Una publicación que se dice seria, y consecuentemente con numerosos lectores/seguidores/
amplificadores, encabezaba recientemente una “noticia” con el siguiente titular: “El informe
forense del 8-M desarma a Salvador Illa y Fernando Simón: "La hecatombe se veía
venir" - El médico entrega su informe definitivo a la juez Rodríguez-Medel y asegura
que tanto el ministro de Sanidad como el director del CCAES "subestimaron la
gravedad" del coronavirus”, en lo que es, a todas luces, una opinión (basada en otra
experta si se quiere, pero opinión) que enmascara un descarado, aunque legítimo, ataque al
Gobierno con la excusa de la gestión de la pandemia del Covid-19 y con ello un intento de
deslegitimar los movimientos reivindicativos de los derechos de la mujer porque sólo se
culpabiliza a la manifestación del 8M y no también a las numerosas reuniones que tuvieron
lugar ese mismo día, tanto al aire libre como a cubierto. No se trata aquí de posicionarse a favor o en contra de unos u otros, no, sino a reflexionar
sobre un extremo, más frecuente de lo deseable, que tiene que ver con la profesión
periodística y que marca, de alguna manera, la manipulación de la voluntad del lector. En
efecto, nuestra Constitución de 1978 proclama en su Articulo 20 que “1. Se reconocen y
protegen los derechos:… d) A comunicar o recibir libremente información veraz por cualquier
medio de difusión…. “ (el remarcado en negrita es nuestro), lo que, en la práctica, se da de
bofetadas con lo que se suele encontrar en muchos medios de comunicación, que se
autoproclaman serios, que, cuando no fabrican auténticas falsedades llenas de ataques
personales a los rivales, presentan su opinión (repito que legítima) como si fuera LA noticia,
ofreciendo sus conclusiones (que, no nos engañemos, son las que buscan y con las que se
identifican SUS lectores) como si fueran la verdad absoluta. Una de las premisas que con mayor rigor deben seguir los medios de comunicación de
calidad es la separación entre información y opinión. El medio en cuestión de que se trate
debe proporcionar las claves necesarias para que el lector/espectador/oyente distinga si lo
que le ofrecen es el relato de unos hechos o la opinión que de los mismos tiene el periodista
o un experto en la materia (que no siempre lo es). Se debe opinar sobre la realidad, pero no
se puede enmascarar la realidad con opiniones. Separar opinión e información es una de las
trincheras que defienden con más ardor los auténticos profesionales del periodismo en
cualquier país del mundo. Todos estamos seguros de que es uno de los principios que más
debemos defender y, sin embargo, todos sabemos que es uno de los más difíciles de
proteger, y hay medios escritos que establecen diferencias como, por ejemplo, hacer que los
títulos de los editoriales, críticas o artículos de opinión se escriban en cursiva para
diferenciarlos de la información. Para no perdernos, digamos que información es un conjunto de datos procesados que
pueden ser de cualquier tipo: numéricos, textos, sonidos, imágenes,… y son los eslabones
que en su conjunto forman el conocimiento de los hechos, mientras que opinión es la
creencia respecto a determinado asunto; su validez como verdad no se fundamenta en el
grado de conocimiento sino en la participación del opinante como miembro del grupo social
que mantiene esa opinión. Ocasionalmente, la opinión también puede ser el grado de
"posesión de la verdad" respecto de un conocimiento que se afirma como verdadero sin
tener garantía de su validez. En el campo de la comunicación, digámoslo con claridad, lo que prevalece es la opinión.
Ante el cúmulo de noticias y acontecimientos, ante la disparidad de intereses, los
responsables del medio eligen según sus criterios y opinión personales aquellos que juzgan
más oportunos de acuerdo con su línea editorial. Al respecto, algunas ideas han creado el
caldo de cultivo para que la opinión se deslice a espacios reservados a las noticias: “La
objetividad es imposible”, “Los periódicos tienen detrás una ideología”; “Ante la avalancha de
información, el periodismo debe ser interpretativo”, “Los medios son empresas que no
pueden escapar a la lógica del mercado y cualquier recurso es bueno para aumentar
beneficios” (pero los medios son mucho más que una empresa preocupada sólo por el
beneficio económico de su producción y deben asumir también su responsabilidad en la
construcción de un sistema democrático y libre, y en la formación y la defensa de ciudadanos
íntegros que lo hagan posible), etc. Estas afirmaciones sirven hoy de coartada para un
periodismo que no merece tal nombre, y queda claro que, según esas premisas, ninguna
noticia viene limpia, todas nos llegan sesgadas y envueltas en turbios o desconocidos
tejemanejes. De todo ello tenemos que ser bien conscientes para no dejarnos manipular,
cosa prácticamente inevitable. Cuando uno recurre habitualmente a artículos de opinión, o a
una noticia firmada, con el tiempo puede ir descubriendo la posición del autor, conocer “de
qué pie cojea” y saber qué es paja y dónde está el grano, se llega a sentir en intimidad con
el articulista y lo sigue o lo deja. A la información y a la opinión tenemos que acercarnos de
manera inteligente, siempre, y con criterios propios, si no queremos ser sepultados por la
ingente insensatez que nos amenaza a diario. La confusión entre información y opinión es tan antigua como los intereses creados. Pero en
los últimos años la tendencia se ha disparado en todo el mundo por varios factores, de los
que el principal es el volumen. Hoy la información nos llega a chorros. A los medios
tradicionales se añaden las redes: cada minuto se comparten 98.000 tuits, a YouTube se
suben 600 vídeos y se crean 1.500 entradas de blogs. Por los propios algoritmos de
recomendación de contenido, el usuario acaba a menudo presa de la redundancia. Y uno de
los fenómenos que han traído las redes sociales son las cámaras de eco en las que uno
alimenta su propia ideología y se aísla del resto. La sobrecarga informativa viene
acompañada de más y mejor propaganda de forma que si la capacidad de mejora de la
información ha crecido en progresión aritmética, la de manipular o presionar lo ha hecho en
progresión geométrica. Antes había que seleccionar entre diez fuentes para verificar
certezas; ahora, entre mil. El orden de magnitud ha cambiado radicalmente. Si bien el interés
de manipular es tan viejo como el periodismo, la gran novedad de nuestros días es que lo
que es falso e interesadamente falso circula con enorme rapidez y, en muchos casos, los
medios, llevados por la inmediatez, la sensación de urgencia, le dan acogida. Ahí el
periodismo está fallando. Por otra parte, se ha puesto de moda leer las portadas o los titulares. Nos ofrecen por
Internet o por TV las portadas de los periódicos nacionales e internacionales con sus grandes
titulares y hay gente adicta a las portadas…y no entran más allá1. Son diletantes que
mariposean por todos, pero no profundizan en ninguno. Es verdad que uno no puede leerlo
todo, pero lamer el cristal del escaparate no es entrar y degustar el pastel de la pastelería;
con el tiempo uno encuentra su preferido y sabe elegir y saborear. Muchas noticias e
informaciones se pierden y no nos llegan, otras nos las presentan con insistencia de manera
reiterada, otras son como estrellas fugaces en el firmamento informativo. Todo ello también
es opinable y forma parte de la opinión. Lo más inteligente es variar de fuentes de información,
de medios de comunicación y mantenernos sensibles y atentos a nuestro entorno. Una
conversación captada en el metro o en el autobús, o en el supermercado, puede
enriquecernos muy mucho en información y en opinión. Y en todos sitios cuecen habas; un estudio del centro de investigación con sede en
Washington D.C. Pew Research Center publicado hace algún tiempo pone de manifiesto que
a los estadounidenses les cuesta distinguir entre hechos y opiniones. Y que tienden a
considerar informativo lo que sintoniza con su visión política. Por ejemplo, la frase: “Los
inmigrantes que están en EEUU de forma ilegal constituyen un gran problema para el país”,
fue calificada de opinión por el 18% de los demócratas frente al 50% de los republicanos. La
afirmación: “Subir el salario mínimo federal a 15 dólares por hora es esencial para la salud de
la economía americana”, le pareció meramente informativa al 17% de los republicanos y al
37% de los demócratas. Por contra, en la UE, la idiosincrasia nacional es todavía muy
marcada, aunque se hable de unión política o económica hay socios con tendencias
marcadas, donde vemos populismo, pero no existe un grado de polarización tan tajante como
en EEUU. El resumen es que los europeos son bastante más “promiscuos” en el consumo de
medios, leen y ven contenidos de línea ideológica más diversa pese a que los niveles de
polarización en España están en máximos; nunca habíamos vivido en una sociedad tan
confrontada como ahora. Basta mirar temas como Catalunya o el “gobierno ilegítimo social-
comunista”; no hay medias tintas, no hay terceras vías, ni mediación ni capacidad de
consenso. En España la gente está más informada, pero eso no quiere decir mejor informada.
Circula más información, pero mucha lleva un marcado sesgo ideológico. Para acabar, un ejemplo ilustrativo “de andar por casa”: supongamos que, inmersos en una
ola de calor, la temperatura ambiente es de 40º C. En esa tesitura, alguien se queja de frío.
Dejando al margen que lo primero más conveniente en ese supuesto quizá sea investigar los
porqués de esa paradoja, resulta que ese “alguien” es periodista y redacta una crónica para
relatarlo, dudando si titularla como “Tengo frío” o como “Hace frío”. Con lo que hemos
expuesto, la información es la ola de calor, la opinión ajustada de la interpretación de la
realidad desde las propias sensaciones podría ser la crónica “Tengo frío”… y la manipulación
evidente (generalizar como normal para todos una sensación propia, aunque sea inapropiada
o insólita) sería la de “Hace frío”. Notemos que esta manipulación surte efecto, de acuerdo
con los perfiles y tendencias señalados más arriba, incluso en el supuesto de que cambie
sólo el titular. Sin comentarios.
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1El
tratamiento diferente que los medios hagan de una misma noticia y el
titular con el que la presenten no les puede llevar, en aras de su
ideología, a abordarla de forma que el lector tarde en entender que
cuentan los mismos hechos. Por ejemplo, el 26 de enero de 2012
diferentes periódicos contaban así el veredicto sobre el que fue President de la Generalitat Valenciana Francisco
Camps: Camps se libra / Absuelto, tras un calvario de tres años /
Un jurado dividido absuelve a Camps de cohecho impropio / Camps y
Costa inocentes, se acabó la cacería socialista / Camps, absuelto
de su responsabilidad penal.
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