domingo, 24 de mayo de 2020

La pandemia: conocer el “antes” para decidir el “después”.

El oftalmólogo polaco Ludwik Lejzer Zamenhof soñaba en la posibilidad de comunicarse en 
una lengua única universal y en 1887 publicó las bases de su Lingvo Internacia, “lengua 
internacional”, conocida después como esperanto, la lengua planificada internacional más 
difundida y hablada en el mundo (presente hoy, por ejemplo, en el traductor de Google), 
concebida no para reemplazar los idiomas nacionales sino como una alternativa internacional 
rápida de aprender. Aunque ningún Estado utiliza el esperanto como lengua oficial, es una 
lengua con una comunidad de más de 2.000.000 de hablantes de todos los niveles repartidos 
por el mundo. Su vocabulario proviene principalmente de lenguas de Europa occidental, 
mientras que su sintaxis y morfología muestran fuertes influencias eslavas, y forma "cosas" 
como “En vilaĝo de La Mancha, kies nomon mi ne volas memori,...”, para quien le suene. 
Debido a los periodos históricos favorables a ideas de paz y acercamiento de pueblos, y 
gracias a sus características, el esperanto experimentó en sus comienzos una difusión 
relativamente elevada, conociéndose como “el latín de los obreros”. Sin embargo, las épocas 
de guerras mundiales, dictaduras totalitarias y represiones políticas frenaron su expansión 
hasta tal punto de que algunos regímenes lo han perseguido y prohibido durante el siglo XX:
- En España alcanzó gran popularidad entre las clases trabajadoras y era común que la 
mayoría de escuelas racionalistas y ateneos libertarios incluyeran lecciones de este idioma, 
abruptamente interrumpidas tras el triunfo de las tropas franquistas en la Guerra (in)Civil.
- Adolf Hitler mencionó en su libro Mein Kampf al esperanto como una lengua que podría ser 
usada para la dominación del mundo por una conspiración judía internacional. Como 
resultado de esa animadversión, se produjo la persecución de los esperantistas durante el 
Holocausto.
- Stalin sospechaba que el esperanto era una «lengua de espías» y hubo fusilamiento de 
esperantistas en la Unión Soviética.
- El senador estadounidense Joseph McCarthy, conocido por su anticomunismo y promotor 
de la famosa “caza de brujas”, consideró el conocimiento del esperanto como ”casi sinónimo” 
de simpatía hacia el comunismo. 
-…

A aquellos hablantes del esperanto que desean que el idioma sea adoptado oficialmente y a 
escala mundial se les llama finvenkistoj, por fina venko, que significa “victoria final”, porque el 
soportar épocas de mala racha confiere ópticas diferentes y aparentes fuerzas para asumir 
los cambios. Es lo que pasa ahora, salvando las distancias, con esta pandemia que nos 
azota y en la que se está generalizando el mantra de que, después, cuando llegue la fina 
venko esperantista, nada (ni nosotros) será igual. Pero, ¿será así?
Por situarnos, desde su aparición a fines de diciembre de 2019 en Wuhan, China 
(investigaciones posteriores lo sitúan meses antes en Francia), el nuevo y desconocido 
coronavirus transformó —literalmente— la faz de la Tierra. En casi 100 días el Covid-19, 
como fue bautizado por la Organización Mundial de la Salud, hizo una labor de años: impuso 
el trabajo a distancia, cerró las escuelas, causó millones de desempleados y buena parte de 
los comercios, terminó con las reuniones de gente (lo que equivale a decir que eliminó 
conciertos, obras de teatro,deportes en general y juegos olímpicos, pero también cumpleaños, 
casamientos y funerales), vació las calles de las grandes ciudades, generó los planes de
rescate de la economía más enormes de la historia, devolvió sentido a la información de 
calidad sobre los supuestos de las redes sociales, dejó a miles de millones de personas en 
cuarentena (incluidas víctimas de violencia familiar encerradas con sus victimarios), impuso la 
“distancia social”, cambió los rituales de higiene, eliminó el apretón de manos y los abrazos, 
creó los documentos de inmunidad para certificar quién puede volver a interactuar en el 
mundo… en algunos lugares , los propietarios no cobrarán la renta ni los bancos las cuotas 
hipotecarias, y se pondrán en marcha experimentos para la provisión de ingresos básicos 
directamente desde el Estado… lo que tentaría a identificar la pandemia del Covid-19 como 
el más grande conflicto epidémico que ha sufrido el mundo en todos los tiempos”.

Pero esa definición ya existe y se aplica a la mal llamada “gripe española” o “spanish lady”1
pandemia de Influenza2 que, en 1918-19, en medio de la primera guerra mundial, acabó con 
la vida de entre 20 y 50 millones de personas en todo el mundo y contagió a cerca de 500 
millones. Muy poco más de un siglo después, otro brote alcanza proporciones mundiales: esta 
vez se trata de un coronavirus. ¿Estamos ante un escenario similar? La respuesta sencilla es 
no, porque la gran diferencia es la distancia que ha viajado la medicina en el intermedio de un 
siglo; los recursos para tratar la enfermedad en la época eran también muy limitados en 
comparación a los de hoy en día: no existían vacunas, medicamentos antivirales o antibióticos 
para tratar infecciones bacterianas secundarias relacionadas con la gripe como la neumonía, 
los hospitales no contaban con suficientes equipos médicos: no había unidades de cuidados 
intensivos, ni respiradores y no se entendía la importancia de aislar a los enfermos. Sin 
embargo, medidas ‘”no farmacéuticas” como las que se toman ahora para enfrentar el 
coronavirus —lavado frecuente de manos, uso de tapabocas, mantenimiento de la 
distancia entre personas y cierre de lugares públicos—sí fueron también populares en 
la época, lo que nos lleva a reflexionar sobre la importancia de la actitud personal, más 
relevante, a veces, que las respuestas médicas y complementaria de éstas.
Un poco de historia que nos permita, no comparar, que no es el caso, sino disponer de más 
elementos de análisis de situaciones; todo comenzó el 4 de marzo de 1918, en Fort Riley 
(Kansas, Estados Unidos), - nada que ver con España -, aunque ya en el otoño de 1917 se 
había producido una primera oleada de casos en al menos catorce campamentos militares 
estadounidenses y desde el Medio Oeste americano la gripe se extendió rápidamente hacia 
la costa este favorecida por el continuo movimiento de tropas. Unas semanas después se 
comprobaría la brusca elevación de la mortalidad en un buen número de grandes ciudades
a primeros de abril ya se habían registrado los primeros casos en los acuartelamientos de 
Burdeos y Brest, dos de los principales puertos de desembarco de tropas en Europa, y, sin 
duda, la gripe fue llevada a Francia por esa gran masa de hombres que viajaban al país 
desde Estados Unidos. Pronto comenzaron a aparecer también los primeros casos de gripe 
entre los soldados franceses e ingleses y, a lo largo del mes de abril, la epidemia se extendió 
por Francia e Italia, al tiempo que en tierras americanas alcanzaba tanto la costa atlántica 
como la del Pacífico.

En mayo, la onda expansiva penetraba en España, Portugal, Grecia y Albania y, a partir de 
junio, estaba ya no sólo en toda la Europa mediterránea, sino también en otras regiones del 
mundo tan distantes entre sí como la Península escandinava, el Caribe, Brasil, China y 
algunos países norteafricanos. Esta primera oleada fue relativamente benigna y no tuvo 
grandes consecuencias demográficas y sociales. 

A finales del mes de agosto  (cinco meses después del inicio) apareció de forma explosiva y 
simultáneamente en muchos puntos del planeta una nueva oleada epidémica, caracterizada 
por su gran poder de contagio y letalidad, que tuvo sus principales focos difusores en Brest 
(Francia), Boston (EE.UU.) y Freetown (Sierra Leona). A finales de septiembre, la gripe 
había invadido toda Europa desde el foco originario de Brest, todo el territorio americano 
desde Boston y el continente africano y toda Asia desde Freetown.
En octubre, los muertos se contaban por millones en todos los continentes. En lo que restaba 
del otoño, la gripe impregnó de un humo más negro que el de la metralla de la guerra que se 
libraba hasta el último confín de la Tierra. Afortunadamente, poco antes de iniciarse el 
invierno, se fue retirando con gran rapidez de las zonas afectadas, como si quisiera dar una 
tregua ante la proximidad de las fiestas navideñas. Los efectos de esta segunda ola 
pandémica fueron devastadores, ya que tuvo una extraordinaria gravedad, sobre todo en las 
últimas semanas de octubre, afectó a un gran sector de la población y provocó una tasa de 
mortalidad del 6-8%, especialmente entre los adultos jóvenes, la población más activa desde 
el punto de vista laboral. 
La tercera oleada se presentó en febrero-marzo de 2019 (un año después del inicio) y duró 
hasta mediados de mayo con el mismo “espíritu maligno” que la anterior, una alta morbilidad 
y un elevado porcentaje de complicaciones que con frecuencia causaban la muerte de los 
afectados. Sin embargo fue más corta en el tiempo y tanto su presentación como su declive 
fueron más lentos; por tanto, no revistió un carácter tan universal y provocó un número de 
víctimas mucho más reducido, aunque nada desdeñable, siendo ahora también los jóvenes 
el segmento de población más afectado por la virulencia de la enfermedad. En general, 
atacó más a las zonas menos afectadas por las dos oleadas anteriores.

Aún hubo un cuarto brote epidémico durante el invierno de 1920 (dos años y medio después 
del inicio), pero de menor gravedad, incidencia y número de complicaciones; además, su 
patrón de comportamiento fue algo diferente castigando preferentemente a los niños más 
pequeños. La gripe siguió circulando entre la población humana en los años siguientes, 
alternando brotes epidémicos de mayor o menor importancia en zonas más o menos 
extensas del mundo.

La gran epidemia desapareció repentina y misteriosamente, entre otras razones, 
posiblemente, por estar la mayoría de los supervivientes ya inmunizados. Y suerte de eso, 
porque hasta 1933 (quince años después del primer brote oficial) no se identificó el 
virus (Influenza A del subtipo H1N1) y se pudo trabajar en la vacuna. Para explicar las 
causas de la enfermedad se formularon numerosas y variadas hipótesis, algunas de las 
cuales procedían del pasado más remoto. La aparición de la epidemia se relacionó con el 
agua, con el suelo y con el aire, con los alimentos –el agua, la fruta, las harinas, etc.–, con 
determinados colectivos, con las aglomeraciones de gente, con las basuras, el alcantarillado, 
los pozos negros… y los demás pozos, el aliento de las personas queridas, los besos y hasta 
el simple apretón de manos. Se volvieron a invocar causas telúricas, miasmáticas y 
religiosas. No obstante, se fue imponiendo la tesis bacteriológica sostenida por los expertos 
y pronto se fue transmitiendo a la población la necesidad de “atenerse al análisis del 
laboratorio”, aunque la falta de resultados concluyentes en este sentido provocaba cierta 
incertidumbre y confusión en los médicos y demás responsables sanitarios. 
Por lo que respecta a España, al principio, dada la benignidad entonces de la epidemia, una 
gran parte de la población se la tomó a broma convencida de que podía sobrellevarse con 
humor; mientras tanto, entre los responsables sanitarios, había quien hablaba ya 
abiertamente de gripe infecciosa y quien prefería aludir a “una enfermedad todavía no 
diagnosticada”. Sin embargo, ante la extensión de la epidemia y el cariz que tomaban los 
acontecimientos, se advirtió de que era preciso que “sin alarma, pero con seriedad, el 
vecindario se preocupe de la amenaza que le acecha. La epidemia va tomando caracteres 
de gravedad, que es preciso atajar con el esfuerzo de todos”. Pero la alarma comenzó a 
sonar ante las dudas, la preocupación e incluso el sentimiento de pánico de muchos. 
Afortunadamente, a mediados de junio, esta primera oleada, comenzó a declinar y, a 
principios del mes de agosto, prácticamente había desaparecido del país.

No obstante, lo peor estaba por llegar. La segunda oleada apareció de forma brusca en 
distintos puntos de la geografía española en la última semana de agosto y la primera de 
septiembre. Las numerosas fiestas de finales de verano, el continuo trasiego de trabajadores 
eventuales (se calcula que en aquella época existía más de medio millón de vendimiadores) 
y el ir y venir de los nuevos reclutas y de los soldados licenciados fueron los principales 
focos de difusión de una epidemia que tuvo en el ferrocarril un medio de transporte idóneo. 
La oleada se prolongaría hasta mediados de diciembre, afectó muy especialmente al área 
mediterránea y al noreste del país y fue más cruel en aquellas zonas que ya habían sido 
poco atacadas por la invasión gripal de la primavera. A finales de otoño, la epidemia se había 
extendido por todos los rincones del país y alcanzado en algunas regiones una tasa de 
mortalidad de hasta el 2% de la población y a las familias españolas no sólo llegó el luto, 
sino también el pavor y el estupor.

Hoy día, a decir de los expertos, con una población de siete mil millones de seres humanos 
en el planeta y el transporte aéreo como nuevo vector de propagación se considera imposible 
detener una epidemia como la de 1918, al menos en su primera oleada. Escapa de la 
capacidad técnica y científica actual aislar el virus, analizarlo, encontrar una vacuna y 
producir las suficientes dosis antes de que el virus se expandiera por el mundo. Del mismo 
modo la industria farmacéutica, pese a estar mucho más desarrollada que en 1918, no sería 
capaz de producir suficientes antibióticos ni suficientes antivirales para varios miles de 
millones de personas en poco tiempo.
Lo curioso es que la “gripe española” fue ignorada después durante mucho tiempo.  
Desapareció de los medios en un aparente ejercicio de olvido voluntario colectivo y la 
Primera Guerra Mundial ocupó el interés de quienes estudiaron esos años. Sin embargo, la 
pandemia tuvo un impacto fenomenal en la vida de las personas. Casi no hubo familias que 
no se vieran afectadas por alguna muerte cercana. Pero además tuvo trágicas consecuencias 
políticas, sociales, económicas y hasta en el mismísimo desenlace bélico. Después de la 
pandemia el mundo cambió para siempre, ya no volvió a ser de la misma manera, aunque 
nadie pueda recordar cómo era antes.

En el caso de la actual pandemia, por un lado cabe recordar que las pandemias son un 
ejemplo perfecto de la clase de crisis a las que el capitalismo global es particularmente 
vulnerable, debido al movimiento constante de personas y mercancías por un territorio que 
parece único pero que, en realidad, está fragmentado. Así, aunque el coronavirus es una 
misma batalla en todas partes, podría haber mucha demonización, lo cual implicará más 
muertes y más sufrimiento a escala mundial como el caso de Viktor Orban en Hungría, cuyo 
discurso xenófobo asoció inmigración y Covid-19. En el vértigo de la crisis, algunos cambios 
se plantean como transitorios, por la necesidad del momento. Pero se quedan para siempre, 
sin que en la coyuntura se pueda comprender las implicaciones que podrían tener en otros 
contextos.

Por el lado contrario, otra escuela de pensamiento ve en las crisis destellos positivos de 
posibilidades y el Covid-19 podría abrir las puertas a políticas más progresistas. Si antes se 
consideraba que la intervención estatal, o un estado grande, eran inviables, ahora se insinúa 
que el mercado sólo también lo es. El objetivo es combatir el virus y, al hacerlo, transformar 
lo mismo de siempre en algo más humano y seguro. La crisis del Covid-19, en comparación 
con la económica del 2008, que hasta era difícil de entender por la complicada ingeniería 
financiera de los créditos que la causaron, es transparente: es una docena de crisis 
enredadas en una sola, y todas se desarrollan a la vez y de maneras que no se pueden 
pasar por alto. Los políticos se están infectando. Las celebridades ricas se están infectando. 
Los amigos y los parientes se están infectando y si bien las diferencias económicas y sociales 
persisten, esta vez la catástrofe se parece bastante a estar todos en el mismo barco.

Sin conclusiones. Que cada cual saque las suyas y asuma, si cree que lo ha de asumir, su 
nivel de compromiso personal más allá del cumplimiento de las recomendaciones, 
autorizaciones o limitaciones oficiales, pero ya se ve que no es momento aún de hablar de 
fina venko, y sí de ser sensato y de extremar la prudencia, por uno mismo y por los demás. 
Ya llegará el día de bajar conscientemente la guardia porque haya llegado realmente la fina 
venko tan deseada.
Por cierto, ¿Y el cambio climático? Hasta poco antes de la irrupción del coronavirus, la conversación global más importante era 
sobre el cambio climático. Y es posible que, tras la crisis del Covid-19, vuelva al centro del 
escenario, pero de otra manera, seguramente. Las dos cuestiones tienen similitudes y ambas 
requerirán altos niveles, inusuales hoy, de cooperación global. Ambas demandarán cambios 
en la conducta de hoy para reducir el sufrimiento de mañana. Hace mucho ya que los 
científicos anticiparon con gran certeza ambos problemas, mientras que los gobernantes no 
podían ver más allá de las estadísticas de crecimiento del trimestre fiscal siguiente. En 
consecuencia, ambos requerirán que los Gobiernos tomen medidas drásticas y eliminen la 
lógica del mercado en ciertos ámbitos de la actividad humana. Si bien la analogía entre las 
dos situaciones no llega mucho más allá (la mayoría de la gente no siente que ellos o sus 
seres queridos podrían morir por la crisis climática), es posible que la experiencia del 
Covid-19 ayude a comprender el cambio climático de otra manera.  
 
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1La epidemia fue conocida como “gripe española” o “spanish lady”, intentando señalar su supuesto origen. Hoy en día esta hipótesis carece de fundamento científico y se atribuye a que la difusión de tal denominación fue más bien debida al interés de los franceses e ingleses, por una parte, y de los alemanes, por otra, en desviar la atención hacia España, dada su posición de neutralidad durante el conflicto bélico, así como por la amplia difusión que hizo la prensa de nuestro país de la epidemia a partir del mes de mayo de 1918, cosa que no sucedió –sino todo lo contrario– con la de los países involucrados en la guerra.

2 Enfermedad infecciosa, forma de gripe similar a un resfriado, común en casi todos los animales que, sin embargo, en los seres humanos puede afectar las vías respiratorias, esto es, la nariz, la garganta, los bronquios y, con poca frecuencia, los pulmones; al corazón, el cerebro o los músculos.

1 comentario:

  1. Interesante comparativa. Esperemos que en este caso las pulsaciones no se repitan, aunque muy a pesar nuestro raro es el fenómeno que no las manifiesta. En cualquier caso un duro golpe para nuestra sensación de "blanquitos" immunes y que al menos en los de nuestra quinta dejará marca.

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