sábado, 21 de marzo de 2015

Lucha de clases dentro de la misma clase



Hace unos días fui oyente involuntario de parte de la entrevista de trabajo que efectuaba un reputado entrevistador/seleccionador (con quien después había de verme para solventar algunas cuestiones de ámbito no profesional) y un candidato a un puesto de trabajo que la empresa de selección para la que trabajaba el entrevistador había publicado. En el tiempo en el que la puerta del despacho donde tenía lugar la entrevista permaneció abierta pude oír la conversación (?) entre ambos, y una pregunta de las que hizo el entrevistador captó mi atención:

-          .. Y usted, ¿por qué quiere acceder al puesto, porque realmente colma su vocación o porque está en el paro?

Confieso que me quedé perplejo al escuchar la pregunta y el resto de las que oí, hasta que al poco rato un alma caritativa cerró la puerta del despacho, se me pasó totalmente por alto.

En el camino de regreso no paraba de darle vueltas a la pregunta de marras y deduje que debía ser una pregunta trampa; no tiene lugar, en su caso tal alarde de ignorancia en una persona (reputada, ya digo) que se mueve en el mundo de los Recursos Humanos. No puede ser que desconozca o use de forma tan torticera la pirámide de necesidades que en su día divulgó Maslow[1]. No puede ser que desconozca que una persona precisa atender debidamente las necesidades básicas (sí, esas que una situación de paro impide cubrir) antes de poder fijar su atención en factores ligados a la realización personal, de forma que plantearle una pregunta que le invite a alterar ese orden primario e instintivo es, cuando menos, sádico e inmoral si se hace en serio y estúpido si se desconoce su alcance. Otra cosa es que el  candidato no estuviera desempleado, en cuyo caso sí tiene más sentido indagar acerca de su identificación con el puesto que se le ofrece respecto al que desempeñase actualmente. La única explicación es que se mueve en parámetros diferentes a los del entrevistado (y, posiblemente, míos).

Casualmente, a mi vuelta, encontré en el buzón una revista que edita una asociación de reconocido prestigio (bien ganado todo hay que decirlo) del mundo de la gestión de Recursos Humanos y de la estrategia empresarial y, al ojearla inmediatamente después de la experiencia descrita,  pude advertir que la mayoría de sus articulistas parecen pertenecer a un mundo diferente del que se percibe en la calle y, en definitiva, abanderan una nueva sociedad de clases en la que la línea roja entre ellas la marca el tener o no trabajo. Y, claro, algunos no disimulan la arrogancia de saberse “en el bando privilegiado” ante quien no lo está, en una evidente demostración de cuánto se ha retrocedido en muy poco tiempo en el campo de la solidaridad. Y se observan matices en eso de estar o no en el bando privilegiado: quien tiene un trabajo fijo es quien marca realmente la pauta respecto de quien está en paro, la escala de los “privilegios[2]” sigue en el tipo de contrato, sea indefinido, temporal o directamente precario[3], y por el nivel de ingresos, desde quien gana 2.000 euros al mes respecto al mileurista[4] o quien cobra el salario mínimo.

Es la manipulación de convertir la “lucha de clases” en lucha dentro de la misma clase, sin que lo gobiernos parezcan ser conscientes de ello, pese a los repetidos avisos que se están dando sobre la peligrosidad de alentar el crecimiento de la brecha entre grupos sociales en eventos tan poco sospechosos de pro-proletarios como el Foro Económico de Davos, ya el pasado año y éste. Se va viendo que no hay realmente clases, en el sentido tradicional que justifica la lucha por la igualdad ya que no hay redistribución del capital al trabajo, ni incluso de ricos a pobres; la lucha se alienta solo en el interior del mundo del trabajo y en el seno de lo que ha conocido como clases medias, para conseguir alcanzar una media-alta desde una media-baja.

Y el mundo empresarial no es ajeno a ello, pregonando/exigiendo, como si el mercado laboral no estuviera como está, el compromiso de “empleados felices” cuya única felicidad es la suerte de poder trabajar, a veces en condiciones que difícilmente le permiten llevar una vida digna. ¿Y qué decir de la inopia de algunos “gurús” que parecen vivir en una burbuja cuando publican hoy sin ningún rubor, por ejemplo, que el empleado “…tiene que tener un toque de intransigencia en un esfuerzo por mantener (imponer) su visión y, con ello, hacer prevalecer su opinión en aquellos temas que a él/ella les parecieran clave…” (Sic)? ¿De veras cree que eso puede aplicarse como filosofía en un momento como el actual en que uno se agarra como a un clavo ardiendo al trabajo, por insatisfactorio que éste sea y en que sabe que la discrepancia con “la empresa” basta para verse de patitas en la calle?  No dudo de las buenas intenciones del gurú de turno ni de la validez teórica de la idea, pero exponerla así, sin paracaídas y de forma genérica, demuestra lo que decíamos, que se está abriendo una brecha entre los “privilegiados” con una visión ceñida a su segmento del mundo (en el que se encuentran a gusto sin percatarse de que ese mundo cada vez está más alejado de la realidad, y los “no privilegiados”, a pesar de poderse identificar unos y otros dentro de la misma clase social.


[1] En el boletín nº 39 del mes de septiembre de 2014 tuvimos la oportunidad de reflexionar sobre la pirámide de jerarquía de necesidades de Abraham Maslow.

[2] Es doloroso recordar la, digamos, confusión que afecta en estos temas a altos dirigentes de la CEOE que, públicamente, siembran la cizaña de equiparar “derechos laborales” con “privilegios”

[3] Hay que resaltar que en España, “para paliar estas diferencias” se está yendo a un contrato único, naturalmente, precario, en una provocación social cuyo resultado está por ver.

[4] ¿Nadie recuerda los tiempos aún cercanos, en los que muchos medios de comunicación de tema económico aplicaban casi con desprecio de clase el término “mileurista”?

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