En el mundo de la literatura dibujada, en la década de los años setenta del pasado siglo, y más concretamente, después de la muerte del dictador Francisco Franco (noviembre de 1975), tuvieron lugar, al igual que en toda España, profundos y rápidos cambios sociales, políticos, económicos y culturales: primero en la etapa final del régimen y, después, en la transición a la democracia, proceso complejo que la historiografía suele considerar finalizado en 1982, cuando el PSOE alcanzó el poder, tras siete años de gobierno de Adolfo Suárez, con un partido formado mayoritariamente por los reformistas procedentes del franquismo. Durante este periodo, la sociedad española experimentó transformaciones en todos los ámbitos, y el de la cultura popular no fue una excepción. La relajación de la censura —aunque no su eliminación total— permitió la llegada de discos, novelas y películas extranjeras, y la producción propia pudo también comenzar a cambiar sus maneras y modernizarse rápidamente. El cómic, por supuesto, no fue ajeno a esta coyuntura. Durante esa década experimentó una auténtica revolución, gracias a una efervescencia creativa y editorial sin precedentes. El que había sido considerado hasta entonces un medio intrínsecamente infantil y juvenil, comenzó a producir obras adultas de todo tipo. Este fenómeno, conocido como el boom del cómic adulto, llegaba con cierto retraso con respecto a los grandes focos de producción de la historieta occidental; no resulta extraño, ya que lo mismo había sucedido en muchos otros ámbitos de la cultura.
Para ser exactos, con la aparición del libro Tebeo y cultura de masas (1966) de Luis Gasca y la publicación de la revista teórica Bang! (1968) de Antonio Martín, así como la celebración de la "Primera Reunión nacional de dibujantes de historietas" (Sitges, Barcelona, 1969) se genera un replanteamiento cultural si bien hubo que esperar hasta bien entrados los años setenta, como decimos para que empezaran a darse las condiciones económicas, políticas y sociales que permitiesen el desarrollo de una industria de historieta para adultos; en muy poco tiempo, la mayoría de las grandes obras que desde los años sesenta estaban demostrando que el cómic podía producir obras para un público más maduro —aunque, en muchos casos, esa «madurez» pasara por recurrir al erotismo y a la violencia—, tanto en Europa como en Estados Unidos, llegaron a España como un torrente 1que reventaba la debilitada presa de un régimen agónico y anacrónico. Y el mercado español se adaptó a todo ello, a veces con precipitación y no poco oportunismo comercial, pero, en muchas ocasiones, apoyado en el talento de al menos dos generaciones de artistas que, por fin, podrían publicar su trabajo destinado a un público adulto directamente en España. Se editaron un montón de revistas, con tiradas de decenas de miles de ejemplares, como El Víbora, 1984 (nada que ver, salvo la inspiración para el nombre, con la conocida obra futurista homónima de George Orwell) , Cimoc, Totem,… Una edad de oro en la que el cómic fue protagonista de movimientos culturales o contraculturales como “La movida madrileña”, que no puede entenderse sin la efervescencia de fanzines y publicaciones y sin el nacimiento de revistas como Madriz.
Una de estas publicaciones, posiblemente, por su longevidad (de 1979 a 1995, todo un récord para ese tipo de producto), abanderada del movimiento cultural, fue, como se ha apuntado, Cimoc, por cuyas páginas desfilaron multitud de series de autores nacionales, además de acoger a numerosos reverenciados extranjeros como Druillet, Moebius, Enrique Breccia o Frank Miller, y una de estas series nacionales, a la que, por actualidad, por ese estado de confusión prolongado que nos ha tocado vivir, nos referiremos hoy, empezada ya en el número uno de la revista (inicialmente las primeras historias autoconclusivas en blanco y negro y, posteriormente, en color), era Hombre, serie post-apocalíptica influenciada del western que percibe el día a día como una amenaza en una sociedad arrasada, historieta de ciencia ficción con un considerable éxito en el mercado extranjero, principalmente en Francia, pero también en otros países como en el Reino Unido, Italia o Estados Unidos, con guion de Antonio Segura2 y dibujada por José Ortiz3, dos nombres fundamentales en el desarrollo del cómic adulto español. En pleno siglo XXI, en tiempos de pandemia, en plena explosión de la fiebre apocalíptica, donde zombies y catástrofes naturales invaden la gran pantalla y la pantalla doméstica, y en la que el ecologismo y otras tantas corrientes profetizan, como el nuevo milenarismo, el caer de la civilización (y quizás el surgimiento de una nueva raza), es casi un crimen cultural que Hombre haya caído en el olvido tocando, como toca, temas de permanente actualidad. Sólo los fans del género y quienes tuvieron la suerte de verlo nacer comprenden esto como una evidencia. Mientras los efectos especiales y burdas tramas amorosas en civilizaciones perdidas atontan a más de una generación, el clásico cómic de José Ortiz y Antonio Segura ha quedado sepultado, como otras tantas obras maestras, por la proliferación de la morralla artística.
En Hombre (así, sin nombre), desde el principio se nos presenta un futuro sombrío como pocos. No es el apocalipsis nuclear ni una invasión alienígena ni una súbita catástrofe ecológica lo que ha destruido la civilización sino la propia estupidez humana. La escasez de energía, la inestabilidad social, la incapacidad de los políticos… todo ello ha contribuido a la desintegración de la civilización tal y como la conocemos hoy: la vida urbana, el comercio, las leyes, el orden, la moralidad… En esos años, un virus mutado de la gripe se extiende por todo el mundo (¿os suena?), las grandes ciudades se están convirtiendo en guetos de miseria, las armas, mantas, ropa y medicinas son el valor más preciado en la inmensa cárcel de hormigón en la que se había convertido la ciudad. En el infrahumano mundo de Ortiz y Segura los conceptos del bien o el mal han dejado de tener sentido, las ciudades han quedado reducidas a cascarones de hormigón en ruinas donde malviven desesperados que nada tiene que perder porque ya lo han perdido todo; grupos de personas viven diseminadas en pequeños asentamientos tratando de defenderse de salteadores y carroñeros. La humanidad ha perdido la partida y los seres humanos se convierten en bestias tratando de sobrevivir. Hombre es un superviviente que considera que vive en el infierno que nos merecemos, solitario y pesimista solo cree en la fuerza, generando un ritmo constante al borde de un precipicio, perfecto para el conjunto de la obra, empujado constantemente a mascullar, “los sentimentales no tienen ningún futuro en este mundo de mierda”: esa es la filosofía que rige su vida, una vida que no tiene más expectativa que sobrevivir en ese mañana sumergido en la barbarie en el que no hay amigos ni amores porque en nadie puedes confiar, tan solo rivales por los últimos pedazos aprovechables de un brillante pasado.. La ciudad sería la tumba que hace conexión con un formato que se decantarían por una visualidad pura y una elipsis de lectura que sobrevuela la realidad yendo al hueso de la historia, contándonos lo esencial. Hombre juega con dos grandes recursos la lucha por la supervivencia.
Hombre es un antihéroe muy a la española. De la misma forma que el patrio Don Quijote nada tiene que ver con el heroico rey Arturo, la creación de Segura y Ortiz guarda poco parecido con los flamantes héroes anglosajones, valientes, emprendedores, nobles y siempre sujetos a unas estrictas normas éticas aun en los peores entornos y situaciones ya que en los años de la Guerra Fría, el cómic (predominantemente norteamericano y generalizando más de lo que debiera) estaba plagado de héroes que iluminaban el horror del desastre nuclear, que demostraban que la fe en el ser humano no es una quimera, sino un anhelo que, incluso en la adversidad, nos hace caminar firmes hacia la gloria.; al público le gusta que todo acabe bien y que, a pesar del cinismo mostrado por el héroe, haya un resquicio de humanidad que se defina con un frenazo en seco: el protagonista consigue a la chica, salva a la humanidad, se convierte en un tipo normal. Hombre es sucio, feo, egoísta, individualista y cruelmente pragmático; no defiende causa alguna ni cree en nada más que en su propia supervivencia, abomina de la especie humana y vive a caballo entre una perpetua nostalgia por lo perdido y un profundo pesimismo que le impide soñar en un mundo nuevo, sus historias, aunque nunca exentas de acción, son en realidad negros retratos de los peores defectos del ser humano puestos en evidencia ante situaciones y dilemas de difícil resolución, no es completamente malo, pero sabe ser cruel y despiadado en un mundo postapocalíptico que mucho tiene que ver con el western por su ambiente de frontera, de mundo sin ley y personajes extremos.
No se podría exponer la dualidad trágica de Hombre sin hacer referencia a su doble femenino, esta sí con nombre, Atila, nacida en el campo y, al igual que Hombre, adaptada a su medio para sobrevivir. En lugar de las raudas ropas de la civilización, viste con pieles, como una amazona, y ataca con arcos y cuchillos (pues las balas se agotan, la pólvora es obsoleta, y nada hay más que árboles y animales). El detalle más relevante es que ella acata los principios morales que Hombre ha abandonado; se puede decir que mientras él es un mensajero del infierno, ella es una hija del Edén. En más de una historieta, Atila compensa la brutalidad y mordacidad de Hombre, quien a su vez teme que sus sentimientos se conviertan en ataduras. Éste, envejecido y cansado, encuentra algo parecido al amor, la amistad y la familia, solo para perderlo cuando, por primera vez, empieza a pensar en tener un futuro libre de violencia. Es entonces cuando encuentra a la joven Atila, nacida tras el colapso de la civilización y representante de la nueva raza de salvajes que viven libres, sin depender de los restos materiales y morales de un pasado que no conocieron. Atila le hace sentir aún más anciano, más amargado y más fuera de lugar. El personaje debería haber muerto en esa aventura, pero los autores prosiguieron sus peripecias con una serie de historias cortas cada vez más alejadas de la esencia del protagonista. La compleja relación de ambos es emponzoñada por el miedo a la debilidad, con la diferencia de que Atila ve en cada acto la redención de los errores del ser humano, mientras que Hombre sólo es capaz de ver la calamidad. Y, con todo, Atila no es una heroína histérica de cómic que necesite ser salvada. Su temperamento es fuerte, adaptada a su tiempo. Conoce los límites y carece prejuicios, los mismos que Hombre ha tenido que ahogar, porque ella creció en la agonía de su especie. La distopía de Hombre es una vorágine de inseguridad, el titubeo existencial del ser humano. Saca a la luz aquello que la vida moderna trata de ocultar con hipocresía y comodidad de cartón, cómo nos aferramos, en una carrera desbocada, a la vida, pisando y devorando a nuestros hijos para seguir eternamente en nuestros altares. En resumen, obra clave del cómic español y de la ciencia-ficción nacional en viñetas. A recomendar los álbumes de este antihéroe antipático pero tristemente verosímil. Desde este humilde blog nos rendimos ante una de las mejores obras nacionales de los años ochenta que quedará permanentemente en la memoria de los aficionados al cómic y si no la conocéis deberíais apresuraros a leerla, este título es esencial y marca una excelente obra que nos recuerda que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra pese a que es un Hombre el que se rebela ante un colapso total de la sociedad civilizada.
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1Es curioso, pero en un primer momento, hasta aproximadamente 1952, ni el sexo ni la violencia preocuparon en exceso al régimen (con la única excepción de los cómics importados, que se sometían a mayores rigores de la censura). Las cosas cambiaron cuando el nacionalcatolicismo cobró mayor fuerza, en cuyo momento el erotismo se convirtió en la principal preocupación, mucho más que la violencia, que siguió sin preocupar en exceso hasta finales de los años cincuenta y, sobre todo, desde la década de los sesenta, con el boom del cómic adulto.
2Antonio Segura Cervera (1947-2012) se labró un hueco entre los grandes guionistas de la historia del cómic patrio, siendo el primer guionista no italiano en escribir la mítica serie Tex. Sus primeros guiones “de encargo” los inicia hacia 1980 pero pronto comienza a desarrollar proyectos más personales, diseña una serie con José Ortiz (Hombre) que cristalizó en una fórmula de universo de podredumbre sin ley. Su intrincado contraste de personajes busca erigirse como una nueva civilización dominante que con voz en off te va informando de las constantes y polvorienteas situaciones por las que pasa la débil capa de asfalto. Gran apasionado de la ciencia-ficción, creó tres personajes para otros tantos dibujantes a la búsqueda de su obra más personal. Hombre (José Ortiz), Bogey (Leopoldo Sánchez) y Orka (Luis Bermejo). que eran series que transcurrían en diferentes momentos del mismo futuro.
3José Ortiz Moya fue un destacado dibujante (1932-2013) caracterizado por un vigor narrativo de estilo propio. Adscrito a la denominada Escuela Valenciana por sus dibujos para Maga, Valenciana, Toray, etc., trabajó para multitud de países y dejo un legado inmenso en el que contó su increíble capacidad para el dibujo, le encantaban las historias del oeste y la ciencia ficción y de su cruce nació Hombre. Su trayectoria es demasiado extensa como para siquiera mencionar de pasada los títulos en los que participó. En los años sesenta destina su producción al extranjero a través de agencias, destacando su participación en la editorial norteamericana Warren, de la que, gracias a su rapidez y eficacia, se convirtió en el principal dibujante. Pero en la década de los ochenta, cansado de ilustrar guiones escritos por autores con sensibilidades muy diferentes a la propia y aprovechando la oportunidad que brindaba el nuevo mercado de revistas de historieta español, vuelve al panorama nacional.
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