Vivimos en un país, esta España nuestra, que es un saco de contradicciones se mire para donde se mire. Hoy, siguiendo con nuestro repaso a la actualidad en torno al flagelo de la corrupción vale la pena recordar que siendo España un país constitucionalmente aconfesional, lo que una religión (sea o no mayoritaria en la población) no ha de tener ni tiene, en principio, repercusión en la sociedad civil.
Pues sí y no. En algunas cosas sí y en otras no. Centrándonos en la religión mayoritaria, para empezar no debe olvidarse el historial puramente dogmático (y antisocial nos atreveríamos a decir, si evocamos, sin ir más lejos, el dramático y doloroso esperpento de las admoniciones papales contra la llamada "Teología de la liberación" (corriente cristiana de base, nacida tras el Concilio Vaticano II que considera la justicia social y la lucha contra la opresión y la desigualdad integradas en el mensaje evangélico) y sus abanderados, particularmente en América, Boff, Cardenal, Casaldáliga, etc) de los últimos papados, lo que venía de perlas a la Jerarquía Católica española en sus posicionamientos políticos contrarios a los avances en derechos civiles.
Pero la llegada del Papa Bergoglio ha supuesto un cataclismo que ha puesto patas arriba los inamovibles postulados (solo hay que recordar los circunloquios de Rouco-Varela o de Camino, que se quedaban en blanco y sin argumentos para defender sus posturas contrarias a lo que declaraba el Papa públicamente), y que ha puesto de manifiesto que nuestra católica clase política, esa que no se cansa de invocar a todo un catálogo de imágenes sagradas para vete a saber qué cosa, es sorda y claramente desobediente en aspectos de importancia que afectan a la convivencia. Y a las leyes.
La corrupción es un ejemplo. No se recuerda que los últimos Papas hubieran demostrado demasiada preocupación por ese fenómeno fuente de desigualdades (y atentatorio contra la moral cristiana), de forma que incurrir en la corrupción casi no quebrantaba ningún precepto. Pero esto ha cambiado con el Papa Francisco, realmente preocupado por las personas y por la justicia social (aunque no olvide los dogmas, comprensiblemente).
Vale la pena, aparte de tener en cuenta sus mensajes globales, fijarse en que "en las distancias cortas" tampoco olvida el problema. Una muestra reciente: el pasado sábado, día 12, el Papa Francisco recibió en audiencia a los responsables y trabajadores de la Banca de Crédito cooperativo de Roma (una red de servicios bancarios y agencias para familias y empresas) y los exhortó a poner siempre en el centro a la persona y no al dios dinero pidiendo “un uso solidario y social del dinero”, “hacer crecer la economía de la honestidad y luchar contra la corrupción que inunda todos los ambientes. Todo ello para que exista una globalización de la solidaridad y una economía humanizada". Las empresas dijo, "deben ser el motor que desarrolle la parte más débil de las comunidades locales y de la sociedad civil, pensando sobre todo en los jóvenes sin empleo,Y también “ser protagonistas en proponer y realizar nuevas soluciones de bienestar”. Les pidió "preocuparse de la relación entre la economía y la justicia social, manteniendo en el centro la dignidad y el valor de las personas y no al dios dinero”, así como “facilitar y animar la vida de las familias” evitando que la gestión de los bienes comunes “se conviertan en propiedad de pocos con objeto de la especulación”. Es importante“hacer crecer la economía de la honestidad sobre todo en este tiempo en el que el aire de la corrupción impregna todo”. Pero “a ustedes (recordemos que la audiencia era a personal vinculado con la banca) no solo les he pedido ser honestos, que es normal, sino difundir y radicar la honestidad en todo el ambiente, una lucha contra la corrupción”.
La postura del Papa en este asunto no es nueva. Ya en febrero,en una audiencia similar, destacó que “no es fácil hablar de dinero. Dijo Basilio el Grande, Padre de la Iglesia del siglo IV, citado por San Francisco de Asís, que el dinero es el estiércol del diablo. Cuando el dinero se convierte en un ídolo, controla las decisiones del hombre. Y luego arruina al hombre y lo condena. Hace que sea un sirviente".El Papa lamentó conectando el problema de la corrupción con la lacra del paro, que “hoy en día es una regla, no digamos normal, habitual ... pero tan a menudo se ve: ‘¿Usted busca un empleo? Venga, venga a esta empresa’. 11 horas, 10 horas, 600 euros. ‘¿Te gusta? ¿No? Vete a tu casa’”.
“¿Qué hacer en este mundo que funciona así? Porque hay una cola, la cola de personas que buscan trabajo: si no te gusta, a ese otro le gustará. Y el hambre, el hambre hace que aceptemos lo que nos da, el trabajo en negro ... yo podría preguntar, por ejemplo, al personal de la casa: ¿Cuántos hombres y mujeres que trabajan en el servicio doméstico tienen los ahorros sociales para la pensión? Todo esto es bien conocido”.
El Santo Padre señaló que se debe pensar “en las necesidades de salud, en las necesidades apremiantes de la solidaridad, poniendo de nuevo, al centro de la economía mundial, la dignidad de la persona humana”.
Si alguien encuentra tibieza en estas palabras, debe advertírsele que el Papa ha sido transparente y contundente en todo momento sobre este tema, y en una homilía de hace casi dos años desenmascaró al "cristiano de doble vida que dice ‘¡Yo soy un benefactor de la Iglesia! Meto la mano en mi bolsillo y hago donativos a la Iglesia’. Pero con la otra mano roba al Estado o a los pobres… ¡roba!". El diagnóstico del Papa ya era claro: "Es un injusto, y eso es doble vida. Jesús no le llamaba ‘pecador’ sino ‘hipócrita’. A los pecadores, no se cansaba de perdonarles Y merece –lo dice Jesús, no lo digo yo- que le aten al cuello una rueda de molino y lo echen al mar. Jesús no habla de perdón aquí. Pecadores lo somos todos, pero en cambio no podemos ser corruptos El corrupto intenta engañar, y donde hay engaño no está el Espíritu de Dios. Esta es la diferencia entre el pecador y el corrupto".
En este punto siempre habrá quien se escude en disquisiciones ya que efectivamente, no es lo mismo una encíclica o un discurso formal, que una homilía breve, coloquial y sin papeles (como es el caso) en una misa para un grupo reducido. Aun así, el mensaje del Papa está claro: al pecador arrepentido hay que perdonarle; al corrupto no. Y todavía menos cuando, hipócritamente, se finge cristiano ejemplar para disimular su robo, su injusticia o su vileza.
Más claro, el agua. Sin comentarios, pese a que la postura pública de muchos miembros de la jerarquía (y no digamos de políticos fervientemente católicos) se muestre en otro sentido.
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