En una de esas plataformas televisivas tan de moda, con películas “a la carta” se ofrecía no
hace mucho la reprogramación del film de 2011Caperucita Roja ¿A quién tienes miedo?,
enésima versión del personaje de cuento, esta vez con hombre-lobo incluido. ¿Por qué esta
fijación por Caperucita y, en general, con todos los protagonistas de los cuentos clásicos? El
francés Charles Perrault y los hermanos alemanes Jacob y Wilhelm Grimm, con casi dos siglos
de diferencia en los momentos que les tocó vivir, tienen en común haber pasado a la posteridad,
no por su propia obra, extensa e interesante en ambos casos, sino por poner en negro sobre
blanco, en forma de cuento, con o sin moraleja, narraciones y leyendas populares que hasta
ese momento se transmitían sólo oralmente, digamos que al calor de la lumbre. Los cuentos
transmitidos de esa forma, de generación en generación han cumplido en todas las sociedades
diversas funciones; una de ellas, es el inculcar desde muy jóvenes, a los niños los valores de
la comunidad, por lo que no es extraño encontrar las narraciones de los cuentos muy
conservadoras e inmovilistas. Los cuentos reforzaban una moral social, explicando las reglas
que rigen la vida de la comunidad y sus valores (el protagonista es recompensado o castigado
según sus méritos. Los cuentos atravesaron una evolución desde la literatura oral a la escrita
y la mayoría de los escritores y de los críticos literarios reconocen tres fases históricas en el
género cuento: la fase oral, la primera fase escrita y la segunda fase escrita.
La primera fase en surgir fue la oral, la cual no es posible precisar cuando se inició aunque,
por lógica, es de presumir que el cuento se desarrolló en una época en la que ni siquiera
existía la escritura, así que posiblemente las historias entonces eran narradas oralmente
alrededor de fogatas (de ahí, posiblemente, lo de “al amor de la lumbre”), en tiempos de los
pueblos primitivos, generalmente en las tardes y por las noches, al aire libre o en cuevas,
para crear cohesión social mediante la narración de los orígenes del pueblo común y sus
funciones. Presumiblemente por ello, la suspensión, lo mágico, lo maravilloso y fantástico fue
lo que caracterizó a estas primeras creaciones de rango mítico, que pretendían explicar el
mundo de una forma primitiva, aún alejada de la razón.
La primera fase escrita probablemente se inició cuando los egipcios elaboraron el llamado
Libro de lo mágico (cerca 3050 a.C.) y el llamado Libro de los Muertos (hacia el 1550 a.C.).
De allí pasamos a la Biblia —donde por ejemplo se recoge la historia de Caín y Abel (circa
2000 a. C.)—, que tiene una clásica estructura de cuento. Obviamente tanto en el Antiguo
Testamento como en el Nuevo hay muchas otras historias con estructura de cuento, como el
episodio de José y sus hermanos, las historias de Sansón, de Ruth, de Susana, de Judith, de
Salomé,.... A ellos también pueden agregarse las parábolas cristianas (cuentos con moraleja):
El buen samaritano; El hijo pródigo; La higuera estéril, etc. En el siglo VI a.C. surgieron las
obras La Ilíada y La Odisea, de Homero, también con estructura de cuento, o sea, dando
cuenta de hechos reales o fantásticos pero siempre partiendo de la base de ser un acto de
ficción, o mezcla de ficción con hechos reales y personajes reales. Se cuentan varios autores
de la cultura greco-romana y, con posterioridad, en Persia (hacia el siglo X de nuestra era), en
un anticipo de lo que harían Perrault o los hermanos Grimm, surgió y se difundió “en versión
escrita” la recopilación de cuentos Las mil y una noches.
La segunda fase escrita comenzó alrededor del siglo XIV, cuando surgieron las primeras
preocupaciones estéticas. Así, Giovanni Boccaccio compuso su Decamerón, que se convirtió
en clásico impulsando las bases del cuento tal como lo conocemos hoy día, al margen de la
influencia recibida por escritores posteriores como Jean de La Fontaine (La cigarra y la
hormiga, La liebre y la tortuga, La zorra y las uvas, etc.) del cuento popular o tradicional como
obra literaria. Los Cuentos de Canterbury, de Geoffrey Chaucer, fueron publicados alrededor
de 1700. Mención aparte merece el escritor y poeta danés Hans Christian Andersen, cuyos
más de doscientos relatos (entre ellos El patito feo, La sirenita, El traje nuevo del emperador o
La reina de las nieves), algunos traducidos a muchas lenguas, han sido reeditados con
frecuencia y gracias a ellos tuvo el privilegio de ser reconocido como uno de los clásicos de la
literatura infantil. En nuestro país, por su parte, Miguel de Cervantes escribió las Novelas
ejemplares y Francisco de Quevedo y Villegas nos trajo Los sueños, donde, inspirándose en
el género literario del sueño, satirizó a la sociedad de su época. Más cercanos en el tiempo,
Félix María Samaniego (La paloma, Congreso de ratones, El perro y el cocodrilo, etc., así
como una colección de poesía erótica, de tono humorístico y contenido procaz, que se publicó
con el título de El jardín de Venus por la que sufrió la persecución de la Inquisición) y su, en
principio, gran amigo y después denostado rival Tomás de Iriarte, cuya fábula más conocida
es la de «Los dos conejos» (al parecer, todo se debió a que Samaniego, que había publicado
en 1781 su primera colección de fábulas, se irritó cuando Iriarte presentó la suya, publicada al
año siguiente, como la «primera colección de fábulas enteramente originales») se caracterizan
por escribir sus fábulas/cuentos en verso.
El siglo XIX fue pródigo en todo el mundo en dar verdaderos maestros de la literatura en este
campo: Edgar Allan Poe, Henry Guy de Maupassant, Gustave Flaubert, Liev Nikoláievich
Tolstói, Mary Shelley, Antón Chéjov, Arthur Conan Doyle, Honoré de Balzac, Leopoldo Alas
"Clarín", … sin dejar de mencionar a escritores como Donatien Alphonse François de Sade
(Marqués de Sade), Nikolái Gógol, Charles Dickens, Iván Turguénev, Robert Louis Stevenson,
Rudyard Kipling, entre otros, y los actuales Coelho, Bucay, ...todos ellos “viviendo del cuento”.
Pero volvamos con Perrault y los hermanos Grimm y su recopilatorio de cuentos de tradición
oral.
Perrault publicó Barba Azul, El gato con botas, Caperucita Roja, Cenicienta, Piel de asno,
Pulgarcito, entre otros. y los hermanos Grimm por su parte publicaron Blancanieves, Rapunzel,
El gato con botas, La bella durmiente, Pulgarcito, Caperucita Roja, etc., resultando obvio que
los hermanos Grimm escribieron muchos cuentos que ya habían sido contados por Perrault,
pero aun así, fueron tan importantes para este género literario, que se dijo al respecto: “El
cuento obtuvo verdaderamente su sentido de forma literaria, en el instante en que los
hermanos Grimm publicaron su colección llamada Cuentos para niños y familias”, y, para
echarle un vistazo a la cuestión, nada mejor, quizá, que hacerlo a través de un cuento
conocido repetido en ambos, concretamente el de Caperucita Roja. Todos conocemos, porque
alguna vez nos la han contado, la tierna e incluso emocionante historia de Caperucita Roja,
esa niña que no le hizo caso a su madre y se metió en un buen lío con el lobo feroz aunque
siempre acababa con final feliz: “el cazador mata al lobo y salva a Caperucita y a su abuelita”.
¿o no?.
El argumento común es que Caperucita1 Roja es una niña que quería mucho a su abuelita; un
día su madre le da una cesta con comida para que se la lleve a la abuelita, que está enferma y
vive en una casa algo lejos de ellas pero en el camino se encuentra con el Lobo Feroz que la
reta a una carrera hasta la casa de la abuelita. El Lobo conoce dos caminos, el largo y el corto;
engaña a Caperucita Roja diciéndole que tome el corto y que él tomaría el largo; astutamente,
le enseña los caminos al revés y Caperucita Roja, sin saberlo, va por el camino largo, de forma
que el lobo llega antes a casa de la abuelita, se hace pasar por Caperucita Roja y pregunta si
puede pasar; la abuela se lo permite ya que la puerta esta abierta; el Lobo Feroz entra y se
come a la abuela de un solo bocado. A continuación, se mete en la cama para esperar a
Caperucita y, una vez que ésta llega a la casa, el Lobo —que se hace pasar por la abuelita— la
invita a estar en la cama con él y mantiene con la asombrada protagonista el conocidísimo
diálogo, aquel de “Abuelita, qué ojos más grandes tienes” y todo lo demás. Se cuenta que
Perrault, que fue el primero en escribir este relato en 1697, lo escuchó contar a la niñera de su
hijo. La primera modificación del cuento la llevó a cabo para eliminar dos escenas poco
apropiadas para su época y estatus social: una de canibalismo (el lobo invita a comer y beber
a la niña los restos de su abuelita) y otra un tanto escatológica (Caperucita, al sospechar de
las malas intenciones del lobo, deja la casa con la excusa de hacer de vientre). Aquí llegan
los primeros "cortes" pero no los principales porque el final de este cuento es que el Lobo se
come a la abuelita y a Caperucita Roja sin que nadie pudiera rescatarlas (y punto, no hay ni
cazadores ni aperturas de estómagos para rescatar a insensatas ancianitas). Este final tan
cruel tenía su porqué. Perrault quería emitir una clara moraleja: “Nunca hables con extraños”.
Caperucita Roja pertenecía a esa serie de relatos destinados a instruir a las chicas de la época
que iniciaban su marcha del hogar. En principio, ella es una buena chica, pero cuando esa
bondad degenera en ingenuidad, el desastre se avecina. Caperucita es castigada porque
confunde al malvado lobo con un buen amigo, y precisamente esa confusión entre el bien y el
mal le llevará a su terrible destino: ser poseída por el Mal (poseída en el sentido literal y bíblico
de la palabra). Por lo tanto tenía un trasfondo claramente sexual: el lobo es un seductor, el
hombre libidinoso que quiere conquistar a esa niña llegada a la pubertad.
Los hermanos Grimm no se limitaron a transcribir palabra por palabra la tradición oral sino que
la almibararon; partieron del cuento de Perrault; sin embargo, esta versión es más inocente,
Caperucita Roja es una niña pequeña, no una jovencita, aparecen menos elementos eróticos
que en la de Charles Perrault. Además tiene un final feliz, tal y como solían tener los cuentos
de la época. Incluso existe un final alternativo, en el que un momento antes de que el lobo se
coma a Caperucita Roja, ella grita y un leñador que estaba cerca rescata a la niña, mata al
lobo, le abre la panza y saca a la abuelita, milagrosamente viva. Escribieron, además, una
segunda parte del cuento en que Caperucita y su abuela atrapan y matan a otro lobo, esta vez
anticipando sus movimientos gracias a su experiencia con el anterior. La niña no salió del
camino para recoger flores después de encontrarse con el Lobo, su abuela cerró bien la puerta
para mantenerlo fuera, y cuando el lobo acechaba, la abuela hizo que Caperucita Roja pusiera
una caldera donde había cocinado unas salhichas debajo de la chimenea y la llenara con agua
hirviendo; así, el olor atrajo al lobo, que bajó por la chimenea y se ahogó. En cualquiera de las
variantes de los hermanos Grimm, el cuento es notablemente más suave que los relatos más
antiguos, tanto de Perrault como, sobre todo, de la tradición oral, con temas más oscuros.
La moraleja de la historia es una lección de vida, que curiosamente, después de los cientos
de años que han pasado desde que se contó por primera vez, es aplicable hoy en día; incluso
más ahora que entonces.
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1Aunque, hablando de variaciones, ¿por qué no citar la “Paracucita”, trasunto de “Caperucita”, popularizada por el locutor Rafael Turia? Turia, hoy actor de doblaje, junto al malogrado Constantino Romero, dirigía y presentaba a principios de los años setenta del siglo pasado el programa radiofónico de Radio Barcelona 'Trotadiscos', que ofrecía las últimas novedades discográficas en un tono animado y a menudo jocoso que combinaba el rigor con la diversión: en él se pudo escuchar por primera vez en España a Lou Reed, David Bowie, Roberta Flack o Roxy Music, compañeros musicales de viaje posteriores en toda la existencia para toda una generación. “Paracucita” era el Pepito Grillo del programa.
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