domingo, 13 de marzo de 2022

Y sin embargo, te quiero.

 


La reciente conmemoración (que no “celebración”, repetimos una vez más) del Día Internacional de la Mujer, ese día, de todo un año, destinado en todo el mundo a recordar que la lucha inacabable de la mujer por conseguir la igualdad con el hombre en el reconocimiento y desarrollo de sus derechos, nos sigue ofreciendo paradojas de la existencia de feministas “avant la lettre” donde menos se espera, basta con echar una ojeada alrededor, por ejemplo, en esta ocasión, a la tan conocida copla española. Habitualmente se tiene la copla como un género que fomenta valores machistas, como el amor romántico más opresivo o, directamente, la misoginia1, pese a los esfuerzos de gente como Carlos Cano, seguramente por otras razones, por reivindicarla. Sin embargo, algunas de las mujeres que triunfaron en este formato tan teatral fueron lo que actualmente conocemos como mujeres empoderadas. Por ejemplo, viniendo de una familia trabajadora y muy humilde, Raquel Meller se convirtió en una estrella de gran personalidad e influencia social, y Concha Piquer dirigía su propia compañía cuando pocas mujeres podían desempeñar ese trabajo, lo que hacía transitar trágicas historias musicadas a través de una doble vertiente, entre el papel de la mujer como objeto sexual y la liberación femenina en tiempos de severa influencia de la iglesia católica y, más allá de la personalidad y la manera de situarse frente a los grilletes de la sociedad del momento de algunas de estas artistas, encontramos incluso algunas letras con contenidos que podríamos reclamar, con la debida contextualización, feministas. O sea, que en la música que escuchaban nuestras abuelas, la banda sonora del barrer y el fregar, la melodía de la ropa recién tendía, la sinfonía de los cuidados, el ritmo de las labores invisibles que sostenían y sostienen el mundo, era una presencia en nuestra memoria colectiva que siempre había estado allí y que, desde lo intelectual, parece algo difícil de abordar; en ese tiempo o más tarde, con Rocío Jurado, Carmen Sevilla o Juanita Reina, ya se cantaban las opresiones que sufrían las mujeres, particularmente, aunque no las únicas, de clase obrera, desde los malos tratos al trabajo del hogar, además de la maternidad o la diversidad sexual, en coplas, cuplés y zarzuelas.


Al final la copla retrata, con sus claroscuros, la opresión femenina. Por eso habla de malos tratos, del trabajo del hogar o de pobreza desde una perspectiva de género. Y precisamente esto explica gran parte de la invisibilidad de la copla, aparte de su vínculo con el
franquismo, que está más que estudiado y superado; la ruptura que la dictadura supuso durante cuatro décadas, y la inexplicable tardanza en recuperar todo este patrimonio explica que el vínculo de la copla con lo femenino y una feminidad de clase obrera es lo que no se le perdona. Y si no, que se lo digan a una María Jiménez, que compuso la rompedora canción Se acabó, y después sufrió maltrato por parte de su marido, Pepe Sancho. Ahora puede ser el momento en que nos paramos a pensar en esto porque tiene mucho que ver con los temas que se están reivindicando desde el feminismo. En la copla, cuando analizas las historias, la cuestión de género quizá sea más vistosa al estar cantadas, generalmente, por mujeres y centradas en retratar el amor romántico como institución opresiva contra la mujer, pero es que a la vez que narra eso, está contando historias de clase todo el tiempo. Sin ir más lejos, si no fuera pobre, ¿María de la O se tendría que casar con un hombre que no quiere? Por supuesto que no. De hecho, esos matrimonios económicamente forzados eran descritos en pleno franquismo como cárceles para estas mujeres. Y muchas cantaron alegres que preferían “quedarse para vestir santos” antes que aguantar a un mal marido. Y toca hablar de la copla como estrategia de resistencia y supervivencia en plena pandemia global del Covid-19, o de esas “folclóricas” de origen humilde que gracias a su éxito vivían libres y, en cierto modo, ajenas a las convenciones sociales. De cómo saltaron a la fama en los mismos concursos de talentos que hoy siguen insistiendo en que, si te esfuerzas lo suficiente, tú también puedes triunfar. Y de cómo la miseria impregna todos estos relatos y muchos amores desgraciados.


Un
caso paradigmático es el de Rocío Jurado2, que además de cantar al placer femenino cuando éste era un tabú social en temas como Lo siento mi amor o Si amanece, se “despachó a gusto” con Ese hombre, e hizo declaraciones absolutamente políticas en un momento en que a las mujeres apenas se las tenía en cuenta o sea que, cuando en España casi nadie, ni siquiera en el mundo intelectual, se declaraba feminista o se tenía cierto miedo a esa palabra ella lo decía, cuando ser gay era siempre un chiste, ella decía que era progay absolutamente seria y sin ninguna fanfarria. Tal vez ahora se está poniendo en valor a estas mujeres transgresoras, pero si no se ha hecho es también por una cuestión de elitismo cultural y de clasismo, también por su origen de mujeres del sur, andaluzas, y ojalá se siga haciendo esa recuperación y esa puesta en valor. Pioneras del feminismo en escena que, sin embargo, lo tuvieron más complicado para llevar aquellos desafíos a sus hogares. En una época en la que había censura ellas no se autocensuraban. Eran artistas que, mucho antes de que existiese el me too, tuvieron que luchar contra el ego de una sociedad machista. Y lo hicieron a través de un género, el de la copla, aquel que escuchaban nuestras madres y abuelas y que fue germinando en ellas, copla a copla, un cambio de mentalidad. La copla cantada por mujeres reflejaba, en realidad, todas las opresiones que tenían las mujeres del momento. Madres solteras, amantes…”. Artistas como Rocío Jurado, María Jiménez o Imperio Argentina rompieron el tabú de la violencia machista en un momento en el que no existía ni se pensaba que hubiera Ley de violencia de género aunque solo hablaron del maltrato físico; la violencia psicológica era y sigue siendo hoy algo muy cuestionado, de forma que de ella no hablaban entonces las folclóricas.


Pero, abierta la caja de Pandora del análisis, no todo es copla, y otras artistas también pusieron su granito de arena en la denuncia de una penosa, aunque socialmente aceptada, situación endémica que se daba (y se da) en torno a la mujer. Es el caso de Mari Trini, que
fue clave en la cultura del feminismo en la música española y es que, desde pequeña tenía esta inquietud por componer, se fue a Londres, a París y cuando volvió hizo un disco con canciones de otros (Luis Eduardo Aute o Patxi Andión) porque le dijeron que una mujer no sabe componer, por suerte luego salieron de ella grandes temas como 'Yo no soy esa'", el himno feminista que lanzó durante el franquismo, en una especie de contestación al "Yo soy esa" de Juanita Reina, que veinte años atrás había retratado a la mujer dependiente del hombre y del amor, o como “Cuando me acaricias”, que estuvo en un tris de no pasar la censura. Otro hito, no limitado a la música, lo protagonizo Rocío Dúrcal, cuyo desembarco profesional en el teatro fue con la obra ‘Un domingo en Nueva York’, de Adolfo Marsillach, en la que el tema principal era la pérdida de la virginidad, un tema tabú por aquella época; más tarde, con Bárbara Rey, rodó la películaMe siento extraña’ en la que ambas protagonizaron una de las primeras imágenes de la homosexualidad femenina con ellas dos en la cama. Después de esta película, Rocío Dúrcal abundó el mundo de la interpretación para dedicarse a la canción, donde a la postre sería más conocida y donde, de hecho, muchas de sus canciones hablan de la libertad de la mujer, como ‘Ya te olvidé’.


No puede faltar la conexión política de esas muestra de ir a contracorriente,
no sólo en la música, y eso se puede observar en Pepa Flores, la niña convertida en prodigio bajo el nombre de Marisol, que siempre defendía que solo era “una niña absolutamente normal que hacía las cosas con naturalidad”, una autenticidad que fue dirigida y normativizada para convertirla en símbolo del Régimen franquista haciendo de su desparpajo flamenco malagueño un símbolo español, una expropiación cultural sufrida durante siglos por el pueblo andaluz que tuvo en ella su máxima representante. El guion se vino abajo cuando Pepa quiso ser Pepa, quiso hacer desaparecer a Marisol y alejarse de las cámaras para hacer su vida en Málaga. Los últimos momentos como Marisol se dieron en una Pepa Flores joven y llena de rebeldía poco disimulada, un choque evidente e incómodo en una sociedad en transición que seguía midiendo la moral de las mujeres del Estado español desde su supuesta minoría de edad y una educación que anulaba su mirada y no hacía deseables sus posicionamientos. Pepa Flores había dejado de ser una niña y sus decisiones eran, por tanto, cuestionadas. La portada que protagonizó desnuda en 1976 para la revista Interviú se convirtió en todo un símbolo de la transición y de la decisión de dejar de ser la niña Marisol. Su autor fue acusado de atentando a la moral y de escándalo público en una “nueva España” que supuestamente estaba libre de censura. Pasados los años, Pepa Flores logró liberarse de Marisol y empezó a ser Pepa Flores también artísticamente, vinculando su carrera a proyectos sociales y de izquierdas. Su disco más reivindicativo, Galería de Perpetuas, tiene olor a lucha de pueblo e historias de mujeres pobres sumidas en situaciones machistas y en él incluso dedica una canción a una mujer lesbiana. Algunas letras parecen contar algo de la historia de la propia artista: “Como quieres tú que olvide aquello que yo decía de que el hombre tie’razón y la mujer es la esclava pa’servirlo de por vida. De que cuando más me pegue, más lo tengo que querer […]. Por eso te digo, Juan, que pa’mí cumplo sentencia por aquello que canté, robándole a la mujer su dignidad y su vergüenza”. La parte más desconocida de la trayectoria de Pepa Flores es su vinculación al comunismo y al anarquismo que, lejos de entenderlo como una elección personal, los medios seguían pintando a la artista como una extensión de las elecciones de los hombres que la rodeaban.

 



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1Resulta chocante que la misoginia, el odio o la aversión a la mujer por el simple hecho de serlo, se presenta frecuentemente como una cualidad de índole filosófica inherente y necesaria a grandes pensadores.

2Aún corre por Youtube la grabación de una entrevista que le hicieron en televisión que no tiene desperdicio:

“– ¿Me puedes decir tu talla de sujetador?

Yo qué te voy a decir. El único sujetador que me importa es el mental, que es el que tú te tenías que poner para no hacerme esas preguntas.”

Así de rotunda respondía a aquella pregunta machista y rancia, hecha ¡por una mujer! que, era la tónica del momento en la España gris de finales de los 60. Una sociedad anquilosada y mojigata ante la que se enfrentó con su voz, su inteligencia y su revolución estética, con aquellos escotes imposibles en vestidos que perfilaban sus curvas. Trajes que quedaban lejos de la pomposidad de las batas de cola y con los que Rocío Jurado solo quería demostrar una cosa: que valoraba su cuerpo como un patrimonio absolutamente propio, y de nadie más.

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