesinados sin miramientos.
Salvando las distancias, este libro consiguió que se encendiera viva una cuestión acerca de la
paternidad, poniendo como base la educación, el respeto, el amor, el cariño incondicional y la
confianza absoluta hacia los hijos en una vida familiar hecha de cotidianidad, esfuerzo, amor,
felicidad... y dolor. Algo sobre lo que me ha hecho reflexionar y que ha seguido latiendo en mi
cabeza después. Es un libro conmovedor, escrito con el corazón en la mano2, que relata una
de tantas historias tristes, que quedan tras la pérdida de un ser querido. Sin que parezca que
se le hace publicidad, un libro indispensable de tener en la biblioteca (en Colombia se ha
convertido en un fenómeno de culto. Editado también en España, México y otros países, esta
novela testimonial ha sido uno de los libros más leídos en Iberoamérica en lo que va
transcurrido de este siglo).
El título del libro está tomado del primer verso de un maravilloso soneto atribuido a Jorge Luis
Borges, "Aquí, hoy", que dice “Ya somos el olvido que seremos / El polvo elemental que nos
ignora”. El poema, apócrifo o auténtico de Borges, fue encontrado en el bolsillo de Héctor
Abad Gómez, el padre del autor, el día de su asesinato, junto a una lista de personas
amenazadas que incluía su nombre. Y hoy, 28 de abril, para no alimentar ese olvido, es
momento de poner en valor los versos, auténticos o apócrifos de Borges, “Ya somos el olvido
que seremos / El polvo elemental que nos ignora” porque, ciertamente, todos seremos olvido y
polvo, antes o después, aunque sea verdad eso de que alguien no muere realmente mientras
es recordado, pues ¿y si no queda nadie que recuerde?, a la vez que entonamos un canto
sentido sobre la paternidad, sobre la ausencia, pero, sobre todo sobre el amor y la familia.
Quizá sea conveniente en este punto distinguir entre olvido personal, consecuencia, al final,
de la evolución de un sentimiento, y olvido oficial, que suele obedecer a otras causas,
esencialmente políticas, para hacer ver que algo no ha existido (incluso se promulgan “leyes
de olvido”). Un caso ilustrativo muy reciente: hace sólo dos días se cumplieron 35 años del
accidente en la central nuclear de Chernóbil, en el norte de Ucrania, que en ese momento
pertenecía a la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, a 3 km de la ciudad de Prípiat,
levantada para albergar las familias de los trabajadores de la central, con 335.000 personas
reubicadas (135.000 evacuadas las primeras 24 horas después del accidente) y miles de
muertos e irradiados con una muerte diferida y lenta, que está considerado el peor accidente
nuclear de la historia, y junto con el accidente nuclear de Fukushima I en Japón en 2011 como
el más grave en la Escala Internacional de Accidentes Nucleares (accidente mayor, nivel 7).
Asimismo, suele ser incluido entre los grandes desastres medioambientales de la historia pero
como sus causas y desarrollo son objeto de controversia, el olvido oficial, no tal vez sobre el
propio hecho, imposible de ocultar, sino sobre el sacrificio de personas que fueron llevadas al
matadero (básicamente, soldados de reemplazo y bomberos), de acuerdo, para salvar otras
muchas vidas… y para tapar, de paso, la incompetencia de estamentos oficiales, es clamoroso
a la vez que inmoral. Vale que era su obligación, pero, ¿olvido? Oficial, quizá (son números)
mas personal… Pero, sea como sea, recordando nuevamente a Borges, el olvido es una de las
formas de la memoria, aunque, ciertamente, Ya somos el olvido que seremos / El polvo
elemental que nos ignora. Y siempre ha sido, es y será así, admitámoslo, pues, como dijo
Quevedo en su
Elogio al Duque de Lerma,
“… Feliz el que…//.. nunca olvida
ser polvo, en el halago del tesoro,
y el que sin vanidad desprecia el oro...”
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1Por cierto, el autor también ha declarado que "La relación con tu país es como la familia, duele mucho"
2El, por otra parte, controvertido Mario Vargas Llosa dijo de él: «El libro es desgarrador pero no truculento, porque está escrito con una prosa que nunca se excede en la efusión del sentimiento, precisa, clara, inteligente, culta, que manipula con destreza sin fallas el ánimo del lector, ocultándole ciertos datos, distrayéndolo, a fin de excitar su curiosidad y expectativa, obligándolo de este modo a participar en la tarea creativa, mano a mano con el autor».
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