miércoles, 30 de diciembre de 2020

La “Estrella de Belén”.


Cuando estamos viviendo los últimos días de este año fatídico 2020, raro y atípico 
(seguramente más de uno aplicará otros calificativos, menos elegantes idiomáticamente y más 
contundentes) por los efectos de esa pandemia por el virus Covid-19 que nos ha cogido a 
todos con el paso cambiado, parece conveniente acometerlos con un estado de ánimo alejado 
de darle vueltas una y otra vez a las limitaciones de todo tipo que hemos de asumir aún 
respecto a la vida cotidiana que conocíamos. 
 
Y, aprovechando que estamos en Navidad, trasunto cristiano de las antiquísimas fiestas 
paganas vinculadas al solsticio de invierno, buscaremos algún tema válido para todas las 
creencias o, mejor, ajeno a ellas (o no), como, dicho sea de paso, también lo es la pandemia, 
¿no os parece? O, al menos, con poder de evasión ante los agobios cotidianos. El pasado 
lunes, día 21 de diciembre, día del solsticio de invierno, a partir de las 17.25 horas de la tarde, 
se ha podido vislumbrar el gran acontecimiento que, pandemia aparte, cierra 
(astronómicamente) el 2020: la gran conjunción de los planetas del sistema solar Júpiter y 
Saturno, un fenómeno conocido popularmente como la “Estrella de Belén” (si bien no es una 
estrella real, los dos planetas ciertamente ofrecen un brillante resplandor en el cielo nocturno), 
que se ha dejado ver en su totalidad justo al caer el sol y durante aproximadamente una hora. 
Saturno se ha colocado por encima de Júpiter creando el efecto óptico de que los dos planetas 
estaban unidos en un único punto de luz brillante. Los astrónomos explican que este 
espectáculo, que ha sido visible este lunes con una intensidad que no se veía desde 1623, no 
se volverá a ver hasta el año 2080, cuando prácticamente todos nosotros estemos ya criando 
malvas. Los dos planetas casi se superpusieron para formar un "planeta doble", un evento que, 
repetimos, no ha sido fácilmente visible desde la Edad Media, hace casi 800 años, 
concretamente el 4 de marzo de 1226. Luego de un ciclo que dura 20 años quedarán 
alineados de tal manera con la Tierra que dará la impresión de que van a chocar aunque en 
verdad los separan cientos de millones de kilómetros. 
 
La agencia espacial de los Estados Unidos, la NASA, que, de estas cosas, sabe algo, señaló 
en su página web que lo que vuelve especial a este fenómeno ahora es que "han pasado casi 
400 años desde que los planetas pasaron tan cerca uno del otro en el cielo, y casi 800 años 
desde que la alineación de Saturno y Júpiter ocurrió por la noche, como este lunes pasado
permitiendo que casi todo el mundo en todo el planeta sea testigo de esta Gran Conjunción". Y 
hasta aquí la ciencia y la astronomía, pero ¿por qué hemos citado más arriba que esta 
conjunción es un fenómeno conocido popularmente como la “Estrella de Belén”? 
 

La Estrella de Belén fue, según la tradición cristiana, el astro que guió a los Reyes Magos al 
lugar del nacimiento de Jesucristo. Dentro del Nuevo Testamento, en la Biblia, se encuentra 
en el Evangelio de Mateo1, un relato de la vida de Jesús del primer siglo que comienza con la 
historia de su nacimiento. En ese relato, los sabios llegan a Jerusalén y le dicen a Herodes, el 
rey puesto por Roma en Judea: "¿Dónde está el niño que ha nacido rey de los judíos? 
Observamos su estrella al salir y hemos venido a rendirle homenaje". Luego, la estrella los 
lleva a Belén y se detiene sobre la casa donde estaban Jesús y su familia. Muchos han 
interpretado esta historia con la presuposición de que Mateo debió de haberse referido a un 
evento astronómico real que ocurrió en torno a la época del nacimiento de Jesús.

 
Pero hay al menos dos problemas desde la ciencia al asociar un evento específico con la 
estrella de Mateo; el primero, que no es baladí, es que los eruditos no están seguros 
exactamente de cuándo nació Jesús y la fecha de su nacimiento puede diferir respecto de la 
que se viene considerando como tradicional hasta seis años y, desde luego, no fue en 
diciembre. El segundo es que los eventos astronómicos mensurables y predecibles ocurren 
con relativa frecuencia; sin embargo, la teoría de que la conjunción de Júpiter y Saturno puede 
ser la estrella de Belén no es nueva; ya fue propuesta a principios del siglo XVII por el 
astrónomo y matemático alemán Johannes Kepler, que argumentó que esta misma conjunción 
planetaria alrededor del 6 a.C. podría haber servido de inspiración para la historia de la estrella 
de Mateo y, 400 años antes de Kepler, entre 1303 y 1305, el artista italiano Giotto pintó la 
estrella como un cometa en las paredes de la Capilla Scrovegni en Padua. Los astrónomos 
también han determinado que el cometa Halley pasó por la tierra alrededor del año 12 a.C., 
entre cinco y 10 años antes de que la mayoría de los estudiosos argumentaran que nació 
Jesús y es posible que Giotto creyera que Mateo estaba haciendo referencia al cometa Halley 
en su historia de la estrella. 
 
Los intentos de descubrir la identificación de la estrella de la que habla Mateo suelen ser 
creativos, imaginativos y perspicaces, pero seguramente también equivocados pues, en la 
manera en que lo describe el Evangelista, la estrella de la historia no puede ser un fenómeno 
natural "normal".  La descripción de los movimientos de la estrella está fuera de lo que es 
físicamente posible para cualquier objeto astronómico observable. La historia de la estrella de 
Mateo se basa en un conjunto de tradiciones de la época en las que las estrellas están 
conectadas a los gobernantes y el surgimiento de una estrella significa que un gobernante llegó 
al poder. En el libro bíblico de los Números, por ejemplo, siguiendo con la Biblia, que data del 
siglo V a.C., el profeta Balaam predice la llegada de un gobernante que derrotará a los 
enemigos de Israel. "Una estrella saldrá de Jacob, (es decir, Israel)... aplastará las fronteras de 
Moab".

 

A la luz de tales tradiciones, la historia de la estrella de Mateo existe, no para informar sobre 
un evento astronómico específico, sino para respaldar las afirmaciones que él hace sobre el 
carácter de Jesús. Dicho de otro modo, el objetivo de Mateo al contar esta historia fue más 
teológico que histórico; por lo tanto, es probable que la próxima conjunción de Júpiter y Saturno 
no sea un regreso de la estrella de Belén, pero Mateo probablemente estaría complacido con 
el asombro que inspira en quienes lo anticipan. 

 
Y así se acaba el 2020...


1Este Evangelio, de los tres llamados sinópticos o canónicos, se compuso entre los años 80 y 90 d. C., con un rango de posibilidades entre los años 70 y 110 d. C.; una fecha anterior a 70 d. C. sigue siendo una opinión minoritaria. La tradición cristiana, atribuye su autoría a Mateo, un recaudador de impuestos a quien Jesús llamó para que le siguiera como uno de sus apóstoles (el propio Mateo, 9:9-13). Mateo recogió los dichos en la lengua de los hebreos, traduciéndolos cada uno de ellos como buenamente podía. La opinión mayoritaria entre los eruditos es que el Evangelio de Mateo fue un producto del último cuarto del siglo I. La mayoría también cree que el de Marcos fue el primer evangelio que se compuso y que tanto Mateo (que incluye unos 600 de los 661 versículos de Marcos) y Lucas se basaron en él como una fuente importante para sus obras. Sin embargo, el autor de Mateo no simplemente copió a Marcos, sino que lo usó como base, enfatizando el lugar de Jesús en la tradición judía e incluyendo otros detalles no cubiertos en Marcos.

domingo, 27 de diciembre de 2020

Por un Año Nuevo “diferente”.


 Uno ya no sabe si con esto de las diferentes fases de un confinamiento (eso sí, disimulado) en el que todos, de una forma u otra, estamos inmersos con eso de evitar la propagación del maldito y desconocido virus Covid-19 hasta que clínicamente haya un remedio eficaz contra él y con medidas que nos causan cada vez menos sorpresa pero más hastío, y con la acostumbrada suspensión o prórroga de acontecimientos que, para nosotros, eran “normales” y los teníamos muy interiorizados, los eventos tradicionales siguen manteniendo su fecha. 

 Es lo que nos pasa ahora con estas fechas que atravesamos, que estábamos convencidos hace unos meses que “se salvarían de la quema” y, por lo que representan, esperábamos ilusionados, alborozados aunque también (¿por qué no confesarlo?) un punto temerosos (“”A ver si… “). Y se ha cumplido ese temor, claro, y nos hemos quedado todos hundidos, confusos, enfadados (¿con quién?) y con todo el desánimo que se diga, porque Navidad sin poder reunirse con las personas que quieres a dar buena cuenta de un plato de suculento potaje regado con un buen trago (pero controlado, ¿eh?) de cava no es Navidad. Otro tanto se puede decir de las uvas con las tradicionales campanadas de la despedida del Año Viejo y bienvenida colectiva del Nuevo. 

¿Qué hacer? Pues propongo, como evasión de la dura realidad, un distraído ejercicio mental aprovechando eso que nos dicen de que todo será diferente, y jugando a que el Año Nuevo se pospone unas semanas desde el familiar 1 de enero, siguiendo ese sistema fruto de la pandemia y que tanto nos marea, hasta el 12 de febrero, coincidiendo en esa fecha este año con el Año Nuevo chino, y lo que eso significaría. 

De entrada, para abrir boca, ¿por qué no empieza en China el año en una fecha fija como es costumbre general, el 1 de enero? Pues porque los años, en su cultura, se componen de meses que son ciclos lunares, por lo que recibe el nombre de Año Lunar (instaurado pese a que en la antigüedad, el Calendario Lunar causaba graves problemas a los agricultores por la dificultad de fijar las estaciones para las cosechas), que se usa también en el mundo musulmán, en Taiwan, en la India, en la tradición judía, etc. En el caso concreto de China, el Año Nuevo comienza con la segunda luna después del solsticio de invierno, una fecha que puede ir desde finales de enero hasta mediados de febrero en el calendario gregoriano; este 2021 es el próximo 12 de febrero, viernes, que empezará el año 4719 (que acabará el 31 de enero de 2022), año del buey, siguiendo la costumbre de identificar los años con animales. Esto es así porque la leyenda china cuenta que Buda convocó a todos los animales para reunirse con él durante el Día de Año Nuevo y nombró los años con los 12 animales que acudieron. De manera que los animales en el calendario chino son, rotativamente cada 12 años, el perro, el cerdo, la rata1, el buey, el tigre, el conejo, el dragón, la serpiente, el caballo, la oveja, el mono y el gallo. También dice la tradición, de forma similar a lo que se dice que ocurre con nuestro horóscopo astrológico occidental, que las personas nacidas en cada año animal tienen algún rasgo de la personalidad de ese animal2 


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Oficialmente, con el Año Nuevo Lunar, empieza la celebración más larga e importante del calendario chino. Son 15 días de festividades (tampoco nos escandalicemos: para nosotros, entre Navidad, los Inocentes, Año Nuevo, Reyes,… son aún más días), reuniones familiares, danzas de dragones, entrega de regalos y mucho, mucho rojo: el color de la suerte. Cada uno de los 15 días que compone la celebración tiene sus propias tradiciones. Los cinco días antes del festival se limpia la casa y se realizan las compras de año nuevo. La gente limpia sus casas con escobas viejas, que luego se tiran a la basura.y cuelgan carteles rojos con versos poéticos en las puertas y se decoran las paredes con cuadros y faroles rojos. 

En la víspera del día de Año Nuevo, las familias se reúnen para cenar juntas y además se entrega dinero en un sobre de color, por supuesto, rojo a niños y adultos sin pareja, acabando la cena con el lanzamiento de petardos y fuegos de artificio. La tradición de lanzar fuegos artificiales proviene de la costumbre de encender tallos de bambú para alejar a los malos espíritus, como el monstruo mitad dragón, mitad león, que según la leyenda sale de su escondite en el Año Nuevo Lunar para atacar personas, pero sus oídos son su debilidad, así que en tiempo antiguos la gente prendía fuego a tallos de bambú para asustarlo y, con el tiempo, esto derivó en los fuegos artificiales. La celebración del Año Nuevo Lunar termina con el Festival de las Linternas, celebrado de noche con desfiles y exhibiciones de linternas decoradas; el principal evento de esta jornada final es la Danza del Dragón con hermosos dragones hechos de papel, seda y bambú que son sostenidos sobre las cabezas de los porteadores y parece que bailaran durante el desfile.

 Como en Occidente, pues, tradiciones aparte, es una época en que las familias se reúnen y atraviesan largas distancias para poder llegar a casa a ver a sus seres queridos. En el caso de muchos, incluso es la única oportunidad del año que tienen de regresar a sus hogares y llevar las consabidas bolsas de regalos. En China, pese a la pandemia, se espera que este año que se realicen 3.000 millones de viajes cuando las personas se trasladan para celebrar Año Nuevo Lunar. Y sí, es considerada la mayor migración humana del planeta. De ese total de viajes, 440 millones se realizarán por ferrocarril. Unos 79 millones serán en avión, pero la mayoría hará su travesía en automóvil y motocicleta. Los chinos también, como nosotros, hacen lo que sea necesario para ver a sus seres queridos. 

Por eso, es que este año, en medio del brote del coronavirus que afecta al país y a todo el mundo, la celebración ha despertado tanta preocupación3, siendo comedido en la expresión, entre las autoridades debido a la alta posibilidad de contagio, habiendo hoy aún más de 30 millones de personas afectadas por las restricciones en 11 ciudades, a pesar de que parece que se han atajado los contagios internos (se difunde la idea de que la pandemia no empezó en China) y de que ha vuelto la “normalidad” previa a las calles con, eso sí, numerosos negocios desaparecidos y con visibles cicatrices del terremoto socio-económico originado.


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1Curioso que el “pandémico” 2020 fuera el año de la rata.

2Ya puestos, para comparar horóscopos, el signo del Buey según la astrología china representa la prosperidad, alcanzada a través de la fortaleza y el trabajo. Podría ser también la valentía del toro aunque a veces se asocia a la tranquilidad, pasividad y nobleza de la vaca. Una persona nacida bajo este signo será, según esa astrología, digna de confianza, tranquila y metódica. Trabajador paciente y esforzado, el Buey es rutinario, sabe escuchar y es muy difícil hacerle cambiar de opinión, es tozudo y tiene algunos prejuicios

3Porque, aunque es cierto que mientras Europa parece sufrir la segunda ola del coronavirus, con nuevas medidas restrictivas y unas cifras de contagios y muertes que empiezan a recordar demasiado a las de marzo, la imagen actual de China, donde se originó la pandemia, nada tiene que ver con lo que se vive en estos países. Parecen haber controlado el virus y apenas quedan allí vestigios de que el Covid-19 un día paró sus vidas. El símbolo de esta normalidad es Wuhan, epicentro de la pandemia a principios de año, y donde hoy reina la normalidad. La ciudad se ha convertido en uno de los principales focos turísticos del país. Allí la normalidad es absoluta, por ejemplo, en los campos de fútbol, donde los espectadores pueden celebrar los goles de su equipo sin mascarilla, ni límite de aforo ni distancia de seguridad. Y esta no es la primera muestra de normalidad que vemos. En verano, la región celebró un macrofestival a la que miles de personas asistieron con flotador, pero de nuevo sin mascarilla. Se apostó desde el primer momento por un confinamiento extremo con estado de excepción, como en la guerra y solo un miembro de cada familia podía salir a hacer la compra dos veces por semana. Cualquiera que saliese a la calle sin justificación podía ser detenido. La población fue sometida a un estricto control con drones, con sanitarios visitando a los ciudadanos casa por casa para tomar la temperatura uno a uno y persiguiendo casos sospechosos. Es reseñable, además, la disciplina individual de sus ciudadanos, a base de mano dura, eso sí. Pero con esa fórmula han conseguido llegar hasta hoy con una ciudad a la que han viajado en los últimos días 52 millones de turistas chinos para celebrar la fiesta nacional en la región. Sí, la ciudad parece estar de vuelta a la normalidad, pero para mucha gente y muchos dueños de negocios, las cosas no son como antes y todavía hay mucha preocupación. En otras ciudades del país la situación también es aparentemente idílica. La sensación de normalidad se repite en buena parte del país y cada vez se menos gente utiliza las mascarillas en las calles, ya no es obligatorio utilizarlas. "Esto, por una parte muestra que la situación ha mejorado drásticamente, pero por otro lado puede ser un arma de doble filo porque el virus no ha desaparecido, no tenemos una vacuna efectiva en la actualidad y si la gente baja la guardia y se viene una segunda ola puede resultar catastrófico". Y las autoridades están preocupadas ante el Año Nuevo.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Navidad en febrero,… o en abril,… o…

 


Consumatum est.
 

Lo que hace algún tiempo se consideraba poco probable y casi imposible que pasara, que era que la pandemia por el Covid-19 que nos azota y, con ella, las (variadas) medidas tomadas por las autoridades para evitar en lo posible la propagación del virus, especialmente las restricciones a la movilidad, llegara hasta estas fechas, es algo que ha ocurrido. Con muy buena voluntad todas ellas, por supuesto, pero integrando una alta ceremonia de la confusión toda vez que, pese a que el ataque del virus no conoce fronteras, las medidas y su alcance aplicadas por Francia, Alemania, Italia,…, son diferentes, o la imagen ridícula del seguimiento diario de la primera ola de la pandemia presidido por mandos de las Fuerzas de Seguridad, como si se hubiera de combatir el virus a cañonazos y no con medidas sanitarias. Y todo nos ha dejado a todos en estado de shock., sobre todo ahora porque habremos de reinventar la Navidad… o posponerla (¿se puede?) Particularmente en estas condiciones, es imprescindible no perder la calma e intentar ver la situación “desde fuera”. Hay una conocida y repetida frase del poeta, filósofo y Premio Nobel de Literatura indio, Rabindranath Tagore, que es aquella de Si lloras por haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas. El meollo de la cuestión es poder saber dónde están las estrellas en este caso.

Uno de los efectos de la cultura como interpretación humana de la realidad es el universo simbólico que se configura en los mitos, en la religión, en el arte, en la literatura, y en la filosofía, con lo que el individuo se vincula con el todo intentando defender la validez de la existencia1, una tarea en la que ha destacado el universo simbólico religioso. Y la Navidad, aun despojada de su carácter religioso, es el símbolo más poderoso dentro de los pueblos educados en la tradición católica porque las celebraciones rituales religiosas han jugado en su función de integración y de cohesión social a través de un calendario acompañado de celebraciones, que pauta el correr del tiempo, manteniendo y reforzando creencias y valores, y los compromisos prácticos, y dentro del almanaque, la Navidad tiene como función ser una herramienta de cohesión social. Y en cualquier sociedad, la familia es la unidad grupal básica. Lo cierto es que la Navidad está tan incardinada en nuestra sociedad que, a pesar de la pérdida del cariz religioso de la fiesta para la mayoría, sigue siendo una fecha de paso ineludible, y pese también a que se ha promovido en ella una sociedad de consumo desenfrenado en la que la infinidad inagotable de posibilidades hace que impere lo efímero. Muestra de lo cual es que el 25,5% de los españoles, según el CIS, definen la Navidad como una época de carácter comercial.


Pero, ¿cual es la magia de la Navidad? ¿en qué consiste el espíritu navideño? Hay razones espirituales, sociales y materiales que hacen que las navidades sean unas fiestas tan especiales. El origen religioso entre nosotros de la Navidad es la celebración del nacimiento del Hijo de Dios (aunque está demostrado que no nació por estas fechas), Dios mismo en su persona humana, lo que hace que desde un punto de vista religioso y espiritual todos nos sentamos bien. Y ese pensamiento es el que nos hace ser más buenos: donamos, más, regalamos más, hay miles de campañas para la recogida de alimentos y juguetes para personas desfavorecidas, la solidaridad se multiplica, nos preocupamos de hacerle bien a los que tenemos al lado, las televisiones organizan maratones solidarios... Es como una especie de carrera por ver quién es más bueno, lo que ha hecho que la Navidad tenga un matiz místico, bondadoso, que aún en personas o sociedades no creyentes, se muestra en su esplendor. Leyendas, cuentos, magia, todo cabe, y eso es lo que conocemos como espíritu navideño.

Aunque es cierto que el peso religioso de la Navidad ha caído respecto a épocas anteriores, la Navidad sigue percibiéndose como una fiesta de congregación, particularmente con nuestros seres más cercanos. Según datos del CIS de diciembre de 2017, un año “normal”, anterior a esta pandemia, más del 57% de los españoles definen la Navidad como una fiesta familiar, por encima del carácter religioso, y el 67% considera que es una fiesta propicia para el acercamiento familiar


Aparentemente la Navidad, aunque sigue marcada en nuestro calendario, lo está ya no como un motivo espiritual, sino comercial, quizá porque ya no somos una sociedad creyente, pero sí somos una sociedad de consumo, y también una sociedad afectiva en la que tendemos a expresar nuestro afecto en forma de bien tangible: de regalos que, de alguna forma, simbolizan nuestros sentimientos o los provocan (los anuncios en torno a la Navidad cambian el estado anímico de mucha gente y es difícil negarlo cuando uno tiene en mente anuncios que invocan emociones como la de volver a casa por Navidad). Según el CIS, los principales sentimientos —al margen del acercamiento familiar ya señalado (67%)— que afloran en estas fiestas son añoranza de seres queridos (36,3%), alegría (21,4%) y buenos sentimientos o generosidad (18,5%) y sólo el 4,2% de los encuestados afirma que la Navidad le impulsa a comprar cosas. El mismo porcentaje, por cierto, que afirma que pone de relieve sus sentimientos religiosos. La Navidad puede ser entendida como un momento de fusión social, dejamos de lado las cosas más cotidianas y se vuelve al vínculo colectivo en torno a la familia y a los amigos, con lo que esa dinámica de priorizar a los seres queridos constituye una buena parte de lo que es el espíritu navideño que no se concentra en un día sino que también sucede con las campanadas y las uvas de Año Nuevo, una celebración que al margen de la Nochebuena, de índole más privada, puede generar un sentimiento de comunidad para muchas personas. Y también, por cierto, en el día de la Lotería de Navidad (qué sarcasmo este año con su popularización como “día de la salud”), una jornada que tiene una dimensión muy pública toda vez que buena parte de la sociedad está pendiente de lo mismo en el mismo momento.

Siendo positivos (no consumistas), las razones sociales y materiales de la Navidad están relacionadas por una idea común: la de compartir, y hacerlo es un elemento básico de la Navidad: compartimos regalos, compartimos comidas y cenas, compartimos el tiempo con las personas que queremos, nuestras familias, nuestros amigos, los compañeros de trabajo con los que por primera vez en el año pasamos tiempo fuera del trabajo, en las comidas y cenas de empresa. Nos deseamos felicidad unos a otros, tenemos buenos deseos para el año que entra. En definitiva: en la Navidad todo gira en torno a la Bondad, y eso hace que todo sean buenos sentimientos y deseos de compartir. Esa es la magia.

No obstante, la parte afectiva de la Navidad también puede ser negativa; el 18% de los españoles dice pasarla entre sentimientos de tristeza, melancolía o agobio pues la Navidad comporta un estado de ánimo difícil de discernir desde el momento en que, al estar pautada socialmente, te 'toca' tener unos determinados sentimientos, y hay personas que se rebelan contra eso. Que precisamente la Navidad y sus sentimientos asociados sean una tradición de reunión familiar antigua conlleva un posible choque inevitable porque el núcleo familiar está cambiando: el valor y concepto de la familia ha variado, con casos de padres separados, familias monoparentales, familias reconstituidas con hijos de anteriores parejas… en una tradición familiar que se generó en otra época, con otra casuística y sentimientos diferentes; es realmente complicado integrar el sentimiento tradicional de familia con la realidad que vivimos, pero eso no quiere decir que no sea una familia. Por otra parte, conviene recordar que ir contra lo “tradicional” nos pesa, porque en ese entorno tenemos menos capacidad de decidir o dar nuestra opinión al respecto. En una sociedad que nos impone la felicidad es contradictorio que haya un periodo que dé espacio a sentimientos opuestos a ese porque la Navidad impone, también para la aplicación del espíritu navideño, un cambio en el ritmo de vida: de la sociedad acelerada pasamos a una desaceleración que dura sólo unos días, luego es un momento de parón que tiene dos lecturas: vivir tiempos más tranquilos, retomar cosas que en la vida cotidiana que no pueden aflorar, cuestiones incluso existenciales sobre el sentido de la vida pero también aceleración respecto al consumo, al tener que quedar con todo el mundo: amigos, familiares, compañeros de trabajo…. En ese contexto de doble velocidad simultánea no es extraño que surjan sentimientos de agobio.


Pasadas las “fiestas”, volvemos al ritmo acelerado. La cuesta de enero no es solo económica, sino también emocional, pues dejamos atrás un acelerón, el de los días de compras, de preparativos, de reuniones familiares, que da paso a esa invocación al ritmo más lento, a la ausencia de urgencias. Y salimos de ellos estrepitosamente, como muy tarde la mañana del siete de enero, día siguiente al de la entrega de los regalos por los Reyes Magos. Y esa vuelta a la realidad es frustrante, aunque uno no sabe muy bien si la frustración es por volver al ritmo normal de las cosas o por dejar atrás la pausa. Y es fácil concluir entonces que la Navidad es una patraña y el espíritu navideño una estafa.

Quizá en la añorada hoy vuelta a la vida “normal” y para no perder el norte en nuestros actos, sea conveniente detenernos y hacernos algunas preguntas: si no fuera por esa Navidad calendarizada y sus impulsores, ya sean religiosos o comerciales, ¿pasaríamos ese tiempo en familia? ¿nos permitiríamos ser sensibles y sentimentales? ¿decidiríamos detenernos un día, unas horas, y volver a encontrarnos con las personas con las que compartimos raíces y ancestros? ¿querríamos volver a lo que somos y disfrutarlo, más allá de cuestionarnos lo que podríamos ser o compararnos con otros? ¿y no es esa pausa, precisamente, la razón final para la existencia de un espíritu navideño? ¿no es eso exactamente para lo que sirve? ¿y no es, en última instancia, esa alegría impuesta pero no impostada la razón por la que repetimos año tras año tras año?


Una vez que ya sabemos, en todo caso, por qué nos gusta (o no) la Navidad y por qué todos somos buenos, que es por el deseo de compartir, ¿podemos prolongar el espíritu navideño durante el resto del tiempo? ¿podemos convertirlo en parte de nuestra vida? Seguramente tendremos que analizarnos y, cuando termine todo ésto y volvamos a nuestra rutina, no debemos dejar que esta nos gane la partida y nos haga olvidar los buenos sentimientos que hemos albergado porque, en el fondo, la clave de la Navidad es válida para el resto del año, luego, ¿por qué no mantenerla en los meses siguientes? ¿por qué no seguir compartiendo con los demás como si fuera 25 de diciembre?


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1En este sentido, es importantísimo el influjo de que las actividades están ligadas SÓLO a una fecha que, no lo olvidemos, es usualmente no más que una indicación de tiempo orientada a definir un día único y se utiliza para señalar la existencia o el comienzo o la finalización de un determinado evento temporal o, dependiendo del contexto, un periodo de tiempo en el que transcurrió algo. Pero ésto no pasa de ser un convenio generalmente admitido y no otra cosa, ¿o no puede celebrarse un enamoramiento si no es el 14-02? ¿o no puede venerarse a una madre fuera de su Día?

domingo, 20 de diciembre de 2020

En una Navidad... diferente.


 Cuando, en los albores de este fatídico año 2020, estaba preparándose la parafernalia para la celebración, como cada año por esas fechas, del Mobile World Congress (el mayor escaparate mundial del progreso técnico de la telefonía móvil) en Barcelona y se empezaron a recibir en cascada cancelaciones de asistencia de participantes de todo el mundo para, al parecer, evitar el contagio de un desconocido y agresivo virus, que entonces se percibía como algo lejano y ajeno, una de las primeras reacciones fue la del gobierno de la comunidad de Madrid haciendo chanza del hecho e intentando “sacar tajada” política sin calibrar (como casi todos) su alcance. Y no es crítica, son hechos verificables. En muy pocos días, sin embargo, la Organización Mundial de la Salud, a la vista de la extensión incontrolable del virus y sus efectos, le puso el nombre de Covid-19 (abreviatura de COrona VIrus Disease del año 2019) y lo declaró causante de un trastorno con categoría de pandemia (propagación mundial de una enfermedad). 

A partir de aquí, el caos y la confusión se enseñorearon del mundo, con diferentes iniciativas en todos los países afectados (excepto los, en un primer momento y hasta que la dura realidad llamó a su puerta, negacionistas, aunque fuera por motivos esencialmente políticos) cargadas de buena voluntad hacia la ciudadanía, cada uno por su cuenta, pero que, en la práctica, no eran sino variaciones del método ensayo-error. Lo que sí se reveló efectivo en todas las latitudes fue el no contactar ni permanecer con otras personas con el fin de dificultar la inadvertida propagación del virus.

 Y así llegamos a la prohibición de viajar, por aquello de no llevar, sin saberlo, “el virus a cuestas”, y a la suspensión o traslado a fechas posteriores de eventos y actividades que representaban la confluencia en ellos de muchas personas (se fue bajando el listón numérico de las asistencias), se celebraban en lugares cerrados (escuelas, cines, teatros, gimnasios, bares, restaurantes… - extrañamente, los lugares de culto cerrados o los atiborrados transportes públicos quedaban excluidos, pues se ve que impedían per se la propagación del virus -, con todo el cataclismo socio-económico que eso produjo), etc., como los carnavales y, sucesivamente, las fallas (¡las fallas!), los Juegos Olímpicos, las procesiones de Semana Santa (¡la Semana Santa!), San Isidro, el Rocío (¡el Rocío!), los incontables festejos de verano en los pueblos, los sanfermines (¡los sanfermines!) y una larga retahíla de actos tradicionales que, en el fondo, formaban parte de la esencia íntima de cada cual, en un proceso en el que la posposición inicial se podía convertir en anulación (¿para 2021?). Para acabarlo de arreglar, en el plano personal, se dictaminó un confinamiento domiciliario que rápidamente se convirtió en arma arrojadiza política contra el gobierno que necesitaba formalmente ir pidiendo al Parlamento prórrogas temporales de tal medida. Pero eso ya es política y no entraremos. 


Lo que nadie contaba es que, sea por una segunda ola, por resaca de la primera mal desescalada, o por lo que sea, la Navidad, ya a final de año (y lo que te rondaré los próximos meses), se vería afectada por las medidas anti-pandemia en reuniones, horarios, celebraciones y esas cosas (han desaparecido las comidas de empresa, el “amigo invisible”, las reuniones familiares, las celebraciones de las uvas de fin de año, las Cabalgatas de Reyes,… ), por lo que, siendo elegante, esta Navidad de 2020 será atípica, diferente de esa a la que estamos habituados que, más allá de las tradiciones y la religión, se ha convertido en una fiesta celebrada en casi todos los países del mundo. Tradicionalmente, estos días sirven para reunir a toda la familia1 y como las distintas crisis económicas de todos los tiempos obligaron a muchas personas a emigrar de sus orígenes (aunque algunos lo nieguen), estas fechas son ideales para el reencuentro. Pero, como es diferente, hablemos de las diferencias históricas de la celebración, por hablar de alguna cosa.
 

De entrada, las personas somos animales sociales (recordando, como de costumbre, que unos más animales que otros): siempre hemos tenido la necesidad de relacionarnos con otras personas. Antes de que existieran la tecnología digital actual y las redes sociales, reunirnos en comunidad era la única forma de compartir y celebrar. Las celebraciones de la antigüedad estaban dedicadas a elementos del día a día; hoy disponemos de conocimientos y máquinas que nos hacen la vida mucho más fácil, pero hace unos miles de años nadie sabía de qué dependía una buena cosecha, si habría un temporal que arrasaría una región, cómo proteger a la familia de un desastre o de la guerra… Por aquel entonces todo dependía de la “voluntad de los dioses” (el dios del sol, el dios de la agricultura, el dios de la lluvia, el dios de la muerte… Era su manera de explicar aquello que no tenía explicación) y por eso era importante darles las gracias, hacerles ofrendas y sacrificios, celebrar el final del verano y desear lo mejor para el invierno como forma de conseguir su favor para que todo fuera bien.


 
La celebración de la Navidad el 25 de diciembre es la cristianización de las fiestas paganas que conmemoraban el solsticio de invierno en el hemisferio norte (el único culturalmente conocido entonces). Porque, efectivamente, el 25 de diciembre se celebra la natividad de Jesucristo, pero… ¿nació Jesús un 25 de diciembre, el año 1 de nuestra era? Todo parece apuntar a que no, y que la fijación del 25 de diciembre es una convención que no corresponde a ningún hecho histórico, la propia iglesia católica asume que dicha fecha es simbólica. Es en el primer Concilio de Nicea del año 325 donde se declara oficialmente la divinidad de Cristo ya que el Padre y el Hijo son lo mismo, fijándose el natalicio de Jesús durante el solsticio de invierno. El objetivo de crear una nueva festividad que coincidiera con una fiesta pagana era imponer la religión cristiana ante las tradiciones más antiguas de forma que el cristianismo ganaba terreno hasta hacer desaparecer otras religiones politeístas. 

El solsticio de invierno es el punto del año en el que las noches empiezan a ser más cortas y los días más largos en el hemisferio norte del planeta, proceso que se prolonga hasta que llega el solsticio de verano y la tendencia vuelve a invertirse. Hace 2.000 años, que la luz diurna comenzase a durar más era motivo de celebración y, además, coincidía con el fin de la siembra de cosechas que serían recolectadas en primavera y verano, de modo que era un buen momento para unas "vacaciones"; de hecho, este fenómeno solar es un hito que tiene una gran importancia en el calendario de otras religiones. El apego de la ciudadanía del imperio romano a esta fiesta, la llamada Saturnalia (celebración romana dedicada a Saturno, el dios de la agricultura y los frutos), que empezaba en torno al 17 de diciembre y se prolongaba hasta el 25 de diciembre, era demasiado intenso. El poeta Cátulo2 se refirió al arranque de esta fiesta como "el mejor de los días". A todos los rincones del imperio, que se extendía por toda Europa (incluida España), el norte de África y parte de Oriente Medio, llegaba esta macrofiesta: la gente se hacía regalos, se organizaban banquetes públicos, se bebía alcohol, los juegos de azar normalmente prohibidos se permitían, los esclavos eran liberados de sus obligaciones durante esos días… Poco a poco, sin embargo, la fiesta se fue desenfrenando y, como curiosidad, en nuestros días la palabra “saturnal” se aplica a orgías y fiestas sin control. 

En otras culturas también se celebraba algo similar por estas fechas: en Persia con el dios Mitra, en Grecia con Helios, en Egipto con Osiris,… pero es en el Norte, donde la oscuridad es aún mayor y el frío también, donde el solsticio de invierno significaba el triunfo de la vida sobre la muerte. Era un momento de celebración recogida, las familias y los amigos se reunían ante el fuego para celebrar que estaban vivos y para recordar a los que se habían quedado por el camino. Era el Yule vikingo, una celebración que podía durar varias semanas y en la que (antecedente del actual árbol de Navidad) se colocaba bajo techo un árbol que recordaba el Yggdrasil, el Gran Fresno de cuyas ramas penden los Nueve Mundos, incluyendo el de los hombres. Del Yule también nació Papa Noël. En los países escandinavos e incluso en Gran Bretaña se han conservado algunas tradiciones originales de Yule, como quemar un gran tronco, colgar una cabra de paja que simbolizaba el sacrificio de la cabra al dios Thor o el Wassailing o Yulesinging, que es lo que nosotros conocemos como “pedir el aguinaldo”. 


Algo que nos puede asombrar hoy es que la celebración de la Navidad tuvo sus más y sus menos, y es que, que en su origen estuviera asociada a ritos paganos con dioses, héroes y sus historias de nacimiento, muerte y resurrección, hizo que los creyentes más ortodoxos rechazaran estas celebraciones, unos por sus aspectos paganos y otros por sus aspectos católicos, aunque también estaban los simples aguafiestas: los puritanos ingleses que colonizaron la ciudad de Boston en 1630, llegaron a declarar ilegal la Navidad. En el mismo sentido, el parlamento inglés prohibió por decreto las navidades en 1644 por su carácter de “regodeo carnal”. Se llegaron a requisar banquetes “ilícitos” que, seguramente, iban destinados a aumentar la gula de las autoridades confiscadoras pero bajo la regencia de Carlos II, en 1660 se restauraron y, curiosamente, en ese mismo siglo y por espacio de dieciséis años, era una circunstancia agravante cometer un delito durante dichas fechas.
 

Hoy en día, no obstante, la celebración de la Navidad va más allá de la religión aunque, como fiesta de origen religioso, la celebración de Navidad va acompañada de una serie de tradiciones: montar el belén, asistir a la misa de Navidad, cantar villancicos, dar el aguinaldo,… pero, para algunos, la Navidad se ha convertido en las vacaciones de Navidad: los estudiantes celebran el parón de las clases y muchos trabajadores aprovechan sus últimos días de vacaciones para hacer un viaje invernal. Los señores del ambiente son los Centros Comerciales, donde se puede pasar todo el día curioseando, comiendo, asistiendo a espectáculos y, sobre todo, comprando, en una actitud que ya cantaba Queen en 1989: I want it all (Lo quiero todo). Y el tradicional y antiquísimo intercambio de regalos por el solsticio se ha convertido en todo un negocio: las tiendas aprovechan la campaña navideña para hacer ofertas sobre sus productos y fomentar el consumismo, sobre todo, aprovechando los avances tecnológicos, a través de las nuevas plataformas online que permiten comprar y devolver productos con un solo clic. Por Navidad también se dispara el consumo energético en las ciudades y en los hogares (lo que, no lo olvidemos, supone un aumento de la contaminación), los ayuntamientos instalan luces navideñas para decorar las calles y muchos comercios amplían los horarios de apertura.

 Con pandemia o sin ella, el espíritu navideño, ajeno ya a la religión, ojalá que extensivo a todo el año, según decimos, nos anima (hagamos abstracción del consumismo) a pasar buenos momentos con la gente que queremos: lo más importante no es qué o cómo o con cuántos, sino con quién compartimos la Navidad. Y, por descontado, feliz Navidad, aunque sea, como este año, rara, rara y con la convicción de que la "normalidad" (también la navideña) ya nunca será como la conocíamos

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1Decir “tradicionalmente”, en puridad, es impropio. Las “costumbres” que conocemos son un invento debido a la pluma de escritores estadounidenses como Washington Irving o, posteriormente, Charles Dickens, rápidamente asumidas por la sociedad como tal tradición. La realidad es que la Navidad se celebraba en las calles y los comerciantes, temerosos de que esas reuniones de gente derivaran en disturbios, promovieron, apelando a “costumbres europeas” la reunión en casa, en familia… y con regalos. Y caló. ¡Vaya si caló! Y se exportó como una tradición global. Y también funcionó.

2Cayo Valerio Cátulo fue un poeta latino, contemporáneo de Julio César, que vivió toda su vida en la actual Italia.

domingo, 13 de diciembre de 2020

“Donde no llega la historia llega la literatura”


No recuerdo en este momento a quién oí hace tiempo, en el contexto de unas charlas sobre la revisión de mitos en nuestra Historia a raíz del descubrimiento científico de que el venerado esqueleto de un afamado guerrero correspondía en realidad a una mujer (¿guerrera?), pronunciar la lapidaria sentencia de que donde no llega la historia llega la literatura, trascendiendo la racionalidad, obviando la realidad y desarrollando un nudo argumental donde no lo hay, y se crean situaciones históricas auténticamente ficticias fruto de la imaginación de entre las que algunas, por arte de birlibirloque, acaban por ser incorporadas sin ningún rubor a la historiografía oficial y ese hecho, que llama la atención del mero observador, se revela en la práctica como una verdad incontrovertible a poco que nos detengamos ante iniciativas “serias” que se dedican a elucubrar “sesudamente” acerca de temas históricos, frecuentemente sin confesar que hablan de meras posibilidades o hipótesis, acerca de lagunas conocidas en el estudio de parte de esa historia (no de la historia) con la que se sienten identificados y les hace envanecerse. Eso cuando no, directamente, inventan un relato “profusamente documentado” que suele tener el tufillo de hacer cumplir hoy como sea la “profecía” de ayer. 

Resulta curioso, además, comprobar que esos ejercicios histórico(?)-literarios se suelen dirigir a episodios o épocas del pasado lejano, que ya de por sí están envueltos en un insondable halo de misterio, para justificar la investigación sobre ellos, pero cuya sola mención provoca que el resorte de cierto orgullo patrio salte, especialmente si la publicación demuestra el paralelismo de la época evocada y el hoy del lector, y eso sucede aunque el autor declare, para curarse en salud, que lo que se está leyendo son conjeturas, hipótesis de su magín. En nuestro país son recurrentes los estudios que buscan nuestro pasado sobre nombres rimbombantes e ignorados sin darles realmente importancia como la Atlántida, Tartessos, la propia Iberia, etc. Ninguno de estos estudios es para debatir el futuro, pero esa es otra cuestión que no abordaremos. 


 Estas tentaciones de “buscar el pasado” no son privativas de nuestras latitudes aunque, en nuestro caso, son precisamente agentes foráneos los que, con su curiosidad, ayudan a que resurja el interés; algo así pasó cuando James Cameron1, el conocido director de películas como 'Titanic', 'Avatar' o 'Terminator' visitó Jaén para grabar parte del documental 'El Resurgir de la Atlántida', en concreto en los restos arqueológicos hallados en los terrenos de la Ciudad de la Justicia de la ciudad, y aunque se trata de una leyenda sin base científica ya hace unos años, ha hecho que se vuelva a hablar, y mucho, de ese sitio arqueológico, Marroquíes Bajos2, uno de los asentamientos más grandes de Europa del periodo Calcolítico (más de 4.000 años de antigüedad) con vestigios posteriores de épocas ibérica, romana y medieval islámica


 El documental, producido por el citado James Cameron y dirigido al final por Simcha Jacobovici3 para National Geographic Channel, fue estrenado en su original inglés el 29 de enero de 2017 con el nombre de «Atlantis Rising», y el 5 de marzo se estrenó en castellano. Comienza el documenal y la búsqueda en la isla griega de Santorini, examinando las ideas de Charles Pellegrino4 y continúa sucesivamente por Malta, para analizar la propuesta de Peter Ellul Vincenti5, y por Cerdeña para valorar la propuesta de Robert Ishoy6, que terminan siendo descartadas. La segunda parte del documental empieza en las Columnas de Hércules, el actual Estrecho de Gibraltar, donde se examina la propuesta defendida por el escritor cubano Díaz-Montexano7 y el teólogo y rabino Richard A. Freund8, que es la apoyada por el propio Cameron. Finalmente, el documental explora las islas Terceira y Pico del archipiélago de las Azores, y concluye considerando como más verosímil la propuesta del suroeste ibérico como punto central desde el cual se expandiría la civilización marítima atlante del Calcolítico y el Bronce, generadora de la leyenda, hacia otros lugares del Atlántico y el Mediterráneo. 

Tiene su importancia comprobar que todos estos estudiosos del pasado remoto suelen empezar sus trabajos admitiendo que, como muchos, se preguntan si la Atlántida, de la que se dice que era un continente (o la isla Atlantis) existió realmente y deducir con ello que actualmente es imposible afirmar si existió, o no para, seguidamente, poner en marcha su fértil imaginación arrimando el ascua a su sardina, sembrando sus obras de “evidencias” que “demuestran” lo acertado de su “investigación” a la vez que aprovechan para echar por tierra otras teorías. Es parecido a lo que nos tienen acostumbrados ciertos tertulianos que, después de confesar que “Yo no sé nada de física cuántica”, se pasan media hora impartiendo doctrina y dogmatizando… sobre física cuántica. 

Realmente, y centrándonos en España, son muchas las fuentes que soportan la posible existencia histórica de la isla Atlantis y su civilización, o cuando menos la existencia de una antiquísima tradición o leyenda histórica sobre una cultura marítima atlántica de considerable desarrollo que pudo florecer entre el Neolítico y la Edad del Bronce en una isla situada frente a Gibraltar, no muy lejos de Iberia y Marruecos. O bien en un archipiélago de islas y colonias distribuidas en regiones continentales de Europa y África. De ahí a afirmar que en caso de haber existido realmente una isla con una ciudad concéntrica circular como la que describen las fuentes, ésta solo pudo hallarse en el Atlántico, ante la boca del estrecho de las Columnas de Hércules (Gibraltar), y próxima a Gadeira (Gades o Cádiz), un paso. Es decir, afianzando la conjetura, en esa área del Atlántico que se extiende entre Iberia, Marruecos, las islas Madeira y quizás hasta las Canarias por su parte meridional. Tal civilización atlántica remontaría sus orígenes hasta hace unos 11.580 años, mientras que su final catastrófico sucedería en una fecha más reciente, entre finales del Calcolítico y la Edad de Bronce, aproximadamente entre el 2700 y el 1550 A.C. Todo lo anterior, se dice, está perfectamente documentado en las fuentes primarias escritas (códices, papiros, manuscritos, inscripciones, entre otros) en antiguas lenguas, pero sobre todo en los mismos escritos del Timeo y el Critias de Platón9, obviamente si son leídos e interpretados de modo correcto (es decir, como YO ordeno que se interprete para verificar mi idea).


Lo asombroso es que, tanto el Timeo como el Critias, son sólidamente válidos para justificar cualquier ubicación geográfica de la mitológica Atlántida, básicamente porque todas las conjeturas actuales se sustentan en similitudes del arte rupestre, en este caso, de la península ibérica (grabado o pintado en cuevas pero también hallado en vasijas de cerámica) con un símbolo que era exactamente el mismo esquema del patrón urbanístico de la capital de la isla de Atlantis descrita por Platón, abriendo el melón de si esto es mera casualidad o si realmente puede haber algo que vincule este símbolo esquemático descrito, de círculos concéntricos y canales, con la leyenda histórica de la Atlántida, y de acuerdo al conocimiento geológico que tenemos en la actualidad sobre la geomorfología de las islas (tanto emergidas como sumergidas), las ruinas que albergan, y el relieve de los fondos marinos del Atlántico. Y hasta varios grandes poblados o ciudades con exactamente el mismo patrón urbanístico usado en Atlantis y detallado por Platón consistente en alternar fosos circulares que eran inundados de agua con anillos de tierra o espacios inter-fosos, todos ellos rodeando concéntricamente a una zona central más pequeña donde, al igual que en la capital concéntrica de Atlantis, se hallaría la acrópolis o zona central con edificaciones de la jerarquía o realeza y el templo principal. 

La verdad, no obstante, parece ser que es que Platón fue, simplemente, el primero en hacerse eco por escrito de una leyenda mitológica de la antigüedad, muy anterior a él, en la que se menciona el reino mítico situado en una isla llamada Atlantis dentro de una península llamada Atlántida y en los "Diálogos" hace referencia de ella a través de la narración de su tío (o abuelo) Critias, discípulo de Sócrates; según el relato del propio Platón, Critias oyó esa historia contada también por su abuelo, que a su vez la había escuchado del político ateniense Solón y a éste último se la habían transmitido los sacerdotes egipcios de la ciudad de Sais, situada en el delta del Nilo. 


 

En el siglo I a.C., Estrabón10 y Posidonio11 están convencidos de que el relato de Platón no era resultado de la imaginación literaria del filósofo, sino que se ajustaba a una realidad de recuerdo impreciso. Plutarco12 (siglo II d.C) dará los nombres de los sacerdotes egipcios que habrían contado a Solón la historia de la Atlántida, haciendo mención de Psenophis (Sais) y Sonkhis (Heliopolis). Por su parte, Proclo13 hará alusión al viaje que hizo a Egipto Crantor, filósofo de la Academia platónica y como éste pudo ser testigo de la existencia de unas inscripciones en las que aparecía la historia que había referido Solón. Muchos son los historiadores, arqueólogos e investigadores de todos los tiempos que intentarán descifrar el misterio de la Atlántida, sobre todo, después de que el austríaco Heinrich Schliemann descubriera en 1873 las ciudades de Troya, Micenas y otras siguiendo las pistas encontradas en las lecturas de La Ilíada de Homero. Las hipótesis sobre su posible asentamiento han sido, en la mayoría de los casos, especulativas y con escasa base científica. Seguramente una de las que ha cobrado más fuerza es aquella que la relaciona con Grecia (cultura minoica) y España (cultura tartésica). En ese sentido, las teorías encontrarían afinidad con algunos topónimos mencionados por Platón y que hace referencia al Mediterráneo, África y a la que fuera colonia fenicia de Gades14.

Pero si se quiere creer sin más que eso es historia...
 

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1James Francis Cameron es un director, guionista, productor de cine, editor de cine, ingeniero, investigador y explorador marino canadiense

2Y del desconocimiento y la indiferencia más absolutos se ha pasado a la veneración de un yacimiento arqueológico urbano, promocionado por el Ayuntamiento como 160 generaciones, descubre los orígenes de los primeros pobladores de Jaén. Todo hay que decirlo, la “fiebre” por el pasado ha puesto de relieve otros descubrimientos como la recuperación de restos romanos de un pozo y un aljibe únicos en la Península por su acceso doble y una zona de enterramientos de época tardo romana que no se excavaron en su día, además de restos de una vivienda musulmana del siglo X. Junto a ello se ha excavado un foso del Calcolítico en el que se han hallado puntas de flecha y herramientas de silex, material probablemente obtenido en la zona de Otíñar por estos primeros pobladores de Jaén

3Director de cine israelí-canadiense, productor, periodista independiente y autor de bestsellers del New York Times, galardonado con varios premios, profesor adjunto de estudios religiosos en la Universidad de Huntington, en Ontario.

4Charles R. Pellegrino es un escritor norteamericano, autor de librosen algunas ocasiones polémicos en cuanto a arqueología se refiere, incluyendo "Vuelta a Sodoma y Gomorra", "Fantasmas del Titanic (Con James Cameron)", "Desenterrando Atlantis" y "Fantasmas del Vesubio"

5Peter Paul Ellul Vicenti es un director de cine de Malta volcado en los documentales de tipo arqueológico.

6Profesional de Seguridad americano, Director Ejecutivo de la "Society for Historical Exploration"

7Georgeos Díaz-Montexano se autodefine como epigrafista, escritor, asesor de National Geographic,

8Richard A. Freund es rabino y director del Centro Greenberg de Estudios Judaicos de la Universidad de Hartford. Es el autor de Digging Through the Bible en el que relata sus experiencias excavando en el Medio Oriente. Dirigió' una expedición de científicos españoles, estadounidenses y canadienses en 2009 y 2010 para investigar imágenes satelitales de las marismas de Doñana, que muestran características circulares y rectangulares, descubiertas en 2003. National Geographic ha incluido los hallazgos de la expedición en un documental de 2011 titulado Finding Atlantis, anterior al de Cameron.

9 Platón, filósofo griego seguidor de Sócrates y maestro de Aristóteles, fundó la Academia de Atenas, institución que continuaría a lo largo de más de novecientos años. Escribió sus obras, mayoritariamente en forma de diálogo, sobre los más diversos temas, tales como: filosofía política, ética, psicología, antropología, metafísica, cosmogonía, cosmología, filosofía del lenguaje, filosofía de la educación, etc. A diferencia de sus contemporáneos, se cree todo su trabajo ha sobrevivido intacto. El Timeo es un diálogo escrito por Platón antes que el Critias o La Atlántida, y está considerado como el pensamiento más influyente en toda la filosofía y ciencia posteriores. Critias o La Atlántida es uno de los últimos diálogos de Platón, continuación de La República y el Timeo, describe la guerra entre la Atenas prehelénica y la Atlántida, hipotético imperio occidental e isla misteriosa descrita por el filósofo sofista Critias, tío de Platón (aunque algunas fuentes aseguran que era su abuelo), que sostiene que la Atlántida existió en una época muy remota, y la sitúa «más allá de las columnas de Heracles». Dicha isla mitológica fue tragada por el mar y se perdió para siempre. Se admite que el Critias es una exposición platónica, en el sentido de mitológica, de la historia.

10Estrabón fue un geógrafo e historiador griego conocido principalmente por su obra Geografía.

11Posidonio fue un político, astrónomo, geógrafo, historiador y filósofo estoico griego aunque ninguna de sus numerosas obras puede leerse hoy en día, puesto que solo han sobrevivido fragmentos.

12Plutarco fue un historiador, biógrafo y filósofo moralista griego.

13Proclo fue un filósofo neoplatónico griego, el representante más importante de la escuela neoplatónica junto a Plutarco, Siriano y Domnino. Fue uno de los últimos grandes filósofos clásicos.

14 Incluso el universo de esos personajes televisivos entrañables, Los Simpson, es muy curioso, y parece que de manera oficial la Atlántida existe en ese mundo tan extraño. La Atlántida, aquí, es completamente real. El episodio donde se “demuestra” se llama “Homero el Grande”, en donde se puede ver, además, a una grupo secreto de la ciudad de Los Simpson, Springfield (y de todo Estados Unidos), que básicamente, es una parodia de los Illuminati o los Masones. Pero lo verdaderamente interesante de todo esto es la canción que todos cantan en grupo que, entre muchas otras cosas, dice que son ellos mismos quienes evitan que la Atlántida aparezca en los mapas, justo antes de decir que mantienen a los extraterrestres controlados.

domingo, 6 de diciembre de 2020

El mundo que conocimos.

Dentro de la extensa discografía de Frank Sinatra (1915 - 1988), hay una canción, publicada 
en los años 60, que no llegó a ser un estándar del cantante pese a haber alcanzado en su día 
el número 1 en las listas de éxitos y que se llama (Over and over) The world we knew – (Una 
y otra vez) El mundo que conocimos -, una balada en la que, visto desde hoy, aunque sea una 
y otra vez, no se entiende cómo ha cambiado el mundo que nos marcó.

 
Es este un tema que admite múltiples lecturas, desde la de los sentimientos a que se refiere 
la canción, hasta cualquiera otra que analice el presente respecto del pasado: la persona (no 
somos los que fuimos), la familia y entorno (su concepto ha cambiado), la sociedad, la política, 
el clima,…. Fijémonos, como síntoma, en el cambio climático, en el mundo que conocimos
en qué lo hemos convertido y seguimos convirtiendo para generaciones futuras. Y para ello 
vamos a recordar un trágico y deprimente caso real.

 

Cuando yo era pequeño, en las clases de Geografía del colegio, se estudiaba que el llamado 
mar de Aral – acudiendo a los textos de entonces - era uno de los cuatro lagos más grandes 
del mundo, por detrás del mar Caspio, el lago Superior y el lago Victoria, con una superficie de 
68 000 kilómetros cuadrados (un 13 % de la superficie de España), situado en Asia Central, 
entre las actuales repúblicas de Kazajistán, al norte, y Uzbekistán, al sur, formado por la 
aportación de agua  de los ríos Amu Daria y Sir Daria, y suministraba una sexta parte de todo 
el pescado que se consumía en la Unión Soviética de entonces. Hoy, sin embargo, el mar de 
Aral, desecado, se ha reducido a menos del 10 % de su tamaño original, hecho que se ha 
calificado como uno de los mayores y más ignominiosos desastres medioambientales llevados 
a cabo por el ser humano en la historia reciente porque, como han confirmado diferentes 
testimonios, se llevó a cabo de forma consciente y premeditada. Donde antes había peces y 
barcos hoy solo hay arena, cascos oxidados y esporas tóxicas de ántrax y, posiblemente, 
dentro de muy poco del mar de Aral solo quedará el recuerdo ¿Por qué?

 
No hace tantos años, en la década de los años cincuenta del siglo pasado, el mar de Aral era 
especialmente rico en pesca (en sus aguas se capturaban anualmente cerca de 40.000 
toneladas de pescado y los humedales situados en sus deltas tributarios eran el hogar de 
gran cantidad de especies animales y vegetales) y sus fábricas de conservas exportaban a 
todo el mundo. Las vastas estepas que rodeaban el lago dieron la idea al Gobierno para 
desarrollar masivamente la agricultura, en especial el cultivo del algodón; eran tierras poco 
aptas para ello, debido a su grado de aridez y falta de infraestructuras hidráulicas para el 
regadío; por esta razón los ingenieros soviéticos planearon utilizar el agua de los principales 
ríos que desembocaban en el mar de Aral. 

 

Y todo comenzó a cambiar en la década de los 60, cuando las autoridades de la antigua 
Unión Soviética diseñaron y desarrollaron un plan para convertir los territorios desérticos de 
Asia Central en el mayor centro algodonero del mundo. Dado que el clima árido de la región 
no posibilitaba el cultivo de la planta, los mandatarios del Kremlin pusieron en marcha un 
ambicioso proyecto para regar los campos con las aguas de los ríos Amu Daria y Sir Daria, 
los dos que alimentaban el lago. En pocos años se construyeron 45 embalses, más de 80 
presas y cerca de 32.000 kilómetros de canales —la mayoría de factura tan deficiente que 
pierden casi tanta o incluso más agua de la que transportan—. Primero se desvió a las 
plantaciones un tercio del caudal que normalmente llegaba al Mar de Aral, aunque 
progresivamente esa cantidad fue aumentando hasta alcanzar cifras imposibles de metros 
cúbicos anuales. El plan salió como se había esperado y, gracias al mismo en la actualidad 
Kazajistán es uno de los mayores productores mundiales de algodón, pero la otrora próspera 
industria pesquera de la zona, que daba trabajo a cientos de kazajos y uzbecos, está tan seca 
y muerta como el propio lago ya que el alto precio a pagar ha sido dejar sin agua el gigantesco 
lago y condenarlo a la desaparición. El éxito económico obtenido hizo menospreciar 
inicialmente el problema, lo que pronto se demostró un error.

 
A principios de la década de 1980, cuando los ingenieros se dieron cuenta de que el agua que 
llegaba al gran lago era tan sólo un 10% del caudal de 1960, fue demasiado tarde. Gran parte 
de su superficie se había secado y el resto se encontraba en un acelerado proceso de 
desaparición; en 1989, el gran cuerpo de agua se partió en dos, dejando una masa al norte y 
otra al sur, que pasaron a denominarse mar de Aral del Norte y mar de Aral del Sur. La pesca 
se arruinó. El puerto de Aralsk (ciudad de Aral) perdió el agua en 1970 y sus habitantes vieron 
cómo el mar se alejaba día a día y comenzaron a sufrir diversas enfermedades derivadas de 
la creciente salinidad y radicalidad del clima. Los barcos quedaron varados en un desierto de 
arena salada, en una imagen que se convirtió en el icono del desastre. 
 
En 2003, unas imágenes por satélite de la NASA mostraron la verdadera envergadura del 
desastre y lo que muchos científicos ya habían anunciado y en 2009 se presentó en el 
Festival Internacional de Cine de San Sebastián el documental Aral, el mar perdido de la 
multipremiada cineasta Isabel Coixet en el que se refleja la importancia del agua en la vida de 
las personas, en la economía y en el equilibrio medioambiental. La realización mostró la 
terrible realidad de un desastre provocado por el hombre, hasta entonces poco conocido 
internacionalmente. 


 
La pérdida del agua desencadenó, además, una cadena adicional de desastres. La 
evaporación se aceleró, ya que las aguas menos profundas son más fáciles de calentar, por lo 
que el gran lago entró en un bucle de retroalimentación negativa: a más evaporación, menos 
profundidad, a menos profundidad, más evaporación … El mar de Aral no sólo disminuyó de 
tamaño, sino que la evaporación disparó la salinidad lo que causó la muerte de casi todos los 
peces. Para contener la salinidad, se incrementó la extracción de aguas freáticas, lo que hizo 
disminuir el nivel de los acuíferos; el consumo humano se vio afectado: amplios sectores de la 
población quedaron sin acceso a agua potable y la que quedó estaba altamente contaminada 
por los fertilizantes y pesticidas utilizados en los cultivos de algodón.

 
Por otra parte, el mar de Aral perdió su capacidad de regular el clima: los inviernos y los 
veranos se hicieron más duros y las tormentas de polvo comenzaron a devastar las regiones 
ribereñas, arrastrando la sal del antiguo fondo marino. Las consecuencias para la salud fueron 
nefastas: enfermedades como el cáncer linfático, de hígado y de garganta, la anemia, la 
bronquitis crónica, la tuberculosis, la fiebre tifoidea, la hepatitis y el asma se dispararon. La 
mortalidad infantil alcanzó una tasa de 7,5 fallecimientos de cada 100; más de la mitad de 
esos niños murieron de enfermedades respiratorias debido a la sal y los minerales existentes 
en polvo que respiraban. Las tormentas de sal y la disminución de los acuíferos acabaron con 
el 40% de la vegetación de las tierras circundantes y la agricultura de supervivencia se hizo 
imposible. Todo ello provocó un gran éxodo migratorio hacia zonas más prósperas que causó 
un desequilibrio demográfico, y problemas transfronterizos cuando desapareció la Unión 
Soviética. La sal y el polvo viajaron más lejos, hasta 200 km, alcanzando amplias tierras de 
cultivo en Uzbekistán, Kirguistán, Turkmenistán y otros países, disminuyendo la productividad 
agrícola. La sal también llegó a las cimas de las montañas de Kirguistán, causando el 
derretimiento de los glaciares que ya se había iniciado a causa del cambio climático.

 

La pregunta clave es ¿Volverá el agua?  Sin duda el mar de Aral no volverá a ser nunca lo 
que fue, pero sí se vislumbra una cierta esperanza. Los intentos por recuperar el mar de Aral 
comenzaron en 1996 cuando se levantó un dique para retener el agua del Sir Daria, río que 
desemboca en el norte del mar de Aral; la idea era sacrificar el mar de Aral del Sur para que el 
mar de Aral del Norte pudiera salvarse. Pero la presa se rompió a los pocos años. En 2004 se 
construyó otro dique con la financiación del Banco Mundial. El mar de Aral del Norte aumentó 
su nivel casi cuatro metros en seis meses, y en un año logró aumentar de tamaño en un tercio 
y recuperar parte de su fauna acuática. Lo más esperanzador fue que parte del agua comenzó 
a fluir tímidamente hacia el mar del Aral del Sur. La recuperación de la zona norte del lago se 
ha visto favorecida por la propia naturaleza, que ha invertido la retroalimentación negativa de 
la evaporación: el agua disminuye hasta un volumen determinado con alta salinidad, lo que 
frena la evaporación estabilizando el proceso. El agua, que una vez estuvo a 50 km de la 
ciudad portuaria de Aralsk, ahora está “a sólo” 15 km. La recuperación del lago está aún lejos, 
pero hay síntomas de que está en marcha. En el mar de Aral del Norte, está renaciendo 
pesca y la agricultura es más fácil. La salubridad ha mejorado notablemente, disminuyendo la 
anemia en un 65% debido a una mejor nutrición. Sin embargo, los expertos alertan de que la 
recuperación total sigue siendo muy difícil, ya que persisten muchos de los factores que 
desencadenaron los desastres. El mar de Aral del Sur sigue sin soluciones a corto plazo y la 
crisis climática amenaza con más sequías.

 
Hasta aquí (se podría seguir con muchos otros datos) la narración de la catástrofe del mar de 
Aral, que nos parece algo extremo, ajeno y lejano. Aunque, la verdad es que extremo, sin duda, 
pero ¿ajeno? ¿lejano? ¿seguro? porque, visto en perspectiva, el desastre se produjo, 
básicamente, por primar por encima de todo la economía, en aplicación práctica del conocido 
refrán de “pan para hoy y hambre para mañana”, es decir, solucionar los problemas de hoy 
sin pensar en el impacto de esa solución en el futuro, o, directamente, hipotecándolo 
irresponsablemente. Que es lo que nos pasa ahora en esta envenenada situación pandémica 
del virus Covid-19, al tener que elegir acciones (o restricciones) que observen el difícil 
equilibrio (¿existe?) entre ponerle barreras al contagio y mantener la, por otro lado 
imprescindible, actividad económica, elegir entre salud y economía.

 
No es nueva esta elección, y está estadísticamente demostrado que así planteada tiene un 
alto porcentaje de manipulación toda vez que, frecuentemente, lo que se debe elegir es entre 
un presente que, tal como se presenta, tiene fecha de caducidad y un futuro que, de acuerdo, 
nosotros no veremos, pero es lo que tendrán nuestros descendientes. Basta, en este sentido, 
ver que se presenta la deforestación de la Amazonia (pulmón verde de todo el planeta) como 
una operación beneficiosa (¿para quién? ¿para las grandes empresas y los grandes 
terratenientes?) o que las operaciones de fracking1, incluso con sus conocidas secuelas para 
el medio ambiente y para la población, se dice que son la tabla de salvación para una 
ciudadanía económicamente deprimida en lugar de confesar que es la panacea de las 
empresas gasísticas y buscar y ofrecer alternativas para la tierra y para las personas.

 

Capítulo aparte merecen esas decisiones que se envuelven en una bandera patriótica (¿de 
verdad es patriótico causar un perjuicio irreparable a sabiendas a la población?) como, por 
ejemplo, el oscuro caso del llamado Proyecto Manhattan2, del que, por una deficiente gestión 
de los residuos (como pasaría más tarde, por otras causas, en el mar de Aral, la historia se 
repite), ochenta años después se registran en su zona de influencia los índices más altos de 
contaminación y radiación en humanos de todo Estados Unidos. 
 
Y otra cosa es el desconcierto individual ante estos dilemas. Todos sabemos que el cambio 
climático, debido en gran parte a la actividad humana, está provocando el deshielo de los 
casquetes polares, la desaparición de los glaciares, el fin de muchas especies animales,…. 
pero, ¿qué se puede hacer?, además de que esos desastre nos quedan lejos… ¿Nos 
“tranquilizaría” en la conciencia algo más cercano? Acostumbramos a identificar con la lluvia 
ácida3 y sus efectos a países como China, India, algunas zonas muy industrializadas de 
Estados Unidos o de Europa, y Japón, “olvidándonos” de que también afecta fuertemente a 
España, principalmente a Galicia, País Vasco, Murcia y Catalunya, detectándose una mayor 
contaminación en las centrales térmicas, en sectores como León, Teruel, A Coruña, entre 
otros, pero, claro, si la lluvia ácida se produce cuando las emisiones contaminantes de las
fábricas, automóviles o calderas de calefacción entran en contacto con la humedad de la 
atmósfera, ¿qué hemos de hacer, cuando, es cierto, el progreso humano es imparable? 
¿volver a la Edad de Piedra? Difícil, muy difícil, tomar decisiones en este tema. Mas no 
podemos dejar que se reproduzca otro mar de Aral.
 
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2El Proyecto Manhattan, iniciado en 1939, fue un proyecto secreto (el secretismo era tal que el presidente Truman, que sucedió a Roosevelt a la muerte de éste, no lo conoció hasta poco antes de ser investido) de investigación y desarrollo llevado a cabo durante la Segunda Guerra Mundial, reactivado tras el ataque japonés a Pearl Harbor, que produjo las primeras armas nucleares, liderado por los Estados Unidos con el apoyo del Reino Unido y de Canadá con el objetivo de disponer de la bomba atómica antes que los nazis. Se llevó a cabo el 16 de julio de 1945 una prueba nuclear completa, que recibió el nombre en clave «Trinity» en el desierto de Jornada del Muerto, en Nuevo México, cerca de la ciudad de Los Álamos.

3El concepto de lluvia ácida engloba cualquier forma de precipitación que presente elevadas concentraciones de ácido sulfúrico y nítrico; también puede mostrarse en forma de nieve, niebla y partículas de material seco que se posan sobre la Tierra. La mayor parte de estas precipitaciones son el resultado de la acción humana y el mayor culpable de este fenómeno es la quema de combustibles fósiles procedentes de plantas de carbón generadoras de electricidad, las fábricas y los escapes de automóviles. Cuando se queman combustibles fósiles se libera dióxido de azufre (SO2) y óxido de nitrógeno (NOx) a la atmósfera que reaccionan con el agua, el oxígeno y otras sustancias para formar soluciones diluidas de ácido nítrico y sulfúrico. Los vientos propagan estas soluciones acídicas en la atmósfera a través de cientos de kilómetros y cuando se precipita en forma de lluvia ácida, fluye a través de la superficie mezclada con el agua residual y entra en los acuíferos y suelos de cultivo. La única forma de luchar contra la lluvia ácida es reducir las emisiones de los contaminantes que la originan, lo que significa disminuir el consumo de combustibles fósiles. Muchos gobiernos han intentando frenar las emisiones mediante la limpieza de chimeneas industriales y la promoción de combustibles alternativos. con resultados ambivalentes. Si pudiéramos detener la lluvia ácida hoy mismo, tendrían que transcurrir muchos años para que los terribles efectos que ésta genera desaparecieran.