El 19 de junio se celebra en Estados Unidos el "juneteenth", que conmemora que en esa
misma fecha, en 1865 (hace ahora 165 años), el general Gordon Granger entró en Galveston
(Texas), una de las últimas regiones donde todavía se practicaba la esclavitud a pesar de su
abolición, y anunció el fin de la Guerra Civil y la prohibición de llevar a cabo esta inhumana
práctica. Un año más tarde, los negros de Texas empezaron a celebrar ese día bajo el
nombre de Juneteenth -un juego de palabra con el mes de junio y la pronunciación de 19
ordinal en inglés- con eventos comunitarios como desfiles, oraciones multitudinarias, lecturas
y actuaciones musicales siendo ahora festividad oficial en 45 estados. Sin embargo, pese a
esa situación oficial, la realidad es muy otra y la frecuencia con que se repiten en Estados
Unidos (pero, no nos engañemos, no sólo allí) los episodios de violencia de las llamadas
fuerzas del orden con ciudadanos de etnias minoritarias, algunos de ellos con los trágicos
resultados de los casos últimos, de George Floyd o Rayshard Brooks, nos lleva a la
conclusión de que estamos ante un problema social estructural que trasciende leyes, normas
y protocolos. Y si hay algo que, en los Estados Unidos particularmente, de una manera u otra,
es testigo de la evolución social del país, sus normas y costumbres en tanto que divulgador
de la “american way of life”, eso es el cine. Pues vayamos al cine.
En lo que se refiere al racismo, hubo una frecuente aparición del mismo en los inicios del
cine de los Estados Unidos, en la primera parte del siglo XX. Un ejemplo característico de
esto sería la mítica película El nacimiento de una nación1, que ha sido una de las más
polémicas de la historia del cine debido a que su argumento promueve abiertamente el
racismo, apoya sin ambages la supremacía de la raza blanca y describe en sus escenas el
supuesto heroísmo de los miembros del Ku Klux Klan. Con el tiempo, como las relaciones interraciales han ido tomando otro cariz, han empezado
a aparecer en el cine documentales sobre el racismo y películas en las que se le aborda
desde otro punto de vista. Es lo que pasa, por citar un sólo ejemplo, con Arde Mississippi,
película de 1988, dirigida por Alan Parker y basada en hechos reales, concretamente en el
asesinato, por el Ku Klux Klan precisamente, de tres activistas pro derechos civiles, que
ocurrió en Jessup (Mississippi) en 1964. Mención aparte merece el racismo ante otras etnias,
como el que recoge la película Conspiración de silencio (1955), en la que un soberbio
Spencer Tracy acaba descubriendo el racismo de la pequeña comunidad de Black Rock
contra los japoneses, después del ataque japonés a la base militar estadounidense de Pearl
Harbour. Sn ánimos de hacer publicidad, dando protagonismo a la vertiente social del problema, viene
a cuento citar que la plataforma televisiva Netflix ofreció a sus suscriptores hace unos meses
la miniserie When they see us (Así nos ven, en la versión en castellano), basada en el
llamado Caso de la corredora de Central Park, acaecido en New York el 19 de abril de 1989,
y se centra en las vidas y las familias de los cinco adolescentes, cuatro negros y un hispano,
sospechosos que fueron falsamente acusados y procesados por el ataque y la violación de
una mujer blanca, Trisha Meili, de 28 años, que hacía joggin en Central Park. Los cinco
jóvenes fueron divididos por el fiscal en dos grupos para el juicio. Cada joven fue condenado
por jurados distintos de varios cargos relacionados con el asalto; cuatro fueron condenados
por violación. Fueron condenados a penas máximas y encerrados, en principio, en
correccionales para menores, a excepción de Korey Wise, que tenía 16 años en el momento
del delito y el sistema legal lo trató como adulto. Había estado recluido en instalaciones para
adultos y cumplió su condena en prisión para adultos. A pesar de la falta de pruebas, Antron McCray (15 años), Kevin Richardson (14), Yusef
Salaam (15), Raymond Santana (14) y Korey Wise (16) pasaron años en prisión antes de que
Matías Reyes, un asesino convicto y violador en serie recluido por el asesinato y violación de
una mujer embarazada, confesó en enero del 2002 ser el verdadero autor de la violación de
Central Park. Tras la confesión de Reyes, el entonces fiscal de distrito Robert M. Morgenthau
recomendó que los cinco quedaran libres de todos los cargos. Las condenas y cargos fueron
anulados el 20 de diciembre de 2002 y en 2003 Richardson, Santana y McCray demandaron
a la ciudad de Nueva York por condena injusta, llegando a un acuerdo con la administración
del alcalde demócrata Bill de Blasio, en el 2014, por 41 millones de dólares. Algunos de los
protagonistas son hoy activistas a favor de la reforma del sistema de justicia y miembros de
Project Innocence, una organización no gubernamental sin ánimo de lucro que busca liberar
a las personas injustamente condenadas.
En su caso, los interrogatorios a los que la policía sometió a los muchachos fueron tramposos
con el fin de entregar cuanto antes a la opinión pública la cabeza de unos culpables, fueran
quienes fueran. Se eludió la prueba del ADN, que no coincidió con el de ninguno de ellos, y
se editaron y manipularon los vídeos de sus declaraciones para construir el relato del crimen.
El complot policial impulsado por Linda Fairnstein, jefe de la unidad de crímenes sexuales de
Manhattan, logró tras horas de interrogatorios ilegales y coacciones que los cinco chicos
acabaran confesando haber participado en un delito cuya existencia incluso desconocían
antes de entrar en comisaría. Tras un juicio sin más pruebas que esas falsas confesiones,
fueron hallados culpables. La víctima, que estuvo varios días en coma, borró de su memoria
la agresión y no pudo reconocer el rostro del violador. Yusef, Raymond, Korey, Antron y
Kevin fueron condenados por asalto, robo, violación e intento de asesinato. A pesar de que
se les ofreció algún acuerdo para rebajar sus penas o para que en su momento pudieran
optar a la condicional, los cinco de Central Park defendieron tozudamente su inocencia, con
un aplomo asombroso para tan tierna edad. Pasaron la adolescencia y primera juventud en
la cárcel hasta que, como ya se ha apuntado, en 2002, un recluso, Matías Reyes, confesó
ser el violador de Central Park. La investigación se revisó, se comprobó la coincidencia del
ADN con Reyes y los cinco muchachos fueron exonerados de toda culpa. Pero sólo cuando
Bill de Blasio asumió la alcaldía de Nueva York se compensó a los jóvenes con 41 millones
de dólares, aunque nadie públicamente admitiera responsabilidad alguna. Pero más allá de mostrarnos un terrible error judicial propiciado por una, cuando menos
discutible, actuación policial, When they see us reflexiona sobre sus consecuencias y cómo
la vida de personas inocentes se puede ir al traste. Estos jóvenes vivieron su paso de la
infancia a la vida adulta privados de libertad, y su regreso a la vida real no fue fácil. Sufrieron
el desprecio y el escarnio de parte de sus vecinos y tuvieron problemas para incorporarse al
mercado laboral tras ser liberados. La miniserie busca remover conciencias, aunque
lamentablemente no siempre lo consigue. El actual inquilino de la Casa Blanca, Donald J.
Trump, también aparece en la serie: solo dos semanas después del arresto de los jóvenes y
sin haberse celebrado los juicios, ya pedía reinstaurar la pena de muerte para acabar con
sus vidas. Por la forma en la que el actual presidente de Estados Unidos afronta la actual
crisis generada por la muerte de George Floyd y de Rayshard Brooks, parece que, cuando
se estrenó la serie, no tuvo ocasión de verla y recordar esos tristes hechos de hace tres
décadas. La miniserie no muestra a ningún actor interpretando al entonces magnate inmobiliario;
Donald J.Trump sólo aparece en unas imágenes de entonces con su aire de galán hortera,
célebre por sus discutidas operaciones financieras, símbolo de ese New York de millonarios
en una ciudad sacudida realmente por la miseria, la droga y el crimen. Declaró en su día en
varios programas televisivos que ya estaba bien de concederles ventajas a los negros. A
veces, confesaba con su verbo simplón, desearía ser negro para disfrutar de tantos
privilegios. Estas declaraciones fueron acompañadas de páginas enteras compradas en los
principales periódicos de la ciudad exigiendo la pena de muerte y una mayor dureza en el
trato policial. Hoy en día, se lamentaba entonces aquel Trump juvenil (que ya apuntaba
“maneras”), las víctimas están desprotegidas y los asesinos campan a sus anchas. Trump
solo habla en la serie a través de un puñado de grabaciones sacadas de las noticias y de su
ya icónico anuncio publicado en cuatro periódicos de Nueva York de "Reinstauremos la pena
de muerte. Reinstauremos a nuestra policía"."El alcalde (Ed) Koch afirma que el odio y
rencor debería ser eliminado de nuestros corazones. Yo no lo pienso así", escribió Trump,
quien pagó alrededor de 85 mil dólares por estos anuncios. "Quiero odiar a estos asaltantes
y asesinos. Debería ser forzados a sufrir. [...] ¡Debemos decirle a los criminales que sus
derechos civiles terminan cuando un ataque a nuestro bienestar comienza!", Incluso en tiempos recientes cuando los 'Cinco de Central Park' fueron exonerados, el
mandatario se negó a retractarse y en octubre del 2016, en plena campaña presidencial,
reafirmó su creencia que los entonces adolescentes eran culpables del crimen. "Admitieron
que eran culpables. La policía que hizo la investigación inicial dijeron que eran culpables",
dijo en una entrevista a CNN obviando que una de las razones del fiscal para retirar los
cargos era, precisamente, la evidencia de coacciones en los interrogatorios. "El hecho de
que el caso terminó mediante un acuerdo con tanta evidencia en su contra es indignante".
Por el contrario, para los 'Cinco de Central Park', lo indignante es que Trump no se haya
retractado de sus palabras. Cuando Netflix estrenó la mini serie, Trump se hallaba de viaje oficial en Gran Bretaña, y la
referencia insultante que dedicó al alcalde de Nueva York al decir que Sadiq Khan, el de
Londres, era tan tonto como De Blasio, pero más bajo, algo tuvo que ver con el cabreo
provocado por la serie que trata de sacarle los colores. Pero él jamás retrocede. No le
importa ser racista, abusivo o misógino y exhibirlo. Utiliza el odio contra la corrección política
para animar a sus votantes a seguir siendo racistas, supremacistas y misóginos. Una
estrategia estudiada para arrebatar los servicios de salud pública a las mujeres pobres y a
los niños, la legalidad a los inmigrantes y el trato de igualdad a los negros. Todo responde a
un plan. Y le votan, pese a que, por ejemplo, en estos tiempos de pandemia que corren, y en
el país con el mayor número de contagios y muertes por el Covid-19, programa un acto de
partido masivo en la ciudad de Tulsa, Oklahoma (precisamente un día después del "juneteenth"
y precisamente en Tulsa, donde hace 99 años se produjo el mayor linchamiento masivo de
ciudadanos de raza negra de la historia de los Estados Unidos con al menos 300 personas
asesinadas), en un recinto cerrado, prohibe el uso de mascarillas en él y pide que no se hagan
más test con el argumento (?) de que sólo valen para descubrir más casos (auténtico). Y viene
a Europa, a lo que todavía es Europa, a recoger los frutos del mal que sigue sembrando.
Y aquí lo saben.
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1El
nacimiento de una nación (título original: The Birth of a
Nation) es una película muda estadounidense de 1915 dirigida por el prolífico David
Wark Griffith, considerado el padre del cine moderno. Es, debido a su técnica, una de las más famosas de la
época del cine mudo, con avances técnicos no utilizados hasta esas
épocas que tornaron a la película en un notable progreso en cuanto
a la aún joven cinematografía.
En su estreno la película fue titulada The Clansman, pero el título fue cambiado posteriormente a El nacimiento de una nación para reflejar la creencia de Griffith de que Estados Unidos emergió como nación unificads de la guerra civil. A lo largo de la película los individuos de raza negra
son presentados de forma grotesca como ignorantes y lerdos, ansiosos de
diversión y de sexo, forzando un marcado contraste con los blancos del
Sur.
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