Existe un conocido bulo (lo es; hay investigaciones científicas que lo desmienten de forma
categórica) según el que la memoria de los peces es de una duración de tres segundos
cuando, por ejemplo, según esas investigaciones, la mayoría de los peces pueden recordar
a sus depredadores hasta un año después de ser atacados por ellos; y una carpa que ha
estado a punto de morder el anzuelo recuerda la experiencia y evita a los pescadores durante
varios meses. Además, si hay que inspeccionar una zona donde sospechan que hay un
predador, es habitual que lo hagan por parejas para aumentar la seguridad, como lo harían
un par de compañeros policías. Lo que sí es cierto es que la memoria, y no sólo en los peces, es maleable, condiciona y
engaña certificando que las cosas son exactamente sin ninguna duda, las que recordamos y
como las recordamos dando lugar con ello a situaciones chuscas como la de afirmar que el
día 1 de mayo se celebra de toda la vida (porque es lo que yo conozco) la festividad católica
de San José Obrero, cuando es bien sabido que esta celebración litúrgica fue instituida en
1955 por el Papa Pío XII para aprovechar el aconfesional Día del Trabajo, o que la
tauromaquia ha sido siempre un bien de interés cultural cuando lo cierto es que fue
recientemente, en noviembre de 2013, declarada en el Senado Patrimonio Cultural gracias a
la mayoría del Partido Popular y el apoyo de UPN, Con esto del confinamiento pasa tres cuartos de lo mismo, que nos fiamos sólo de nuestra
corta memoria personal, que no lo ha conocido y lo ve, por tanto, inusual, sin caer en la
evidencia indiscutible de que el confinamiento de ciudades o regiones ha sido una de las
medidas que a lo largo de la historia han tomado gobernantes y reyes para hacer frente a las
crisis sanitarias (y no sanitarias), como la actual provocada por la pandemia del coronavirus.
En esto de ahora, China fue el primer país en imponer la cuarentena a sus ciudadanos para
luchar contra el contagio de eso que se llamaría Covid-19. Una decisión que pocas semanas
después adoptaron otros numerosos gobiernos del mundo: primero fueron Italia, España o la
India, y después ha sido implementada en otras regiones del mundo para intentar contener
el número de contagios del virus. Otro ejemplo, del que no nos acordamos, claro, de limitación del movimiento entre los
ciudadanos a lo largo de la Historia por una crisis sanitaria se vivió con la llamada ‘peste
negra’. De hecho, esta enfermedad provocó uno de los confinamientos más duros que vivió
Europa y tuvo lugar en el siglo XIV, una pandemia que solo en el 'Viejo Continente' dejó
cerca de 25 millones de muertos, aunque se calcula que segó la vida de entre 40 y 60
millones de personas más en África y Asia, y cuyas consecuencias se han alargado durante
décadas en estos países. Desde entonces, cualquier brote de peste ha sido temido por
todas las clases sociales1. Ante el avance imparable de la enfermedad, fueron muchos los
príncipes, como los italianos, que decidieron cerrar sus ciudades para evitar la entrada de
personas contagiadas. Esta misma medida fue adoptada por los distintos gobernantes de las
ciudades y regiones europeas a las que llegaba la enfermedad. Sin embargo, no hace falta retroceder tanto en el tiempo para ver que el confinamiento fue
una decisión recurrente en caso de epidemias, pues otro ejemplo en la Historia lo
encontramos en el siglo XVIII, momento en el que la ciudad de Girona cerró las puertas de la
ciudad para evitar la entrada de todas las personas que vinieran desde Francia, a causa de
la llamada 'Gran Peste de Marsella'2. En esta ocasión, se trató de una enfermedad que segó
a la población del sur del estado galo. Las cuarentenas no tuvieron un efecto sanitario inmediato, pero hicieron posible que poco a
poco la peste retrocediera en diversos países. Otras enfermedades, por desgracia, tomaron
el relevo. El cólera se convirtió en una de las más terribles, como demostró la epidemia que
afectó a Europa en 1830 y a Norteamérica dos años más tarde. Los países involucrados
procuraron frenar el contagio, como en los tiempos de la peste, a través de la cuarentena. No
fue hasta la Conferencia Internacional de París de 1903 cuando un gran número de países
se puso de acuerdo para aplicar idénticos criterios acerca de las cuarentenas. Este
procedimiento entraría en declive tras la Segunda Guerra Mundial, ante la convicción de que
podía ser beneficioso en unas circunstancias y contraproducente en otras, pues el remedio
no se demostró tan eficaz desde el punto de vista de la sanidad pública, pero sí útil para
otros objetivos: limitar los movimientos de los enemigos del gobierno o implantar el
proteccionismo económico ya que las consideraciones políticas iban a mezclarse en más de
una ocasión con las cuestiones estrictamente sanitarias. En este sentido, es llamativo que
con la actual pandemia del Covid-19, el consenso es casi total respecto a la necesidad,
mientras no se halle un remedio eficaz, de aislar a la población en sus hogares, aunque el
debate sobre el alcance de ese confinamiento sea constante, pero en la lista de las
excepciones clamorosas, más preocupados en preservar su forma de entender la economía
que predican que en la supervivencia de sus conciudadanos, se codean el estadounidense
Donald Trump o el brasileño Jair Bolsonaro entre otros. Y acaba aquí el confinamiento dentro de acalorados debates acerca del cómo y en qué plazo,
pero, ¿acaba la amenaza del Covid-19 y su contagio? Porque, la verdad, es que el mundo,
que está paralizado, busca respuestas. Los lugares que una vez estuvieron llenos del ajetreo
y el bullicio propio de la vida cotidiana se han convertido en pueblos fantasma con
restricciones masivas y han cerrado fábricas, colegios, se han impuesto restricciones a los
viajes y se han prohibido reuniones numerosas, y no digamos tumultuosas. La ciudadanía
está desconcertada, y le gustaría tener una idea aproximada acerca de cuándo acabara todo
ésto. Según fuentes oficiales, la pandemia acabará, posiblemente, al cabo de entre 2 y 4 o 5
meses de cuando se inicie la relajación del confinamiento3, aunque estos tiempos son muy
variables, de forma que, "una vez que se constate el último caso diagnosticado, deberán
dejarse pasar "dos cuarentenas" es decir, 28 días, para considerar el final de la transmisión”.
Pero incluso si el número de casos comienza a disminuir en los próximos meses, todavía
podemos estar lejos del final. ¿Y no hay salidas? ¿Cuándo terminará y cuándo podremos seguir tranquilos con nuestras
vidas aunque sea en una nueva normalidad, alineada, seguramente, nos cueste más o
menos admitirlo, con una nueva realidad? Porque está claro que la estrategia actual de
autoaislamiento, que muchos países han puesto en marcha, no es sostenible a largo plazo
porque el daño social y económico consecuente sería catastrófico. Lo que necesitan los
países que ya han alcanzado el pico de la epidemia es tener claro cuál va a ser la "estrategia
de salida", es decir, cómo van a levantar las restricciones y volver a la normalidad, pese a
saber que el coronavirus no va a desaparecer, claro que si se levantan las restricciones que
frenan el virus, entonces los casos inevitablemente se dispararán. ¿Qué hacer? Básicamente, desde el punto de vista sanitario, hay tres formas de salir de este lio, sin perder
de vista que sólo se ha luchado contra el contagio, y que el virus sigue campando a sus
anchas. - Que un número suficiente de personas desarrollan inmunidad al virus tras contraer la
infección - Cambiar permanentemente nuestro comportamiento como sociedad - Desarrollo de una vacuna Respecto de la primera, la Inmunidad natural, dicen los expertos que faltaríann al menos dos
años (cuando menos) para que se produjera, pero cuándo puede suceder todo esto es
incierto y no debe olvidarse que el plantear conseguir así la inmunidad colectiva es un
proceso en el que cada vez más personas se tienen que infectar. Y hay dudas sobre si esta
inmunidad duraría, toda vez que otros coronavirus, que causan síntomas de resfriado común,
conducen a una respuesta inmune muy débil y las personas pueden contraer el mismo virus
varias veces en su vida. La segunda opción son los cambios permanentes en nuestro comportamiento que nos
permiten mantener bajas tasas de transmisión, lo que podría incluir, obviamente, mantener
vivas algunas de las medidas que se han implementado. O introducir pruebas rigurosas y
aislamiento de pacientes para tratar de estar al tanto de cualquier posible brote. Fácil decirlo
y comprensible pero, a la vista de numerosos comportamientos individuales observados en
las fases de desconfinamiento que creen que la lucha contra la pandemia es sólo cosa del
Gobierno y no algo íntimamente supeditado a la responsabilidad de cada uno, y acudiendo a
nuestro rico refranero, una cosa es predicar, y otra dar trigo. Conviene en este punto no echar
en saco roto el hecho incuestionable de que mientras el virus ande suelto sólo se puede luchar
contra su propagación o contagio, y en eso tienen mucho que ver las actitudes individuales:
extremar la higiene de manos, respetar el llamado distanciamiento social (divulgado en dos
metros standard, pero variable al alza en función de que se esté quieto, caminando, corriendo,
en bicicleta, etc:), llevar puesta mascarilla (tanto para no contagiarse uno como para no
contagiar a los demas por ser uno portador asintomático del virus), evitar ¡ay! las añoradas
efusiones con las peronas estimadas,...
Queda, pues, la vacuna como casi única opción respondiendo a la creencia de que a nivel
mundial, la ciencia encontrará soluciones. Esta de las vacunas es una forma natural de
hacerle frente a las enfermedades infecciosas. Un inciso sobre ésto. las vacunas se utilizan
en personas sanas para reforzar el sistema inmunitario y prevenir enfermedades graves y
potencialmente mortales, le "enseñan" al cuerpo cómo defenderse cuando microorganismos,
como virus o bacterias lo invaden, mediante el sistema de exponerlo a una cantidad muy
pequeña y muy segura de virus o bacterias que han sido debilitados o destruidos, de manera
que el sistema inmunitario aprende luego a reconocer y atacar la infección si está expuesto a
ella posteriormente en su vida. Como resultado de esto, no se enfermará o se puede tener una
infección más leve. Si se vacuna a suficientes personas, en torno al 60% de la población, y el
virus no es capaz de causar brotes, se alcanza lo que se conoce como el concepto de
inmunidad colectiva. La investigación de vacunas (varias y en varios laboratorios) se está llevando a cabo a una
velocidad sin precedentes, pero no hay garantía de que sea exitosa y requerirá inmunización
a escala mundial y, además, la mejor suposición es que una vacuna podría estar lista en
entre 12 y 18 meses si todo sale bien4, lo que es mucho tiempo si tenemos en cuenta las
restricciones sociales adoptadas y que no tienen precedentes durante tiempo de paz (las
redes sociales han promovido una teoría de conspiración que afirma que el virus detrás del
Covid-19 ya era conocido y que una vacuna, por tanto, ya estaba disponible). Pero no hay garantías de que se encuentre en el corto o medio plazo una vacuna contra el
coronavirus ni otras medicinas, que también se están investigando, que dificulten su
propagación y transmisión, por lo que en ese caso no queda otra que aprender a vivir con el
riesgo de la enfermedad, lo que significa intentar siempre reducir los números de contagios y
muertes y mantenerlos a niveles bajos a través de, por ejemplo, hacer pruebas a escala
masiva y luego rastrear el virus a través de una combinación de tecnología y rastreadores de
contacto humano. Por ahora, un puñado de estudios clínicos que buscan dar con una
fórmula contra el coronavirus ya están en la fase de pruebas en humanos, pero todavía se
trata de investigaciones reducidas y los pronósticos más optimistas hablan de una
producción a gran escala para 2021. Alrededor de 100 grupos de investigación están
buscando vacunas y casi una docena de ellos están ya en las primeras etapas de ensayos
en humanos o listos para comenzar. Aunque son muchos, los científicos alertan de que solo
unos pocos podrán superar los muchos obstáculos que quedan, pero cuántos más
investigadores allá, más posibilidades habrá de llegar a la vacuna. Pero, al tiempo que se anuncian rápidos avances en el desarrollo de una vacuna contra el
coronavirus, expertos internacionales han puesto sobre el tapete otra peliaguda cuestión.
Cuando la vacuna esté finalmente lista, dentro de un año o un año y medio, ¿será el mundo
capaz de producir y repartir todas las dosis necesarias? Si miles de millones de personas
necesitaran un nuevo tipo de vacuna contra el coronavirus, y las empresas siguieran
produciendo también las cantidades habituales de vacunas contra la gripe, el sarampión, las
paperas, la rubeola y otras enfermedades, podría llegar a haber una grave escasez de
producción. Y es que podría "no ser físicamente posible" fabricar suficiente vacuna para
todos. A lo que se añade, además, el riesgo de que los países ricos acaparen las dosis
disponibles en detrimento de los más pobres. O sea, se pueda o no acabar con la pandemia, todo seguirá igual.
Y continúa...
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1En
la Edad Media, el origen de las enfermedades epidémicas, como la
peste, era por completo desconocido. Lo que sí se sabía es que el
contacto personal favorecía el contagio. Giovanni Boccaccio, en su
obra El Decamerón, explicaba así en el siglo XIV cómo se
extendía la peste negra: “Contribuyó a dar mayor fuerza y
vigor a esta pestilencia el hecho de que los sanos visitaban o se
comunicaban con los que habían adquirido el mal”. En un mundo
en el que la medicina estaba poco desarrollada, no existía remedio
más eficaz que el aislamiento. Las autoridades ordenaban el cierre
de las ciudades afectadas. Eso no evitaba que, en aquellos momentos
de pánico, muchos quisieran huir a otros lugares en un intento
desesperado de ponerse a salvo. Como ahora con las segundas residencias por ejemplo.
2Algunos
ya estaban contagiados, y al marcharse ayudaban a la extensión
incontrolada de la epidemia. De ahí que contra estos
“autoexiliados” llegaran a aplicarse procedimientos extremos. El
historiador Geoffrey Parker cuenta que, en Sant Cugat, cerca de
Barcelona, a mediados del siglo XVII, los vecinos mataron a tiros a
dos individuos que venían de Barcelona. Temían que pudieran ser
portadores de la peste.
3Referidos
estos plazos al final de la crisis sanitaria. Otra cosa es el final,
y vuelta a la “normalidad” (habrá que definir qué se entiende
por “normalidad”) de la crisis socio-económica, y esperemos que
no humanitaria, vinculada, que ya se anuncia de años.
4Aunque
en esto también hay voces discrepantes: el jefe de Servei de
Malalties Infeccioses del Hospital Germans Trias i Pujol, de
Badalona (Barcelona) y director del Instituto de Investigación del
Sida IrsiCaixa, el prestigioso Dr. Bonaventura Clotet, ha
considerado que en septiembre puede haber ya una vacuna contra el
coronavirus. Por el contrario, para el jefe del servicio de Medicina
Preventiva y Epidemiología del Hospital Clínic, de Barcelona, decano de la Facultad de
Medicina de la Universidad de Barcelona e investigador de ISGlobal, Dr. Antoni Trilla, sería un éxito tener resultados de la vacuna en 18/24 meses, y la directora del departamento de Salud Pública y Medio Ambiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Dra. María Neira, ha admitido desde Ginebra (Suiza) que es "probable" que en otoño se produzca una nueva oleada de la Covid-19, para la que no se espera una vacuna hasta el año que viene..
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