En estos tiempos de pandemia, y aunque sólo sea como parte del íntimo reconocimiento a la callada labor del personal sanitario, me apetecía volver a leer una novela que ya había leído hace años, El médico, del escritor estadounidense Noah Gordon, ya sabéis, aquella apasionante historia en la que un joven y huérfano inglés aprendiz de médico, con un don para sanar nunca visto, recorrerá la Europa sombría y oscura del siglo XI hasta la fascinante Persia, para encontrarse con el mejor maestro imaginable: el mítico Avicena, después de coincidir con un cirujano barbero que deambula por Inglaterra montando espectáculos y dedicándose a ejercer de curandero para vender un ungüento milagroso y del que se convierte en aprendiz y conocer más tarde a un médico judío que le alienta a superarse y hacer realidad su sueño de ser médico, y que le habla del más eminente médico de la remota Persia: el insigne Ibn Sina o Avicena. El joven, llevado por su pasión por sanar y aliviar el dolor, llega a Oriente donde se hará pasar por judío para no destacar como europeo y poder hacer realidad su sueño: estudiar medicina en la madraza de Ispahán… Y hasta aquí puedo leer.
El caso es que pedí el libro, pero, supongo que por confusión, me trajeron Shalom Sefarad.
El médico sefardí, del arquitecto y escritor español Gonzalo Hernández Guarch, que en nada
(salvo en lo de “El médico” en el título) se parecía a lo solicitado. Ya puestos, lo leí, para
descubrirlo y para descubrir de paso algún paralelismo histórico con la obra de Gordon; cuenta
la historia de David Meziel, un judío español nacido en 1478 y expulsado de España (como
todos los judíos) en 1492, a la edad de 14 años, al que le toca emprender un éxodo que lo
lleva desde Portugal a Túnez, y de Egipto a la corte de Suleyman el Magnífico, desde la cual
volverá a España 80 años después, mientras agoniza en el monasterio de Yuste el rey Carlos.
A lo largo del camino se irá desarrollando su capacidad como médico y, de forma paralela,
avanzará hacia la búsqueda de la sabiduría y la verdad. Dicen las reseñas que el libro es,
probablemente, la mejor novela escrita sobre la historia de la expulsión de los judíos sefardíes
de España, un libro cargado de sabiduría y erudición, que asombrará al lector por su ritmo,
pasión y belleza. Se trata de un libro que toca la médula de la identidad de los españoles, de
los hombres mediterráneos, de los judíos, moros y cristianos que formaron aquella España y
que de variadas maneras siguen encontrándose en el día de hoy.
Para el autor, la expulsión de los judíos sefardíes de España fue un acto "injusto" por parte del
poder, los Reyes Católicos, y "no compartido" por muchos de los suyos. Según el escritor, la
"envidia y el temor hacia lo diferente" fueron los motivos que propiciaron su expulsión de
nuestro país. A los sefardíes no se les permitía cultivar la tierra ni desempeñar determinados
oficios, por lo que tuvieron que dedicarse a asuntos económicos que les proporcionaron gran
influencia, y esto ocasionó gravísimas envidias entre la población”. En este sentido, para
España fue un verdadero fracaso científico y cultural la expulsión de la comunidad judía,
porque con ella se fue el saber y las posibilidades de progreso del país. "Tanto es así, que una
vez que los sefardíes llegaron a las tierras de sultán Suleyman, éste le envió una carta al rey
Carlos en la que, con cierta ironía, le decía que les enviara a los que quisiera. Fue una pérdida
brutal, un mundo entero que se nos fue y vacío a otro. El porvenir de nuestro país hubiera sido
muy diferente si hubiéramos podido contar con ellos", lamentó el escritor. Asimismo, aseguró
que los judíos de origen sefardí "aún se consideran españoles" y siguen hablando sefardí,
"fácilmente compresible" para los hispanohablantes, por lo que "son los mejores embajadores
de España en el mundo" hasta el punto que en 1982 España estableció el reconocimiento de
la nacionalidad a los sefardíes que demostraran una clara vinculación con el país, y el rey
Felipe VI acogió a esta comunidad presidiendo un acto solemne celebrado en el comedor de
gala del Palacio Real de Madrid con motivo de la entrada en vigor de la Ley 12/2015 "en
materia de concesión de nacionalidad española a los sefardíes originarios de España" Y
hasta aquí puedo leer también.
La expulsión de los judíos de España en 1492 ha permanecido en la literatura, en la poesía y
en las canciones de cuna del pueblo judío durante más de cinco siglos. ¿Cómo puede ser que
España expulsara a los judíos? ¿A qué se debe tal decisión? Aprovechemos, pues, el
”cambio de cromos” de los libros en nuestras reflexiones, aprovechemos también que en
agosto se conmemora la expulsión, ya que los judíos fueron expulsados en marzo de 1492 y
se les dio un plazo hasta el 3 de agosto de 1492 para marcharse (o convertirse al cristianismo;
unos se convierten de verdad, otros mantienen los ritos judíos dentro de las casas y la otra
mitad se va fuera de España),. y recordemos que sefardíes o sefarditas (en hebreo,
literalmente, ‘los judíos de Sefarad’), son los judíos que vivieron en territorios de la Corona de
Castilla y la Corona de Aragón hasta su expulsión en 1492 por los Reyes Católicos, y sus
descendientes, quienes, más allá de residir en territorio ibérico o en otros puntos geográficos
del planeta, permanecen aún ligados a la cultura hispánica, y que Sefarad es el término bíblico
(mencionado una sola vez en la Biblia, concretamente en el Libro de Abdías, del Nuevo
Testamento, en la colección llamada "Profetas Menores" por su poca extensión, ubicado entre
los libros de Amós y Jonás) con el que las fuentes hebreas designan la península ibérica. A
partir del siglo II d.C. (mucho antes de que España se llamara España), los judeoespañoles le
dieron el nombre de Sefarad a la península ibérica y desde entonces fue habitual en la
literatura hebrea postbíblica referirse a la península con el nombre de Sefarad, aunque hoy
queda reservado su uso en la lengua hebrea moderna para la actual España, y se usa el
propio nombre Portugal para el país vecino.
Sin embargo, la comunidad judía de España sirve de chivo expiatorio por los males que
aquejan la sociedad: los judíos son los culpables de la muerte de Cristo; por ello, Dios se
ensaña contra los cristianos que toleran la presencia de los deicidas; si se quiere aplacar la ira
de Dios, es preciso pedir perdón por los pecados cometidos, mejorar de vida y, sobre todo,
obligar a los judíos a confesar que Cristo es el Mesías que dicen esperar. Hasta 1391, se
registran en toda España varias y dramáticas escenas de violencia antijudía en las que el
populacho, excitado por la propaganda y los sermones, a veces también animado por
demagogos sin escrúpulos, se lanzaba al asalto de juderías, robando, destrozando, violando,
asesinando sin que las autoridades pudieran impedirlo. Se trata de acontecimientos trágicos,
que acarrearon decenas, tal vez centenares, de muertes, pero eran, sin embargo, aislados. Lo
que ocurre en 1391 (curiosamente, tiene su apogeo en agosto) ofrece un carácter muy distinto.
Aquel año se produce una ola de violencia contra las comunidades judías de la parte
meridional de la Corona de Castilla y que se extiende inmediatamente a toda la Corona de
Aragón. Las consecuencias van a ser catastróficas para el judaísmo español en su conjunto; el
consejo de regencia lanza a sus hombres contra la judería. Dos sinagogas son convertidas en
iglesias; otras son quemadas; la revuelta causa la muerte de unas cuatrocientas personas de
la comunidad judía, cifra que da idea del horror que causaron los acontecimientos; el saqueo
y el pillaje acompañan las matanzas y los incendios. El origen social de este movimiento
antisemita se asentaba en la gran riqueza y fortuna que acumulaba la comunidad comerciante
judía, supuestamente conseguida a base de estafar y robar a sus clientes y demás
compradores, como culparlos de la propagación de la peste, de devastadoras consecuencias
demográficas (se calcula que murió la tercera parte de la población del continente),
socioeconómicas y políticas. En la búsqueda de explicaciones al fenómeno pudo verse el
atribuirlo a un castigo divino a los cristianos por permitir la presencia de la raza deicida (los
judíos) entre ellos; o culpar directamente a los judíos de envenenar los pozos de agua para
propagar la peste (atribuyéndoles el propósito de destruir la cristiandad)1. El primer brote de
la revuelta surgió en Sevilla y la violencia se extiende en sus alrededores. Desde la baja
Andalucía pasa, a mediados de junio, a Córdoba, luego a Andújar, Úbeda, Baeza… En todas
aquellas poblaciones vuelven a producirse revueltas antijudías, no siempre espontáneas,
asesinatos, robos, saqueos, incendios. La ola llega pronto a Ciudad Real, a Toledo, a Cuenca,
a Valencia, a Barcelona,…
Con estos antecedentes, llega 1492. La decisión de expulsar a los judíos —o de prohibir el
judaísmo— está relacionada con la instauración de la Inquisición catorce años antes en la
Corona de Castilla y nueve en la Corona de Aragón, porque precisamente fue creada para
perseguir a los judeoconversos que seguían practicando su antigua fe. Por cierto, los judíos
también fueron expulsados del reino de Navarra en 1496 y del reino de Portugal en 1498. Los
judíos expulsados por los Reyes Católicos, además de su religión, guardaron muchas de sus
costumbres ancestrales y particularmente conservaron hasta nuestros días el uso de la lengua
española (en el ladino o judeoespañol), una lengua que, desde luego, no es exactamente la
que se hablaba en la España del siglo XV: como toda lengua viva, evolucionó y sufrió con el
paso del tiempo alteraciones notables y contaminaciones precisamente del catalán, pero
también hebreas, griegas, italianas, árabes, turcas, según los países de nueva residencia de
los expulsados, aunque las estructuras y características esenciales siguieron siendo las del
castellano bajomedieval. Los sefardíes nunca se olvidaron de la tierra de sus padres,
abrigando para ella sentimientos encontrados: por una parte, el rencor por los trágicos
acontecimientos de 1492; por otra parte, andando el tiempo, la nostalgia de la patria perdida.
La ciudad de Salónica (hoy Tesalónica), en la Macedonia griega, sufrió un cambio
trascendental al recibir a casi 250 000 judíos expulsados de España. La ciudad portuaria,
anteriormente habitada por griegos, turcos y búlgaros, pasó a tener una composición étnica a
finales del siglo XIX de casi un 65% de sefardíes. Desde el principio, en esta ciudad
establecieron su hogar gran parte de los judíos de Galicia, Andalucía, Aragón, Sicilia y Nápoles,
de ahí que el judeoespañol tesalonicense se vea claramente influido por la gramática del
gallego y esté plagado de palabras del italiano. La mayoría de los hebreos de Castilla optaron
por ocupar las importantes posiciones de gobierno disponibles en Estambul, hecho que
también se evidencia en la lengua hablada por los judíos turcos. Hay que decir que los
sefardíes establecidos en tierras otomanas pertenecían a un nivel social y económico en cierta
medida superior al de las poblaciones autóctonas, lo cual permitió que estos conservaran la
lengua y la mayoría de sus tradiciones hispánicas durante casi 400 años, una lengua que, por
su influencia cultural y, desde luego, por el número de hablantes, es considerada un
espécimen lingüístico muy interesante para filólogos e hispanistas. Es importante destacar
que la presencia hebrea en Salónica fue tan importante que el judeoespañol se convirtió en
lingua franca para todas las relaciones sociales y comerciales entre judíos y no judíos; el día
de descanso obligatorio de la ciudad, a diferencia del viernes musulmán o el domingo cristiano,
era el sábado, ya que la gran mayoría de los comercios pertenecían a sefardíes. La
convivencia pacífica entre individuos de las tres religiones llegó incluso al establecimiento de
relaciones entre familias de diferentes confesiones, logrando así que hoy en día, muchos de
los habitantes de Salónica cuenten por lo menos a un sefardí entre sus ancestros. La
comunidad de Salónica, otrora la más grande del mundo y llamada por los sionistas la Madre
de Israel, cuenta hoy con muy escasos individuos, ya que casi el 80% de sus habitantes
fueron víctimas del Holocausto: La ocupación de Francia por las tropas alemanas en 1940 se
tradujo en la deportación y persecución de todos los judíos residentes, incluidos los recién
emigrados sefardíes procedentes de Alemania o Polonia. La subsecuente ocupación de Grecia
en 1941 supuso la total destrucción de la judería de Salónica, puesto que más del 96,5% de los
sefardíes de la ciudad fueron exterminados a manos de los nazis. A raíz de la pérdida de
muchos de los miembros de la comunidad sefardí de los Balcanes, la lengua judeoespañola2
entra en un severo período de crisis, ya que se cuenta con muy pocos hablantes nativos;
algunos de los sobrevivientes del Holocausto regresaron a Salónica, donde residen en la
actualidad. Sin embargo, el paso del tiempo ha transformado radicalmente la ciudad, puesto
que no queda rastro de la antigua comunidad judía que floreció en ella durante el régimen
otomano.
¿Y qué decir hoy de esa lengua? ¿También perdida? El judeoespañol (también llamado ladino,
djudezmo o espanyol sefaradí) es un idioma que, aunque procedente del castellano medieval,
presenta también, como se ha dicho, rasgos en diferentes proporciones de otras lenguas
peninsulares y mediterráneas. Desde finales del siglo XX, pasada la sinrazón del Holocausto,
ha habido tímidos intentos de recuperación del idioma, sobre todo en Israel. Este judeoespañol
académico es un estándar creado a partir de las hablas de los sefardíes. Está, incluso, muy
influido por el castellano estándar, del que se ha tomado numeroso vocabulario para sustituir
los préstamos turcos, franceses y eslavos y, en 2018, fue creada la Academia Nasionala del
Ladino, también conocida como Academia del Judeoespañol, en Israel, con residencia en la
ciudad de Jerusalén y con el objetivo de que a corto plazo se integre en la Asociación de
Academias de la Lengua Española (ASALE).
Y dejémoslo aquí pese a ser un tema apasionante por muchas razones. ¡Hay que ver lo que
puede dar de sí unas simples reflexiones originadas en una confusión con un libro! Por cierto,
hay que leerlos. Ambos.
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1No hay que echar en saco roto las razones políticas de estos movimientos (como ahora Trump con China): en la Corona de Castilla la violencia antijudía se relaciona estrechamente con la guerra civil del reinado de Pedro I en la que el bando que apoya a Enrique de Trastámara utiliza como arma de propaganda el antijudaísmo y el pretendiente acusa a su hermanastro, Pedro I, de favorecer a los judíos. Así la primera matanza de judíos, que tuvo lugar en Toledo en 1355, fue ejecutada por los partidarios de Enrique de Trastámara cuando entran en la ciudad. Lo mismo sucede once años más tarde cuando ocupan Briviesca. En Burgos, los judíos que no pueden pagar el cuantioso tributo que se les impone en 1366 son reducidos a esclavitud y vendidos. En Valladolid la judería es asaltada en 1367 al grito de "¡Viva el rey Enrique!". Aunque no hay víctimas, las sinagogas son incendiadas.
2Impresiona que, en el Holocausto, alguien escribiera: Si mos van a matar a todos, a lo manko vamos a murir avlando muestra lingua. Es la sola koza ke mos keda i no mos la van a tomar. O cantara una canción de la Edad Media que casi se convirtió en himno en el campo d exterminio y que después fue interpretada durante el descubrimiento de la placa en lengua judeoespañola en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau,: Arvoles yoran por luvyas, i muntanyas por ayres. Ansi yoran los mis ojos, por ti kerida amante. En tierras ajenas yo me vo murir. Enfrente de mi ay un anjelo, kon sus ojos me mira. Yorar kero i no puedo. Mi korason suspira. Torno i te digo: ke va a ser de mi? En tierras ajenas yo me vo murir.
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