El sitio de Atapuerca, en la sierra del mismo nombre de la provincia de Burgos, es un
conjunto de asentamientos arqueológicos que concentra restos (materiales, estructuras y
restos medioambientales) representativos de actividad humana, y paleontológicos, en los que
se conserva en las rocas, de forma natural, una cantidad significativa de fósiles, que
contienen algunos de los restos de seres humanos más antiguos de la península ibérica, que
quedaron al descubierto al construir una línea de ferrocarril en el siglo XIX. Entre los excepcionales hallazgos de su interior destacan los testimonios fósiles de, al menos,
cuatro especies distintas de homínidos: Homo sp., Homo antecessor, Homo heidelbergensis y
Homo sapiens y, mediante el estudio de las técnicas de la fabricación de las herramientas de
piedra, en Atapuerca se ha logrado completar la datación de los hallazgos encontrados en los
diferentes yacimientos y la secuencia de la evolución tecnológica prehistórica que demuestra
que las cuevas de Atapuerca han sido ocupadas por todas las culturas que han existido en el
Pleistoceno Inferior y Medio en Europa. En la época actual, en 1978, el paleontólogo Emiliano Aguirre dirige las excavaciones y
cuando se jubila, en 1990, pasa el testigo al equipo de expertos formado por Arsuaga,
Bermúdez de Castro y Carbonell. Y es en éste último, Eudald Carbonell Roura, sin lugar a
dudas eminente arqueólogo de reconocido prestigio internacional, en quien queremos fijarnos
hoy, ya que uno de los ejes de sus investigaciones intenta comprender la razón de las
migraciones y explicarla en términos de comportamiento tecnológico en vez de climático o
biológico, tal como hacen las explicaciones tradicionales. Carbonell plantea la selección
técnica como mecanismo evolutivo del comportamiento humano demostrando en sus
trabajos que la distancia entre el comportamiento del Homo neanderthalensis y los primeros
humanos anatómicamente modernos no es tan grande como se postulaba hace unos años,
planteando que "hominización" y "humanización" no son sinónimos y que la humanización
todavía no se ha alcanzado; solo se llegará a ella con un pensamiento social crítico. Por eso,
apunta, hay que avanzar en la socialización del conocimiento, conseguir que sus beneficios
y los de la técnica sean patrimonio de toda la población siguiendo unos mecanismos i
nnovadores, adecuados a los nuevos tiempos. Para obtener este objetivo, hay que hacer
pedagogía científica y social sobre qué significa la integración de la diversidad en todos los
niveles y también hay que llegar a una conciencia crítica de especie. En estos días de desasosiego por los que pasamos, la primera reacción de todos ante esa
amenaza sanitaria desconocida ha sido admitir que había que encerrarse, cuidar a los
miembros de la casa, mantener distancia, comprar lo mínimo, abastecerse en la tienda de
barrio. La respuesta de las familias ante el avance de la pandemia por el Covid-19 ha sido
una respuesta natural al miedo a contagiarse, a morir en definitiva. En una perspectiva más
amplia, la misma reacción han tenido los gobiernos, cerrando sus fronteras, restringiendo la
circulación y asegurando la producción para su gente. En apenas tres meses, el Covid-19 ha
desbaratado las redes del comercio mundial y, por ende, ha dado el alto a la globalización
que ha reinado por varias décadas gracias a la eliminación de las restricciones comerciales.
Los efectos de la pandemia y las primeras medidas para evitar su propagación han sido
significativos sobre las economías de todos los países. La dificultad para producir, distribuir,
vender y, en general, para mantener la cadena de pagos se está traduciendo en una caída
en la demanda e iniciando una espiral recesiva que, globalización mediante, afectará de
diversas maneras a todos. La pandemia del coronavirus está teniendo efectos inmediatos tan dramáticos a nivel
sanitario, y por extensión sobre el comportamiento social y económico, que razonablemente
las urgencias del presente desvían la atención de sus efectos en el medio y largo plazo, en
particular aquellos sobre la economía mundial, las relaciones internacionales y el equilibrio
global. El medio plazo – entendido como la salida de la cuarentena y el aún incierto momento
post-pandemia – suscita ya cierta atención, sobre todo en economistas y empresarios, y no
sin razón. Se perfila una dramática caída de la actividad económica, y por extensión de la
riqueza global, mayor a cualquier crisis registrada desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Pero mientras aumenta el número de contagiados a lo largo y ancho del planeta, el mundo
mira cómo afloran el nacionalismo y la soberanía en países que antes rechazaban medidas
proteccionistas, de forma que en el futuro se verá un mundo mucho más regionalizado que
global, cada región se va a proteger a sí misma: Europa para los europeos, Asia para los
asiáticos, etc. Esos cambios están relacionados con una de las manifestaciones más relevantes de la
pandemia: los efectos no deseados de la globalización de la economía y su vinculación con
las reacciones humanas y políticas en esta etapa de la historia. Son muchas las preguntas
que surgen, pero una de las más relevantes es si el modelo de globalización imperante hasta
que se desató la pandemia saldrá más o menos indemne o no de la crisis, y en caso de que
perdure, con qué características modificadas respecto a su situación original. Lo que inicialmente fue una epidemia localizada en Wuhan, China, progresivamente se
esparció hasta convertirse en pandemia de difícil control por parte de los sistemas nacionales
de salud pública. El lugar de origen del virus dice mucho sobre la globalización: una sociedad
donde convive la mayor dinámica económica del planeta, con prácticas tradicionales de las
poblaciones en su relación con bosques y especies silvestres; mercados donde estas
especies se expenden, situados en ciudades con millones de habitantes e intensamente
interconectados con el mundo. La globalización imperante se consolidó a partir de la caída del
muro de Berlín, con la consolidación del capitalismo como modelo económico/social
dominante1, con una virtual desaparición de la amenaza de conflictos globales, con EEUU
como líder mundial y con ningún otro país que por sí mismo pudiera discutir su preeminencia,
con el fortalecimiento de instituciones globales o regionales de gobernanza y con un aumento
de la confianza global, lo que permitió que la mayoría de los países abandonaran sus
objetivos de autosuficiencia y descansaran en las redes de provisión globales. A modo de
ilustración, la red de proveedores del primer y segundo anillo de una de las compañías que
fabrican aviones de pasajeros abarca casi cincuenta países y más de 3.000 empresas. La economía dominó la política, al diluir las fronteras, y al transformar los objetivos de
eficiencia productiva en intereses de política exterior de cada Estado. Esto se vio acelerado
porque las grandes empresas – en particular – se beneficiaron fuertemente de la globalización
de la producción, no solo en los aspectos productivos sino también impositivos y financieros2.
La globalización muestra, claramente, luces y sombras. Últimamente, éstas últimas cobraron
mayor relevancia, resaltadas tanto desde la izquierda como desde la derecha (para
mantener las venerables categorías de opinión). La primera le critica, entre otras, la creciente
y profunda desigualdad de ingresos y de oportunidades, así como el preocupante costo
ambiental. La derecha, por su parte, teme por la debilidad y, en muchos aspectos, la dilución
de los Estados nacionales y por un juego geopolítico multipolar que es mucho más incierto
que la vieja y confortable Guerra Fría. Es así que, en los últimos años EEUU, Trump
mediante, empezó a cuestionar la globalización a partir de que China comenzó a amenazar
uno de los pilares de la globalización: la preeminenca de EEUU como líder mundial. La crisis del coronavirus desnudó, además, otras debilidades del sistema. Por un lado,
quedó en evidencia que globalización no es igual a gobernanza global. Ni las Naciones
Unidas, ni la OMS, ni Europa en su espacio o los EE.UU. en el mundo promovieron o
lograron una respuesta coordinada ante la amenaza. Los países reaccionaron siguiendo
intereses nacionales: se aseguraron fronteras adentro (a pesar de los compromisos y
obligaciones existentes), y después, si les quedó tiempo y recursos, atendieron a otros. La
reacción no coordinada de la UE es un antecedente importante sobre el tema. La apropiación
de los cargamentos en tránsito es otra. Como una reductio ad absurdum, esa actitud de
“sálvese quien pueda” se reprodujo al interior de los países, con provincias o autonomías.
La pandemia ha sido capaz de detener el ritmo desenfrenado de la economía que requiere la
supervivencia de la humanidad, pero sus efectos sobre la capacidad de reproducción
cotidiana de grandes grupos de población son el hambre y pobreza Pero, como dice Bill Gates en una carta abierta, “El coronavirus nos enseña que todos somos
iguales. Nos recuerda que todos estamos conectados y que algo que afecta a una persona
tiene un efecto en otra. Nos recuerda que las fronteras falsas que hemos puesto tienen poco
valor ya que este virus no necesita pasaporte. Nos está recordando, al oprimirnos por un
poco tiempo, a aquellos en este mundo cuya vida entera se gasta en la opresión”. El problema de fondo es que en el marco de la polarización que atraviesa el mundo,
”globalizado” no es posible compartir información sobre los evidentes avances que han
reducido la propagación del coronavirus en China, Corea del Sur, Japón, Alemania y Rusia;
pues países como Estados Unidos, Italia, Gran Bretaña y España, han sido renuentes a
aceptar las importantes lecciones que ha dejado la reciente experiencia. Hay dos opciones
distintas: priorizarla salud y el bienestar de su pueblo o, al estilo del presidente Trump, fiel al
capitalismo salvaje y a su triunfalista mensaje Make America great again (ante todo),
anteponer la economía y sus multinacionales. Analizando las cifras de la Organización
Mundial de la Salud (OMS) por países, hay una correspondencia directa entre los líderes en
ciencia, tecnología e innovación, que tienen una comunidad científica consolidada, una
buena infraestructura sanitaria, y que por esto, pueden dar mejores respuestas al virus y
acatar las recomendaciones de la propia OMS.Y es en esta ceremonia de confusión cuando cabe recordar al eminente Eudald Carbonell3 y
ser capaz de analizar con suma cautela (y frialdad) su contundente aviso, nacido al calor de
la situación por el coronavirus: "La pandemia Covid-19 es el último aviso y, sin conciencia
crítica de especie, a la próxima la humanidad colapsará". Si eso lo afirma quien
acostumbra a estudiar, trascendiendo los tópicos “culturales”, los motivos de fondo que
explican las migraciones humanas y su desaparición y/u origen de las primeras poblaciones
humanas, que forma parte de la élite de la investigación sobre la evolución humana,.es para
tenerlo en cuenta. Cedámosle, pues, la palabra, sin interpretar sus opiniones aquí (eso sí, los resaltados de
alguna de sus frases son nuestros) extraídas de sus declaraciones del 12 de abril de 2020 al
diario Público, en extensa entrevista concedida al periodista Ferran Espada y, después, que
cada cual saque sus conclusiones: Las pandemias han existido siempre, aunque es muy
difícil poder encontrar evidencias. Pero hay que tener presente que las pandemias funcionan
a partir de las cargas demográficas. No es lo mismo cuando esto afectaba a 200 o a 1.000
personas de un territorio hasta morir todos y no quedaba ningún huésped del virus
que pudiera continuar el contagio porque a muchos kilómetros de distancia ni se
enteraban. Ahora, en un mundo globalizado y de grandes comunicaciones de transporte, los
huéspedes, que somos nosotros, se multiplican exponencialmente. El problema es que la
globalización la hemos hecho mal. Esto lo hemos visto con lo que ha pasado ahora en la
UE. Es una Unión Europea de pies de barro no creada para la solidaridad sino para organizar
cómo las clases extractivas se llevan el dinero de la gente por la vía de los impuestos. Con
unas minorías de poder sociales y económicas que se aprovechan de los estados para el
robo y el drenaje continuado del dinero de la gente, en vez de mejorar las condiciones
sociales. Por eso cuando ha habido problemas desaparece la Europa de Schengen y los
estados se vuelven fortalezas. Es una globalización con pies de barro; no es una
globalización social sino una globalización dirigida por clases extractivas y esto hace que se
tienda a la uniformización del planeta cuando lo que habría que hacer es mantener la
diversidad y ser capaces de integrarla. Es decir, crear un consenso y que las diversas
conductas y culturas humanas pudieran aportar a la nueva síntesis todo lo que sabemos y no
perder memoria en el sistema. Es decir, la planetización. Habría que parar esta globalización,
que es lo peor que estamos haciendo, y generar una conciencia crítica de especie en la
educación y la formación que socialice la revolución científico-tecnológica y que incremente
la sociabilidad de los grupos. El Covid-19 es absolutamente responsabilidad de los humanos porque no hemos sido
capaces de tener un protocolo universal ante una pandemia como esta. Estos protocolos
universales hace años que deberían estar hechos ante la aparición de otras epidemias y
deberían ser de estricto cumplimiento como especie, independientemente del país al que se
pertenezca o de cualquier otro criterio. Y que deben estar guiados evidentemente por los
epidemiólogos y virólogos. Por la gente que tiene capacidad de saber exactamente el tipo de
funcionamiento biológico de estas moléculas. Y esto no se ha hecho. Es curioso que muchos
de estos científicos han recibido ahora más dinero en 48 horas que en toda su vida
investigando. Es el típico planteamiento oportunista de las situaciones ligadas a la geopolítica
y a las clases extractivas. En esto encontramos unas contradicciones evolutivas importantes
que son consecuencia de estas visiones tan jerárquicas y oportunistas que tenemos en los
momentos históricos. Cuando hay un peligro para la propia especie, no se puede estar
discutiendo otras cosas que no sean la supervivencia y la reproducción de la especie. Y el confinamiento es un proceso de desocialización. Los humanos tenemos la vertiente
psicológica y la social. Y cuando pretendemos la desocialización de una especie social
aparecen muchas contradicciones. Y eso mismo es lo que está pasando ahora. Estamos
desocializando nuestra especie y la estamos resocializando en el espacio doméstico
generando contradicciones importantísimas para nuestra psique. Porque encima, a la vez
que nos desocializamos estamos hipercomunicados. Nunca se había vivido una situación así.
Los humanos debemos evolucionar hacia una conciencia operativa. No solo una conciencia
abstracta. La gente cree que la conciencia es algo abstracto pero no es verdad porque la
conciencia es la fusión de la inteligencia con la organización social de nuestra especie
y si no la adquirimos, con los crecimientos exponenciales convergentes que tiene la
especie, vamos hacia el caos. La modernidad y la tecnoeuforia han provocado que como especie nos hayamos creído
invulnerables. Es un engaño semejante al que se instauró con la idea del estado del
bienestar4. La gente tiene miedo a la muerte y se esconde para creer que la muerte no forma
parte de la vida. Y la vida se tiene como algo inconmensurable. La vida es obviamente lo más
importante que hay, pero todavía estamos en esta fase de la evolución en que la muerte es
una solución de la vida por mucho que en un futuro se retrase y se controle. El ser humano ha
pensado siempre que esto o lo otro no me pasará a mí. Y hasta que muere alguien cercano
no nos damos cuenta de que sí podemos morir. Forma parte de las respuestas que la
antropogénesis humana ha construido con el hecho de no acordarse de lo malo. El cambio global necesario implica romper con las jerarquías, conseguir unos sistemas de
cooperación y de organización mucho más horizontales y de consenso que integren todas las
formas de pensar que hay en el planeta con el objetivo de sacar siempre las mejores
consecuencias. Esto ya ha pasado en nuestras culturas que se han adaptado al clima, a los
crecimientos demográficos y a muchas otras cosas. Por lo tanto, hay una rica fuente de
experiencia que hace que si sabemos dónde queremos ir, la podemos utilizar para generar las
condiciones nuevas de nuestra especie. La revolución científico-tecnológica y la socialización
de la tecnología corroboran las ventajas para el ser humano que tiene el uso social de esta
tecnología. Nuestro cerebro es lo que ha producido esta hipersocialización tecnológica, pero a
la vez hay muchos espacios cerebrales que aún no la tienen asumida pero ahora sí lo
estamos incorporando. Es muy importante lo que está pasando, porque esta vez hemos
sometido nuestra evolución a contradicciones y a incorporar el aprendizaje interacccionando
continuamente con la tecnología. Es la primera vez que el ser humano aplica una lógica de
desafío de nuestra propia evolución y de la selección natural y, mediante la selección técnica
cultural, establece mecanismos para evitar que la selección natural actúe. Esto es un gran
desafío a la evolución humana. Ahora se puede hacer porque la biotecnología tiene los
instrumentos capaces de llevarlo a cabo. Es un hecho favorable a la supervivencia de la
especie humana, pero cada vez más automodificada genéticamente y probablemente
en favor de unas conciencias nuevas que aparecerán cuando en este planeta haya
varios tipos de especies y subespecies de humanos. Después de esto, lo que pasará es que la gente dentro de un tiempo no se acordará. A no ser
que se empiece a remover la conciencia crítica de especie. De lo contrario, lo que pasará es
que a la próxima muy probablemente la especie colapsará. De hecho, ya hace tiempo que
estamos colapsando, aunque la gente no se quiere dar cuenta. Pero hace tiempo que estamos
en el horizonte de acontecimientos de colapso. Los epidemiólogos y los virólogos ya hablan de
que los episodios de ataque de estas moléculas son secuenciales y cada vez más
exponenciales. Esto forma parte de la defensa de la propia estructura biológica cuando hay
recargas demográficas y estas interacciones tan intensas e importantes. Tenemos
concentraciones de 20, 30 y 40 millones de personas en metrópolis que son focos de
crecimiento y de complejidad muy importantes pero también que suponen sobrecargas
demográficas que implican que los huéspedes de los virus son fácilmente eliminables.
Además, los humanos no somos responsables del cambio climático pero hemos contribuido
a su aceleración y también interacciona con los hechos epidémicos. Todo ello conllevará
cambios sociales porque este sistema que estamos viviendo en la Tierra, este capitalismo
viejo, caduco y acabado no es capaz de solucionar los problemas que genera. La
socialización del capitalismo ya supuso 200 millones de muertos con las dos guerras
mundiales. Por lo tanto, vamos hacia un nuevo sistema que o llegará de forma natural, lo que
sería un desastre, o de forma lógica, que es como debería llegar. Si no se hace esto, lo que
estamos haciendo es acelerar el colapso de la especie humana. Y es muy probable que
ocurra. Si esto coge inercia y genera sinergia vamos realmente hacia un embudo evolutivo. El Covid-19 es un aviso de este colapso, pues nos ha puesto ante el espejo de nuestra
deslealtad con la propia especie, lo que ha hecho es desestructurar un sistema que ya
tenía muy poca estabilidad y mucho desequilibrio. Con consecuencias sociales y
económicas evidentes. Y ahora todavía tenemos recursos para la supervivencia, pero
si se produce con otras condiciones, las revueltas sociales y graves problemas que
aparecerían en el planeta sin estos excedentes llevarían a una situación de gran
confrontación de clases y de todo tipo.. En el colapso hay varios escenarios. Si cuando
se produce, hay alimentos para todos, la desestructuración se puede dar en violencias no
atomizadas. Pero si realmente llegamos al colapso sin alimentos, y este es un escenario
muy extremo que probablemente no llegará, pero que hay que tener en cuenta, la
depredación puede llegar a formas de comportamiento que incluso pueden incluir el
canibalismo. Como ya se ha visto en otras ocasiones de la historia cuando no ha habido
comida para todos. Esto a la gente no le gusta que lo digamos y te acusan de apocalíptico y
de querer dar miedo. No lo digo para asustar sino para crear conciencia. Solo son escenarios.
Pero los escenarios son la forma que tenemos de saber hacia dónde podemos ir. Pero antes
de que esto ocurra hay que hacer planteamientos sobre qué hacer, qué es la conciencia
operativa y la conciencia crítica, cómo se debe socializar la revolución científico-tecnológica,
como se debe hacer la cooperación, por qué hay que destruir los liderazgos, esa gente con
poca capacidad para escuchar a quien se ha de escuchar, que son los científicos, la gente
que piensa de forma crítica.. Toda una serie de cuestiones importantes que están pensadas
no sólo desde el punto de vista ideológico sino de supervivencia de la especie en un mundo
como el actual de 7.000 millones de especímenes humanos que como mucho puede llegar a
los 10.000 millones y es cuando se producirán estos cambios estructurales a los que ahora
desconocemos si nos podremos adaptar o no. Apasionante, ¿no?. Se estará de acuerdo o no con los postulados de Carbonell pero ¿verdad
que vale la pena detenerse a pensar sobre ellos y valorarlos?
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1Según
la definición que hace el Diccionario de la Academia de la lengua
Española, la globalización es “la tendencia de los mercados y
de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que
sobrepasa las fronteras nacionales”. Eso sería reducir el
fenómeno a lo económico y otros prefieren referirlo a un
“desarrollo planetario sin barreras donde las solidaridades e
interdependencias se acrecientan”. En la globalización
capitalista, los capitales no tienen patria y anidan en cualquier
lugar del mundo en busca de la tasa de beneficio; pero la humanidad
también ha globalizado las guerras, el terrorismo, las drogas, los
deportes, las epidemias y las pandemias como la que vivimos hoy con
el coronavirus extendido a 196 países, con
más de 3,2 millones de contagios, un millón de curados y 233.000 muertos (datos a 30-04-2020) en todo el mundo. Con el pronóstico de que la situación
podría empeorar si no hay una acción rápida y concertada a nivel
global.
2De
alguna forma, se realizó la famosa utopía de Jack Welch, el
controvertido Consejero Delegado de General Electric, quien deseaba
que cada fábrica de su empresa estuviera en un barco, para llevarla
al país más barato y producir desde allí, y cambiar de puerto
cuando apareciera otro aún más conveniente.
3Además
de sus trabajos como arqueólogo, la socialización del conocimiento
es una de las grandes obsesiones de Carbonell, así como la
reflexión en el entorno de la evolución humana y su futuro como
especie, que ha plasmado en una amplia bibliografía en la que hay
libros como Planeta humano, La conciencia que quema o
El nacimiento de una nueva conciencia.
4La
socialdemocracia implantó la idea del estado del bienestar en el
que decían que se instalarían todas las clases medias., y que
había venido para quedarse. Mucha gente se lo creyó y eso es lo
importante. La gente lo dio por hecho y no pensó que continuaban
funcionando la conciencia y la lucha de clases. Y que no existía
una conciencia crítica de la especie.
Gracias Miguel, Eudald Carbonell i Roura, no le conocía pero a la vista de la transcripción de la entrevista que incluyes habrá que añadir a la lista de los libros pendientes los que mencionas porque sus planteamientos y sobre todo su punto de vista como arqueólogo incita a ello. Realmente interesante.
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