Muy recientemente he pasado por el trance de la pérdida de una persona querida, de ésas que,
pese a la distancia física, “siempre están ahí” y que, en el fondo, se nos convierten en referente
sin que nos demos mucha cuenta. Poco importa ahora saber si era o no una situación
esperada o incluso previsible por eso que llaman ley de vida, si ha tenido algo que ver la
pandemia por el coronavirus Covid-19, si...; el mazazo emocional es igual de duro. La persona
que nos ha dejado era activa en las Redes Sociales y es precisamente la reacción observada
en ellas lo que nos mueve a estas reflexiones. Todo viene porque, cuando se hace público por
la familia su fallecimiento, su página personal en las Redes se inunda de mensajes de
condolencia de personas que jamás antes hicieron algún tipo (el que fuere) de comentario
sobre sus aportaciones, que parecían ni haber leído, esos amigos “descubiertos hace un
instante” que ya cantó Joan Manuel Serrat en su monumento a la sensibilidad que es la
canción La tieta. Y no se trata, ojo, de cuestionar la autenticidad y sinceridad de los
sentimientos que dan lugar a las condolencias, que nadie se equivoque, hay que reputarlos de
sinceros y respetarlos como tales, pero ¿por qué expresarlos ahora y nunca antes? ¿por qué
en las Redes, con publicidad, y no en privado a los deudos?
Empecemos por lo segundo y, para ello, dejadme compartir una experiencia, creo, ilustrativa:
hace un tiempo pasé por un trance similar al que provoca estas líneas sólo que, en el ámbito
personal, por la cercanía emocional, más doloroso y desequilibrante; por razones que no
vienen al caso, lo pasé muy mal (no me duelen prendas reconocerlo) y cualquier muestra de
apoyo era bienvenida. Por entonces, una persona de las que yo creía amigo (de hecho, él me
había buscado para desahogar conmigo sus cuitas de índole muy distinta y pedirme consejo
sobre ellas) publicó una condolencia, hay que admitir que modélica, en la página pública de la
persona que se había ido, pero yo, en teoría su amigo, aún hoy estoy esperando un simple
“¿Cómo estás?”. Por supuesto, no se debe generalizar ni elevar a la categoría de dato
estadístico lo que seguramente no es sino la anécdota de un caso aislado, pero sí que el
cavilar sobre ése y otros casos aislados que se prodigan permite concluir en un perfil de
actuación común a todos ellos. Se ve que, para ellos, lo importante no es la persona, sino el
marco en el que se ve reflejada, es decir, que lo prioritario es mejorar la propia imagen a
través de que muchas personas conozcan, accedan y lean esa sentida despedida pública
difundida y magnificada por las Redes (antes de ellas, eso no pasaba) en lugar del consuelo y
acompañamiento íntimo y callado, sin publicidad. Luego está el morbo de otros al entrar
rápidamente a la página de la persona fallecida antes de que se cancele para comprobar
quién y en qué términos ha dado el pésame. Parece confirmarse que el qué dirán y el vivir de
cara a la galería siguen en vigor, presidiendo las actuaciones de algunos (¿muchos?), y con
las Redes, más.
La primera de las preguntas que nos hacíamos, esa de que realmente se constata que una
vez que alguien nos deja han quedado, casi siempre, muchas cosas en el tintero y no queda
otra solución que expresarlo vía condolencias, es más compleja y merece ser abordada desde
otro punto de vista, casi a caballo de la psicología y de la herencia cultural. ¿Cuántas veces
nos ha pasado que al coincidir en un funeral con familiares y amigos nos hemos lamentado de
que nos veamos, precisamente, sólo allí y de que no seamos capaces de organizar una
reunión con otro escenario? Por descontado, acabada la ceremonia, la idea de la posible
reunión vuelve a quedar tan ambigua y difusa como antes de ella; vuelven otras prioridades. Y
en eso, algo tiene que ver la cultura y costumbres heredadas; en nuestra sociedad nadie nos
enseña a aceptar como algo normal una pérdida, ni siquiera estamos preparados para recibir
una simple negativa a nuestros deseos porque nos inculcan sutilmente desde pequeñitos que
conseguiremos todo aquello que queramos, y que todo estará ahí para siempre.
Consecuentemente, tampoco suelen enseñarnos a decir “te quiero” a nadie (es tan cursi..., ni
a dar abrazos, ni a manifestar lo mucho que nos importa una persona. Eso ya lo podremos
hacer más adelante. Total, mañana también estará ahí…, pero puede que no sea así y tal vez
mañana ya no esté, luego entonces, ¿por qué no le dices tus sentimientos ahora? Si hay
alguien a quien quieres abrazar, a quien quieres ver, a quien quieres expresarle tus
sentimientos, hazlo ahora porque la vida es corta, sí, es corta para todos, y llega un momento
que se acaba. No estamos acostumbrados a hablar de la muerte. Es algo que sabemos que
existe y que puede llegar sin previo aviso, sin importar nuestra edad ni si estamos más o
menos preparados para afrontarla, pero actuamos como si fuese algo que desaparecerá si no
lo pensamos y si no hablamos de ello. Pero no es así. Sigue estando ahí y esta forma de
pensar y de actuar, en definitiva, no nos hace bien.
La muerte es algo natural y nadie puede prometer que se encontrará de aquí a mucho tiempo,
plácidamente y cuando uno sea mayor, sino que puede ocurrir en cualquier momento de forma
brutal e inesperada. Debemos asumir que no somos eternos, que llegará el momento de
marchar para nosotros también. La vida es como arena entre los dedos, se escurre sin remedio
por mucho que uno se aferre a ella, mas, a pesar de lo efímera que es, debemos esforzarnos
por ver la vida como algo hermoso, porque lo es. Que los días nos sirvan para dar lo mejor de
nosotros y para amar de una forma sana:
- Si tienes hijos diles que les quieres, abrázalos, regálales amor constantemente.
- Si tienes padres abrázalos, porque no estarán ahí para siempre. Ámalos aunque no
los entiendas, o aunque no compartas su manera de pensar.
- Si tienes hermanos habla con ellos, diles que representan algo importante en tu
vida. Son los recuerdos de tu niñez, son los compañeros de tu vida.
- Si tienes amigos hazles saber que te gusta compartir tu vida con ellos. ¡Que no te dé
vergüenza demostrarles tu sentimientos!
En resumen, el refranero es muy sabio: no dejes para mañana… Hagas lo que hagas,
la muerte de un ser querido siempre causará dolor, pero no esperes a saber que alguien tiene
una enfermedad terminal, o peor, que ya ha fallecido, para demostrarle tus sentimientos y que
lo necesitas. ¡Hazlo ahora! Dar amor y regalar caricias no es malo, todo lo contrario, hace
crecer y creer en el ser humano, hace mejor persona. La vida es bella, aunque a veces nos
parezca injusta, y merece ser vivida en plenitud y con amor hasta el último minuto. Lo que se
haga después...
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