domingo, 6 de marzo de 2022

No eran brujas, eran mujeres.


Faltan sólo un par de días para conmemorar (que no celebrar, no nos confundamos) el Día de la Mujer, ese día destinado en todo el mundo a recordar la lucha de las mujeres por la igualdad de sus derechos. ¿Sólo derechos? ¿Se incluye el derecho a la vida? Feminicidio o femicidio1 es técnicamente un concepto/palabra nuevo, pues no es hasta la revisión del año 2014 cuando es aceptado por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (y actualizada su definición ya en 2018) a instancias de la antropóloga mexicana Marcela Lagarde2 para incluirla en su 23ª edición, conmemorativa del III centenario del nacimiento de la Institución. Su autoría, la del término, se atribuye a la activista y escritora feminista sudafricana Diana Elizabeth Hamilton Russell por su libro de 1992 Femicide: the politics of woman killing, si bien se sabe que el término, con otro significado diferente del actual, ya se había usado en Inglaterra a principios del siglo XIX. Para saber su significado, más allá de la definición del DRAE, nada mejor que apoyarse en la publicación, en 2012, en el número 5 de la revista El Derecho del artículo El femicidio y el feminicidio por Teresa Peramato Martín, Fiscal de Sala Delegada de Violencia sobre la Mujer, donde, tras analizar extensamente el primer concepto, dice: … Marcela Lagarde definió el acto de asesinar a una mujer, sólo por el hecho de su pertenencia al sexo femenino, como "feminicidio", pero intentando dar a este concepto un significado político para denunciar la inactividad, con claro incumplimiento de las convenciones internacionales, de los Estados, en una lucha eficaz, contundente, seria e inflexible contra estos brutales crímenes y sus autores, y , así, eligió la voz feminicidio para denominar al conjunto de hechos que contienen los crímenes y las desapariciones de mujeres cuando concurra, el silencio, la omisión, la negligencia, la inactividad de las autoridades encargadas de prevenir y erradicar estos crímenes. Hay feminicidio cuando el Estado no da garantías a las mujeres y no crea condiciones de seguridad para sus vidas en la comunidad, en el hogar, ni en el lugar de trabajo, en la vía pública o en lugares de ocio. En la misma línea, pero ampliando aún más el concepto al incluir bajo tal terminología no sólo la muerte dolosa sino otros actos de violencia previa, Julia Munárrez3 dice que «El feminicidio comprende toda una progresión de actos violentos que van desde el maltrato emocional, psicológico, los golpes, los insultos, la tortura, la violación, la prostitución, el acoso sexual, el abuso infantil, el infanticidio de niñas, las mutilaciones genitales, la violencia doméstica y toda política que derive en la muerte de las mujeres, tolerada por el Estado». Teniendo en cuenta lo anterior, es evidente que estamos ante términos complementarios siendo el Feminicidio, el homicidio o asesinato de la mujer por el simple hecho de pertenecer al sexo femenino y Femicidio el conjunto de feminicidios, en una situación de absoluta o patente inactividad de los Estados para la persecución y evitación de tales crímenes. A este último concepto se están refiriendo las diferentes Organizaciones internacionales cuando al definir la violencia de género se refieren a la violencia tolerada o perpetrada por el Estado y sus agentes…



Pero, ciertamente, lo que hoy conocemos como feminicidio, siempre ha existido, por desgracia. ¿Es, pues, el feminicidio la Caza de Brujas del siglo XXI? ¿Son las llamadas bolleras, malas madres, feministas, migrantes, racializadas,... las nuevas brujas? Recientemente el Parlament de Catalunya daba luz verde a una propuesta de resolución para reparar y restituir la memoria de las mujeres acusadas de brujería4. El texto aprobado tilda los hechos de "persecución misógina" y llama a los ayuntamientos a revisar el nomenclátor de sus calles para incorporar los nombres de estas mujeres. El origen de esta propuesta remite a la campaña No eren bruixes, eren dones” (No eran brujas, eran mujeres), puesta en marcha por la revista de historia Sàpiens cuya directora recuerda que se cuentan por decenas de miles las mujeres acusadas de brujería en toda Europa, muchas de las cuales fueron ejecutadas, por lo que estamos ante el feminicidio institucionalizado más importante de la historia de la humanidad. Hace cuatro siglos si eras mujer y, además, eras pobre, viuda, emigrada, curandera o comadrona 5no era nada descartable que tus vecinos o vecinas te señalasen como bruja, fueras juzgada sin ninguna garantía procesal y acabaras ahorcada. Por un lado, una imagen que ha sido transmitida a través de los cuentos es la de una mujer vieja, fea, solitaria, maligna…, pero también la imagen mitificada de la mujer sabia, independiente, poderosa, autónoma, rebelde… La investigación llevada a cabo por el equipo de Sàpiens concluye que los procesos más duros contra brujería tuvieron lugar en un contexto civil de malas cosechas, desastres naturales o alta mortalidad infantil por ejemplo, la desesperación llevaba a buscar un chivo expiatorio y lo encontraron en los elementos más desprotegidos de la sociedad; mujeres que no encajaban con los estereotipos del momento. Durante los siglos XVI y XVII, más del 80% de las personas juzgadas y ejecutadas por brujería en Europa fueron mujeres. Si hay algo en común en todo esto es que el patriarcado y el capitalismo son culpables de las muertes de nuestras antepasadas y de las actuales porque, como dijo el jurista francés Pierre de Lancre, “Hemos descubierto un nuevo crimen: la brujería” Y ¿a qué pruebas se aferraban para saber si una mujer era bruja? Las amarraban y sumergían en agua bendita. Si se hundían, eran inocentes. Si flotaban, eran brujas y las ejecutaban en el acto. A otras les buscaban manchas que pudiesen identificarse como parte de la simbología del Diablo -verrugas, lunares, cicatrices,...-; al pincharlas, si la sangre no brotaba o no padecían dolor, eran parte del clan satánico. También utilizaban balanzas para pesar a las mujeres, ya que pensaban que una bruja solía pesar poco o casi nada6. Sólo en Europa fueron más de 400.000 personas las encausadas por acusación de brujería, la mayoría de ellas mujeres y un 25 % de ellas finalmente ajusticiadas, en un proceso en el que se ve la mano de “los poderes civiles y de la Iglesia para disciplinar a las mujeres” en un momento de transición histórica hacia el capitalismo.





La Caza de Brujas en Europa ha sido un tema olvidado en los libros de historia y la figura de la bruja se ha convertido en un mito popular de horror, folclore y burla. Pero, detrás de todo esto, se esconde un asesinato masivo que coincide con el fin del feudalismo y la implantación del capitalismo y formación del Estado que pretendía el adoctrinamiento femenino, la disciplina social y reforzar la orden moral eclesiástica. Se ha de arrancar del imaginario popular de la figura de la bruja como mito ancestral, y explicar las raíces políticas y económicas de la campaña sistemática de terror contra las mujeres enmarcada en el surgimiento del Estado Nación. Hablamos de una fuerte crisis demográfica y económica que recorrió Europa los siglos XVI y XVII, del desarrollo de la economía monetaria, así como del surgimiento de las políticas que regulaban la propiedad de la tierra y el trabajo. Conforme la crisis feudal se agravaba, un nuevo escenario (que más tarde sería atemporal) emergía, dando lugar a una reorganización del trabajo doméstico, de la vida familiar, de la crianza de los hijos e hijas, de la sexualidad y de las relaciones entre hombres y mujeres. Se dio la separación entre trabajo asalariado y no asalariado o, eufemísticamente hablando, trabajo de producción y de reproducción. Las legislaciones limitaban la capacidad de acción de las mujeres, y se redefinió su papel: aquellas que no acataban el rol impuesto (curanderas, esposas desobedientes, viudas, herejes…) eran estigmatizadas y se consideraban la fuente del mal. Como bien explicaba el Malleus Maleficarun (de 1487, El Martillo de la Bruja), las mujeres, al tener “una capacidad mental débil”, eran más susceptibles de ser seducidas por el diablo y sucumbir al mal.



Si rastreamos esta caza de brujas, encontraremos una persecución que intensificó las divisiones entre hombres y mujeres e inculcó a los hombres el miedo hacía sus “opuestas”; acusadas por sus vecinos y arrestadas y torturadas hasta confesar su gran crimen (ser bruja), la mayoría de las inculpadas tenían algo en común: reputación de ser malas cristianas, despertaban el recelo del statu quo: la viudedad era un estado especialmente peligroso, puesto que al negar sobre ellas la autoridad masculina y tener experiencia sexual, se convertían en elementos subversivos y amenazadores, la curandera era competencia desleal de la nueva figura del médico, y su capacidad de sanar así como de alterar el curso de los embarazos atentaba contra la disciplina del cuerpo de las mujeres. La práctica médica había comenzado a masculinizarse, trayendo consigo la expropiación a las mujeres de un patrimonio de saber empírico (pócimas según la iglesia, remedios curativos hechos con hierbas medicinales y transmitidos de generación en generación, según las curanderas). La ciencia moderna entró en escena, levantando un muro que únicamente los hombres científicos podrían franquear, sin olvidar que las mujeres jóvenes eran de especial interés para el diablo, ya que utilizaban su sexualidad para tentar a los hombres: poderosas y demoníacas, representaban el vicio y la perversión. Se debía destruir el control que las mujeres habían ejercido sobre su función reproductiva y estos asesinatos masivos sirvieron para facilitar el camino al desarrollo de un régimen patriarcal más opresivo, se destruyó un universo de prácticas, creencias y sujetos sociales cuya existencia era incompatible con la disciplina del trabajo capitalista, redefiniendo así los principales elementos de la reproducción social. La caza de brujas, una enorme matanza de mujeres dirigida por los poderes civiles y la Iglesia, ha pasado mucho tiempo invisibilizada.



Lo peor del caso es que estos asesinatos no son cosa del pasado: a finales de enero de 2019, una mujer acusada de brujería fue asesinada junto con sus cuatro hijos pequeños en la India. Fueron golpeados hasta morir justificando que la mujer era culpable de haber enfermado a una niña de su aldea, cercana a Nueva Delhi. La caza de brujas nunca ha terminado y es una masacre global concebida en el estómago del capitalismo y la misoginia. El eurocentrismo ha hecho obviar otras cazas que sucedieron en África o América durante la colonización. El hombre blanco europeo colonizó América aplicando técnicas genocidas del mismo modo que en Europa. Aquel Nuevo Mundo era para los saqueadores el suelo del Diablo y su preocupación les llevaría a justificar las masacres de las y los indios americanos nativos, así como las plantaciones de esclavos. La industria cinematográfica y televisiva ha distorsionado la imagen de la bruja; sólo hace falta hacer un repaso por las películas de Disney: la bruja Úrsula, Maléfica, la Reina Grimhilde… son creaciones fantásticas que siguen cayendo en la demonización. La industria, además, ha mercantilizado los crímenes de miles de mujeres vendiendo sus torturas y matanzas (las tiendas para el turismo venden la típica brujita, con su escoba, fea, con la verruga en la nariz…) La caza de brujas ha vuelto a formar parte de la agenda global y cualquier movimiento de resistencia contra la capitalización del cuerpo de la mujer será saqueado hasta eliminar la lucha de las generaciones anteriores. ¿Estamos ante una nueva caza de brujas, por ser mujeres, llamada feminicidio?


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1A partir de 2005, con la traducción al español del libro de Russell Femicide: the politics of woman killing, se acuerda traducir la palabra femicide como feminicidio. Pese a ello, se sostiene que, además del concepto de feminicidio instalado por Russell, debía adoptarse también el concepto de femicidio, con el fin de reservar la noción de feminicidio para los casos en que hubiera impunidad para los perpetradores. Finalmente, las palabras feminicidio y femicidio terminaron predominando frente al término genericidio, y la palabra feminicidio es la que fue incluida en el Diccionario de la Lengua Española.

2Marcela Lagarde es una política, académica, antropóloga e investigadora mexicana, especializada en etnología, representante del feminismo latinoamericano para la que el feminismo constituye una afirmación intelectual, teórica y jurídica de concepciones del mundo, modificaciones de hechos, relaciones e instituciones.

3Julia Estela Munárrez es mexicana, Doctora en Ciencias Sociales con especialización en Estudios de la Mujer y Relaciones de Género y escritora, en año el 2009 participó con el “Peritaje sobre feminicidio sexual sistémico en Ciudad Juárez” en el juicio en que la Corte Interamericana de Derechos Humanos responsabilizó al Estado mexicano por el caso “González y otras vs México” Campo Algodonero”. Autora de Feminicidio sexual sistémico. Impunidad histórica constante en Ciudad Juárez, víctimas y perpetradores.

4Los detallados archivos de la Inquisición se han convertido hoy en una fuente inagotable de datos para esta restitución en los que, ademas, se constata que, en muchos casos, el origen de la persecución estaba en simples rencillas vecinales; hace años, algunos autores defendieron la tesis de que, de acuerdo con las creencias populares, los poderes de la bruja no operaban a larga distancia contra extraños, sino contra sus propios vecinos , por lo que, si consideramos, por ejemplo, que la enfermedad no se consideraba un hecho natural, sino el fruto de una agresión exterior, entenderemos que hubiera un cierto consenso en que contrariar a la bruja pudiera comportar que una dolencia se abatiera repentinamente sobre uno mismo o sobre una víctima de substitución, que podía ser un familiar o, excepcionalmente, un animal doméstico, y la sociedad local ofrecía combinatorias específicas para explicar tanto el fenómeno de la brujería como su control. El miedo a las brujas y los rumores de que tal o cual vecina lo era inclinaban a su entorno a desplegar estrategias individuales o familiares, en ocasiones con el recurso a lo sagrado, orientadas a permanecer a salvo del ejercicio de sus “poderes malignos” y de cuya frecuencia dan fe las disposiciones sinodales de los siglos XVI y XVII y cuyo abundante rastro se registra hasta en el siglo XIX.

5El perfil de la “bruja” responde al de una mujer de mediana edad, con una ligera mayoría de las viudas sobre las casadas (cuatro frente a tres). Todas ellas habían emigrado a la ciudad desde pueblos de la comarca, (el eterno problema con los forasteros/extranjeros), aunque se ignora si un matrimonio con alguien de la ciudad facilitó el arraigo de alguna de ellas. Otros factores evidentes en estos señalamientos fueron: la concepción de transmisión parental de la brujería y el perfil de malas vecinas y los conflictos que ello generaba en el día a día, el carácter fuerte y dominante de algunas, el oficio siempre expuesto de comadrona y las actividades económicas de otras No hay información suficiente para afirmar o negar que un estatus social humilde hiciera a una mujer más vulnerable a este tipo de acusaciones.

6Las dinámicas comunitarias de construcción colectiva de una bruja podían abarcar una o más de estas etapas: miedo generalizado a las brujas; sospechas y chismorreos de que alguna mujer lo fuese; el tribunal de la opinión pública convertía los rumores en evidencias; debido a esto, el rechazo social iba in crescendo, en ocasiones articulado en forma de vacío social, y este proceso podía culminar con la denuncia y la declaración contra ella ante los tribunales, un disciplinamiento social comunitario que convergieron en una acción de la justicia contra las así señaladas. Las manifestaciones de la brujería, el maleficio era producto de los poderes sobrenaturales de ciertas mujeres, que dañaban o envenenaban a sus víctimas a través de la ingesta de alimento o el contacto físico directo o indirecto (tocar era sinónimo de envenenar, y bruja, de envenenadora). Sus manifestaciones más comunes eran la mutación del color de la epidermis, la pérdida de energía y flujo vital y el morir seco. En general, la desgracia se producía cuando alguien contrariaba a la bruja o recibía un presente de ésta como muestra de buena vecindad; por consiguiente, el maleficio era una explicación a los infortunios de la vida diaria y vehiculaba las tensiones sociales del vecindario, en particular en los espacios de sociabilidad femeninos. El diablismo aflora inducido por la tortura o su amenaza, pero la coherencia del relato emanaba menos de los escritos clásicos que de las vivencias personales de las reas y de la tradición popular.

 

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