James Tobin, premio Nobel de economía de 1970, es conocido sobre todo por su propuesta de aplicar una tasa que gravara las transacciones financieras internacionales en todo el mundo con el fin de luchar contra la especulación y la volatilidad de los mercados dotando a la vez de una mayor transparencia a los mismos. Por razones que a nadie se escapan, considerando además que la propuesta se lanzó al inicio de un aparente ciclo económico alcista (no es ocioso recordar que hoy se cuestiona abiertamente si ese período aparentemente alcista no estaba lanzando señales de ser, realmente, el inicio de un declive soterrado), la idea no prosperó y quedó como una “originalidad” más de economista.
Sin embargo, la idea no acabó totalmente en el olvido y sirvió de base para la creación en 1998 (por Ignacio Ramonet, director a la sazón de Le Monde Diplomatique) de la plataforma ATTAC (Asociación pro tasa Tobin para ayuda a los ciudadanos), movimiento activista que impulsa la movilización social como instrumento para conseguir el control de los mercados financieros.
Aún así, la tasa Tobin no pasaba de ser eso, una herramienta de debate…. hasta que la crisis económica / financiera / social / de valores ha sentado definitivamente sus reales y se buscan desesperadamente soluciones alternativas para paliarla. En este sentido, es sugerente el llamamiento del tandem Merkel-Sarkozy al estudio por la Comisión Europea de la aplicación de un impuesto de entre el 0,05 y el 0,1 % a todas las transacciones realizadas por las entidades de los países que adoptaran la medida.
Y aquí está el problema que, más allá de la demagogia oportunista de la propuesta, impide su implantación. Una medida como la expuesta es efectiva únicamente si se aplica a escala global; de entrada, según estudios de la Comisión, el montante anual de la tasa, ceñida a los países de la zona euro se sitúa en 200.000 millones de euros, mientras que el montante de su aplicación en todos los países es de unos 650.000 millones de euros. ¿Todos los países? No, los paraísos fiscales quedan fuera de obligatoriedad de aplicación, y no debe olvidarse que dentro de los países con sus finanzas, en teoría, sujetas a supervisión, hay casos conocidos de negarse a aplicar la tasa: por ejemplo, los bancos británicos se niegan “en tanto la aplicación no sea mundial” (debería puntualizarse que nos referimos a los bancos de la metrópoli y no a los de los centros financieros dependientes de ella pero que son conocidos paraísos fiscales); los bancos de Hong Kong y Macao (dependientes de China) quedarían fuera, y habría que ver qué ocurriría con territorios como el estado de Delaware, en EEUU, con sus especiales características de fiscalidad y anonimato) o, incluso como las haciendas forales españolas, en permanente discusión con la UE acerca de si son o no son.
Es un tema, el de la resurrección (periódica, todo hay que decirlo) de la Tasa, que debe de abordarse con serenidad toda vez que, realmente, podría contribuir a todos los fines detallados por Tobin (pese a que, antes de su fallecimiento, en 2002, se lamentaba de lo que él creía que era un aprovechamiento de su nombre), por ATTAC y (¿por qué no?) por Merkel-Sarkozy, y eso por la evidencia de que la facturación de los mercados de divisas multiplica por más de cincuenta el importe de los intercambios de bienes y servicios.
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