domingo, 11 de mayo de 2014

Boletín nº 35 - Formación para estafadores...




Hace unos años gozó de elevada popularidad un librito de Lou Marinoff que, con el título de Más Platón y menos prozac, apelaba a enfrentar las dificultades y problemas cotidianos mediante la potenciación del equilibrio interior recurriendo a eso que se conoce como filosofía, no como disciplina teórica sino como forma de vida, evitando atender a los cantos de sirena de “ayudas” externas en forma de “productos milagrosos” como el prozac[1] y otros similares que, en definitiva, sólo ocultan temporalmente la tozuda realidad.

No debió ser casual que Marinoff acudiera precisamente a la figura de Platón en esta sugerencia de forma de vida, toda vez que esa misma lucha por defenderla ya la tuvo el propio Platón en su época. Se dice (el refranero es muy sabio) que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra, lo que no deja de ser un aforismo piadoso en el número toda vez que está visto que el hombre sigue tropezando una y otra vez con las mismas piedras, y que los problemas, su naturaleza, la forma como se presentan y la forma de abordarlos, no han registrado demasiados cambios en siglos.

Quizá recordar algunas cosas de la época de Platón nos permita entender (que no justificar) algunas de las cosas que pasan hoy, cómo ya pasaban entonces y cómo han evolucionado desde entonces, con frecuencia, a peor.


Los orígenes de algunos problemas: el Ars rhetorica

La Retórica o Ars Rhetorica es un antiguo tratado griego escrito en el siglo IV antes de Cristo por Aristóteles, concebido realmente como lo que hoy llamaríamos una colección de apuntes para sus estudiantes y que ilustra la profundización del autor en el estudio de la retórica a través de la crítica de la misma como “inmoral, peligrosa, e indigna de un estudio serio” y el diálogo final de Platón que ofrecía una visión más moderada, aunque reconociendo su valor sobre el arte de la persuasión. Naturalmente, con esos mimbres, no es de extrañar que se atribuya a la obra una enorme influencia histórica.

Así, ya en la Antigua Grecia el estudio de la retórica era puesto en tela de juicio: por un lado estaban los sofistas[2] como Gorgias e Isócrates (no confundir con Sócrates), y por el otro Sócrates, Platón y Aristóteles, quienes veían a la retórica y a la poesía como instrumentos que eran usados con demasiada frecuencia para manipular las emociones del prójimo y omitir hechos, acusando a los sofistas de dicha manipulación, llegando incluso Platón a hacerlos responsables de la muerte de Sócrates. En contraste con la emocionalidad de la retórica y la poesía de los sofistas, defendían la existencia de una retórica basada en la filosofía (como forma de vida) y que persiguiera metas más humanistas.

Según la lógica aristotélica, la dialéctica es un instrumento para el debate filosófico para ámbito reducido con objetivo de aprendizaje mediante pruebas de conocimiento probable mientras la retórica es un instrumento de debate práctico para grandes audiencias usando el conocimiento probable para resolver asuntos prácticos. De esta forma, para Aristóteles, dialéctica y retórica se alían para crear un sistema de persuasión basado en el conocimiento y no en la manipulación o en la omisión.

En principio, la retórica se ocupó de la lengua hablada, pero su saber trascendió al discurso escrito y en la actualidad, la retórica ha vivido un gran resurgimiento en la segunda mitad del siglo XX como disciplina científica con el nacimiento de varias corrientes de pensamiento que han redescubierto su valor para distintas disciplinas hasta llegar a lo que se conoce como neorretórica[3]. El estudio de la retórica como un fenómeno cultural ha sido profundo y sus enseñanzas se utilizan en la publicidad, la educación, la política, etc. Gracias a las nuevas tecnologías audiovisuales podemos hablar incluso de una retórica de la imagen, ya que mediante una imagen o vídeo podemos hablar sobre algo utilizando figuras puramente retóricas.


De la retórica a la persuasión

En los modelos estudiados y publicados por los investigadores americanos Cacioppo y Petty en 1981 y 1986, se dice que: «Entendemos por persuasión cualquier cambio que ocurra en las actitudes de las personas como consecuencia de su exposición a una comunicación». Parece ser, por lo tanto, que persuadir es algo que sucede de continuo en los procesos comunicativos según nos evidencian estos estudios. Quizá con alguna falta de consciencia del hecho persuasivo en sí, y en algunos casos sin percibir que ha habido un cambio sustancial de postura en relación al planteamiento previo.

En el documentado libro “Qué es” persuasión, de un equipo de psicólogos de la Universidad de Madrid liderados por Pablo Briñol[4], podemos leer que “Cualquier sociedad y estado modernos tienen como uno de sus principales problemas encontrar fórmulas, democráticas y equitativas, para conciliar una gran disparidad de opiniones, creencias, valores y comportamientos que coexisten dentro de ella (…). Es necesario, por tanto, que cualquier sociedad democrática asuma como uno de sus retos prioritarios y permanentes el desarrollo y la promoción de algún tipo de mecanismo de articulación y superación de conflictos con el fin de garantizar su propio funcionamiento. En este contexto, palabras como diálogo, negociación, acuerdo, consenso, etcétera, reflejan la apuesta que la sociedad democrática (…) concediendo así un papel fundamental a la persuasión”

La persuasión, pues, puede ser una herramienta de comunicación útil para transformar ideas, creencias, actitudes y, en el mejor de los casos, comportamientos. Hay que decir ya desde ahora que a menudo tiene mala fama ya que se confunde (en un giro perverso de utilización) con la manipulación, es decir, con el uso de artimañas para convencer al otro de que haga algo en contra de sus intereses, pero en realidad, si miramos alrededor, podemos comprobar que estamos rodeados de mensajes persuasivos. Se utiliza en los discursos políticos, en los medios de comunicación, para enamorar; la utilizan los grupos religiosos, los ecologistas, los vendedores e, incluso, los psicólogos.

Para persuadir es imprescindible fijar un objetivo que resulte asequible mediante la comunicación, lo que significa planificar los argumentos ofreciendo una perspectiva que el interlocutor no había tenido en cuenta. Por ello, los buenos persuasores buscan siempre un resultado final en el que los dos ganen. Aquí reside la magia de la comunicación persuasiva. No deja de ser curioso que este modelo, conocido como el Modelo o Paradigma de Lasswell[5] nació desarrollando a la inversa todo lo estudiado empíricamente, es decir, que primero se deciden los efectos que se desea conseguir, luego se analiza el receptor del mensaje, y en base a sus características y preferencias se procede al diseño, planificación y elaboración del mensaje, eligiendo cuidadosamente el canal por el que se envía. Este modelo, 'paradigma' o 'fórmula' de Lasswell, a pesar de los años transcurridos -fue formulado en 1948- y de haber sido superado por visiones analíticas más en concordancia con el nuevo escenario social y mediático, sigue conservando muchas de aquellas virtudes que permitieron el despegue de los estudios sistemáticos de la Comunicación.

La persuasión, entendida como la intención consciente de modificar el pensamiento y la acción, manipulando los móviles de los hombres hacia fines predeterminados, está de hecho asociada con el control organizacional de la recepción y la manipulación informativa programada. La persuasión busca la adhesión, sincera o interesada, del receptor-objetivo mediante el convencimiento explícito o tácito en función de los intereses de los agentes emisores responsables, individual o institucionalmente, de los contenidos informativos. La persuasión puede, por ello, presentarse como una forma directa de codificación intencionalmente manipuladora como, por ejemplo, los anuncios publicitarios y los mensajes políticos en las campañas electorales, o pueden aparecer ocultos al público como sucede en algunas informaciones de actualidad política o en los programas de entretenimiento con la publicidad encubierta. Hay que resaltar que la técnica de persuasión es desconocida por los receptores, porque la eficacia y el éxito de la persuasión depende casi siempre del desconocimiento por el público objetivo de las formas retóricas y psicosociales que motivan en la construcción y difusión de los mensajes la orientación de las opiniones y las actitudes.

Ahora bien, la persuasión, por el hecho de ser un tipo de comunicación social que busca el cambio de actitudes y opiniones en la percepción y comportamiento de los sujetos, no debe ser considerada de antemano negativamente. El poder de persuasión de los agentes emisores y la capacidad de influencia de los comunicadores en el cambio de actitudes y percepciones públicas del receptor no tiene que ser, por sistema, contraproducente. El uso y sentido con que se utilicen las técnicas y estrategias de persuasión es el que debe ayudar a establecer la pertinencia o no de la aplicación de las comunicaciones persuasivas.


De la persuasión a…. otras cosas

Mario Vargas Llosa, escritor peruano, premio Nobel de literatura de 2010, tiene entre sus obras la que contiene, para muchos, el mejor inicio de una novela. Nos referimos a Conversación en La Catedral, que arranca con la pregunta clave: ¿En qué momento se había jodido el Perú?[6] En la obra de Vargas Llosa, la pregunta nace del desconcierto y el pesimismo del protagonista, Santiago Zavala, de poder comprender globalmente la realidad de su país, a la cual juzga con criterios esencialmente morales. En la historia, transformada en una crónica viva de la sociedad peruana de la época en que transcurre, se observa la decepción del protagonista, que va cayendo poco a poco en el pesimismo y en la mediocridad, llegando a cobrar relevancia la conocida frase que él mismo se hace al inicio: “¿En qué momento se había jodido el Perú?”.

Es inevitable establecer paralelismos entre la pregunta (retórica, mira por dónde) que se hace Santiago Zavala en la novela y ciertos hechos y actitudes que nos son, por desgracia, familiares y que se relacionan con el uso malicioso de la persuasión. Para analizar someramente estos paralelismos es necesario recordar previamente que, técnicamente, las metodologías de persuasión se dividen en dos grupos según sea el factor hegemónico en la toma de decisiones del receptor, el razonamiento o la emoción: racionales y emocionales. Algunas técnicas racionales serían la argumentación, la lógica, la retórica, el método científico y la evidencia. Algunas técnicas emocionales serían la publicidad, la fe, la imaginación, la propaganda, la seducción, la culpa y la lástima.
La vía racional, que se rige por el pensamiento lógico, va de causa a efecto o de efecto a causa. La vía emotiva, que se rige por el pensamiento asociativo, obedece a otros parámetros: actúa por simple contigüidad, por proximidad, por similitud, por simultaneidad, por asociación emotiva o simbólica.

La vía racional pretende convencer, es decir, ofrecer razones o argumentos que lleven al persuadido a asumir el punto de vista del persuasor. La vía emotiva, en cambio, pretende seducir, atraer al receptor desde la fascinación.

La vía racional y la emotiva se mueven, pues, en esferas mentales distintas. Es por eso que algunos comunicadores eligen en su desarrollo persuasivo argumentos muy fundamentados e intelectuales con los que mostrar a sus interlocutores que hay una base muy sólida de conocimiento mientras otros, por el contrario, prefieren técnicas emocionales, buscando argumentos que sensibilicen al receptor mediante su simpatía y habilidad social. Los comunicadores de mayor éxito son los que mezclan ambas perspectivas, y para ello van muy preparados tanto en el concepto como en el contexto, sin olvidar que la comunicación está dirigida a personas y que su empatía y buenas formas impactarán de un modo muy favorable. Estos últimos tienen menos posibilidades de dejarse arrastrar por la manipulación o la distorsión de la información.

Dentro de los cuatro factores que integran la comunicación persuasiva (fuente, mensaje, canal y contexto), nada se dice de la licitud del mensaje, aunque sí de su claridad, por ejemplo. Tampoco se habla en los manuales de la honradez de la fuente, aunque sí de su credibilidad y carisma. Hay que deducir que esas ausencias corresponden a aspectos que se dan por hechos, ya que, en caso contrario, está servida la manipulación toda vez que, si bien es cierto que el acto de persuadir busca movilizar a los interlocutores hacia una visión diferente, hay una gran diferencia entre la intención de persuadir y la de manipular. El manipulador busca, claramente, tergiversar, modificar o cambiar los hechos para controlar los comportamientos o las decisiones de otros en beneficio propio, entre otras razones porque no hay transparencia ni claridad en los conceptos.

Y llegamos en este punto al nudo gordiano del uso noble de la comunicación persuasiva y su aplicación a la necesaria Formación (con mayúscula) de los profesionales. Con toda la mar de fondo originada con el desgraciado tema de las participaciones preferentes de las cajas, en el que la sospecha de estafa generalizada y consentida cobra cada día más fuerza, ha llegado a nuestras manos un infumable opúsculo actual de un pretendido gurú de la formación para profesionales de entidades financieras en el que, en lo referido a la comunicación persuasiva dice que “…persigue inducir cambios de comportamiento en el interlocutor, moverlo hacia una decisión determinada con una argumentación firme y, en definitiva, convencerlo de que nuestra propuesta es mejor que cualquier otra que se pueda analizar y que ésta está cargada de más de lo que él desea y menos de lo que no desea. Para ello, el comunicador persuasivo utilizará dos tipos de técnicas:

Técnicas emocionales que conllevan el uso de argumentos que sensibilicen a su interlocutor y que requieren de un análisis “ad hoc” sobre cuáles son los aspectos más vulnerables de su perímetro emocional….

…Técnicas fundamentadas que refuercen a las anteriores, dotando a los argumentarios utilizados de rigor y fundamento “científico” sobre el tema objeto de debate….”

Las cursivas son nuestras. Quizá no sea generalizable, pero es llamativo que una empresa dedicada a la formación (ahora con minúscula) de profesionales ofrezca de manera genérica, dentro de un catálogo, el uso de la comunicación persuasiva sin parar mientes en para qué se utiliza. Una cosa es negociar y otra persuadir, y de la misma forma que no puede hablarse de manera genérica de un destornillador como herramienta, sino que, para que sea eficaz, se ha de conocer medida, forma, medida, etc. tanto del propio destornillador como del tornillo que ha de fijar/sacar y del material donde va situado el tornillo. Se ha de saber cuidadosamente en qué situaciones, para qué productos y hacia qué clientes se puede usar, con toda la prudencia y conocimiento posibles, esa capacidad de persuasión, no siempre emocional. De otra forma es engañar manipulando las emociones.

Parece obvio que, parafraseando a Vargas Llosa, todo se empezó a joder en el momento en el que se obliga a muchos profesionales a utilizar la vía emocional de la persuasión en su relación con los clientes, con independencia de que sus ofertas se ajustaran o no al perfil de sus clientes/objetivo en una clara maniobra de conseguir, no un beneficio mutuo, sino un beneficio solo de una parte basado en el engaño y ocultación de información. Cuando, además, concurren elementos para suponer razonablemente que la orden (o las “indicaciones” sibilinas) de recurrir a la vía emocional de la persuasión es porque queda de manifiesto que el producto a vender no cumple los requisitos mínimos de limpieza y claridad para defenderse racionalmente, alguien debería dar (y sobre todo alguien, no sólo los directamente perjudicados, debería exigir que las diera) explicaciones convincentes de los motivos que impulsan tal proceder como paso previo a la asunción de responsabilidades.

Volviendo a Aristóteles, persuadir es un arte porque tiene en cuenta tanto lo que se quiere transmitir como lo que el interlocutor-receptor del mensaje está recibiendo, sus respuestas, sus sentimientos y sus intereses. Es la base de cualquier negociación y permite la conexión emocional entre dos personas, imprescindible para crear un buen vínculo sobre la base nítida de que este vínculo servirá inexcusablemente para potenciar un escenario en el que ambas partes ganan. De ahí a la estafa va un trecho muy pequeño. Y la formación auténtica de los profesionales lo ha de tener muy en cuenta si no quiere transformarse en formación DE y PARA estafadores.







[1] El prozac es un medicamento (no se olvide) que está indicado para tratar trastornos depresivos y sus vinculados como la bipolaridad, las obsesiones, el pánico…, y otros como la bulimia, el alcoholismo, el déficit de atención, algunos problemas sexuales, fobias específicas, etc. De ahí su consideración de “receta milagrosa” para todo.

[2] El término sofista, del griego sophía, «sabiduría» se atribuía al sabio, al capaz de enseñar la sabiduría; más tarde se atribuiría a quien dispusiera de «inteligencia práctica» y era un experto y sabio en un sentido genérico. Al transcurrir el tiempo hubo diferencias en cuanto al significado de sophós: por una parte se entendía referido a los que dan utilidad a lo sabido, mientras que para otros es al contrario, simplemente el que “conoce por naturaleza”. A partir de este momento se creará una corriente que da un cariz despectivo al término sophós asimilándolo a «charlatán».

[3] Chaim Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca publicaron en 1958 un fundamental Tratado de la argumentación, traducido al castellano y publicado en 1989 por la Editorial Gredos, por el que se creaba una nueva disciplina llamada desde entonces Retórica de la argumentación o Neorretórica.

[4] “Qué es” persuasión, de Pablo Briñol Turnes, Luis de la Corte Ibáñez y Alberto Becerra Grande, Biblioteca Nueva, Madrid, 2001.

[5] Harold Dwight Lasswell (1902-1978), sociólogo y político americano de la Escuela de Chicago, inició sus trabajos sobre la comunicación persuasiva con un estudio sobre la propaganda en la primera guerra mundial, y gran parte de su obra se encuadra en la propaganda bélica y política.

[6] “Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar, despacio, hacia la Colmena….”

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