lunes, 21 de septiembre de 2015

¿Existe Europa?

Para la mitología griega, Europa era una mujer fenicia, de Tiro, que fue seducida por el dios Zeus (transformado en toro), quien la llevó transportada en su lomo a Creta. Origen griego de Europa, como se puede observar.

La geografía nos dice que Europa es parte del continente euroasiático, situada entre los paralelos de 36º y 70º de latitud norte. De forma convencional y por motivos histórico-culturales es considerada un continente, tras la delimitación realizada por el geógrafo ruso Tatichtchev. Las fronteras de Europa y su población son objeto de controversia, ya que el término continente, en realidad, puede referirse a un bien cultural y político o a distinciones fisiográficas. Andreas Kaplan describe a Europa como "una máxima diversidad cultural en una superficie geográfica mínima"


Si nos atenemos, sin embargo, a la vertiente política del nombre, la cosa ya empieza a complicarse  ya que, políticamente, Europa se puede utilizar en ocasiones para referirse a los estados miembros de la Unión Europea aunque no todos los países europeos pertenecen a esta organización. La propia UE considera como tales a todos aquellos situados dentro de los límites geográficos tradicionales, incluyendo  Chipre, Georgia, Armenia y Azerbaijan.

Hay que partir de la base, para el análisis, de que la Unión Europea (UE) es una  comunidad política de derecho constituida en régimen especial como organización internacional y nacida para propiciar y acoger la integración y gobernanza en común de los Estados y los pueblos  de Europa. Actualmente está compuesta por 28 Estados europeos y fue establecida con la entrada en vigor del  Tratado de la Unión Europea (TUE) del 1 de noviembre de 1993.

Y ¿cómo se llega hasta aquí? Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, Europa se encontraba sumida en la devastación: Alemania estaba destrozada, en términos de pérdidas de vidas humanas y daños materiales, y si bien Francia y el Reino Unido resultaron oficialmente vencedoras en el conflicto, ambos países sufrieron importantes pérdidas (aunque menores que las de Alemania) que afectaron gravemente a sus economías y su prestigio a nivel mundial. España, destrozada por su guerra interna, no forma parte de este escenario.
En los años posteriores, los resentimientos y la desconfianza entre las naciones europeas, dificultaban una reconciliación. En este contexto el ministro francés de asuntos exteriores Robert Schuman defendió decididamente la creación de una Alemania resultado de la unión de las tres zonas de ocupación controladas por las democracias occidentales, dejando de lado la zona ocupada por la URSS.Posteriormente, Schuman lanzó un llamamiento a esa Alemania (la Occidental, para entendernos), y a los países europeos que lo deseasen para que sometieran bajo una única autoridad común el manejo de sus respectivas producciones de acero y carbón; la idea consistía en que, al someter las dos producciones indispensables de la industria armamentística a una única autoridad, los países que participaran en esta organización encontrarían una gran dificultad en el caso de querer iniciar una guerra entre ellos.



La propuesta de Robert Schuman fue acogida de forma entusiasta por el canciller de la República Federal de Alemania Konrad Adenauer y, en la primavera de 1951, se firma en París el Tratado que institucionaliza la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), mediante la que Alemania, Francia, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo (conocidos como “los seis”), logran un entendimiento que favorece el intercambio de las materias primas necesarias en la siderurgia,  acelerando de esta forma la dinámica económica, con el fin de dotar a Europa de una capacidad de producción autónoma frente a los nuevos gigantes: EEUU y URSS. Este tratado fundador buscaba aproximar vencedores y vencidos europeos al seno de una Europa que a medio plazo pudiese tomar su destino en sus manos, haciéndose independiente de entidades exteriores. El tratado expiró en 2002 pese a que su función quedó obsoleta tras la creación de la Comunidad Europea y el Acta Única Europea de 1986, pero antes no se puede olvidar el impulso del Tratado de Roma, de 1957, por el que los seis deciden avanzar en la cooperación en los dominios económico, político y social. La meta planteada fue lograr un “mercado común” que permitiese la libre circulación de personas, mercancías y capitales. Con este paso, la Comunidad Económica Europea (CEE) se convierte en entidad internacional, de tipo supranacional, dotada de una capacidad autónoma de financiación institucionalizada por este tratado.

Tras sucesivas ampliaciones del"club", más recientemente, el Tratado de la Unión Europea, en vigor desde 1993, prevé la creación de una Unión Económica y Monetaria con la introducción de una moneda única. De esta Unión formarían parte los países que cumplieran una serie de condiciones y la moneda, en principio; se introduciría de forma gradual.  Tras varios retrasos, finalmente, se acordó en la reunión de Madrid del 15 de diciembre de 1995 la creación de una moneda común europea con fecha de puesta en circulación en enero del año 2001 y con la denominación de euro (no me resisto a dejar constancia en este punto de que el nombre fue el resultado de un concurso público de ideas en todos los países miembros  y que, en el caso de España, uno de los nombres propuestos medio en broma medio en serio fue el de fistro, expresión puesta de moda por aquel entonces por el humorista Chiquito de la Calzada). El primer paso en la introducción de la nueva moneda se dio oficialmente el primer día de 1999 cuando dejaron de existir como sistemas independientes las monedas de los once países de la Unión que se acogieron al plan de la moneda única, la denominada zona euro.Las antiguas monedas nacionales, a pesar de haber perdido la cotización oficial en el mercado de divisas, permanecieron como medio de pago hasta el 1 de enero de 2002, cuando definitivamente fueron reemplazadas por billetes y monedas en euros, a pesar de arbitrarse un período de coexistencia con diferentes calendarios en los países que adoptaron el euro hasta que fueron retiradas totalmente de la circulación.

Sin pretender ser exhaustivo, ya en este repaso rápido a vuela pluma (faltarían aquí muchísimos datos para proceder a un análisis en una mediana profundidad) no cuesta demasiado esfuerzo percatarse de que todas las iniciativas encaminadas a lograr una Europa unida han tenido una base económica, pasando de puntillas por las diferencias abismales en la política, forma de vida, estructura social, etc. que, antes o después se han de manifestar, de los países que gozan de una moneda única.
En el proceso de implantación del euro se alzaron voces cualificadas (rápidamente acalladas por el voluntarismo oficial) que alertaban acerca de la locura que, a su juicio, suponía la imposición de una moneda común (controlada y gestionada por una organización supranacional, el Banco Central Europeo, no por cada país) en países con una estructura económica y un nivel de crecimiento distintos, sin mencionar sus diferentes marcos legales laborales, financieros, fiscales, etc., y proponian trabajar en la unificación de todos estos aspectos antes de pensar en una moneda única.  Como es bien sabido, se impuso el criterio de que el euro facilitaba las transacciones comerciales y, por ende, el crecimiento de la zona euro, y eso a pesar de que ya en el compromiso de cumplimiento el primer año de los factores de estabilidad para continuar en el euro, Grecia (al que se ha dado más publicidad), Francia, Alemania,..... y España no "hacían los deberes".

Sea como sea, lo cierto es que la unión económica siguió adelante a trompicones con no todos los países participando del mismo nivel de entusiasmo, pero se aplicó una sonora sordina en la gestión de las desigualdades sociales y políticas.
Eso produjo desacuerdos y falta de un mínimo criterio común con resultados, a veces, bochornosos, como la actuación de los cascos azules holandeses ante la matanza de Srebrenica, el reconocimiento de nuevos países como Kosovo, que proclamó su independencia (¿cómo reconocer al nuevo país el Reino Unido teniendo a Gales o Escocia, Francia con Córcega o la Bretaña, o España con Catalunya o Euskadi, pongamos por caso?), la falta de una directriz única ante crisis como la de Crimea, y un largo etcétera.

Después de unos amagos de índole económica en forma de rescates (o algo así; la palabra "rescate" sigue siendo tabú en algunos ámbitos) en Portugal, Irlanda, Grecia y España, en los que la "solidaridad" se ponía a prueba, ha tenido que llegar este año 2015 en el que han coincidido la vertiente política de los rescates en toda su crudeza (caso griego) y la crisis humanitaria de quienes huyen de guerras en las que, dicho sea de paso, los países occidentales no han sido del todo ajenos, y buscan un futuro vital en Europa para que el castillo de naipes de la tan cacareada unión (con minúsculas) europea, se venga abajo con estrépito.
El rapto de Euroa en una moneda, precisamente, griega.


Vayamos por partes. En cuanto al tratamiento del caso griego en el que, recordemos, nadie quería acordarse del origen de su monumental deuda-país sino sólo de la exigencia de cumplimiento de sus obligaciones de amortización para con ella, se planteó un referéndum en el que el pueblo griego decidía seguir en Europa pero pedía una renegociación de las condiciones de la deuda para poder pagarla. La respuesta de sus "socios" europeos fue la de apretar aún más las clavijas y exigir las amortizaciones tal como estaban previstas, independientemente de la opinión expresada en las urnas y de lo que eso signifique en nuevos recortes al estado del bienestar del pueblo griego y sea cual sea la formación política que gobierne.

Primera conclusión, por tanto: la Europa de los pueblos que propugnaba el Tratado de la Unión Europea no existe. Sólo existe en su lugar la Europa de los Estados que, tal como se viene comprobando, actúan al dictado de los Mercados.

La crisis de los refugiados es aún más compleja y, además, es un torpedo en toda regla a la línea de flotación de la misma idea de Europa. El impacto en las conciencias de la gente de bien que ha producido las dramáticas imágenes de miles de personas desesperadas e indefensas huyendo de miseria o de guerras ha puesto de manifiesto, no solo la inacción e indiferencia real de las clases dirigentes de Europa, sino también la evidencia de que la Unión no es tal. Hay motivos para creer ésto, y no es uno menor la desfachatez con la que un socio (Hungría) legisla de urgencia en el sentido contrario a lo que promulga un Tratado (el de los Refugiados de 1967) ratificado por el propio país para impedir con estas nuevas leyes el asilo de personas necesitadas, o el bochornoso espectáculo que ofrecen, día sí y día también, diferentes estados miembro abiertamente enfrentados entre ellos por sus políticas interesadas y erráticas contrarias a las divulgadas por la propia Unión ante la inoperancia de las autoridades centrales para poner coto a esos desmanes.

En ese sentido ya empiezan a oirse voces aisladas que alertan sobre la situación, como la del primer ministro italiano, Renzi, cuando afirma que "cada vez hay más gobiernos hartos de países que sólo piden pero que no colaboran en la resolución de problemas comunes". El alto comisario de la ONU para los refugiados, el ex primer ministro de Portugal António Guterres, declaraba en Bruselas hace unos días que "es como si cada país de Europa fuera la pieza de un puzzle, pero cuando intentas ponerlas juntas, descubres que no encajan, de forma que en medio de la actual situación caótica cada país toma medidas por su cuenta, sean o no coincidentes con el interés general. No hay un espacio llamado Europa, actuando unido, para dar protección a quien lo necesita". Finalmente., el presidente de la Comisión Europea., Jean Claude Juncker. no se ha cortado un pelo al declarar en el discurso anual sobre el estado de la UE que "falta Europa en esta Unión y unión en esta Europa".

Ante tal cúmulo de cosas (y muchas mas que no se citan, e incluso sin entrar al trapo de aspectos jugosos de las citadas), la pregunta no es retórica: ¿existe Europa? Quizá sea el momento de empezar a dejar la política de salón y abordar de verdad los problemas (de todo tipo) de los ciudadanos.

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