Recientemente he oído a un dirigente político una "declaración de principios" que no llamaría la atención si no es porque, desgraciadamente, es una opinión que va declaradamente contra corriente.
Venía a decir que, más allá de los sobresaltos de los índices de la bolsa, de los dichosos ratings de las agencias de calificación, que intentan demostrar el valor taumatúrgico de sus dictámenes pese a que puede afirmarse que se les ha visto el plumero, lo que realmente sirve de indicativo es que la industria funcione, que el comercio sea sólido y fluido, que los proyectos de inversión se vayan realizando, que el turismo siga teniendo su perfil atractivo, que la sanidad sea eficaz, que los servicios financieros sean lo que deben ser.... todo ello ahora y en un horizonte a medio/largo plazo.
No he podido por menos que comparar estas declaraciones con la auténtica fiebre cortoplacista en la que estamos inmersos. Recordaba, al hilo de ella, los comentarios que me hacía un industrial -ya fallecido- acerca de las prisas por acabar las obras en Barcelona con motivo de la Olimpiada de 1992. "Parece que se vaya a acabar el mundo -decía-, pero después del 92 viene el 93, y después el 94... y mi empresa ha de saber cómo estará después de las olimpiadas, y no sólo ante ellas"
El industrial francés Oscar Barenton vivió a caballo de los siglos XIX y XX, y es conocido, entre otras cosas, por sus reflexiones sobre muchos de los aspectos que rodean la industria (es posterior la mención a esos aspectos como "gestión empresarial"). Transcribo una de ellas:
"Que el obrero piense en su trabajo,
el capataz en el trabajo de mañana,
el jefe de taller en el mes que viene,
el jefe de departamento en el año que viene,
el director, en lo que se hará dentro de cinco años"
Visto lo visto, ¿cuantos modernos gurus de la economía y de las finanzas podrían ser catalogados de directores de acuerdo con los criterios de Barenton?
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