Dice nuestro Diccionario de la Lengua que una superstición es una creencia que no tiene
fundamento racional y que consiste en atribuir carácter mágico o sobrenatural a determinados
sucesos, o en pensar que determinados hechos proporcionan buena o mala suerte. Lo
desconocido y lo incomprensible suele ser lo más temido. Todo aquello que para nosotros
parece inexplicable tendemos a relacionarlo con fuerzas poderosas que están fuera de nuestro
alcance. Astros, hechizos, maldiciones, energías negativas, seres que habitan en otras
dimensiones o planetas, son las explicaciones más comunes a los hechos trágicos y a la mala
suerte. En estos momentos, con la inacabable pandemia por el coronavirus Covid-19, una
oleada de superstición ha tratado de explicar lo que para los científicos todavía es inexplicable.
Los estudios indican que no podemos atribuir las creencias paranormales solo a personas con
escasa formación o inteligencia. De hecho, las encuestas a gran escala muestran que en el
mundo desarrollado existe un porcentaje elevado de personas que siguen rituales
supersticiosos, o creen en teorías de la conspiración (yo no creo en las meigas, pero, haberlas,
haylas). En esta lista de rituales caben conductas tan habituales como llevar un amuleto a un
examen y leer el horóscopo en el periódico. Uno de los ingredientes presentes en casi todas
las creencias paranormales es una alteración en la capacidad para establecer relaciones de
causa-efecto. En psicología experimental está documentado un fenómeno llamado ilusión
causal, que consiste en detectar una relación de causa-efecto donde no la hay. Los
investigadores creen que esta ilusión causal aparece con facilidad en casi todas las personas.
Se ha descrito como un tipo de “sesgo cognitivo”. Es un modo de pensamiento intuitivo y rápido
que nos ayuda a tomar decisiones sin mucho trabajo. Pese a su utilidad práctica, en términos
de economía de esfuerzo, en determinadas situaciones conduce a errores, a veces muy
graves. Se ha documentado que las personas que creen en lo paranormal también tienen
mayor tendencia a buscar la información que les da la razón en sus creencias iniciales. Este
sesgo de confirmación y la ilusión causal que produce podrían ser el germen que lleva, con el
tiempo, a desarrollar creencias extrañas, como la superstición. Hasta hora, sin embargo, ha
quedado claro que, frente a la pandemia, la ciencia ha ofrecido algo que no ha podido darnos
la superstición: un primer atisbo de salida a la crisis. Usemos la ciencia.
Nadie pensó que una enfermedad extraña nacida, al parecer, en un remoto mercado de una
ciudad, para nosotros desconocida, de China, pudiera, en pocos meses, poner en jaque al
mundo. Ninguna persona fue capaz de prever que este año la economía de las naciones,
incluso de las más poderosas, iba, inusitadamente, a desplomarse. En realidad, el Covid-19
sorprendió al mundo de una forma tal, que no es sino ahora cuando empezamos a entender
sus alcances y posibles consecuencias reales. No obstante, a pesar de tanto dolor y muerte
que seguro nos dejará esta pandemia, es menester conocer algo de ella, lo cual, nos
reconfortará y nos quitará la idea apocalíptica que muchas personas, con este pretexto, han
sembrado en nuestras mentes.
Para empezar, las epidemias, virales y/o bacterianas, no han sido algo nuevo en la historia de
la humanidad. Relatos antiguos hablan sobre enfermedades con alta tasa de mortalidad, que
asolaban ciudades y reinos. No se sabía lo que eran en realidad, porque la ciencia no se había
desarrollado aún, pero la gente solía llamarlas “pestes” y temerlas, porque aparecían y
desaparecían como por arte de magia. La naturaleza de estas pestes, que consistía en atacar
con violencia, alcanzar un pico y luego prácticamente desaparecer por sí solas, fue lo que
provocó que se creyera que las mismas eran enviadas por los dioses. Las recetas mágicas
generalmente no funcionaban con ellas. Cuenta Tucidides que en la Antigua Grecia, se
lograba frenar en algo las pestes, aislando a los enfermos en lugares remotos, en donde no
tenían contacto con la sociedad (¿a alguien le suena lo del confinamiento?).
Sin embargo, la pandemia más recordada de la historia, por la alta tasa de mortalidad y por
ser la primera que se extendió por muchos países, fue la llamada “Peste Bubónica”. Esta
enfermedad era provocada, muy posiblemente, por la bacteria Yersinia Pestis, y vino de
Mongolia. Tuvo dos brotes en Europa, el uno en el Siglo IV y el otro durante la Edad Media.
Este último brote fue el más recordado, porque asoló al continente europeo y provocó la muerte
de un tercio de los seres humanos de ese continente. Cabe mencionar, que su propagación se
dio por el intercambio comercial que se daba intensamente entre los países de Europa y Asia.
Muchos creyeron que era un castigo divino por los pecados, e igual que las anteriores veces,
sólo pudo erradicarse, con el aislamiento de los enfermos. Otra de las pandemias,
propiamente dicha, que se recuerda fue la de la llamada Gripe Española, la primera que
afectó a gente de casi todos los continentes. Esta gripe se propagó por el contacto que tenían
los soldados de la Primera Guerra Mundial con la gente y porque desde ese entonces, el
mundo estaba ya globalizado. No había cura para esta gripe, pero, como todas, apareció y
desapareció naturalmente, luego de matar a miles de seres humanos. Se registran brotes
importantes de sarampión, viruela, tifus y otras enfermedades a lo largo del planeta y de los
siglos, como la Fiebre Amarilla, que atacó a nuestro litoral durante el siglo XIX; sin olvidarnos
de las epidemias que mataron a nuestros indígenas durante la conquista española de América.
Las pandemias modernas, como la AH1N1, el Ébola y otras más, también deben ser
recordadas, porque se parecen en mucho al Covid-19, aunque pudieron ser controladas, con
ciertas medidas y relativamente, a tiempo.
Y, ¿a qué viene este recorrido histórico por las epidemias? Pues a que el Covid-19 es uno de
los tantos virus que han azotado a la humanidad, no es una apocalíptica plaga, ni mucho
menos es un castigo por nuestros pecados; su alta difusión en el mundo, no es porque un
“Mesías” esté por llegar, sino porque el planeta está globalizado y se da el caso que una
enfermedad contagiosa, si no se la aísla a tiempo, tiene el potencial de propagarse por el resto
del mundo. Es verdad que el Covid-19 ha causado mucho daño, superior al previsto, pero a
pesar del perjuicio que ha provocado, nos ha dejado algunas enseñanzas. La primera, es que
la empatía, con actos de solidaridad y ayuda, debe primar en nuestra sociedad. Otra de las
enseñanzas es que ha demostrado que somos vulnerables. Los humanos nos creemos
propietarios del universo, pero este virus ha hecho ver que la naturaleza está sobre nosotros y
el reino animal, que creemos nuestro complemento, en realidad, es el dueño de los
ecosistemas.
En otras palabras, no son los animales los que quieren entrar en nuestras posesiones, sino que
nosotros somos quienes hemos usurpado su territorio. La última de las enseñanzas, y la que
más ha chocado, sobre todo con las personas que profesan alguna religión, es la que se refiere
a la ciencia. Sólo el saber humano ha demostrado ser capaz de enfrentar a este virus. Por las
medidas que se ha tomado, aunque han sido un poco tardías, es por lo que no hemos tenido el
número de contagios y muertes de otras plagas, como la peste bubónica, que cobró la vida de
100 millones de personas; o la Gripe Española, que mató a 40 millones de seres humanos; sin
olvidarnos del VIH, que ha tenido hasta ahora 25 millones de víctimas. La ciencia trabaja en la
vacuna para el Covid-19 y el virus pasará al baúl de los recuerdos. No sucederá como otras
veces, que la superstición aumenta el daño de la propia epidemia. La Peste Bubónica, por
ejemplo, se propagó por el desaseo de los europeos de entonces y el SIDA logró romper
fronteras del tiempo y el espacio, gracias a que se creía, erróneamente, que era una
enfermedad propia y sólo de los homosexuales. En el caso del Covid-19, se ha podido
demostrar también, que los soplos sagrados, las aguas milagrosas, las oraciones de sanidad y
otras tantas recetas mágicas, no pueden erradicarlo, y se podría más bien asegurar, que sólo
son actos supersticiosos, es decir, simple charlatanería.
Y si hablamos de las vacunas (sainete de dimes y diretes con las marcas aparte) ya es el
colmo. ¿Cómo puede la gente creer de verdad que alguien ha creado un virus en un laboratorio
para después administrarnos una vacuna con un microchip para controlarnos? ¿está Bill Gates
detrás de un complot secreto internacional? En un artículo publicado en la revista Nature hace
unos meses, Kristian Andersen, del Instituto de Investigación Scripps de California afirmaba
que “Al comparar los datos disponibles de la secuencia del genoma de las cepas del
coronavirus conocidas hasta la fecha podemos determinar firmemente que el SARS-CoV-2 (el
conocido como Covid-19) se originó a través de procesos naturales“. «Si quieres salvar a tu
hijo de la polio, puedes rezar o puedes vacunarlo… Aplica la ciencia». La frase pertenece a
Carl Sagan1. Y bien podría servirrnos en los tiempos actuales. Obviamente, no se trata ahora
de la polio, sino del Covid-19. Pero la recomendación es igualmente válida. Y es que Carl
Sagan no podía tener más razón. La culpa de que el Miguel Bosé de turno u otros crean que el
coronavirus fue creado para inyectarnos microchips no es ni siquiera de él o ellos, es nuestra.
Cualquier persona que dedique su tiempo y empeño en leer sobre el coronavirus, su origen y
su evolución (o sobre lo que sea, los ovnis, los fantasmas o la homeopatía) demuestra un
interés nato por la ciencia, el problema es que la ciencia que buscan y que llega a ellos no es
tal, es basura. Y el problema es nuestro porque no hemos sabido poner la ciencia de verdad
delante de esta gente con interés natural. En su lugar, hemos permitido que vendedores de
crecepelo del lejano oeste tengan más y mejores espacios mediáticos en programas de
audiencias millonarias en prime time, hablando de conspiraciones mundiales, de apariciones
de muertos o de laboratorios donde se fabrican vacunas con microchips dentro, a veces
incluso con la increíble desfachatez de revestir sus programas con un aire de veracidad
científica que confunde a los espectadores.
Lo que sí nos dejará de negativo para la humanidad el Covid-19 es una profunda crisis
económica, que costará miles de sacrificios; incluso, es un hecho que el nivel de pobreza
aumentará en los países, y muchas empresas quebrarán. Lo que se espera para contrarrestar
aquello, es que las personas, sobre todo las que poseen más recursos, puedan compartir lo
que tienen con los que necesitan ayuda. Debemos ahora sí cumplir el anhelo de nuestros
grandes pensadores, y por ende, ser un mundo único, en donde la gente sea igual en todo
aspecto, y no se diferencien por razones de etnia, religión, afiliación política, ni estrato social.
Puede ser que el Coronavirus sea sólo un pretexto para que logremos crecer como sociedad;
es probable que el Covid-19 sea solamente el bofetón que nos hacía falta para darnos cuenta
del inmenso daño que le habíamos hecho al planeta Tierra. Quizá este virus no sea más que
la pieza que nos hacía falta para evolucionar como especie…
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1Carl Edward Sagan (1934 - 1996) fue un astrónomo, astrofísico, cosmólogo, astrobiólogo, escritor y divulgador científico estadounidense. Carl Sagan ganó gran popularidad gracias a la galardonada serie documental de TV Cosmos: Un viaje personal, producida en 1980, de la que fue narrador y coautor. También publicó numerosos artículos científicos y fue autor, coautor o editor de más de una veintena de libros de divulgación científica. Está considerado uno de los divulgadores de la ciencia más carismáticos e influyentes, gracias a su capacidad de transmitir las ideas científicas y los aspectos culturales al público no especializado con sencillez no exenta de rigor.
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