sábado, 26 de marzo de 2022

Cambio de hora.

 


Esta noche hay un cambio de hora, tema polémico de por sí con ardientes defensores y enconados detractores, por lo que, más allá del tierno recuerdo de nuestro vecino Alonso, ya fallecido, que decía muy en serio que lo que más le molestaba de la medida era tener que levantarse de madrugada a cambiar la hora en el reloj, no entraremos. Pero sí en el antecedente necesario de que la hora sea única para todos. Antes de 1900 cada provincia española (de hecho, cada pueblo) tenía una hora diferente dependiendo de su situación geográfica, la de su hora solar visible con los relojes de sol y la sombra del mediodía. Para hacernos una idea, la diferencia horaria entre A Coruña y Girona era de unos 45 minutos. Entre Madrid y Barcelona, las dos grandes ciudades del país, la disimilitud era de una media hora. Una circunstancia que resultaría inconcebible hoy en día, no tanto entonces.



A mediados del siglo XIX las empresas ferroviarias de todo el mundo comenzaron a presionar a sus respectivos gobiernos para conseguir la unificación horaria ya que cuando se construyeron los primeros ferrocarriles de larga distancia, este hecho se convirtió en un gran problema, sobre todo en las conexiones de ciudades que presentaban un claro trazado de este a oeste. La primera línea de ferrocarril que se enfrentó a este problema fue la que enlazaba Londres con Bristol y la compañía adoptó en 1840 como hora oficial la del meridiano de Greenwich. Desde que se tomó esta medida, la puntualidad de los trenes aumentó, algo fundamental en líneas de vía única en las que el retraso de un convoy podía suponer el cruce con otro vehículo. La hora de Greenwich comenzó a ser conocida como la ‘Railway Time’ y finalmente en 1848 se instauró como la oficial para todo el Reino Unido. Las empresas ferroviarias de todo el mundo siguieron el ejemplo de las británicas y pusieron como hora oficial la de la principal localidad de sus líneas. El criterio fue fijado en la conferencia de Washington de 1884, donde se acordó dividir el planeta en 24 husos horarios cada 15 grados de longitud con respecto al citado meridiano, con lo que el cambio de hora entre puntos cercanos desapareció.


En España, en 1859 se dio un primer paso de regularización horaria al ajustar todos los relojes de una línea a la hora de la estación más importante. Sin embargo, esta medida resultó ineficiente al ir creciendo la conexión de las diferentes líneas con Madrid. Al tener el ferrocarril una estructura radial con centro en Madrid, parece que lo lógico es que se impusiera en todas las líneas la hora de la capital española con el fin de regularizar el tráfico ferroviario de todo el país. Este ajuste se produjo en septiembre de 1878, aunque el huso horario ferroviario continuaba siendo diferente del que regía los actos de la vida pública y privada. Esta práctica dio lugar a que los relojes de las estaciones y los de los edificios oficiales diesen horas distintas en numerosas ciudades, pero se simplificó enormemente la organización ferroviaria.


En 1900, Francisco Silvela, presidente del Consejo de Ministros, propuso unificar el huso horario y la rúbrica oficial del decreto tuvo lugar en el palacio de Miramar de San Sebastián el 26 de julio de 1900. En dicha ley, se especificaba que, a partir del 1 de enero de 1901, todos los ferrocarriles, al igual que los principales organismos nacionales, se regirían por el huso horario según el meridiano de Greenwich. Con este decreto, España se adelantó a los países vecinos, ya que Portugal y Francia no adoptaron el sistema internacional hasta 1911.



O sea, que ya vemos que los husos horarios son fruto de los avances técnicos. Otra cosa es el influjo de la política en ellos; para muestra, un botón: España no tiene el huso que le corresponde pues el dictador Franco ordenó que se cambiara para que fuera el mismo que la Alemania de Hitler. Pero esa es otra historia.

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