Estamos llegando al final del período masivo de vacaciones y, como cada año, la vuelta a la "normalidad" altera los comportamientos de las últimas semanas, en un proceso con una duración estimada (medida estadísticamente) de entre unos pocos días y varias semanas y que comporta una serie de desequilibrios físico-psíquicos claramente perceptibles que se resumen en cuadros próximos a la depresión, irritabilidad, astenia, tristeza, apatía, ansiedad, insomnio, dolores musculares, tensión, nauseas, extrasístoles (palpitaciones), taquicardias, sensación de ahogo y problemas de estómago, entre otros.
Pero el problema es que, mirando alrededor, en este vértigo que se ha instalado de que todo está a punto de hundirse, casi es envidiable el síndrome postvacacional, como síntoma de continuación de actividad.
En una de las crisis anteriores, posiblemente la de los años 90, se generalizó el "deporte" de apostar por cuántas y cuáles empresas/negocios no volverían a abrir las puertas tras el período vacacional. No parece un deporte elegante, por supuesto, pero el gran síndrome postvacacional de este año no es seguramente, el clásico de la vuelta a la actividad sino el de intentar aguantar el chaparrón de todas las incógnitas que se preven.
Es el tiempo para ello. En la cuenca mediterránea es habitual que en el mes de septiembre se originen de forma imprevista violentas (y cortas) tormentas cuyas consecuencias son inimaginables, por mucho que la gente conozca esa circunstancia y se tomen las medidas oportunas a priori.
Nos tememos que este septiembre hemos de estar preparados para la posibilidad de que caigan chuzos de punta. En todos los frentes. Pero saldremos adelante.
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