El oftalmólogo polaco Ludwik Lejzer Zamenhof soñaba en la posibilidad de comunicarse en
una lengua única universal y en 1887 publicó las bases de su Lingvo Internacia, “lengua
internacional”, conocida después como esperanto, la lengua planificada internacional más
difundida y hablada en el mundo (presente hoy, por ejemplo, en el traductor de Google),
concebida no para reemplazar los idiomas nacionales sino como una alternativa internacional
rápida de aprender. Aunque ningún Estado utiliza el esperanto como lengua oficial, es una
lengua con una comunidad de más de 2.000.000 de hablantes de todos los niveles repartidos
por el mundo. Su vocabulario proviene principalmente de lenguas de Europa occidental,
mientras que su sintaxis y morfología muestran fuertes influencias eslavas, y forma "cosas"
como “En vilaĝo de La Mancha, kies nomon mi ne volas memori,...”, para quien le suene. Debido a los periodos históricos favorables a ideas de paz y acercamiento de pueblos, y
gracias a sus características, el esperanto experimentó en sus comienzos una difusión
relativamente elevada, conociéndose como “el latín de los obreros”. Sin embargo, las épocas
de guerras mundiales, dictaduras totalitarias y represiones políticas frenaron su expansión
hasta tal punto de que algunos regímenes lo han perseguido y prohibido durante el siglo XX: - En España alcanzó gran popularidad entre las clases trabajadoras y era común que la
mayoría de escuelas racionalistas y ateneos libertarios incluyeran lecciones de este idioma,
abruptamente interrumpidas tras el triunfo de las tropas franquistas en la Guerra (in)Civil. - Adolf Hitler mencionó en su libro Mein Kampf al esperanto como una lengua que podría ser
usada para la dominación del mundo por una conspiración judía internacional. Como
resultado de esa animadversión, se produjo la persecución de los esperantistas durante el
Holocausto. - Stalin sospechaba que el esperanto era una «lengua de espías» y hubo fusilamiento de
esperantistas en la Unión Soviética. - El senador estadounidense Joseph McCarthy, conocido por su anticomunismo y promotor
de la famosa “caza de brujas”, consideró el conocimiento del esperanto como ”casi sinónimo”
de simpatía hacia el comunismo. -… A aquellos hablantes del esperanto que desean que el idioma sea adoptado oficialmente y a
escala mundial se les llama finvenkistoj, por fina venko, que significa “victoria final”, porque el
soportar épocas de mala racha confiere ópticas diferentes y aparentes fuerzas para asumir
los cambios. Es lo que pasa ahora, salvando las distancias, con esta pandemia que nos
azota y en la que se está generalizando el mantra de que, después, cuando llegue la fina
venko esperantista, nada (ni nosotros) será igual. Pero, ¿será así? Por situarnos, desde su aparición a fines de diciembre de 2019 en Wuhan, China
(investigaciones posteriores lo sitúan meses antes en Francia), el nuevo y desconocido
coronavirus transformó —literalmente— la faz de la Tierra. En casi 100 días el Covid-19,
como fue bautizado por la Organización Mundial de la Salud, hizo una labor de años: impuso
el trabajo a distancia, cerró las escuelas, causó millones de desempleados y buena parte de
los comercios, terminó con las reuniones de gente (lo que equivale a decir que eliminó
conciertos, obras de teatro,deportes en general y juegos olímpicos, pero también cumpleaños,
casamientos y funerales), vació las calles de las grandes ciudades, generó los planes de
rescate de la economía más enormes de la historia, devolvió sentido a la información de
calidad sobre los supuestos de las redes sociales, dejó a miles de millones de personas en
cuarentena (incluidas víctimas de violencia familiar encerradas con sus victimarios), impuso la
“distancia social”, cambió los rituales de higiene, eliminó el apretón de manos y los abrazos,
creó los documentos de inmunidad para certificar quién puede volver a interactuar en el
mundo… en algunos lugares , los propietarios no cobrarán la renta ni los bancos las cuotas
hipotecarias, y se pondrán en marcha experimentos para la provisión de ingresos básicos
directamente desde el Estado… lo que tentaría a identificar la pandemia del Covid-19 como
“el más grande conflicto epidémico que ha sufrido el mundo en todos los tiempos”. Pero esa definición ya existe y se aplica a la mal llamada “gripe española” o “spanish lady”1,
pandemia de Influenza2 que, en 1918-19, en medio de la primera guerra mundial, acabó con
la vida de entre 20 y 50 millones de personas en todo el mundo y contagió a cerca de 500
millones. Muy poco más de un siglo después, otro brote alcanza proporciones mundiales: esta
vez se trata de un coronavirus. ¿Estamos ante un escenario similar? La respuesta sencilla es
no, porque la gran diferencia es la distancia que ha viajado la medicina en el intermedio de un
siglo; los recursos para tratar la enfermedad en la época eran también muy limitados en
comparación a los de hoy en día: no existían vacunas, medicamentos antivirales o antibióticos
para tratar infecciones bacterianas secundarias relacionadas con la gripe como la neumonía,
los hospitales no contaban con suficientes equipos médicos: no había unidades de cuidados
intensivos, ni respiradores y no se entendía la importancia de aislar a los enfermos. Sin
embargo, medidas ‘”no farmacéuticas” como las que se toman ahora para enfrentar el
coronavirus —lavado frecuente de manos, uso de tapabocas, mantenimiento de la
distancia entre personas y cierre de lugares públicos—sí fueron también populares en
la época, lo que nos lleva a reflexionar sobre la importancia de la actitud personal, más
relevante, a veces, que las respuestas médicas y complementaria de éstas. Un poco de historia que nos permita, no comparar, que no es el caso, sino disponer de más
elementos de análisis de situaciones; todo comenzó el 4 de marzo de 1918, en Fort Riley
(Kansas, Estados Unidos), - nada que ver con España -, aunque ya en el otoño de 1917 se
había producido una primera oleada de casos en al menos catorce campamentos militares
estadounidenses y desde el Medio Oeste americano la gripe se extendió rápidamente hacia
la costa este favorecida por el continuo movimiento de tropas. Unas semanas después se
comprobaría la brusca elevación de la mortalidad en un buen número de grandes ciudades,
a primeros de abril ya se habían registrado los primeros casos en los acuartelamientos de
Burdeos y Brest, dos de los principales puertos de desembarco de tropas en Europa, y, sin
duda, la gripe fue llevada a Francia por esa gran masa de hombres que viajaban al país
desde Estados Unidos. Pronto comenzaron a aparecer también los primeros casos de gripe
entre los soldados franceses e ingleses y, a lo largo del mes de abril, la epidemia se extendió
por Francia e Italia, al tiempo que en tierras americanas alcanzaba tanto la costa atlántica
como la del Pacífico. En mayo, la onda expansiva penetraba en España, Portugal, Grecia y Albania y, a partir de
junio, estaba ya no sólo en toda la Europa mediterránea, sino también en otras regiones del
mundo tan distantes entre sí como la Península escandinava, el Caribe, Brasil, China y
algunos países norteafricanos. Esta primera oleada fue relativamente benigna y no tuvo
grandes consecuencias demográficas y sociales. A finales del mes de agosto (cinco meses después del inicio) apareció de forma explosiva y
simultáneamente en muchos puntos del planeta una nueva oleada epidémica, caracterizada
por su gran poder de contagio y letalidad, que tuvo sus principales focos difusores en Brest
(Francia), Boston (EE.UU.) y Freetown (Sierra Leona). A finales de septiembre, la gripe
había invadido toda Europa desde el foco originario de Brest, todo el territorio americano
desde Boston y el continente africano y toda Asia desde Freetown. En octubre, los muertos se contaban por millones en todos los continentes. En lo que restaba
del otoño, la gripe impregnó de un humo más negro que el de la metralla de la guerra que se
libraba hasta el último confín de la Tierra. Afortunadamente, poco antes de iniciarse el
invierno, se fue retirando con gran rapidez de las zonas afectadas, como si quisiera dar una
tregua ante la proximidad de las fiestas navideñas. Los efectos de esta segunda ola
pandémica fueron devastadores, ya que tuvo una extraordinaria gravedad, sobre todo en las
últimas semanas de octubre, afectó a un gran sector de la población y provocó una tasa de
mortalidad del 6-8%, especialmente entre los adultos jóvenes, la población más activa desde
el punto de vista laboral.La tercera oleada se presentó en febrero-marzo de 2019 (un año después del inicio) y duró
hasta mediados de mayo con el mismo “espíritu maligno” que la anterior, una alta morbilidad
y un elevado porcentaje de complicaciones que con frecuencia causaban la muerte de los
afectados. Sin embargo fue más corta en el tiempo y tanto su presentación como su declive
fueron más lentos; por tanto, no revistió un carácter tan universal y provocó un número de
víctimas mucho más reducido, aunque nada desdeñable, siendo ahora también los jóvenes
el segmento de población más afectado por la virulencia de la enfermedad. En general,
atacó más a las zonas menos afectadas por las dos oleadas anteriores. Aún hubo un cuarto brote epidémico durante el invierno de 1920 (dos años y medio después
del inicio), pero de menor gravedad, incidencia y número de complicaciones; además, su
patrón de comportamiento fue algo diferente castigando preferentemente a los niños más
pequeños. La gripe siguió circulando entre la población humana en los años siguientes,
alternando brotes epidémicos de mayor o menor importancia en zonas más o menos
extensas del mundo. La gran epidemia desapareció repentina y misteriosamente, entre otras razones,
posiblemente, por estar la mayoría de los supervivientes ya inmunizados. Y suerte de eso,
porque hasta 1933 (quince años después del primer brote oficial) no se identificó el
virus (Influenza A del subtipo H1N1) y se pudo trabajar en la vacuna. Para explicar las
causas de la enfermedad se formularon numerosas y variadas hipótesis, algunas de las
cuales procedían del pasado más remoto. La aparición de la epidemia se relacionó con el
agua, con el suelo y con el aire, con los alimentos –el agua, la fruta, las harinas, etc.–, con
determinados colectivos, con las aglomeraciones de gente, con las basuras, el alcantarillado,
los pozos negros… y los demás pozos, el aliento de las personas queridas, los besos y hasta
el simple apretón de manos. Se volvieron a invocar causas telúricas, miasmáticas y
religiosas. No obstante, se fue imponiendo la tesis bacteriológica sostenida por los expertos
y pronto se fue transmitiendo a la población la necesidad de “atenerse al análisis del
laboratorio”, aunque la falta de resultados concluyentes en este sentido provocaba cierta
incertidumbre y confusión en los médicos y demás responsables sanitarios. Por lo que respecta a España, al principio, dada la benignidad entonces de la epidemia, una
gran parte de la población se la tomó a broma convencida de que podía sobrellevarse con
humor; mientras tanto, entre los responsables sanitarios, había quien hablaba ya
abiertamente de gripe infecciosa y quien prefería aludir a “una enfermedad todavía no
diagnosticada”. Sin embargo, ante la extensión de la epidemia y el cariz que tomaban los
acontecimientos, se advirtió de que era preciso que “sin alarma, pero con seriedad, el
vecindario se preocupe de la amenaza que le acecha. La epidemia va tomando caracteres
de gravedad, que es preciso atajar con el esfuerzo de todos”. Pero la alarma comenzó a
sonar ante las dudas, la preocupación e incluso el sentimiento de pánico de muchos.
Afortunadamente, a mediados de junio, esta primera oleada, comenzó a declinar y, a
principios del mes de agosto, prácticamente había desaparecido del país. No obstante, lo peor estaba por llegar. La segunda oleada apareció de forma brusca en
distintos puntos de la geografía española en la última semana de agosto y la primera de
septiembre. Las numerosas fiestas de finales de verano, el continuo trasiego de trabajadores
eventuales (se calcula que en aquella época existía más de medio millón de vendimiadores)
y el ir y venir de los nuevos reclutas y de los soldados licenciados fueron los principales
focos de difusión de una epidemia que tuvo en el ferrocarril un medio de transporte idóneo.
La oleada se prolongaría hasta mediados de diciembre, afectó muy especialmente al área
mediterránea y al noreste del país y fue más cruel en aquellas zonas que ya habían sido
poco atacadas por la invasión gripal de la primavera. A finales de otoño, la epidemia se había
extendido por todos los rincones del país y alcanzado en algunas regiones una tasa de
mortalidad de hasta el 2% de la población y a las familias españolas no sólo llegó el luto,
sino también el pavor y el estupor. Hoy día, a decir de los expertos, con una población de siete mil millones de seres humanos
en el planeta y el transporte aéreo como nuevo vector de propagación se considera imposible
detener una epidemia como la de 1918, al menos en su primera oleada. Escapa de la
capacidad técnica y científica actual aislar el virus, analizarlo, encontrar una vacuna y
producir las suficientes dosis antes de que el virus se expandiera por el mundo. Del mismo
modo la industria farmacéutica, pese a estar mucho más desarrollada que en 1918, no sería
capaz de producir suficientes antibióticos ni suficientes antivirales para varios miles de
millones de personas en poco tiempo. Lo curioso es que la “gripe española” fue ignorada después durante mucho tiempo.
Desapareció de los medios en un aparente ejercicio de olvido voluntario colectivo y la
Primera Guerra Mundial ocupó el interés de quienes estudiaron esos años. Sin embargo, la
pandemia tuvo un impacto fenomenal en la vida de las personas. Casi no hubo familias que
no se vieran afectadas por alguna muerte cercana. Pero además tuvo trágicas consecuencias
políticas, sociales, económicas y hasta en el mismísimo desenlace bélico. Después de la
pandemia el mundo cambió para siempre, ya no volvió a ser de la misma manera, aunque
nadie pueda recordar cómo era antes. En el caso de la actual pandemia, por un lado cabe recordar que las pandemias son un
ejemplo perfecto de la clase de crisis a las que el capitalismo global es particularmente
vulnerable, debido al movimiento constante de personas y mercancías por un territorio que
parece único pero que, en realidad, está fragmentado. Así, aunque el coronavirus es una
misma batalla en todas partes, podría haber mucha demonización, lo cual implicará más
muertes y más sufrimiento a escala mundial como el caso de Viktor Orban en Hungría, cuyo
discurso xenófobo asoció inmigración y Covid-19. En el vértigo de la crisis, algunos cambios
se plantean como transitorios, por la necesidad del momento. Pero se quedan para siempre,
sin que en la coyuntura se pueda comprender las implicaciones que podrían tener en otros
contextos. Por el lado contrario, otra escuela de pensamiento ve en las crisis destellos positivos de
posibilidades y el Covid-19 podría abrir las puertas a políticas más progresistas. Si antes se
consideraba que la intervención estatal, o un estado grande, eran inviables, ahora se insinúa
que el mercado sólo también lo es. El objetivo es combatir el virus y, al hacerlo, transformar
lo mismo de siempre en algo más humano y seguro. La crisis del Covid-19, en comparación
con la económica del 2008, que hasta era difícil de entender por la complicada ingeniería
financiera de los créditos que la causaron, es transparente: es una docena de crisis
enredadas en una sola, y todas se desarrollan a la vez y de maneras que no se pueden
pasar por alto. Los políticos se están infectando. Las celebridades ricas se están infectando.
Los amigos y los parientes se están infectando y si bien las diferencias económicas y sociales
persisten, esta vez la catástrofe se parece bastante a estar todos en el mismo barco. Sin conclusiones. Que cada cual saque las suyas y asuma, si cree que lo ha de asumir, su
nivel de compromiso personal más allá del cumplimiento de las recomendaciones,
autorizaciones o limitaciones oficiales, pero ya se ve que no es momento aún de hablar de
fina venko, y sí de ser sensato y de extremar la prudencia, por uno mismo y por los demás.
Ya llegará el día de bajar conscientemente la guardia porque haya llegado realmente la fina
venko tan deseada. Por cierto, ¿Y el cambio climático? Hasta poco antes de la irrupción del coronavirus, la conversación global más importante era
sobre el cambio climático. Y es posible que, tras la crisis del Covid-19, vuelva al centro del
escenario, pero de otra manera, seguramente. Las dos cuestiones tienen similitudes y ambas
requerirán altos niveles, inusuales hoy, de cooperación global. Ambas demandarán cambios
en la conducta de hoy para reducir el sufrimiento de mañana. Hace mucho ya que los
científicos anticiparon con gran certeza ambos problemas, mientras que los gobernantes no
podían ver más allá de las estadísticas de crecimiento del trimestre fiscal siguiente. En
consecuencia, ambos requerirán que los Gobiernos tomen medidas drásticas y eliminen la
lógica del mercado en ciertos ámbitos de la actividad humana. Si bien la analogía entre las
dos situaciones no llega mucho más allá (la mayoría de la gente no siente que ellos o sus
seres queridos podrían morir por la crisis climática), es posible que la experiencia del
Covid-19 ayude a comprender el cambio climático de otra manera.
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1La
epidemia fue conocida como “gripe española” o “spanish lady”,
intentando señalar su supuesto origen. Hoy en día esta hipótesis
carece de fundamento científico y se atribuye a que la difusión de
tal denominación fue más bien debida al interés de los franceses
e ingleses, por una parte, y de los alemanes, por otra, en desviar
la atención hacia España, dada su posición de neutralidad durante
el conflicto bélico, así como por la amplia difusión que hizo la
prensa de nuestro país de la epidemia a partir del mes de mayo de
1918, cosa que no sucedió –sino todo lo contrario– con la de
los países involucrados en la guerra.
2
Enfermedad infecciosa, forma de gripe similar a un resfriado, común
en casi todos los animales que, sin embargo, en los seres humanos
puede afectar las vías respiratorias, esto es, la nariz, la
garganta, los bronquios y, con poca frecuencia, los pulmones; al
corazón, el cerebro o los músculos.
Interesante comparativa. Esperemos que en este caso las pulsaciones no se repitan, aunque muy a pesar nuestro raro es el fenómeno que no las manifiesta. En cualquier caso un duro golpe para nuestra sensación de "blanquitos" immunes y que al menos en los de nuestra quinta dejará marca.
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