Una amiga, que decía tener la asignatura pendiente de visitar con calma Madrid, lo ha hecho
recientemente y ha vuelto contando maravillas (no en todo, naturalmente) de lugares,
especialmente ligados a la Cultura, que ha conocido en estos días allí, mostrando su
veneración por, entre otros, el Palacio Real, el Auditorium, el Centro de Arte Reina Sofía, el
Museo Thyssen, y el Museo del Prado, que la dejó deslumbrada. Y, respecto a este último, no
es nada extraño; puesto que está considerado uno de los más importantes y visitados del
mundo, siendo la institución cultural más importante de España. Singularmente rico en
cuadros de maestros españoles de los siglos XV al XIX, según el historiador del arte e
hispanista Jonathan Brown «pocos se atreverían a poner en duda que es el museo más
importante del mundo en pintura europea». Con un nacimiento curioso, por cierto, porque en
un decreto firmado el 22 de mayo de 1814, Fernando VII El Deseado, consiguió, muy
hábilmente, privatizar todo el patrimonio real y hacerlo suyo, lo que incluía desde la colección
pictórica acumulada por sus predecesores en el trono (con la que creó el Museo del Prado, en
1819) hasta palacios en diversas ciudades españolas y señoríos reales desde época medieval.
Pero eso es otra historia, no nos desviemos.
Pese a ser conocido, sobre todo, por la pintura española que alberga, la sección de pintura
flamenca es la tercera del museo, tanto por cantidad como por calidad, solo por detrás de la
española y casi al nivel de la italiana. El museo expone, entre otras obras, la mejor colección a
nivel mundial de Hyeronimus Bosch, el Bosco, que incluye tres de sus obras capitales: los
trípticos de El jardín de las delicias, El carro de heno y la Adoración de los Magos, así como las
dos de Pieter Brueghel el Viejo, El triunfo de la Muerte y El vino de la fiesta de San Martín.
Aprovechando que estos días son los destinados en todas las culturas (incluso con eso ñoño
del Halloween, el truco y el disfraz infantil) a recordar la muerte y los muertos, tomando como
base la pintura de Brueghel citada, nos permitiremos reflexionar sobre la Muerte (con
mayúscula) en las artes plásticas desde un punto de vista, eso sí, de la tradición cultural y
formación cristiana recibida.
La elaboración de imágenes es un impulso propio de los seres humanos desde que existen en
el mundo que se acentúa ante situaciones desconcertantes: la imaginación intenta transformar
lo ininteligible en una representación que pretende hacer accesible a la comprensión aquello
que parece evadirla. En el caso de la muerte, ninguna imagen puede captarla y ofrecerla en
todo su significado, pese a los variados modelos provenientes de la mitología, folclore,
religiones, giros idiomáticos, arte y literatura. En la Edad Media y en el Renacimiento, en la
cultura cristiana, se consideraba la muerte desde cinco puntos de vista principales, que sin
duda influyeron en las representaciones artísticas:
1) La muerte puede sobrevenir en forma brusca e inesperada a personas de toda
edad y condición;
2) La fama terrena es transitoria, como sentencia poéticamente, entre otros, Jorge
Manrique en sus conocidas Coplas a la muerte de su padre: “… ¿Qué se fizo el rey Don Juan?
Los infantes de Aragón ¿qué se ficieron? ¿Qué fue de tanto galán, qué de tanta invención como
trajeron?...”
3) La belleza física, que decae con el envejecimiento, desaparece del todo con la
corrupción del cuerpo después de la Muerte;
4) Al fin de los tiempos habrá una liberación final desde la tumba para presentarse al
Juicio Final, en el que se recibirá premio o castigo sin fin, según las obras de misericordia
hechas u omitidas durante la vida;
5) Las oraciones, misas, buenas obras y donaciones obtienen indulgencias en
sufragio de las penas del Purgatorio.
A través de los siglos, distintos artistas asignaron distinta categoría al personaje de la Muerte:
algunos lo visualizan como un ente derrotado por la muerte y resurrección de Jesús, otros
como un enviado de Dios para castigar a los pecadores e instar a otros a que se enmienden,
otros como un exterminador independiente que arrasa a débiles y poderosos, representándolo
incluso como jefe de un ejército o llevando corona y séquito como un rey, a quien los
poderosos rinden pleitesía. Por otra parte, en nuestra cultura estamos acostumbrados a la
imagen de la muerte como femenina; sin embargo, en distintas épocas o regiones se la ha
representado como hombre, mujer o de sexo no reconocible. Entre las posibles explicaciones
para esta variación en el género de la personificación de la Muerte se mencionan las
siguientes:
– El sexo del personaje de la Muerte puede estar asociado al género gramatical de
la palabra muerte en cada idioma. Por ejemplo: la palabra muerte es masculina en alemán, y
femenina en castellano. Sin embargo en la Edad Media siempre se visualizaba a la Muerte
como un hombre, pese a que el sustantivo latino mors es femenino;
– Consideraciones teológicas sobre quién trajo la muerte al mundo por haber
cometido el pecado original.
– La imagen de la Muerte como un ‘doble’ de la persona viva: en este sentido, a
veces se la representa como del mismo sexo que la persona que va a morir;
– Sexo de los personajes que inspiran al artista las imágenes, surgidos de la Biblia,
de la mitología o de la creatividad de los autores.
La representación de la Muerte como personaje masculino predominó en la Edad Media y
Renacimiento. El contexto teológico en que se consideraba la Muerte se desarrolló a partir del
relato bíblico de la caída de Adán y Eva y su expulsión del paraíso. San Pablo, en la Carta a
los Romanos y en la primera epístola a los Corintios afirma que la muerte es el salario del
pecado. El pecado original fue la desobediencia de Adán y Eva a Dios. Dios había advertido a
Adán, antes de la creación de Eva, que el castigo de comer el fruto prohibido sería la Muerte.
La enseñanza paulina otorga la responsabilidad del pecado a Adán:por un hombre entró el
pecado en el mundo y por el pecado, la muerte. Las pinturas medievales sobre la crucifixión
de Jesús solían incluir al pie de la cruz el cadáver, el esqueleto o al menos el cráneo de Adán,
para simbolizar que, al morir Cristo, vence a la muerte en este mundo, simbolizada por Adán.
Desde el siglo VIII hasta el XIII hay imágenes de la Muerte como un hombre con barba,
derrotado por la muerte de Jesús, ya sea ubicado al pie de la cruz o bajo el pie de Jesús. En
algunas de esas obras, el carácter masculino de la Muerte –que posiblemente se refiere a
Adán– contrasta con la representación de la Vida como una mujer. En una Biblia latina del
siglo XIII conservada en la British Library se observa a la Muerte como un hombre algo
faunesco, de piel oscura, con barba, que lleva una espada y una hoz que lanza miradas
temerosas hacia atrás, escapando de un grupo de personas que le imploran angustiosamente
que los deje morir. Durero publicó una xilografía en 1498 en donde ilustra el tema de los cuatro
jinetes del Apocalipsis (1498), varones todos ellos que simbolizan, respectivamente: la
invasión de pueblos bárbaros, la guerra, el hambre y la Muerte. Este último jinete es un
hombre musculoso enflaquecido, de rostro demacrado, semidesnudo, que lleva un tridente y
va atropellando a hombres y mujeres de diversas condiciones sociales.
Un segundo enfoque teológico durante la Edad Media parecía centrar en Eva la
responsabilidad del pecado y, consecuentemente, de la muerte. Al respecto, se cita un
versículo de la primera epístola de San Pablo a Timoteo. Y el engañado no fue Adán, sino la
mujer que, seducida, incurrió en la transgresión. En la Edad Media se hizo costumbre
contrastar el papel de Eva como instigadora del pecado y de la muerte, frente a la función de
María como mediadora hacia la vida eterna. En el contexto del pensamiento alegórico
medieval, esto permitiría que la Muerte fuera visualizada como femenina. Posiblemente como
resultado de esta línea de pensamiento, se hicieron en la Edad Media, aunque escasas,
algunas representaciones de la muerte en forma de mujer, por ejemplo, en el pórtico del Juicio
Final de la Iglesia de Notre Dame de París, que data de alrededor de 1210, se observa en un
arco la imagen del cuarto jinete del Apocalipsis en versión femenina: con los ojos vendados,
con sus senos flácidos sobre las costillas, siembra la muerte con las dagas que lleva en la
mano, atropellando a un hombre con el galope de su caballo. En el drama alegórico de autor
desconocido The Somonyng of Everyman ( La invocación de Everyman ), compuesto
probablemente hacia fines del siglo XV, Dios hace venir a la Muerte, poderosa mensajera, que
acude pronta a cumplir sus órdenes. Dios le encarga: Ve hacia el Hombre y dile de mi parte
que deberá emprender un peregrinaje del que no será posible escapar; y que ha de llevar
consigo sin dilación ni demora una cuenta cabal de sus actos. Por otra parte, en el auto
sacramental Las cortes de la Muerte, atribuido durante mucho tiempo a Lope de Vega, se lee
que el Hombre dice de la Muerte: ¿Por qué viene de repente? –Dirá que se lo debemos– por
ahorrar de pesadumbres, –de quejas, dolor, enfermos,– de médicos y boticas. Responde ella:
No, sino como ejemplo –para los que quedan vivos; – mas son tan locos y necios, –que lo que
sucede a otros– juzgan imposible en ellos. Al atribuírsele poderío a la Muerte, se le confirió un
aura de respetabilidad a su figura, que en los estratos sociales superiores empezó a ser
considerada como de su mismo rango. En el devocionario Les Très Riches Heures del duque
de Berry, completado hacia 1489, el maestro iluminador Jean Colombe ilustra al cuarto jinete
del Apocalipsis como un caballero con vestimenta propia de la corte, con la espada
desenvainada galopando en un caballo pálido sobre las tumbas del primer plano. Lo
acompaña un séquito de cadáveres envueltos en su mortaja, llevando lanzas, hachas, palos y
guadañas; avanzan hacia una multitud de soldados que retroceden asustados hacia la villa. A
medida que los artistas se fueron independizando de las orientaciones y el control de la
autoridad eclesiástica, se empezó a desarrollar el tema de La muerte y la doncella que
introduce un componente erótico. Como se observa en dibujos de Nicklaus Manuel (1517) y
de Hans Baldung (1520) , la Muerte es un personaje masculino musculoso que asedia a una
joven, abrazándola y besándola con un carácter sexualmente explícito.
Y sigue...