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domingo, 10 de mayo de 2020
Por la pandemia: algo se muere en el alma…
La conocida cantante y actriz madrileña Ana Belén (María Pilar Cuesta oficialmente) tiene entre
sus grabaciones musicales (actuaciones en directo aparte), además de las canciones escritas
para ella, gran número de versiones de canciones de otros intérpretes como Joaquín Sabina
(Peces de la ciudad), el portorriqueño Luis Miguel (La mentira) y otros, así como versiones a su
aire de éxitos extranjeros, algunos respetando el fondo de la canción (The piano man, de Billy
Joel) y otros dándole totalmente la vuelta (Aubrey, de Bread, o Days of Pearly Spencer, de
David McWilliam), haciéndolos irrecocibles, lo que no debe interpretarse como crítica y sí como
constatación de apertura de registros.
Precisamente en la canción de desamor La mentira, de Luis Miguel, figuran unas estrofas que
dicen “...Pues llevamos en el alma cicatrices / imposibles de borrar...” que realmente son
aplicables a casi todo, no sólo al desamor. Ciertamente, si acudimos al Diccionario de la RAE,
ya comprobamos que “cicatriz” es, además de la Señal que queda en los tejidos orgánicos
después de curada una herida o llaga, la Impresión que queda en el ánimo por algún
sentimiento pasado. Y a eso vamos.Son tiempos difíciles estos que nos toca vivir con el confinamiento/aislamiento a que estamos
obligados por el peligro del inadvertido contagio rápido y masivo de esa variedad desconocida
de coronavirus, ya oficialmente llamada Covid-19, que se nos ha presentado en casa sin ser
convidada. Además de llevar la vida en el día a día con incomodidades y dificultades, está el
posible afrontamiento de la muerte de familiares y amigos, motivada por esta misma
pandemia y/o por otras causas que ya estaban ahí: oncológicas, cardiovasculares,
respiratorias, y por causas naturales. Con las medidas de prevención y protección para la
contención de la progresión del Covid-19, cuando se produce un fallecimiento, sea cual sea
su causa, el aislamiento total previo de los enfermos impide a familiares y amistades el
acompañamiento o las visitas. Esta prohibición por causa de fuerza mayor y contra nuestros
deseos y sentimientos, nos derrota y exige un esfuerzo muy grande y doloroso para despedir
al ser querido, originando heridas que provocan esas cicatrices en el alma a que nos
referíamos. Sentir el dolor sin el consuelo del contacto físico, sin abrazos, besos… nos
deshumaniza; ir acompañados por un número muy limitado de personas (cuando se autoriza)
para acudir al tanatorio o cementerio, mantener una distancia de 2 metros entre familiares,
una persona por coche para los desplazamientos... genera angustia y tristeza.
El abrazo cercano y cálido de los familiares y amigos, las palabras de consuelo y los «todo
irá bien» al oído, los ritos de despedida, la mano a la que agarrarse... Perder a un ser querido
es uno de los trances más extremos a los que se enfrenta el ser humano, y ese reencuentro
balsámico con el círculo próximo en el momento del último adiós representa, en todos los
casos, un sostén sobre el que construir todas y cada una de las etapas del duelo. Más allá de
una cuestión cultural y social, es una necesidad vital. Es el momento, además, de pasar los
últimos momentos junto al familiar fallecido, de velarlo y de recordar los lazos de afecto para
encontrar, en ese último gesto de respeto y homenaje, algo de consuelo. Pero ese
acompañamiento necesario no es posible en estos momentos excepcionales. La prohibición
de los velatorios y los funerales, y la reducción al máximo de los entierros y su ceremonial
para preservar la salud colectiva en la lucha contra el virus ha convertido el momento de la
despedida en un trance atroz para los que se enfrentan a ese último adiós en soledad. La
decisión prohibitiva es compartida por todas las ciudades, donde se ha restringido al máximo
el acceso a los camposantos y se han impuesto estrictas medidas de seguridad a la hora de
trasladar y dar sepultura a los fallecidos. Ahora el ritual que da inicio al duelo desaparece, y
con él muchas de las herramientas que facilitan el tránsito por esa dolorosa pérdida.Y no hay respuestas a los ¿por qué? Que surgen, ni posibilidad para los “si hubiera…” Solo
cabe seguir las normas y el protocolo para evitar un mal mayor: la propagación del virus, la
saturación de hospitales y la capacidad de dar respuesta sanitaria (cualquiera de nosotros
puede enfermar). Nuestras emociones y sentimientos de impotencia, malestar, rabia, ira y
negación son normales en cualquier situación de duelo, pero mucho más acentuados en
estas circunstancias, lo que nos exige un esfuerzo mayor para sobreponerse a la pérdida.
Solo nos queda el consuelo de que el personal sanitario ha hecho todo lo posible por
sanarlos, aliviar el malestar y acompañarlos, pese a que el enfermo no les ha podido poner
cara a esas personas, ocultas/protegidas tras unos gorros, unas mascarillas, unos trajes,
unas pantallas,…que, para el enfermo, los deshumaniza.En este escenario inédito, cabe distinguir dos fases fundamentales: la del estado de 'shock'
que provoca la pérdida de un familiar cercano, especialmente si es a causa de este virus y la
obligación de permanecer aislado en casa, lejos, sin ese cariño ni acompañamiento social y
otra posterior relacionada con la gestión de la pérdida. Para empezar las diferentes fases del
duelo en estas circunstancias excepcionales, es fundamental tomar pronta conciencia de la
realidad y empezar a elaborar la despedida aunque no hayas estado presente en el momento
del adiós. Hay que entender que nos enfrentamos a un virus altamente contagioso y que esto
es lo que hay que hacer, protegerse y entender que no se puede hacer nada contra las
normas. Además, el hecho de no poder mantener el contacto físico tampoco con el núcleo
cercano de familia y amigos no impide que ese contacto se realice a través de herramientas
tecnológicas hoy usuales como el teléfono: llamadas, videoconferencias, redes sociales...
Las personas siguen estando ahí para apoyarnos y aconsejarnos, para darnos ese calor que
necesitamos...Escribir una carta, mandarle un audio al enfermo en sus últimas horas y, sobre
todo, ser consciente de que el ritual de la despedida «sólo se pospone» pueden ayudar en
las primeras horas de duelo.
Es fundamental encontrar estrategias que permitan ese recorrido de una manera saludable y
evitar así que el duelo entre en el terreno de la patología. Realmente no es una situación
nueva; algunas familias tampoco pudieron despedirse de un ser querido porque la muerte
pilló por sorpresa: un accidente de tráfico, un infarto, un suicidio, una muerte súbita... Pero
quedaba ese consuelo simbólico posterior de la compañía de otros en el ritual de la
despedida, saber que a pesar de la pérdida está el calor de la gente cercana. Esta situación
de ahora, sin embargo, es absolutamente excepcional porque no permite ni ésto. Los rituales de despedida tienen una gran importancia en el proceso de elaboración y
aceptación de una pérdida. En nuestra cultura, debido a la tendencia que existe a encubrir
todo lo relacionado con la muerte, solemos minusvalorar la importancia de estos ritos. Pero,
si bien siempre hay que adaptarlos a las preferencias, tradiciones y necesidades de cada
familia, no hay que despreciarlos de antemano como algo morboso o innecesario. Nunca es
tarde para una despedida grupal y/o social, aunque sea más fácil decirlo que hacerlo.
Cuando termine el aislamiento podremos hacer una ceremonia y reunión con familiares y
amigos: encuentro religioso, visitar el cementerio, recoger y depositar las cenizas …
pudiendo despedirnos, ahora sí, en compañía, lo que nos proporcionará serenidad y bienestar
para sobrellevar la pérdida y convivir con el recuerdo, aceptando la situación para poder
conectarnos y seguir con la vida, pero mientras dure este confinamiento, tendremos que
seguir con la rutina diaria, adaptándonos, sintiéndonos útiles y propiciando el diálogo y la
comunicación, reforzándonos en la unión, el cariño, el apego y solidaridad que nos dará
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