Y la historia nos habla: los ancianos prehistóricos no dejaron, por supuesto, registro de sus actividades o pensamientos; sin embargo, podemos imaginar con cierta seguridad cuál fue su condición al comprobar que todas las culturas ágrafas que conocemos tienen una consideración parecida hacia sus viejos. Su longevidad es motivo de orgullo para el clan, por cuanto eran los depositarios del saber, la memoria que los contactaba con los antepasados, de modo que muchos de ellos se constituían en verdaderos intermediarios entre el presente y el más allá (no es de extrañar que los brujos y chamanes fuesen hombres mayores). La cultura griega y Atenas fue diferente; los ancianos fueron perdiendo poder desde la época arcaica pues el consejo de los ancianos sólo era un órgano consultivo y las decisiones las tomaban los jóvenes aunque el Areópago, institución aristocrática de personajes inamovibles e irresponsables, todos ellos ancianos arcontes, tenían amplios poderes parecidos a los de la Gerusía espartana (el régimen espartano tenía un senado -Gerusía- compuesto por veintiocho miembros, todos de más de sesenta años). La llegada al poder de los demócratas significó la ruina del Areópago, que perdió sus facultades políticas y judiciales, quedándole sólo las honoríficas. Los ancianos no volvieron a tener un papel importante y Atenas, en general, permaneció fiel a la juventud. La otra gran fuente cultural de nuestra civilización occidental proviene de la tradición hebreo-cristiana en la que, al igual que otros pueblos o tribus, en sus épocas más pretéritas, los ancianos ocuparon un lugar privilegiado1. Los ancianos están investidos de una misión sagrada, portadores de un espíritu divino; en cada ciudad el Consejo de Ancianos es todopoderoso y sus poderes religiosos y judiciales son indiscutibles. Pero los ancianos van perdiendo influencia política, como lo refleja el dicho de la época: "más vale mozo pobre y sabio que rey viejo y necio, que no sabe ya consultar". Se puede concluir que el anciano en el mundo hebreo ocupó un lugar relativamente importante basado en la dignidad que se le otorgaba en la Torá (libro sagrado de los judíos).
Otra fuente importantísima de nuestra civilización occidental proviene de la cultura romana. En ella, al anciano se le dedicó mucha atención y se plantearon los problemas de la vejez desde casi todos los aspectos: políticos, sociales, psicológicos, demográficos y médicos. El Derecho Romano tipificaba la figura jurídica del "pater familia"2 que concedía a los ancianos un poder tal que hoy catalogaríamos de tiránico y esta autoridad desorbitada del "pater familia" produjo consecuencias predecibles con conflictos que concluyen en verdadero odio a los viejos, pues, al perder el poder familiar y político y luego de haber concentrado la riqueza, la autoridad y la impopularidad, los ancianos cayeron en el desprecio y sufrieron los rigores de la vejez. Y llegó el cristianismo, con una importante paradoja: por un lado, los ancianos no fueron tópico de interés para los escritores de la Iglesia bisoña que fácilmente adoptó el espíritu griego que pretendía la excelencia, la virtud, la perfección y la belleza, atributos más próximos a la juventud, pero, por otro, la iglesia desde sus inicios se preocupaba de los desheredados y pobres, entre los cuales, los ancianos abundaban. La denominada "Edad Oscura" o "Alta Edad Media" es la época de la brutalidad y del predominio de la fuerza; en semejante ámbito cultural, no es difícil imaginar el destino de los débiles, lugar que les corresponde a los viejos. Para la Iglesia no constituyen un grupo específico, sino están en el conjunto de los desvalidos por lo que serán acogidos temporalmente en los hospitales y monasterios, para luego reencontrarse con la persistente realidad de sus miserias. Por fortuna, los cristianos no continuaron con la institución romana del "pater familia"; los misioneros clamaban a la conversión y su audiencia -mayoritariamente de jóvenes y de mujeres- debía luchar contra lo establecido o sumergirse en la "clandestinidad", su nueva convicción les hacía revelarse frente a los incrédulos, donde frecuentemente estaban sus viejos padres. El respeto a la obediencia de sus progenitores se repuso y se impuso cuando la sociedad europea estuvo cristianizada en su mayoría.
Hoy casi no podemos imaginar que desde el siglo VI en la Iglesia primó la ley del más fuerte, por tanto, los ancianos estaban desfavorecidos. Sin embargo, en ese ambiente supersticioso no lo pasaron peor que en otros períodos desfavorables; estaban sujetos a la solidaridad familiar para la subsistencia la Iglesia no tuvo una consideración especial por los viejos. Los pobres, en todos los tiempos, sufren sin distingo de edades. Para los ricos nace en el siglo VI otra alternativa y, entre los ancianos acomodados surge la preocupación de un retiro tranquilo y seguro. La inquietud creada por la Iglesia, de la salvación eterna, el temor al Dies irae, el naciente individualismo y, por consiguiente, este asunto personal con Dios, les permite pensar que la tranquilidad eterna se gana. El cristianismo traspasó todos los ámbitos en el medioevo, se vivió desde la religión, es una religión de la Historia, y escribió historia pero, para lo que nos ocupa, su política se tradujo en una familia estable y, por ende, más protectora de los ancianos. La catástrofe social provino de la peste negra, que mató a un tercio de la población de Europa en tres años pero las pulgas, portadoras de la Yersinia pestis, fueron caritativas con los viejos., matando preferentemente a niños y jóvenes, con lo que los ancianos se convirtieron en patriarcas. En resumen, la peste favoreció a los viejos que ganaron posición social, política y económica.
El naciente espíritu individualista del Renacimiento, que florecía tras siglos de encierro en pequeñas ciudades amuralladas y pestilentes, ahogados de miedos, violencias y misereres, rechazó sin disimulo la vejez y todo aquello que representaba fealdad, decrepitud y decadencia. Fueron, quizás, los tiempos más agresivos contra los ancianos, con más encono aun contra las ancianas3 (las brujas). El arquetipo humano del Renacimiento lo personificaron los cortesanos y los humanistas y ambos rechazaron a los viejos, pues representaban todo aquello que quisieron suprimir. En el mundo moderno, un hito muy significativo en la biografía de todo ciudadano que trabaja, dentro de la estructura económica del Estado, es la jubilación, palabra tomada del latín jubilare que significaba "lanzar gritos de júbilo", aunque para la mayoría de nuestros contemporáneos sonaría a sarcasmo y nacida, en su origen, como una recompensa a los trabajadores de más de cincuenta años. Ya se conocen pensiones en los Países Bajos a los funcionarios públicos en 1844. En Francia los primeros en obtenerlos fueron los militares y funcionarios públicos; luego los mineros y otras labores consideradas peligrosas.Desde un punto de vista económico, se pasa de una gratificación benevolente a un derecho adquirido para dar un estipendio unos pocos años después de cierta edad, en la cual, probabilísticamente, hay una declinación de rendimiento. Así se crean los sistemas de seguros sociales y todo un modo de estudio de probabilidades de sobrevida. Con el aumento de las expectativas de vida, se mantiene el procedimiento, aunque postergando la edad de jubilación, en el bien entendido que si el viejo ya no es productor, a lo menos, es posible mantenerlo en un cierto nivel de consumidor.
Y, en este recorrido apresurado y a vuela-pluma por la historia, llegamos al hoy, a lo que estábamos, a un Imserso cuestionable porque “es para viejos”; las nuevas condiciones de vida no sólo han envejecido a los pueblos, sino que ahora el grupo de edad de mayor velocidad de crecimiento entre las sociedades democráticas neotecnológicas lo constituye la población sobre los 85 años. Además, la prolongación del lapso post jubilación conlleva un empobrecimiento progresivo, agravado por la mayor necesidad de asistencia médica. Al mismo tiempo, el porcentaje de menores de 15 años disminuye, los niveles de fecundidad continúan en descenso, la más amplia proporción de viudas está en directa relación a la mayor expectativa de vida de las mujeres, lo cual no representa, por cierto, del todo una ventaja. Según un estudio realizado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), una persona sería vieja 15 años antes de morir. Por tanto, en España, que es el segundo país (detrás de Japón) con mayor esperanza de vida (80,4 los hombres y 85,9 las mujeres4), la ancianidad llegaría a los hombres a los 65 años y a las mujeres, a los 70 pero «Nadie llamaría hoy anciano a alguien de 65 o 70 años salvo grave deterioro, que apenas gozara de autonomía o fuera económicamente dependiente». Más allá de la estadística, los sociólogos coinciden en que no existen criterios objetivos para establecer una edad en la que uno deja de ser adulto y se convierte en anciano y, precisamente, la idea de dependencia económica está implícita en la representación social de anciano. Y ahora, pese a todo y en su mayoría, son independientes gracias a un sistema de pensiones que hace 50 años no les proveía de suficientes recursos para vivir autónomamente.
En definitiva, que esa idea que aún existe del rechazo a los viajes del Imserso porque es algo destinado a “viejos decrépitos y yo no lo soy” habrá que desecharla: esa imagen de hace muy pocas décadas de una mujer de no más de 60 años, que medía 1,50 metros, vestía de negro con delantal, llevaba recogido en un moño el pelo blanco y su cuerpo acusaba toda una vida de trabajo duro dista mucho de la actual, donde cada vez más personas de más de 80 años disfrutan de una excelente salud, mantienen gran parte de sus capacidades físicas y cognitivas, desarrollan actividades y, además, tienen una actitud vital muy positiva. Y hay que apuntar que con unas ganas y una marcha…La edad en que uno es anciano es algo muy subjetivo, pero un documento de la Organización Mundial de la Salud (OMS) define paciente en edad geriátrica como aquella persona por encima de los 80 años, “momento en que su declive físico empieza a ser estadísticamente evidente”
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1En el Libro de los Números del Antiguo Testamento que, como se sabe, cuenta los hechos acaecidos en el período de un milenio, por supuesto anterior a Jesús,, encontramos la descripción de la creación del Consejo de Ancianos como una iniciativa Divina: "Entonces dijo Yahvé a Moisés: Elígeme a setenta varones de los que tú sabes que son ancianos del pueblo y de sus principales, y tráelos a la puerta del tabernáculo... para que te ayuden a llevar la carga y no la lleves tú solo" (Nm 11:16 y 17).
2La familia en la cultura romana tenía un carácter extendido, pues los lazos jurídicos eran más numerosos que los naturales. La patria potestad regía no sólo a causa del nacimiento del mismo padre, sino incluso por adopción o matrimonio. El parentesco se originaba y transmitía por vía masculina. El "pater familia" concentraba todo el poder y no daba cuentas de su proceder. Era vitalicio y su autoridad ilimitada, podía incluso disponer de la vida de un integrante de su familia.
3Una muestra la encontramos en el, por otra parte, más grande humanista de le época, Erasmo de Rotterdam, que en su Elogio a la locura nos dice: "Pero lo que verdaderamente resulta más divertido es ver a ciertas viejas, tan decrépitas y enfermizas como si se hubieran escapado de los infiernos, gritar a todas las horas "viva la vida", estar todavía "en celo", como dicen los griegos, seducir a precio de oro a un nuevo Faón; arreglar constantemente su rostro con afeites; plantarse durante horas frente a un espejo; depilarse las partes pudibundas; enseñar con complacencia sus senos blandos y marchitos; estimular con temblorosa voz el amor lánguido, banquetear, mezclarse en la danza de los jóvenes, escribir palabras tiernas y enviar regalitos a sus enamorados"
4No confundir, en cualquier caso, la esperanza de vida (una cifra) con la calidad de vida, diferente en cada persona y relacionada con múltiples aspectos. La confusión entre ellas conduce a dislates tales como querer retrasar la edad de jubilación con el argumento de que, laboralmente (y hay que destacar este matiz conceptual) alguien con setenta años de edad está poco menos que en la flor de la vida.
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